La
distinción de Camila Vallejo
Antonia Garcia
Castro.http://radio.uchile.cl/2014/04/02/la-distincion-de-camila-vallejo
vía www.rebelion.org
Jacques Rancière, el filósofo, el
profesor Jacques Rancière, pronunció años atrás una conferencia
respecto de lo que consideraba constitutivo de la política. No sé
citarlo de memoria pero es una idea que ha podido desarrollar en
distintos escritos. La idea de que existe un gesto, más bien una
actitud política por excelencia, que consiste en interrumpir algo
que no admite interrupciones. Ese algo es la lógica policial. Alguna
vez lo comentamos en este espacio, la lógica del “siga su camino”,
del “vamos, vamos”, del “circulen”. Una suerte de movimiento
continuo que, sin duda, es el ideal de quienes ejercen el poder. No
hay que interrumpir. No hay que irrumpir. En esa conferencia, para
ejemplificar su pensamiento, Rancière evocaba situaciones comunes.
Un agente, tras un accidente, enfrenta un grupo de curiosos. La
actitud que emana del poder es la que consiste en asegurar que esos
curiosos sigan su camino: mantener el flujo, la sensación de
normalidad. En esta configuración, la actitud política sería, por
el contrario, detenerse, no aceptar la invitación (¿la orden?) de
hacer como si nada hubiera sucedido y, además, preguntar: ¿qué
pasó?
Un insolente en potencia, además de un
curioso, ése sería, entonces, el homus politicus. Ocurre que en la
historia del pensamiento político ese homus politicus ha sido, en
ocasiones, una mujer.
Existe un ejemplo paradigmático.
Paradigmático de esta mirada que postula la política como toma de
posición, como toma de palabra en un escenario dado. Se trata del
caso de Antígona. El poder, en la obra de Sófocles, siempre estará
encarnado por Creonte. Pero la política –como irrupción y como
interrupción- emana en el momento en que Antígona se niega a
aceptar el decreto de Creonte que prohíbe enterrar a su hermano,
Polinices, considerado traidor. Y no solamente se niega sino que
además discute sus razonamientos, la lógica implícita en esa orden
para oponerle otra lógica, inmediatamente descalificada como
“locura” o falta de “razón”. Se puede extrapolar y mucho se
ha extrapolado, pero lo que importa señalar hoy es que previo a la
argumentación, hubo un “no”. Un simple “no”.
Un “no” en soledad. Porque Antígona
estaba sola cuando optó por no acatar la orden del poder y enterrar
a su hermano. Es decir, cuando optó por desobedecer. Por mostrarse
“insolente”, según los parámetros de un poder que puede también
dictar lo que es la insolencia.
Insolencia y política. El tema puede
ser abordado de muchas maneras. Hay una que hoy no interesa. Remite
al uso del lenguaje. En especial a cierto vocabulario con el que
algunos políticos (del mundo entero pero en Chile no nos quedamos
atrás) creen que pueden dirigirse a otros políticos, o a
periodistas, o a cualquier otra persona que tengan enfrente. En
cambio interesa el gesto de ruptura que consiste no sólo en
interrumpir lo que está dado sino además en generar preguntas: ¿qué
pasó?
¿Qué pasó? Eso es lo que me gustaría
preguntar. Y es por lo siguiente. Hoy Camila estuvo sola. La misma
Camila que uno se acostumbró a ver rodeada de muchos, hoy estuvo
sola. No hace falta ser admirador(a) suya para ver el hecho. Pero sí
hace falta no ser opositor(a). Aunque quizás sólo fue una
apariencia. Es muy posible que hoy, en el Congreso, en el momento en
que se le rindió homenaje a Jaime Guzmán, Camila pudo quedarse
sentada, restarse al homenaje, porque –precisamente– no estaba
sola. Totalmente consciente de que estaba en representación. En
representación de otros. Consciente sí de que otros, muchos,
comparten su sentir y su pensar respecto al rol que jugó Jaime
Guzmán durante la dictadura en tanto pensador de un sistema político
que hoy se cuestiona. En todo caso, Camila lo cuestiona.
¿Qué tan fácil es no hacer nada?
¿Quedarse sentada? ¿Inmóvil? ¿Y cuánto dura un minuto cuando se
está sola en su actitud frente a los ojos de todos? Uno entiende
mucho mejor a Rancière y también a Sófocles observando la imagen
incluso desde lejos. La imagen de una mujer que está sola y no lo
está. La imagen de una mujer que está realizando un gesto
eminentemente político cuando decide no sumarse al homenaje. Ese
minuto debe durar más de sesenta segundos. El tiempo debe detenerse.
Y en ese tiempo, lo que uno ve es algo mucho más considerable que un
gesto con el que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Y es que
no se trata meramente de la diputada Camila Vallejo ni del ex senador
Jaime Guzmán. Se trata de que, de pronto, en esa escena, lo que se
está jugando es la posibilidad de volver a decir “no”.
Un simple “no”. Un acto político.
Un acto de emancipación política. Un ejercicio de libertad que
importa, que es relevante porque, entre otras cosas, permite una
serie de preguntas que no se agotan en el rol que desempeñó Jaime
Guzmán como ideólogo de un modelo de sociedad hoy vigente y –por
fin– discutido en Chile.
En definitiva, ¿para qué sirven los
homenajes? ¿Para generar qué tipo de unión? ¿Entre quiénes? ¿Qué
significar sumarse? ¿Restarse?
Y si de insolencia se trata… ¿a
quién le falta el respeto la diputada Vallejo cuando decide quedarse
sentada? Pero también, ¿a quién está respetando cuando toda su
distinción consiste en no pararse? No sumarse.
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