Karl Marx: el
narrador de la Nación Obrera.
Escribir en mitad
de la tormenta. Para salir de inwit. José L. Mellado
La Literatura, así
con mayúsculas, es un invento del siglo XIX. Antes lo que había era
Las Bellas Letras como parte de La Bellas Artes que es expresión que
todavía perdura. Es entonces cuando se escriben las grandes y
fundamentales historias de la Literatura, o mejor, de las
Literaturas, porque se empieza a hablar de una Literatura Universal
pero de lo que en verdad se trata es de crear, cada mochuelo en su
olivo, las respectivas Literaturas Nacionales. Siguiendo el impulso
cultural del romanticismo se trata de aunar tradición y modernidad,
historia y Estado, la palabra y la identidad. En cada nación brota
la necesidad imperiosa de establecer tradiciones que permitan,
apoyándose en las manifestaciones de lengua común, legitimar su
propia existencia como nación, la unidad de destino en lo universal
que dijo aquel. Resucita el Cid en España, La Chansón de Roland en
Francia, los Nibelungos en Alemania y hasta Robín Hood en
Inglaterra. Se acuña el término de Literaturas Nacionales y a
través del sistema educativo se convierte la literatura en una de
las señas de identidad más relevantes a la hora de “hacer
Nación”.
...se ve el
mundo:/ un gallo sin cabeza/ que corre como loco por el patio. J.
L. Mellado
A lo largo del siglo
XIX la Nación, como concepto político se asentó como realidad
social, económica, cultural y, no lo olvidemos, militar.
Políticamente ese asentamiento se produce a través de su plasmación
como Estado, ese conjunto de instituciones que gestiona, ordena y
vigila “el trasiego” de relaciones individuales y colectivas que
se dan en su geografía. En ese gran movimiento de las naciones hacia
ser Estado no todas alcanzaron la meta deseada por muy distintas
razones que bien se pueden resumir en una sola: no lograron reunir el
poder suficiente para pasar del “ser” al “estar”, del deseo a
la realidad. El “ser Nación” requiere la presencia de distintas
y entrecruzadas características: desde contingencias geográficas o
étnicas hasta una lengua común, pasando por la existencia de esa
memoria y autoconciencia que otorga una historia colectiva dotada de
diferencia específica. El “estar en Estado de Nación” requiere
ante todo reconocimiento ajeno y propio, borrar fronteras o aduanas
hacia dentro y establecer respeto hacia fuera. Esa necesidad de
respeto se plasma en la reivindicación de la cultura en tanto
expresión del “espíritu” nacional. La cultura como mecanismo
para marcar territorio y la literatura como mediador semántico
fundamental a la hora de legitimar, construir o rechazar identidades.
La literatura como prueba de nobleza, de madurez, de exaltación, de
insatisfacción. Narcisismo colectivo que la clase dominante, la
burguesía dirigente que tiene en sus manos el proyecto de nación,
venderá como algo ina-preciable y superior, al resto de la
población.
Que estire hasta
romperse, por si así cabe todo/ Que el chasquido nos salve. J.
L. Mellado
Hace ciento
cincuenta años que se publicó El Capital. Dentro de un año, en el
2018 será el bicentenario del nacimiento de su autor. El capital de
Marx, nos recuerda con especial clarividencia Manuel Sacristán, sin
duda el pensador español que más fructífera atención e
inteligencia ha prestado a su obra, nace como una propuesta para
fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación
de la sociedad. Es evidentemente un texto con una envergadura
intelectual y política que desborda todas las posibles
caracterizaciones que salen al uso. Es un tratado de economía, un
libro de Historia, una disertación filosófica y hasta un compendio
de antropología. Es todo eso y la suma global de todo eso que es
mucho más que el resultado de la simple concatenación de los
sumandos. “Su privilegiada mente y su dedicación tenaz a la causa
del proletariado, escribe Manuel Martínez Llaneza le permitieron
descubrir la naturaleza económica de la explotación capitalista –el
mecanismo de extracción de plusvalía– que grandes pensadores
anteriores no habían sido capaces de explicar. Sólo ese hallazgo
–de carácter científico y no ideológico– bastaría para
considerarlo una figura grande de la historia, si no tuviese sobrados
méritos en otros campos de la acción y del pensamiento”.
Y que llegue
mañana / y acordarse de todo. J. L. Mellado
El tiempo de Marx,
la almendra central del siglo XIX, es también el tiempo del
asentamiento de la literatura nacional al servicio de la Nación. La
literatura como mecanismo de expresión y reconocimiento de una
comunidad nacional que a su través se construye a si misma como
lenguaje, como trama, como narración. Es el tiempo en el que la
novela se constituye en género hegemónico y desde esa hegemonía
cuenta y recuenta la historia e historias de una burguesía que se
siente y ve como clase universal. Los grandes relatos burgueses del
XIX tienen su lugar en las paradigmáticas obras de Balzac y
Flaubert, Dickens y Wilkie Collins, Manzoni y Fóscolo, Galdos y
Alarcón, Fontane y Keller. Grandes narrativas nacionales que actúan
como sobrelecturas de la historia, a veces, pocas, contradiciéndola,
casi siempre transfigurándola en aconteceres de la individualidad en
el interior de la sociedad civil, naturalizando los imaginarios de la
burguesía, sus valores, sus contradicciones, sus empeños, sus
biografías. La burguesía como gran protagonista contando su propio
historia. En pocas ocasiones, concediéndole un papel secundario y
sentimental y más en clave de pobreza que de explotación, el
proletariado hace acto de presencia: Hugo, Sué, Elisabeth Gaskell.
Si atendemos a la historia de la literatura podemos afirmar que el
proletariado no tiene quien le escriba. Pero si cuestionamos el
concepto estrecho, reducido e interesado de qué sea la literatura y
admitimos que literatura es la narración que una comunidad hace de
si misma a través de todos los medios de expresión a su alcance,
inesperadamente cabe comprender que El Capital es la gran narración
de la Nación Obrera. Porque lo que Marx escribe es el relato donde
el trabajo, en su lucha contra el capital, es el protagonista de la
historia restituyéndole ese papel que la burguesía ha venido
negándole. Desde este ángulo, que salta por encima de las
consideraciones estéticas con las que la burguesía ha establecido
las fronteras de lo literario, la narración que Marx lleva a cabo es
la historia de esa nación, la Nación Obrera, que algún día, con
el empuje de los comunistas y las comunistas será la nación
universal.
Publicado
en el Nº 305 de la edición impresa de Mundo Obrero abril 2017
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