domingo, 23 de marzo de 2014

Los escritores mexicanos y la guerra fría cultural.


Una increíble novela de espías

 El mundo literario latinoamericano se vio sacudido con la noticia: la publicación de un documento inédito en el que se señala el patrocinio de la CIA en el principal semillero de escritores mexicanos. El caso expone a la luz una incómoda realidad, la relación subyugada de los creadores con los intereses estadounidenses.

En uno de sus más grandes momentos como estadista, el último dictador que el
pueblo mexicano tuvo como la gente, Porfirio Díaz, expresó una frase digna de figurar en la bandera: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, definiendo en un tuit las convulsas relaciones entre el país más poderoso del mundo y su perenne vecino mancillado.
Por fortuna, no hay que haber leído a Eduardo Galeano para corroborar lo que todos los latinoamericanos conocemos: la injerencia de los estadounidenses en el subcontinente ha sido absoluta, ya sea poniendo o quitando gobiernos, a través de su inmenso influjo cultural o merced de sus incontables empresas, que gobiernan buena parte del planeta. Sin embargo, gracias a un artículo firmado por Patrick Iber en el blog de la Society for U.S. Intellectual History, trascendió que la Agencia Central de Inteligencia (la temida CIA, por sus siglas en inglés) fue la que apadrinó en secreto a los escritores mexicanos más destacados del siglo XX, y lo hizo a través del célebre Centro Mexicano de Escritores (CME), que durante más de cincuenta años se dedicó a dar estímulos económicos a algunos de los más brillantes autores mexicanos.
Siento precedente. En 1951, y bajo el comando de Margaret Shedd, se creó el Mexican Writing Center, que a finales de ese año sería conocido por su nombre definitivo y se dedicaría, desde entonces y hasta el primer lustro de este siglo, a dar becas a jóvenes escritores con fondos provenientes de la fundación Rockefeller. El primer consejo literario estuvo conformado por Julio Torri, Alfonso Reyes y Agustín Yáñez.
Inspirado en el Iowa Writers’ Workshop, el CME cobijó a los principales autores de la literatura mexicana del siglo XX, entre los que se cuentan nombres como Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Alí Chumacero, Juan José Arreola, Jaime Sabines, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Inés Arredondo, Esther Seligson, Emilio Carballido, Ricardo Garibay, Jorge Ibargüengoitia y Vicente Leñero, entre otros.
De acuerdo con Iber, el CME, inspirado en el modelo del Iowa Writers’ Workshop, recibió subsidios desde el inicio de sus funciones por parte de la Farfield Foundation, una fachada de la CIA utilizada para realizar donativos a discreción con la finalidad de alentar diversas operaciones encubiertas. Posteriormente, el apoyo sería suministrado a través del Congress for Cultural Freedom, una institución que nacería con la finalidad de establecer una comunidad intelectual para promover los valores democráticos, combatiendo la pérfida amenaza del comunismo.
De acuerdo con Iber, la intención de fundar el CME estaría directamente relacionada con los intereses americanos, razón por la que a Juan Rulfo le habrían ofrecido algunas facilidades para comprar un terreno en el que pudiera escribir a sus anchas, con la finalidad de tener una figura de contrapeso ante la presencia descomunal de Pablo Neruda. Rulfo, lacónico como era, nunca volvió a publicar un carajo. Y no se sabe qué pasó con el terreno.
Revisando páginas por la web, resulta macabro conocer los testimonios sobre los becarios, que eran sometidos a un test de personalidad preparado con seguridad por una mente siniestra. Como muestra, vale reproducir la descripción de un informante sobre Vicente Leñero: “Inteligente. No hay pedantería ni rasgos de autosuficiencia. Más bien modesto. Inhibido. Escasos mecanismos de proyección e identificación. Evidentes elementos de inseguridad que muy probablemente están integrados a un núcleo conflictual más profundo”.
¿Fungió el CME como una penetración subterránea de los intereses estadounidenses en México? Así lo parece si nos atenemos al guión de esta novela de espías, que deja atrás cualquier teoría conspirativa digna de un novelista mediocre y pone en escena una atroz realidad simbólica: el corazón de la literatura mexicana fue patrocinado por una operación orquestada contra los enemigos del Imperio.
En opinión de Iber, la creación del CME ejemplifica “la capacidad de los productores culturales de utilizar la política de la Guerra Fría para favorecer sus propios esfuerzos”, algo que ya había sido notado por la investigadora de la universidad de Indiana Deborah N. Cohn en su libro The Latin American Literary Boom and U.S. Nationalism during the Cold War, donde relata la historia de la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal, en la que colaboraron los autores más señeros de la época (Sarduy, Marechal, Sartre, Parra) y que también recibió subsidios de la CIA, por lo que autores como Mario Benedetti, Julio Cortázar y Roberto Fernández Retamar, abiertamente procubanos, se rehusaron a colaborar en sus páginas. ¿Supieron los escritores implicados quién pagaba las cuentas? ¿Hubo genuflexión ante una potencia extranjera? Lo único cierto es que las intenciones de la CIA fracasaron como medio de control de la diplomacia cultural y dejaron algunos de los mejores libros de la literatura española del siglo pasado. A veces, el tiro sale por la culata.
Moraleja: si uno no sabe para quien trabaja, probablemente lo esté haciendo para la CIA.

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