Problemas
ante el espejo
EL
PAÍS, 31 / 1 / 1988
Los
alegres muchachos de Atzavara
Vázquez
Montalbán es uno de esos autores de los que suele decirse que no
necesitan presentación. Suele ocurrir, sin embargo, que los
personajes que no requieren presentación son los que más necesitan
de ella si quien a ellos se acerca pretende evitar el alud de clichés
que los rodean.
A
riesgo de generalizar en exceso, entiendo que toda la novela española
actual tiene un origen común: el realismo. Ha nacido con él o
contra él, pero en el realismo tiene su referente insoslayable, lo
que un freudiano llamaría su imago paterna. Matar al padre es bueno
y necesario. Lo malo es que pocos —Benet, Mendoza, Millás,
Guelbenzu, Gándara— se dieron cuenta de que ya antes del asesinato
aquel padre era un cadáver, y muchos fueron los que perdieron tiempo
y aliento en sembrar de cuchilladas el cuerpo de un fantasma con la
triste consecuencia de que todavía hoy arrastran su desorientación
y orfandad por las calles de las últimas literaturas germánicas,
sajonas o italianas.
Vázquez
Montalbán lo tuvo fácil: estaba al lado del realismo cuando el
realismomurió. No perdió el tiempo haciendo leña del árbol caído.
Dejó que los muertos enterrasen a sus muertos y salió a la calle.
Sin complejo de culpa encima, la literatura de Vázquez Montalbán
recogió lo mejor de la herencia del realismo: la voluntad de narrar
los cambios de conciencia —Una educación sentimental—, y
abandonó lo peor: su idealismo paternalista —En Los mares del
Sur—. No es de extrañar que con ese equipaje encontrase en el
género policíaco su terreno apropiado, en donde, hasta el momento,
ha logrado sus mejores resultados.
Desde
la novela de género, Vázquez Montalbán ha trazado una crónica de
lo contemporáneo y lo ha hecho cumpliendo la exigencia mínima que
cabe pedirle a un escritor que se acoge a una retórica: violar y
modificar esa retórica. Lo que no le ha impedido caer en su propia
tentación: en la reproducción estática del género que él mismo
había construido: la novela policiaca de Vázquez Montalbán. Llegó
así un momento en el que era evidente que el desarrollo de su obra
implicaba la ruptura con esa serie: su punto de vista se estaba
volviendo manierista e insuficiente. Los alegres muchachos de
Atzavara, como El pianista, proviene, entendemos, de esa necesidad.
En
la novela, Vázquez Montalbán parece haberse propuesto abordar
—narrativamente— las raíces de nuestro presente. Se remonta para
ello al año 1974 —el año de la flebitis de Franco— y se centra
en un grupo de exquisitos veraneantes que entretienen sus vidas
jugando a sentirse libres y liberados. Por sus perfiles cabría decir
que nos encontramos con lo que podríamos llamar el antifranquismo
sociológico, es decir, entre gente que vive en la privacidad, se
asoma a otros espejos —vía sexo— y acaba por reacomodarse en lo
privado. La novela es la historia de ese impotente intento de
asomarse al exterior, "y si al romperlos (los espejos) te quedas
para siempre sin la antigua imagen a cambio de no tener una imagen de
repuesto". En ese sentido, la novela podría entenderse como un
acercamiento a los materiales humanos disponibles antes de la
transición.
"Una
novela es una impresión personal de la vida. Veo dramas dentro de
los dramas e innumerables puntos de vista". La frase de Henry
James se ajusta a Los alegres muchachos de Atzavara. A partir de
cuatro puntos de vista, la novela se entreteje. Esta técnica —esta
actitud ética y estética— requiere que el escritor seleccione
equilibrada y certeramente los materiales con los que va a trabajar:
el hecho o experiencia sobre el que recaerán los diferentes puntos
de vista y los soportes de esos puntos de vista.
En
estos tres aspectos la novela presenta grietas. La experiencia
catártica no coincide para cada voz narrativa; en cada narración la
voz del escritor interfiere en el discurso del personaje, y la
selección de puntos de vista deja fuera de juego a las presencias
más significativas del grupo. Valga como ejemplo de lo
dicho el momento en que el primer narrador, un miembro del
proletariado de nuevo cuño, valora su historia: "Pasada aquella
experiencia, ni ellos pueden esperar nada de mí, ni yo nada de
ellos". Tal conclusión es exterior a la novela. Nada en ella
narra este juicio, pues ni antes ni después de la experiencia ellos
esperaban nada de él.
La
novela, sin embargo, acaba imponiéndose al lector, y éste agradece
que alguien le permita disfrutar con una lectura que le lleva a
dialogar consigo mismo.
Parece muy interesante. Leo que es una obra de 1987, aunque, al parecer, la edición que ahora se puede comprar es de 2000. No está en casi ninguna librería. Los libros se van muriendo si nadie habla de ellos. Me lo apunto.
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