domingo, 20 de noviembre de 2016

A la lengua gallega en homenaje


Ponte de Navia
                                                                              Para L.

Tengo para mí que la lectura más que de ese "dialogo de intimidades" del que tan complaciente y halagadoramente se habla, se trata de un proceso en el que el yo semántico y sintáctico (el yo como texto) choca, rebota y fricciona con otros textos que a su vez interfieren, infiltran y construyen ese imaginario en el que, al imaginarnos, nos reconocemos: el texto de nuestra lectura del mundo y el texto de nuestra lectura de lo literario. Hablar, por ejemplo, de este poema de Xosé Luis Méndez Ferrín supone, sin abandonar el necesario decoro, hablar del yo de quien esto escribe y de sus lecturas.
Un yo en el que la lengua gallega actúa más como una exclusión que como un exilio, como destierro de una tierra que nunca llegó a habitarse plenamente y que hubo de construirse casi desde la sola voluntad en el proceso de búsqueda de equilibrio, social y biográfico que todo proceso de emigración conlleva. Dicho de otro modo: fue Madrid quien hizo gallego a ese yo y fue Madrid (como podía haber sido Bilbao o Barcelona) quien le hizo volver hacia una lengua que, aun sin formar parte del proceso de formación esperable o primigenio, ocupaba un espacio - un principio de incertidumbre- con posibilidades de integrarse, hasta cierto punto, en un proyecto de autobiografía en el que la lectura política de la realidad iba dejando sus huellas gramaticales al tiempo que, como buen componente de aquella España del desarrollo tardofranquista, alimentaba la "vida interior" y el "desclasamiento intelectual" con un automaster cultural teñido de "existencialismo de izquierdas", es decir, Sartre por aquí, Blas de Otero por allá, las elegías de Rilke desocupando la nefanda y ñoña educación de colegio de curas, gotas de Auden, chaparrón de Guillén y Cernuda, el horizonte de Gil de Biedma, la sombra de Valente, primeros encuentros con los espejos de Borges y trasvases esteticistas apresurados y en malas traducciones de Tralk, Saint John Perse o Mallarmé. La Educación General Básica de una clase media en ascenso cultural.
Encontrarse con este poema de Méndez Ferrín a finales de los años setenta y con el equipaje mencionado a cuestas, supuso el encuentro con una propuesta de horizonte vital y civil en el que lo personal (el deseo) y lo colectivo (la lengua) confirmaban y recordaban la posibilidad de seguir creyendo que la vida merecía la pena si la aspiración a la dignidad formaba parte de ella. Una dignidad sin trampas y en la que por tanto el yo y el tú, lo personal y lo colectivo, eran maderas de un mismo barco.
Este poema de Ferrín parece un poema de amor (y lo es), parece un poema pornográfico (y lo es), parece un epitalamio (y seguramente eso es lo que es) pero sin dejar de ser todo eso es, sin duda y sobre todo, el canto de amor a una lengua. A la lengua gallega en concreto pero a toda lengua en universal. La prueba poética palpable (y el tacto no es una mera metáfora en este poema) de que la vieja polémica entre expresión y comunicación es tan sólo un síntoma más de esa esquizofrenia alienadora en la que nos quieren obligar a vivir. La lengua como argumento último y mayor de que la vida podría ser otra cosa y por tanto es otra cosa.
Alguien me contó que en Bupadest existe un número de teléfono en el que uno puede oír el sonido A - el acorde de Do menor- cuando necesita afinar algún instrumento musical con desarreglos. Vuelvo a la lectura de este poema cuando la desorientación vital y civil me ronda como canto de sirenas o como "ollos negros de nenos mortos cravados nas salas do pazo". Leo la naturalidad con que fluyen en él los materiales de la vida cotidiana: luz, carbón, pólvora, ladrillo, fósforo, ríos, mar, piedras, sedas, pan, lumbre. Leo la posibilidad realizada de un pedir - ponte de - que no sea ejercicio de mando, de un sexo en el que la exaltación no provenga del desespero, de una alegría sin autoengaño - o lume bo e a morte -, y de una ternura - naceránche nos ollos lúas, vésporas e un xerriño de mel- que no se alimente de lo cursi o de lo bonito (esa pereza de lo bello).
Pero sobre todo es un poema que oigo porque se atreve a hablar en voz alta. Oigo una voz que no pide disculpas por existir. El sonido de una lengua puesta en pie, erguida, haciendo manifiesto el derecho a vivir y nombrar la plenitud concreta de la vida. La voz de un no-esclavo.


Posturas pra copular en homenaxe

Ponte de lus, carbón, pólvora e ollos
negros de nenos mortos cravados nas salas do pazo.
Ponte de corazón, ladrillo, fósforo
con cincocentas espirais para chegar ao verde cumio i escusadas sedas.
Ponte de mar, estrondo, primavera
e mans estremecendo o vaso, amante, no que cantan as sedes doutro tempo.
Ponche de contemplar, amor, antigamente
e docísimamente e perder como vidas vellas e tirar coa chaqueta cada día.
Ponte de ponte; ponte, amiga, en ponte
estrangulando o río no que muxo e urro con carballos, follas.
Ponche para saír a saia nova
e, tan cursi polo xardín, naceranche nos ollos lúas, vésporas e un xerriño de mel.
Ponte de costas, natural e lume
negro polo baixío conmoveráche os dentros con arruallo vivo sen vivir en min.
Ponte de pel de añuca, de croiño,de hombreiro,
penedo do crepúsculo, atal coma unha caixa de música ou cerdeiras.
Ponte de frío, ponte estatuaria
e cada embate será líquido inmóvil, abril de xade, nódoa de alabastro.
Ponte de recurrer, ponte de língoa
e unión, trebón, carne polo discurso, verbas como panascos orballados.
Ponte de viño, en fin, e de cabazo
e teñamos, amor, amor, unha fogaza candeal e ollos para fitar o bo lume e a morte.


Posturas para copular en homenaje

Ponte de luz, carbón, pólvora y ojos
negros de niños muertos clavados en las salas del pazo.
Ponte de corazón, ladrillo, fósforo
con quinientas espirales para llegarle a la verde cumbre y ocultadas sedas.
Ponte de mar, estruendo, primavera
y manos estremeciendo el vaso, amante, en el que cantan las sedes de otro tiempo.
Ponte de contemplar, amor, antiguamente
y dulcísimamente y perder como vidas viejas y tirar la chaqueta cada día.
Ponte de puente; ponte, amiga, en puente
estrangulando el río en el que mujo y bramo con robles, hojas.
Ponte para salir la falda nueva
y, tan cursi por el jardín, te nacerán en los ojos lunas, avispas y una jarrita de miel.
Ponte de espaldas, natural y fuego
negro por los bajos conmoverá tus adentros con gruñido vivo sin vivir en mí.
Ponte de piel de nuca, de guijarro, de hombro,
peñasco del crepúsculo, al igual que una caja de música o cerezas.
Ponte de frío, ponte estatuaria
y cada embate será líquido inmóvil, abril de jade, estigma de alabastro.
Ponte de recurrir, ponte de lengua
y unión, tormenta, carne por el discurso, palabras como pasto lloviznado.
Ponte de vino, en fin, y calabaza
y tengamos, amor, amor, una hogaza candeal y ojos para mirar el buen fuego y la muerte.

Versión de Eloísa Otero y Manuel Outeiriño

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