jueves, 2 de febrero de 2023

S. Zweig. Un gran escritor menor.

Un gran escritor menor


Stephan Zweig es el autor de una de las mejores novelas decimonónicas del siglo XX, La piedad peligrosa, y de una autobiografía, El mundo de ayer, indispensable para entrever la vida cultural y literaria que bulle en aquella Viena de entreguerras donde autores como Robert Musil, Kart Kraus o Elías Canetti están escribiendo gran parte de la mejor literatura europea contemporánea. Zweig es además el autor de toda una larga serie de biografías, ensayos y narraciones de corte psicológico y sentimental que lo convertirían en uno de los escritores más leídos y traducidos en su tiempo y que, al menos desde la reedición de las dos obras mencionadas, ha venido protagonizando un glamuroso revival editorial constituyéndose de facto como el autor austriaco con mejor presencia en el escaparate cultural de este hoy que ha visto como recién y paradójicamente su compatriota Elfriede Jelineck, la última Premio Nobel no contaba - para vergüenza y sonrojo de una industria cultural tan dada a la autocomplacencia - con ningún título vivo en el espacio editorial en lengua castellana. En la onda de este retorno de Zweig aparecen los títulos que dan lugar al presente comentario.

Ardiente secreto es una novela corta muy representativa de sus modos

narrativos más característicos: la elección como materia del relato de una anécdota biográfica que por su relevancia va a determinar toda la vida del protagonista o protagonistas de la historia, es decir, la acotación como espacio para la narración de un momento único, abismal y trágico; la puesta en escena del juego de sentimientos conscientes o inconscientes que chocan, estallan y participan en ese demiúrgico momento; la cuidada construcción de un escenario realista hasta el detalle que otorgue al relato una alta impresión de verosimilitud y la utilización de una prosa muy transitiva o funcional sin por ello renunciar a un estilo con ecos de la “alta escritura”.

El relato sigue el perfil de una historia de adulterio si bien este aspecto de la trama está al servicio de un argumento que da cuenta del desgarro y desquiciamiento que se produce en el interior de un niño cuando este sufre el egoísmo y traición de los adultos: la madre adúltera y el atractivo amante cuya estrategia de conquista exigía la preliminar seducción de ese hijo que, sin embargo, ante la llegada del padre atiende con su silencio la muda petición materna, guarda el secreto y rubrica con este gesto su adiós a la infancia. El choque de sentimientos que el niño-adolescente padece, aun sin seguir al pié de la letra la ortodoxia freudiana, traduce con eficacia las pulsiones turbias que el psicoanálisis aporta a la construcción psicológica de los personajes literarios y el morbo latente de incestos, homosexualidades y muertes del padre dotan a la historia de una apariencia de “alta profundidad” que se ve convalidada por el uso de un fraseo que recoge esa cadencia de sustantivos, adjetivos e imágenes que se encuentra en toda sobresaliente y buena redacción escolar. A Zweig, que escribe dentro de esa grandiosa constelación centroeuropea que conforman autores como Musil, Thomas Mann, Herman Hesse, Joseph Roth, o Kafka parece fallarle el sentido de la jerarquía compositiva, esa cualidad que – antes del relativismo postmoderno- era frontera entre lo que se entendía por un gran escritor y un gran escritor menor. En su relato vemos y creemos los gestos externos del protagonista, la impaciencia de sus pies, de su mirada, de sus movimientos y como lectores sentimos simpatía hacia él. Pero la narración chirría y se despeña una y otra vez siempre que intenta – y lo intenta muchas veces- apoyarse y apoyar el punto de vista interior de ese personaje al que ni el estilo indirecto libre ni los toscos intentos de monologo interior logran conferir credibilidad.

La Correspondencia con Sigmund Freud, Rainer María Rilke y Arthur Schnitzler editado con un aparato de notas y comentarios cercano al rigor académico sin por ello perder ese aire de “curiosidad malsana” que suele caracterizar a este tipo de lectura, no parece que sea un libro imprescindible para quien quisiese avanzar un algo en el conocimiento de los tres corresponsales de Zweig pero resultará útil, y agradable, para aquellos que no habiendo leído sus memorias – absolutamente recomendables- deseen hacerse una idea del contexto cultural donde se construye como escritor. Si en cada caso la relación contiene matices propios no deja de asombrar que su actitud de admirativo respeto ante los tres puede llegar a sonar en ocasiones a interesado pasteleo cuando no a un mero intercambio de halagos y promociones no siempre favorables para la imagen de un Zweig que parece encarnarse con gusto en una especie de “conseguidor” o agente literario internacional sin ánimo ni afán de lucro (al menos económico.)

La nueva y generosa acogida que se está dispensando tanto por parte de la crítica como del público a este renacimiento de la literatura de Zweig no deja de ser llamativa y mueve a todo tipo de especulaciones. Desde los que vislumbran semejanzas entre la Europa de entreguerras y el desorientado mundo postmoderno actual, hasta los que simplemente entienden que este retorno de uno de los más claros representantes de lo que Adorno llamaría la “alta literatura de masas” levanta acta de un proceso de erosión cultural y literario en el que la cursilería estética, los aspavientos del alma ociosa y una cultura de pret-a- porter serían rasgos pertinentes.


1 comentario:

  1. Últimamente abandono cualquier relato que no me llegue, si no me creo lo que estoy leyendo, me da igual cómo esté escrito, sin credibilidad no hay historia o es espuria. Me apunto lo del estilo indirecto libre.

    ResponderEliminar