CONTRA LA CONFUSIÓN
(2)
No existe un
signo aislado. La música, la literatura, el universo..., todo está
dentro de la vida. Todo se mueve en su interior. La vida (yla
memoria, su apariencia) continua pues siendo el único punto de
referencia válido aún incluso para el incierto protagonista de este
fin de siglo perezoso y prematuro. La moda se ha erigido en el gran
atractor. Pero también la moda (el deseo si se prefiere) está
dentro de la vida. Conviene, sin embargo, diferenciar entre la
vida y su apariencia externa, la actualidad.
La obra literaria contiene (se quiera o no) no ya una muestra
del espacio histórico donde se genera sino, sobre todo, una
respuesta. La literatura es (digámoslo enseguida) una respuesta a la
vida. Digamos también que de cualquier escritor, de cualquier obra,
solo queda su lectura, perpetuamente otra. Nunca recordamos del mismo
modo el mismo suceso. Nunca leemos dos veces la misma obra. La
lectura da vida a la obra. La memoria confiere realidad a la vida.
Vida y obra, realidad y lectura, se mueven, son, a su manera,
discursos.
Cuarto en discordia, el crítico no pertenece a alguna especie
animal distinta. El crítico es el teólogo (no el sacerdote, nunca
el sacerdote), y como tal satisface a un tiempo necesidad y deseo:
deseo de saber, necesidad de creer. Su oficio: actualizar doctrinas,
revisar textos, examinar milagros, devolver a la vida lo que es suyo
y, sobre todo, servir al lector y defender al consumidor.
Está dicho: la vida sucede siempre, es un discurso. Un
discurso que se contiene a sí mismo bajo diversas formas. Y la
literatura es también una de esas formas que la vida tiene de
contenerse a sí misma, de dotarse a sí misma de intención, de
sentido. El arte es la expresión de su movimiento, de su
pensamiento, de sus ideas. Intentar la lectura de una obra sin
considerar la pregunta a la que responde, la duda en que se anima, el
horizonte en que nace y el horizonte en que se pone, la noche que
ilumina o la jornada que anuncia es como tener gomas de borrar en vez
de ojos. Pero intentar la crítica sin reparar en tales accidentes es
peor, es como ir a vendimiar y llevarse uvas de postre. La obra está
marcada inevitablemente por la topografía del espacio en que se
produce. Y ello por más que luego, su peso, bien pueda deformar esa
topografía. Ignorar esto es ser feliz al margen de la historia.
Dos ojos tiene el crítico si no es tuerto. Con uno lee y con
el otro busca en el anaquel donde guardar el libro. Cada anaquel es
un horizonte. Actúa así porque debe explicar al lector no ya cómo
leer sino donde buscar. La mejores lecturas son sin duda aquellas que
exigen una ampliación de la biblioteca. Hay respuestas gastadas,
respuestas muertas, respuestas eternas y respuestas nuevas, pero una
verdadera obra es aquella que nos hace más sabios, aquella que se
hace contenido del mundo. El crítico enjuicia las respuestas, cabe
pues exigírsele el conocimiento de todas las preguntas. Entre
pregunta y pregunta la obra define el mundo, “ve” (y, en
consecuencia, “hace ver”) el mundo. También hay obras ciegas, y
los ciegos las leen. No debería ser necesario decir que una
respuesta es tanto mejor si está bellamente expresada, pero que,
como tal respuesta, se define tan sólo por su contenido.
¿Forma y contenido? Resolved esa cuestión aplicada al universo
y su aspecto literario estará resuelto de inmediato. ¡Forma y
contenido! Eso no es un problema de la obra, sino del ojo. De lo que
estamos hablando, de lo que se trata, es,por usar a modo de metáfora
a uno de los títulos de un conocido autor contemporáneo, de saber
de qué hablamos cuando hablamos de amor, porque
eso, y no el amor, es lo que nos define, lo que nos hace ser lo que
somos, aquí y ahora.
Durante años se nos ha explicado que nuestra única postura ante
la obra de arte debe de ser la del alucinado, la del que se asoma al
abismo desde el borde su butaca, y durante años ese vértigo ha
sustituido a la inteligencia. Hora es ya de que escuchemos lo que la
obra tenga que decirnos. Claro que hay obras mudas... las que son
escuchadas por los sordos.
Objetividad: he aquí un concepto caduco donde los haya. Na da es
sin todo. Nada puede ser y ser objetivo, nada puede ser simplemente
tal cual es. Sin embargo, cuando sabe basarse en la realidad y en la
memoria, en la autoridad de lo que permanece y en la necesidad de
cuanto nos espera, lo subjetivo se hace honesto. “seamos
objetivos”, dice el que no se atreve a decir: “seamos de mi misma
opinión”. La literatura es la obra de los hombres, no goza de
aseidad. Lo subjetivo es aquello que perpetuamente hay que demostrar,
es lo que necesita ser razonado, argumentado, comparado. Decir si más
“a mí me gusta” es ser objetivo, de hecho, es igual que decir
“llueve”. El crítico reflexiona, pero al tiempo ha de dar la
suficiente información como para que también los otros puedan
hacerlo. Sólo así se puede ser subjetivo y honesto porque cuando se
yerra no se hace errar. Equivocarse sin equivocar: he aquí un arte
verdaderamente difícil.
Otra función del crítico (¿ya hemos dicho que el crítico no es
un creador, que su obra no tiene intenciones literarias?): tamizar la
fuerza propagandística de lo nuevo. Continuamente surgen nuevos
gustos, y casi siempre coincide su aparición con el nacimiento de
algo que se quiere vender. Al fin decimos “todo lo nuevo es
hermosos”, pero también es cierto que “todo nos cuesta dinero”,
habría entonces que averiguar si, lo que sea, además de novedad,
posee calidad. ¿Convenimos en que todo gusto es producto del deseo
de un grupo como todo cambio pasa por la voluntad del artista?. Pues
entonces sometamos a examen las intenciones de ese grupo con la misma
profesionalidad con que examinamos la pretensión del artista. Si la
calidad de un menú puede ser juzgada, también puede juzgarse la
calidad de la fruición con que se devora. No lo duden ustedes, hasta
el gusto puede ser sometido a examen. De hecho, en contra de la
opinión generalizada, hay mucha literatura al respecto.
Paradoja: la indiscriminada proliferación de gustos de todo tipo
y, simultáneamente, de productos para todos los gustos, significa
tan sólo que el hombre carece cada vez más de gusto propio. ¿Y
cómo referente qué nos queda? ¿En qué podemos confiar ahora sin
navegar en la respuesta borrosa y evasiva del milenarismo reinante?
Lo hemos dicho al principio: en la vida, y en su expresión reposada:
la memoria.
Pero, como críticos de periódico, ¿no deberíamos hacernos aún
unas cuantas preguntas tales como qué es un periódico y qué es un
crítico de periódico o si existen acaso semejantes críticos?
La pregunta clave es esta: ¿Para qué lee la gente los
periódicos? Y la respuesta es esta: para saber cuando pasa, por qué
pasa, donde pasa, cómo pasa, qué pasa para que pase lo que pasa y
qué es lo que nos pasa.
La crítica debe proporcionar al público todos los elementos
necesarios para que pueda “ver” con claridad el libro que está
leyendo y para que pueda, en medio del ominoso mar de novedades,
promociones, reediciones y premios, encontrar el libro que desea
leer.
Debe, además, esforezarse para que la literatura no retroceda,
ni se estanque. En un país como el nuestro (que en eso se parece
mucho a los demás), donde somos tan reacios a pasar las páginas del
libro de historia del arte que ya más o menos habíamos aprendido,
donde siempre pretendemos que cada lección sea definitiva, esta es
una misión que no carece de importancia. También, seguramente, es,
junto con la que obliga al crítico a procurar que el lector no sea
engañado, la más amarga de sus obligaciones. Y en este, al fin y al
abo país latino donde toda discordia es violencia, tendemos a pensar
que la discusión confunde, olvidando así la viejísima lección:
contrarium est utilem et en discordia nescentur omnia.
Y, por fin, la última pregunta, la que todos ustedes llevan un
rato haciéndonos y cuya sola mención nos hace temblar: ¿Cómo
sabemos quién es y quién no es un crítico en un país donde son
los escritores lo que parecen (y no a la inversa como dicen que debe
ser) críticos frustrados, donde se contabilizan más críticos que
lectores y donde se llama crítico a cualquier cosa que cite a
Steiner? Pues bien, también esta es una pregunta fácil de
responder: por sus obras los conoceréis, no hay otro modo.
Y, en fin, esto nos proponemos los abajo firmantes: devolver la
literatura a la sociedad. Al crítico, recordarle que debe echar un
par de vistazos al frente por cada uno hacia atrás. El mudo avanza.
Que nuestro método se muestre al alcance de la vida, eso es todo,
porque la vida jamás estará al alcance del método
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