Quizá sea la explicación del ninguneo el más notable
ejemplo particular que ofrece El laberinto de la soledad de la
manera en que Octavio Paz acostumbra hacer “como que” se enfrenta
dialécticamente con la realidad, cuando, en rigor, nos "disimula"
la existencia antagónica de todo “lo otro”, escamoteando así el
verdadero proceso dialéctico. Pero más allá de ejemplos
particulares, una y otra vez a lo largo del libro, el hueso
verdaderamente difícil de roer con que tropieza el poeta, la otredad
absoluta cuya existencia no logra “disimular”, es la Historia; la
Historia que trata de ningunear desde el Mito y se le mete de rondón
en las “reticencias” de sus silencios, se invita donde no la
llaman y, quieras que no, brota entre las contradicciones del
brillante lenguaje “poético”, exigiendo que de ella se hable.
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Sospechemos que aquí “lo otro” -
presente hasta en “la reticencia de nuestro silencio”-, aquello a
lo que Paz alude esquinadamente, es la idea marxista de la Historia,
que lamentablemente, o tal vez por conveniencia, confunde con su más
vulgar expresión “mecanicista” y “deshumanizada”. Cómoda
forma ésta de permitirse el lujo de “flotar”, de no tener que
oponerse a una interpretación de la realidad – tal como se
encuentra, por ejemplo, en el Dieciocho Brumario de Marx –
en que la clave es, precisamente la reciprocidad de “los diversos
componentes de un hecho histórico”. Pero si Paz ha decidido hacer
que lucha con un fantasma en vez de enfrentarse seriamente con lo que
en verdad se opone a sus mitologizaciones, el hecho es que ahí está
“el hueso duro de roer” de todo antihistoricismo: de ahí las
alusiones y confusiones de quien, queriendo mantener al mexicano en
una intemporal “noche de piedra”, se ve obligado, una y otra vez,
a referirse a la Historia; de ahí que quien escribe que “toda
explicación puramente histórica es insuficiente” (aunque no
falsa), escriba laberínticas y tautológicas palabras como aquellas
en que nos explica que “lo que distingue a un hecho histórico de
los otros hechos es su carácter histórico”, donde o hemos de
suponer que hay hechos humanos no históricos (lo cual es mucho
suponer), o no se dice nada al final de la idea que no se haya dicho
ya en su principio.
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Así, la lectura crítica de El
laberinto de la soledad, contra la intención de su autor, debe
servirnos para avanzar en la liquidación de los mitos y enseñarnos
a atender, a plena luz del día, a la Historia concreta; he ahí un
aspecto fundamental de la lucha de nuestro tiempo. Mal hará, desde
luego, quien tanto en la teoría como en la praxis no tome en cuenta
la existencia operante en la Historia de mitos y peculiaridades
psicológicas del pueblo en el que vive y con el que trabaja; pero
peor será si, conociéndolos, no intenta racionalizarlos en un
continuo proceso de desmitificación. En cuanto a los “fantasmas”
que “flotan”, bueno será encerrarlos en el closet que los
mitólogos insisten en mantener abierto para proveerse de los
bártulos con que las clases dominantes montan los “shows” de
birlibirloque para distraernos de la realidad de la Historia y
perdernos en artificiales laberintos de su exclusivo dominio.
EL LABERINTO
FABRICADO POR OCTAVIO PAZ. De mitólogos y novelistas. Carlos
Blanco Aguinaga. Ediciones Turner. Madrid 1975
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