Eutanasia de la crítica
Guillermo Piro.
Perfil.com.
Hay un pequeño libro del italiano Mario Lavagetto (Parma, 1939)
–del que tomé el título sencillamente porque es inmejorable– en
el que el autor plantea una actualización del paradigma que Georges
Steiner planteó allá por 1992. Si Steiner planteaba que ahora se
lee más “sobre” una obra que la obra misma, Lavagetto plantea
que ahora se sigue sin leer a la obra misma, pero tampoco se lee
“sobre” la obra. La crítica ha muerto, sentencia Lavagetto, pero
en su caso no es posible aplicar la posible reinterpretación del
famoso refrán “a rey muerto, rey puesto”: nadie es indispensable
en ningún trabajo o posición, y cuando un lugar queda vacante,
sobran candidatos para volver a ocuparlo. Con la crítica no pasa
eso: muerta la crítica, su lugar lo ocupa la reseña
condescendiente, la operación de prensa. Las definiciones de crítico
son innumerables, y cada uno puede aportar la suya, pero, en mi caso,
creo que un crítico es aquel que cada vez que toma la palabra se
agencia, al menos, un enemigo. Si no lo hace, está desperdiciando
algo: una oportunidad o un don. Y, sin embargo, los autores siguen
confesando que les temen a los críticos, lo que no tiene sentido, o
en todo caso tiene un sentido similar a cuando alguien confiesa que
le teme a la lluvia, a la oscuridad o a las moscas. Tal vez, al decir
que le temen al crítico lo que tratan de decir es que le temen a ser
ignorados por el crítico, lo que significa temerle a pasar
inadvertido. Porque el crítico literario perdió todo gusto por la
yugular, esa pulsión que llevaba a Momo –el dios del Olimpo, la
personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica–,
por ejemplo, a apreciar la última creación de Poseidón, a darle
vueltas alrededor y terminar dictaminando: “Creo que hubieras
debido ponerle los cuernos más abajo, porque de este modo es incapaz
de ver lo que embiste”. Al igual que al crítico, cuando
existía, a Momo se lo acusaba de ser un holgazán, más proclive a
reprehender y hacer observaciones sobre las obras y trabajos ajenos
que a crear algo propio, pasible de ser a su vez reprehendido y
observado por los demás. Momo aparece en las obras de Luciano de
Samosata y es enternecedor verlo tratando de contenerse. Pero su
instinto crítico suele poseerlo y, finalmente, luego de una pequeña
introducción donde da cuenta de un impulso que no puede reprimir,
enumera los defectos que ve. Hay en el verdadero crítico también
cierta obstinación que irremediablemente se perdió. Recuerdo la
historia de un crítico de la antigua Grecia que había osado
criticar con dureza los poemas de su soberano y había sido condenado
a un año de trabajo en las canteras de piedra. Al cumplirse su
condena, el soberano lo mandó a llamar y le preguntó si estaba
dispuesto a rever su postura, a lo que el crítico, dirigiéndose a
la puerta por la que había entrado, se limitó a responder: “Otra
vez a las canteras...”.
Veo en esa pequeña historia una fidelidad al pensamiento propio y
una inclinación hacia lo que es justo y verdadero que
irremediablemente murió. Y no se me ocurre cómo se lo puede
revivir. Sólo queda, como dice Lavagetto, practicar la eutanasia y
ocuparse de otra cosa
Creo que hoy día nadie va a pagar una crítica (si no sabe con seguridad que va a ser condescendiente). Y como los Medios tienen intereses «literarios», pues tampoco van a echarse piedras en su propio tejado. Así que podría practicar la crítica alguien con criterio que no tenga miedo de enemistarse con la mayoría. Pero pienso que un crítico también ha de leer mucho, para que casi todos reciban su merecido. Un asunto complicado. Yo, por ejemplo, continuamente leo obras mediocres (en mi opinión-bajo mi humilde criterio), pero solo menciono (o reseño) las que me gustan. Últimamente «Paraísos» y «Dejemos el pesimismo para tiempos mejores». No obstante, por cada una de estas, hay siete mediocres y catorce pésimas de las que no hablo. Motivo: soy un don nadie que ni siquiera consigue publicar y... si encima empiezo a rajar...
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