miércoles, 2 de abril de 2014

LA LEY DEL MARKETING.


POÉTICAS DE LA NARRACIÓN (6)

Seguimos: El Escritor: Aquel que tiene algo que decir y no sabe cómo hacerlo. Antes de entrar en materia resulta necesario un pequeña digresión retroactiva. Hemos dicho: El Escritor, y hemos dicho: Aquel. Y deberíamos haber escrito El Escritor y La Escritora, y Aquel y Aquella. Porque ya sabemos que según los muchos y muchas (pero cada vez menos) es obvio que la declinación en masculino integra la totalidad de géneros pero lo que la gramática pondera no siempre responde a lo real y porque lo que en apariencia es obvio no sino con frecuencia y hábito una forma de ocultar o desplazar lo evidente: que hay un Escritora que Escritor no subsume al igual que hay un Aquella que el Aquel no evidencia. Dicho esto y manteniendo en lo posible y contra viento, posición y costumbre la conveniente ruptura con la norma y con la lengua si fuera necesario, prosigamos:
Algo que decir. El lenguaje coloquial refleja la conciencia de ese decir algo cuando evacua frases como “ayer, al fin, conseguimos hablar”, “siéntate porque quiero decirte algo” “a ver si hablamos de una vez”, ”hay algo que no me estás diciendo”, “dime qué te pasa y déjate de literaturas”. Decir algo hace referencia a palabras que necesitan ser oídas y no simplemente dichas, que reclaman atención y reclaman atención porque decirlas y escucharlas dan lugar a consecuencias. Algo que decir no es lo mismo que decir algo porque ese “que” vehicula imperativo, necesidad, petición, relevancia. El Escritor, la Escritora escriben porque tienen algo que decir y no solamente porque quieran escribir (aunque podría argumentarse que ya el mero hecho de escribir es un decir algo, por ejemplo que se quiere ser Escritor y en efecto a este argumento un tanto falaz se agarra buena parte de la narrativa posmoderna y contemporánea ya en su condición metaliteraria ya en su vertiente de narcisismo y autoficción. Y decimos que es falaz porque solo aquellos hechos – escribir- que tienen consecuencias más allá del mero hacerse admiten a nuestro entender plena relevancia.
Pues en el qué de ese “algo que decir” está presente el a quien o quienes decir ese algo que hay que decir. Y parecería evidente, aunque como veremos no resulte tan obvio, que decir algo a alguien implica partir del entendimiento de que que lo que se vaya a decir resulte necesario o conveniente para aquel al que se le vaya a decir ese algo y que, por tanto, será precisamente ese estado de necesidad o conveniencia el que delimite el alcance y delimitación del a quien o a quienes decir. Otra cosa resultaría una impertinencia, eu entrometerse en el tiempo ajeno. Y sin embargo ese entrometerse sin permiso previo es precisamente la condición propia de la actividad literaria contemporánea: dirigirse a un no se sabe quien- el público, los clientes, los posibles compradores- con la presunción de que finalmente o están o estarán o podrían estar interesados en ese decir, pero interesados ya no tanto, o nada, por que ese algo tenga que ver con sus necesidades o conveniencias como con las conveniencias y necesidades que el sistema cultural de mercado haya sido capaz de inocularles.
Y ciertamente el modo de actuación de ese sistema de producción de necesidades culturales suele ser algo que se escapa a la condición de aquel escritor o de aquella escritora que en definitiva dependen de la producción editorial para que ese algo tenga posibilidades de encontrarse con su quien o quienes correspondiente (al menos mientras la irrupción de espacio de lo digital, circunstancia a la que atenderemos más adelante, no rompa esta secuencia de actividad). Por consiguiente el escribir está llamado a constituirse en momento separado del publicar aunque sean momentos distintos pero de una misma acción: decir algo a alguien. Esta separación permite que el Escritor o la Escritora se “descomprometa” de la acción total cobijándose, si le resulta rentable o conveniente, en ese momento anterior que pueden controlar: la escritura de ese algo que más tarde - y si le parece oportuno al sistema editorial- será encapsulado como mensaje en una botella de papel y echado al mar del mercado, y cuyo destino final- el encuentro con necesidades socialmente reales o industrialmente creadas- quedan fuera de la responsabilidad de quien escribe.
Pero en ese camino – la industrialización del escribir- el propio concepto del escribir y sus sujetos se ve si no amenazado sí al menos adulterado porque ese aquel o aquella que tiene algo que decir ya no establece relaciones constituyentes sino accidentales con sus destinatarios. Es el desvanecimiento de ese quien o quienes lo que provoca la profunda transformación de los textos literarios en meras mercancías de la industria del ocio y el entretenimiento al servicio del consumo de masas. Y este hecho, el estar al servicio de un consumo de masas- aunque luego resulte que ese consumo se quede en nulo o en minoritario-, retornará como consecuencia, esta sí, al momento mismo del escribir en cuanto que ese tipo de consumo obliga a la elección de un algo lo más lábil, banal e inconcreto posible a fin de evitar rechazos, manías, prejuicios y a prioris al tiempo que favorece la sobreabundancia de aquellas mercancías literarias con mayores y mejores posibilidades de publicitación. La ley del marketing. El imperativo capitalista.

5 comentarios:

  1. No sé si lo he entendido bien. Pero personalmente, cuando escribo y comienzo, a notar que me preocupa más llegar a un supuesto lector ideal o idealizado, ese que es todos y nadie, es decir más bien lo que ese conjunto de la sociedad siempre supuesta a priori, que es nada, me dice lo que es el lector, Detengo siempre la escritura. Porque de alguna manera, eso, no lo considero contar las historias contables, ni crear los siempre necesarios puentes de comunicación para ello, sino cierta manida y falsa reproducción de tópicos de nuestro imaginario social.

    Un saludo.

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    1. Es que indudablemente existe - quiero decir que circula- una imaginación hegemónica dentro de la cual coexisten una imaginación de derechas, una imaginación de centro y una imaginación de izquierdas que en el fondo se distinguen, las tres, por no molestar al sistema (capitalista) en tanto que no proponen otro imaginario social, otras relaciones de producción, otro sistema de propiedad. Creo incluso que hay una imaginación "radical" de tono vocinglero que encanta al inconformismo semántico. Por ejemplo:¿se puede hablar de sentido común en una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción y por lo tanto constitutivamente anticomún? ¿Qué imaginar produce esa propiedad privada de los medios de producción?

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  2. Son cosas muy complejas. Personalmente, creo que no podemos deshacernos de un plumazo de todo el "peso" de la historia. Del liberalismoclásico, del más conservador, el racionalismo, el capitalismo, la ilustración, el neoliberalismo. No es que la critique ni tampoco que me parezca obsoleta, ni mucho menos, no es esa mi intención, pero difiero en la clasificación de imaginarios sociales. También en que exista uno de centro. Cada vez más, me parece que existen meras adscripciones, a una especie de cajón de sastre. En mi opinión, el centro no es ni una ideología ni imaginario. Sino un giro linguístico. Una forma encubierta de despolitización. Y atisbo, que nuevas formas políticas e imaginarios se están gestando. Sólo que ya no son tan estructuralistas, sino más procesuales, aunque obviamente, las cosas no cambian al ritmo del rio del viejo Heráclito. Las lógicas se imbrican como decía Wittgenstein. En los sistemas nadie ni nada escapa a ellos. No hay dentros ni fueras. Tal vez centros periferias. Y creo profundamente que existen subjetividades sociales compartidas, tanto a nivel microsocial como macrosocial, con potencial para revertir las condiciones de vida cada vez más depauperadas, en múltiples aspectos por el neoliberalismo. Me estoy extendiendo demasiado. Lo lamento. Lo que sí me parece claro, para concluir, y no extenderme más, es que existen muchas muchísimas cuestiones de vital importancia, de las cuales nadie o casi nadie habla, o pone sobre la mesa. Pero la historia avanza siempre a tronpicones. No se puede llevar "todo" para adelante. Y no me parece menos cierto, que existen demasiadas "distracciones".

    Un placer poder comentar las entradas.

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  3. De acuerdo en lo del cajón de sastre: cada traje requiere su imaginación S, M, L o XL. No tan de acuerdo en lo de los trompicones porque no entiendo que la historia sea una forma de paciencia. Supongo que por eso, y aunque para mi desgracia me gusten más de lo debido, me producen rechazo esas novelas todocomprensivas que solo plantean preguntas.

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  4. Cuando leo esto y pienso en todo lo que se publica, siento impotencia. Como lector, me siento estafado cuando adquiero un crecepelo literario; como “escritor”, siento vergüenza de pertenecer (o querer pertenecer) a un colectivo de vividores (4ª acepción). Me preocupa mi responsabilidad literaria, no quisiera escribir textos lábiles, banales e inconcretos, si bien tampoco me obsesiono con “decir” algo trascendente, limitándome a expresar lo que siento, generalmente por medio de la ficción, pero, desde luego, cuando escribo siempre quiero decir algo, aunque nunca que quiero ser escritor. Como animal político y filosófico, obviamente debo dejar un rastro (o debería dejarlo si mis textos llegaran a su destino). Estas poéticas de la narración me trasladan a la “Cena”: textos que no son mercancía.

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