viernes, 31 de julio de 2015

Para una pequeña historia de la crítica literaria: El manifiesto que no llego a mifestarse (2)


CONTRA LA CONFUSIÓN (2)


No existe un signo aislado. La música, la literatura, el universo..., todo está dentro de la vida. Todo se mueve en su interior. La vida (yla memoria, su apariencia) continua pues siendo el único punto de referencia válido aún incluso para el incierto protagonista de este fin de siglo perezoso y prematuro. La moda se ha erigido en el gran atractor. Pero también la moda (el deseo si se prefiere) está dentro de la vida. Conviene, sin embargo, diferenciar entre la vida y su apariencia externa, la actualidad.
La obra literaria contiene (se quiera o no) no ya una muestra del espacio histórico donde se genera sino, sobre todo, una respuesta. La literatura es (digámoslo enseguida) una respuesta a la vida. Digamos también que de cualquier escritor, de cualquier obra, solo queda su lectura, perpetuamente otra. Nunca recordamos del mismo modo el mismo suceso. Nunca leemos dos veces la misma obra. La lectura da vida a la obra. La memoria confiere realidad a la vida. Vida y obra, realidad y lectura, se mueven, son, a su manera, discursos.
Cuarto en discordia, el crítico no pertenece a alguna especie animal distinta. El crítico es el teólogo (no el sacerdote, nunca el sacerdote), y como tal satisface a un tiempo necesidad y deseo: deseo de saber, necesidad de creer. Su oficio: actualizar doctrinas, revisar textos, examinar milagros, devolver a la vida lo que es suyo y, sobre todo, servir al lector y defender al consumidor.
Está dicho: la vida sucede siempre, es un discurso. Un discurso que se contiene a sí mismo bajo diversas formas. Y la literatura es también una de esas formas que la vida tiene de contenerse a sí misma, de dotarse a sí misma de intención, de sentido. El arte es la expresión de su movimiento, de su pensamiento, de sus ideas. Intentar la lectura de una obra sin considerar la pregunta a la que responde, la duda en que se anima, el horizonte en que nace y el horizonte en que se pone, la noche que ilumina o la jornada que anuncia es como tener gomas de borrar en vez de ojos. Pero intentar la crítica sin reparar en tales accidentes es peor, es como ir a vendimiar y llevarse uvas de postre. La obra está marcada inevitablemente por la topografía del espacio en que se produce. Y ello por más que luego, su peso, bien pueda deformar esa topografía. Ignorar esto es ser feliz al margen de la historia.
Dos ojos tiene el crítico si no es tuerto. Con uno lee y con el otro busca en el anaquel donde guardar el libro. Cada anaquel es un horizonte. Actúa así porque debe explicar al lector no ya cómo leer sino donde buscar. La mejores lecturas son sin duda aquellas que exigen una ampliación de la biblioteca. Hay respuestas gastadas, respuestas muertas, respuestas eternas y respuestas nuevas, pero una verdadera obra es aquella que nos hace más sabios, aquella que se hace contenido del mundo. El crítico enjuicia las respuestas, cabe pues exigírsele el conocimiento de todas las preguntas. Entre pregunta y pregunta la obra define el mundo, “ve” (y, en consecuencia, “hace ver”) el mundo. También hay obras ciegas, y los ciegos las leen. No debería ser necesario decir que una respuesta es tanto mejor si está bellamente expresada, pero que, como tal respuesta, se define tan sólo por su contenido.
¿Forma y contenido? Resolved esa cuestión aplicada al universo y su aspecto literario estará resuelto de inmediato. ¡Forma y contenido! Eso no es un problema de la obra, sino del ojo. De lo que estamos hablando, de lo que se trata, es,por usar a modo de metáfora a uno de los títulos de un conocido autor contemporáneo, de saber de qué hablamos cuando hablamos de amor, porque eso, y no el amor, es lo que nos define, lo que nos hace ser lo que somos, aquí y ahora.
Durante años se nos ha explicado que nuestra única postura ante la obra de arte debe de ser la del alucinado, la del que se asoma al abismo desde el borde su butaca, y durante años ese vértigo ha sustituido a la inteligencia. Hora es ya de que escuchemos lo que la obra tenga que decirnos. Claro que hay obras mudas... las que son escuchadas por los sordos.
Objetividad: he aquí un concepto caduco donde los haya. Na da es sin todo. Nada puede ser y ser objetivo, nada puede ser simplemente tal cual es. Sin embargo, cuando sabe basarse en la realidad y en la memoria, en la autoridad de lo que permanece y en la necesidad de cuanto nos espera, lo subjetivo se hace honesto. “seamos objetivos”, dice el que no se atreve a decir: “seamos de mi misma opinión”. La literatura es la obra de los hombres, no goza de aseidad. Lo subjetivo es aquello que perpetuamente hay que demostrar, es lo que necesita ser razonado, argumentado, comparado. Decir si más “a mí me gusta” es ser objetivo, de hecho, es igual que decir “llueve”. El crítico reflexiona, pero al tiempo ha de dar la suficiente información como para que también los otros puedan hacerlo. Sólo así se puede ser subjetivo y honesto porque cuando se yerra no se hace errar. Equivocarse sin equivocar: he aquí un arte verdaderamente difícil.
Otra función del crítico (¿ya hemos dicho que el crítico no es un creador, que su obra no tiene intenciones literarias?): tamizar la fuerza propagandística de lo nuevo. Continuamente surgen nuevos gustos, y casi siempre coincide su aparición con el nacimiento de algo que se quiere vender. Al fin decimos “todo lo nuevo es hermosos”, pero también es cierto que “todo nos cuesta dinero”, habría entonces que averiguar si, lo que sea, además de novedad, posee calidad. ¿Convenimos en que todo gusto es producto del deseo de un grupo como todo cambio pasa por la voluntad del artista?. Pues entonces sometamos a examen las intenciones de ese grupo con la misma profesionalidad con que examinamos la pretensión del artista. Si la calidad de un menú puede ser juzgada, también puede juzgarse la calidad de la fruición con que se devora. No lo duden ustedes, hasta el gusto puede ser sometido a examen. De hecho, en contra de la opinión generalizada, hay mucha literatura al respecto.
Paradoja: la indiscriminada proliferación de gustos de todo tipo y, simultáneamente, de productos para todos los gustos, significa tan sólo que el hombre carece cada vez más de gusto propio. ¿Y cómo referente qué nos queda? ¿En qué podemos confiar ahora sin navegar en la respuesta borrosa y evasiva del milenarismo reinante? Lo hemos dicho al principio: en la vida, y en su expresión reposada: la memoria.
Pero, como críticos de periódico, ¿no deberíamos hacernos aún unas cuantas preguntas tales como qué es un periódico y qué es un crítico de periódico o si existen acaso semejantes críticos?
La pregunta clave es esta: ¿Para qué lee la gente los periódicos? Y la respuesta es esta: para saber cuando pasa, por qué pasa, donde pasa, cómo pasa, qué pasa para que pase lo que pasa y qué es lo que nos pasa.
La crítica debe proporcionar al público todos los elementos necesarios para que pueda “ver” con claridad el libro que está leyendo y para que pueda, en medio del ominoso mar de novedades, promociones, reediciones y premios, encontrar el libro que desea leer.
Debe, además, esforezarse para que la literatura no retroceda, ni se estanque. En un país como el nuestro (que en eso se parece mucho a los demás), donde somos tan reacios a pasar las páginas del libro de historia del arte que ya más o menos habíamos aprendido, donde siempre pretendemos que cada lección sea definitiva, esta es una misión que no carece de importancia. También, seguramente, es, junto con la que obliga al crítico a procurar que el lector no sea engañado, la más amarga de sus obligaciones. Y en este, al fin y al abo país latino donde toda discordia es violencia, tendemos a pensar que la discusión confunde, olvidando así la viejísima lección: contrarium est utilem et en discordia nescentur omnia.
Y, por fin, la última pregunta, la que todos ustedes llevan un rato haciéndonos y cuya sola mención nos hace temblar: ¿Cómo sabemos quién es y quién no es un crítico en un país donde son los escritores lo que parecen (y no a la inversa como dicen que debe ser) críticos frustrados, donde se contabilizan más críticos que lectores y donde se llama crítico a cualquier cosa que cite a Steiner? Pues bien, también esta es una pregunta fácil de responder: por sus obras los conoceréis, no hay otro modo.
Y, en fin, esto nos proponemos los abajo firmantes: devolver la literatura a la sociedad. Al crítico, recordarle que debe echar un par de vistazos al frente por cada uno hacia atrás. El mudo avanza. Que nuestro método se muestre al alcance de la vida, eso es todo, porque la vida jamás estará al alcance del método

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