INFORME SOBRE LA REVOLUCION DE 1905
Por V. I. Lenin [1]
Jóvenes amigos y camaradas:
Hoy se cumple el duodécimo aniversario
del "Domingo Sangriento"[2], considerado con plena razón como el comienzo de la revolución
rusa.
Millares de obreros, y de obreros no
socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales, dirigidos por un sacerdote
llamado Gapón, afluyen de todas las partes de la ciudad al centro de la
capital, a la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar.
Los obreros llevan iconos; su jefe de entonces, Gapón, se había dirigido al zar
por escrito, garantizándole la seguridad personal y rogándole que se presentara
ante el pueblo.
Se llama a las tropas. Ulanos y cosacos
se lanzan sobre la multitud con el sable desenvainado, ametrallan a los inermes
obreros, que puestos de rodillas suplicaban a los cosacos que se les permitiera
ver al zar. Según los partes policíacos, hubo más de mil muertos y de dos mil
heridos. La indignación de los obreros era indescriptible.
Tal es, en sus rasgos más generales, el
cuadro del 22 de enero de 1905, del "Domingo Sangriento".
Para que comprendan mejor la
significación histórica de este acontecimiento, voy a leer algunos pasajes de
la petición que formulaban los obreros. La petición comienza con estas
palabras:
"Nosotros, obreros, vecinos de Petersburgo, acudimos a Ti.
Somos unos esclavos desgraciados y escarnecidos; el despotismo y la arbitrariedad
nos abruman. Cuando se agotó nuestra paciencia, dejamos el trabajo y
solicitamos de nuestros amos que nos diesen lo mínimo que la vida exige para no
ser un martirio. Mas todo ha sido rechazado, tildado de ilegal por los
fabricantes. Los miles y miles aquí reunidos, igual que todo el pueblo ruso,
carecemos en absoluto de derechos humanos. Por culpa de Tus funcionarios
estamos reducidos a la condición de esclavos".
La petición exponía las siguientes
reivindicaciones: amnistía, libertades públicas, salario normal, entrega
gradual de la tierra al pueblo, convocatoria de una Asamblea Constituyente
elegida en votación general e igual para todos, y terminaba con estas palabras:
"¡Señor! ¡no niegues la ayuda a Tu pueblo! ¡Derriba el muro
que se alza entre TI y Tu
pueblo! Dispón, júranoslo, que nuestros ruegos
sean cumplidos, y harás la felicidad de Rusia; si no lo haces, estamos dispuestos
a morir aquí mismo. Sólo tenemos dos caminos:
la libertad y la felicidad o la tumba".
Cuando leemos ahora esta petición de obreros sin instrucción, analfabetos, dirigidos
por un sacerdote patriarcal, experimentamos un sentimiento extraño. Impónese el
paralelo entre esa ingenua petición y las actuales resoluciones de paz de los
socialpacifistas, es decir, de gentes que quieren ser socialistas, pero que en
realidad no son sino simples charlatanes burgueses. Los obreros no conscientes
de la Rusia prerrevolucionaria no sabían que el zar es el jefe de la clase dominante, precisamente de la clase de los grandes terratenientes, ligados ya
por miles de vínculos a la gran burguesía y dispuestos a defender por toda
clase de medios violentos su monopolio, sus privilegios y granjerías. Los
socialpacifistas de hoy día, que - ¡dicho sea sin chanzas! -quieren parecer
personas "muy cultas", no saben que esperar una paz
"democrática" de los gobiernos burgueses, que sostienen una guerra
imperialista rapaz, es tan estúpido como la idea de que el sanguinario zar
pueda ser inclinado a las reformas democráticas mediante peticiones pacíficas.
A pesar de todo, la gran diferencia que
media entre ellos estriba en que los socialpacifistas de hoy día son en gran
medida hipócritas, que, mediante tímidas insinuaciones, tratan de apartar al
pueblo de la lucha revolucionaria, mientras que los incultos obreros rusos de
la Rusia prerrevolucionaria demostraron con hechos que eran hombres sinceros
en los que por vez primera despertaba la conciencia política.
Y precisamente en ese despertar de la
conciencia política en inmensas masas populares, que se lanzan a la lucha
revolucionaria, estriba la significación histórica del 22 de enero de 1905.
Dos
dias antes del "Domingo Sangriento, el Sr.
Piotr Struve, entonces jefe de los liberales rusos, director de un órgano
ilegal libre editado en el extranjero, escribía: "En Rusia no hay todavía
un pueblo revolucionario". ¡Tan absurda le parecía a este
"cultísimo", presuntuoso y archinecio jefe de los reformistas
burgueses la idea de que un país campesino analfabeto pueda engendrar un pueblo
revoIucionario! ¡Tan profundamente convencidos estaban los reformistas de
entonces –como lo están los de ahora– de que una verdadera revolución era
imposible!
Hasta el 22 de enero (el 9 según el viejo
cómputo) de 1905,
el Partido revolucionario de Rusia lo formaba un
pequeño grupo de personas. Los reformistas de entonces (exactamente como los de
ahora) se burlaban de nosotros tildándonos de "secta". Varios centenares
de organizadores revolucionarios, unos cuantos miles de afiliados a las organizaciones
locales, media docena de hojas revolucionarias, que no salían arriba de una vez
al mes, se editaban sobre todo en el extranjero y llegaban a Rusia de contrabando,
después de vencer increíbles dificultades y a costa de muchos sacrificios:
esto eran en Rusia, antes del 22 de enero de 1905, los
partidos revolucionarios y, en primer término, la socialdemocracia
revolucionaria. Esta circunstancia autorizaba formalmente a los obtusos y
altivos reformistas a afirmar que en Rusia no había aún pueblo revolucionario.
No obstante, el panorama cambió por
completo en el curso de unos meses. Los centenares de socialdemócratas revolucionarios
se convirtieron "de pronto" en millares, los millares se convirtieron
en jefes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una
gran efervescencia, que en parte fue movimiento revolucionario, en el seno una
masa campesina de cincuenta a cien millones de personas; el movimiento
campesino repercutió en el ejército y provocó insurrecciones de soldados,
choques armados de una parte del ejército con otra. Así pues, un país enorme,
de 130.000.000 de habitantes, se lanzó a la revolución; así pues, la Rusia
aletargada se convirtió en la Rusia del proletariado revolucionario y del
pueblo revolucionario.
Es necesario estudiar esta transición:
comprender cómo hizo posible, cuáles fueron, por así decirlo; sus métodos y
caminos.
El medio principal de esta transición fue
la huelga de
masas. La peculiaridad de la revolución rusa
estriba precisamente en que, por su contenido social, fue una revolución democrático-burguesa, mientras que, por sus medios de lucha, fue una revolución proletaria. Fue democrático-burguesa, puesto que el objetivo inmediato que se
proponía, y que podía alcanzar directamente con sus propias fuerzas, era la
república democrática, la jornada de 8 horas y la confiscación de los inmensos
latifundios de la nobleza: medidas todas ellas que la revolución burguesa de
Francia llevó casi plenamente a cabo en 1792 y 1793.
La revolución rusa fue a la vez una
revolución proletaria, no sólo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la
vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente
proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en
movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en
oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos.
La revolución rusa es la primera gran revolución de la historia mundial –y sin duda no será la
última– en que la huelga
política de masas ha desempeñando un papel extraordinario. Se puede incluso
afirmar que es imposible comprender los acontecimientos de la revolución rusa
y la sucesión de sus formas políticas si no se estudia el fondo de esos
acontecimientos y de esa sucesión de formas a través de la estadística de
las huelgas.
Se muy
bien que los áridos datos estadísticos están muy fuera de lugar en un informe
oral y que son capaces de asustar a los oyentes. Sin embargo, no puedo dejar de
citar algunas cifras redondas, para que ustedes puedan apreciar la base
objetiva real de todo el movimiento. Durante los diez años que precedieron a la
revolución, el promedio anual de huelguistas en Rusia ascendió a 43.000. Por
consiguiente, el número total de huelguistas durante el decenio anterior a la
revolución fue de 430.000. En enero de 1905, en
el primer mes de la
revolución, el número de huelguistas llegó a 440.000. ¡O sea, que en un solo
mes hubo más huelguistas que en todo el decenio precedente!
En ningún país capitalista del mundo, ni
siquiera en los países más avanzados, como Inglaterra, los Estados Unidos y
Alemania, se ha visto un movimiento huelguístico tan grandioso como el de 1905
en Rusia. El número total de huelguistas ascendió a 2.800.000, es decir, al
doble del total de obreros fabriles. Ello, naturalmente, no quiere decir que
los obreros fabriles urbanos de Rusia fueran más cultos, o más fuertes, o
estuvieran más adaptados a la lucha que sus hermanos de la Europa Occidental.
Lo cierto era lo contrario.
Pero eso demuestra lo grande que puede
ser la energía latente del proletariado. Eso indica que en los periodos revolucionarios
–lo digo sin ninguna exageración, fundándome en los datos más exactos de la
historia rusa– el proletariado puede desarrollar una energía combativa cien veces mayor que en épocas corrientes de tranquilidad. Eso indica que la
humanidad no conoció hasta 1905 lo inmensa, lo grandiosa que puede ser y será
la tensión de fuerzas del proletariado cuando se trata de luchar por objetivos
verdadera-mente grandes, de luchar de un modo verdaderamente revolucionario.
La historia de la revolución rusa nos
muestra que quien luchó con la mayor tenacidad y la mayor abnegación fue la
vanguardia, fueron los elementos selectos de los obreros asalariados. Cuanto
más grandes eran las fábricas, más porfiadas eran las huelgas, mayor era la
frecuencia con que se repetían en un mismo año. Cuanto más grande era la ciudad,
más importante era el papel del proletariado en la lucha. Las tres grandes
ciudades donde reside la población obrera más numerosa y más consciente –Petersburgo,
Riga y Varsovia–, dan, con relación al número total de obreros, un porcentaje
de huelguistas incomparablemente mayor que el de todas las demás ciudades, sin
hablar ya del campo.*
Los metalúrgicos son en Rusia
-probablemente lo mismo que en otros países capitalistas- el destacamento de
vanguardia del proletariado. Y a este respecto observamos el siguiente hecho
instructivo: por cada 100 obreros fabriles hubo en 1905 en Rusia 160
huelguistas; mientras que por cada 100 metalúrgicos correspondían ese
mismo ano ¡320 huelguistas! Se ha
calculado que cada obrero fabril ruso perdió en 1905, a consecuencia de
las huelgas, un promedio de 10 rublos -unos 26 francos según la cotización de
ante-guerra-, dinero que, por así decirlo, entregó para la lucha. Pero si
tomamos sólo los metalúrgicos, obtendremos una cantidad ¡tres veces mayor! Delante
iban los mejores elementos de la clase obrera, arrastrando tras de sí a los
vacilantes, despertando a los dormidos y animando a los débiles.
Extraordinario por su peculiaridad fue el
entrelazamiento de las huelgas económicas y políticas en el período de la
revolución. Está fuera de toda duda que sólo la ligazón más estrecha entre
estas dos formas de huelga fue lo que aseguró la gran fuerza del movimiento.
Si las amplias masas de los explotados no hubieran visto ante sí ejemplos
diarios de cómo los obreros asalariados de las diferentes ramas de la industria
obligaban a los capitalistas a mejorar de un modo directo e inmediato su
situación, no habría sido posible en modo alguno atraerlas al movimiento
revolucionario. Gracias a esta lucha, un nuevo espíritu agitó al pueblo ruso
en su conjunto. Y sólo entonces fue cuando la Rusia feudal, sumida en un sueño
letárgico, la Rusia patriarcal, piadosa y sumisa, se despidió del viejo Adán;
sólo entonces tuvo el pueblo ruso una educación verdaderamente democrática,
verdaderamente revolucionaria.
Cuando los señores burgueses y los
socialistas reformistas, que les hacen coro sin sentido crítico, hablan con
tanta petulancia de la "educación" de las masas, de ordinario
entienden por educación algo escolar y formalista, algo que desmoraliza a las
masas y les inocula los prejuicios burgueses.
La
verdadera educación de las masas no puede ir nunca separada de la lucha
política independiente y, sobre todo, de la lucha revolucionaria de las propias
masas. Sólo la lucha educa a la clase explotada, sólo la lucha le descubre la
magnitud de su fuerza, amplía sus horizontes, eleva su capacidad, aclara su
inteligencia y forja su voluntad. Por eso, incluso los reaccionarios han tenido
que reconocer que el año 1905, año de lucha, el "año de locura",
enterró para siempre la Rusia patriarcal.
Examinemos más de cerca la proporción de
obreros metalúrgicos y textiles durante las luchas huelguísticas de 1905 en
Rusia. Los metalúrgicos son los proletarios mejor retribuidos, los más
conscientes y más cultos. Los obreros textiles, cuyo número, en la Rusia de
1905, sobrepasaba en más de un 150% el de los metalúrgicos, representan a las
masas más atrasadas y peor retribuidas, a unas masas que con frecuencia no han
roto aún definitivamente sus vínculos familiares con el campo. Y a este
respecto nos encontramos con esta importantísima circunstancia.
Las huelgas sostenidas por los
metalúrgicos durante todo el año de 1905 nos dan un mayor número de acciones
políticas que económicas, aunque ese predominio dista mucho de ser tan grande a
principios como a finales de año. Al contrario, entre los obreros textiles
observamos a comienzos de 1905 un formidable predominio de las huelgas económicas,
que tan sólo a fines de año pasa a ser predominio de las huelgas políticas. De
ahí se deduce con toda claridad que sólo la lucha económica, que sólo la lucha
por un mejoramiento directo e inmediato de su situación es capaz de poner en
movimiento a las capas más atrasadas de las masas explotadas, de educarlas
verdaderamente y de convertirlas –en una época de revolución–, en el curso de
pocos meses, en un ejército de luchadores políticos.
Cierto, para eso era necesario que el
destacamento de vanguardia de los obreros no entendiera por lucha de clase la
lucha por los intereses de una pequeña capa superior, como con harta frecuencia
han tratado de hacer creer a los obreros los reformistas, sino que los
proletarios actuaran realmente como vanguardia de la mayoría de los explotados,
incorporaran esa mayoría a la lucha, como ocurrió en Rusia en 1905 y como
deberá suceder y sucederá sin duda alguna en la futura revolución proletaria en
Europa.*
El comienzo de 1905 trajo la primera gran
ola del movimiento huelguístico extendido por todo el país. En la primavera de
ese mismo año observamos ya el despertar del primer gran movimiento campesino, no sólo económico, sino también político, habido en Rusia. Para
comprender la importancia de ese hecho, que representa un viraje en la
historia, hay que recordar que los campesinos no se emanciparon en Rusia de la
más penosa dependencia feudal hasta 1861, que los campesinos son en su mayoría
analfabetos y que viven en una miseria indescriptible, abrumados por los terratenientes, embrutecidos por
los curas y aislados unos de otros por enormes distancias y por la falta casi
absoluta de caminos.
Rusia vio por primera vez un movimiento
revolucionario contra el zarismo en 1825, pero ese movimiento fue casi exclusivamente cosa de la
nobleza[3].
Desde entonces y hasta 1881, año en que Alejandro II
es muerto por los terroristas, se encontraron al frente del movimiento intelectuales
salidos de las capas medias, quienes dieron pruebas del más grande espíritu de
sacrificio, suscitando con su heroico método terrorista de lucha el asombro del
mundo entero. Es indudable que estas víctimas no cayeron en vano, que
contribuyeron –directa o indirectamente– a la educación revolucionaria del
pueblo ruso en años posteriores. Sin embargo, no alcanzaron ni podían alcanzar
su objetivo inmediato: despertar la revolución popular.
Esto lo consiguió sólo la lucha revolucionaria
del proletariado. Sólo la oleada de huelgas de masas, extendida por todo el
país a consecuencia' de las duras lecciones de la guerra imperialista
ruso-japonesa,[4] despertó a las amplias masas campesinas de su sueño letárgico. La
palabra "huelguista" adquirió para los campesinos un sentido
completamente nuevo, viniendo a ser algo así como rebelde o revolucionario,
conceptos que antes se expresaban con la palabra "estudiante". Pero
como el "estudiante" pertenecía a las capas medias, a la "gente
de letras", a los "señores", era extraño al pueblo. El
"huelguista", al contrario, había salido del pueblo, él mismo
figuraba entre los explotados. Cuando lo desterraban de Petersburgo, muy a
menudo retornaba al campo y hablaba a sus compañeros de la aldea del incendio
que envolvía a las ciudades y que debía eliminar a los capitalistas y a los
nobles. En la aldea rusa apareció un tipo nuevo: el joven campesino consciente.
Este mantenía relaciones con los "huelguistas", leía periódicos,
refería a los campesinos los acontecimientos que se producían en las ciudades,
explicaba a sus compañeros de lugar la significación de las reivindicaciones
políticas y los llamaba a la lucha contra los grandes terratenientes nobles,
contra los curas y los funcionarios.
Los campesinos se reunían en grupos,
hablaban de su situación y poco a poco se iban incorporando a la lucha:
lanzábanse en masa contra los grandes terratenientes, prendían fuego a sus
palacios y fincas y se incautaban de sus reservas, se apropiaban del trigo y
de otros víveres, mataban a los policías y exigían que se entregara al pueblo la tierra de las
inmensas posesiones de la nobleza.
En la primavera de 1905 el movimiento
campesino estaba aún en germen y abarcaba sólo una pequeña parte de los
distritos, la séptima parte aproximadamente.
Pero la unión de la huelga proletaria de
masas en las ciudades con el movimiento campesino en las aldeas fue suficiente
para hacer vacilar el último y más "firme" sostén del zarismo. Me
refiero al Ejército.
Comienza un período de insurrecciones militares en la Marina y en el Ejército. Cada ascenso en la oleada del movimiento huelguístico y campesino
durante la revolución va acompañado de insurrecciones de soldados en toda
Rusia. La más conocida de ellas es la insurrección del acorazado Potemkin, de
la Flota del Mar Negro. Este buque, que cayó en manos de
los sublevados, tomó parte en la revolución en Odesa, y después de la derrota
de la revolución y tras algunas tentativas infructuosas de apoderarse de otros
puertos (por ejemplo, de Feodosia, en Crimea), se entregó a las autoridades
rumanas en Constanza.
A fin
de proporcionarles un cuadro concreto de los acontecimientos
en su punto culminante, me permitirán que les lea un pequeño episodio de esa
insurrección de la Flota del Mar Negro:
"Se celebraban reuniones de obreros y marinos
revolucionarios, que eran cada vez más frecuentes. Como a los militares les
estaba prohibido asistir a los mítines obreros, masas de obreros comenzaron a
frecuentar los mítines militares. Se reunían miles de personas. La idea de
actuar conjuntamente tuvo un vivo eco. En las compañías más conscientes se
eligieron diputados.
El mando militar decidió entonces tomar medidas. Los intentos de
algunos oficiales de pronunciar en los mítines discursos "patrióticos"
daban los resultados más lamentables: los marinos, acostumbrados a la
controversia, ponían en vergonzosa fuga a sus jefes En vista de tales fracasos,
se decidió prohibir toda clase de mítines. El 24 de noviembre de 1905, por la mañana, junto a las
puertas de los cuarteles de la Marina montó guardia una compañía de línea con
armamento y dotación de campaña. El contralmirante Pisarevski ordenó en voz
alta: "¡Que nadie salga de los cuarteles! En caso de desobediencia, abrid fuego". De la compañía que acababa
de recibir esta orden se destacó el marinero Petrov, cargó su fusil a los ojos
de todos y mató de un disparo al teniente primero Stein, del regimiento de
Bielostok, hiriendo del segundo disparo al contralmirante Pisarevski. Se oyó la
voz de mando de un oficial: "¡Arrestadlo!" Nadie se movió del sitio.
Petrov arrojó su fusil al suelo. "¿Qué hacéis ahí? ¡Detenedme!" Fue
arrestado. Los marineros, que afluían de todas partes, exigieron en forma
ruidosa que fuera puesto en libertad, manifestando que respondían por él. La
efervescencia llegó a su apogeo.
– Petrov, ¿no es cierto que el disparo se ha producido casualmente?
–preguntó un oficial, buscando salida a la situación.
– ¿Por qué casualmente? He salido de filas, he cargado el fusil y
he apuntado, ¿qué tiene eso de casual?
– Los marineros exigen tu libertad...
Y Petrov fue puesto en libertad. Pero los marineros no se detuvieron
ahí: arrestaron a todos los oficiales de guardia, los desarmaron y los
condujeron a las oficinas... los delegados de los marineros –unos cuarenta–
deliberaron durante toda la noche, decidiendo poner en libertad a los
oficiales, prohibiéndoles en adelante la entrada en los cuarteles..."
Esta
pequeña escena muestra muy a lo vivo cómo transcurrieron en su mayoría las
insurrecciones militares. La efervescencia revolucionaria reinante en el
pueblo no podía dejar de extenderse al Ejército. Es característico que los
jefes del movimiento surgieron de aquellos elementos de la Marina de
Guerra y del Ejército que antes habían sido principalmente obreros
industriales y de las unidades para las cuales se exigía una mayor preparación
técnica, como son los zapadores. Pero las amplias masas eran todavía demasiado
ingenuas, tenían un espíritu demasiado pacífico, demasiado benévolo, demasiado
cristiano. Se inflamaban con bastante facilidad; cualquier injusticia, el trato
demasiado grosero de los oficiales, la mala comida y otras cosas por el estilo
podían provocar su indignación. Pero faltaba firmeza, faltaba una conciencia
clara de su misión: no alcanzaban a comprender suficientemente que la única
garantía del triunfo de la revolución es la más enérgica continuación de la
lucha armada, la victoria sobre todas las autoridades militares y civiles, el
derrocamiento del Gobierno y la conquista del Poder en todo el país.
Las
amplias masas de marinos y soldados se rebelaban con
facilidad. Pero con esa misma facilidad incurrían en la ingenua estupidez de poner en
libertad a los oficiales presos, se dejaban apaciguar por las promesas y
exhortaciones de sus mandos; esto daba a los mandos un tiempo precioso, les permitía recibir refuerzos y derrotar a los insurrectos,
entregándose después a la más cruel represión y ejecutando a los jefes.
Ofrece particular interés comparar las
insurrecciones militares de 1905 en Rusia con la insurrección militar de los
decembristas en 1825, cuando la dirección del movimiento político se encontraba
casi exclusivamente en manos de oficiales, de oficiales nobles, que se habían
contaminado de las ideas democráticas de Europa al rozarse con ellas durante
las guerras napoleónicas. La tropa, formada entonces aún por campesinos siervos, permanecía
pasiva.
La
historia de 1905 nos ofrece un cuadro diametralmente opuesto. Los
oficiales, salvo raras excepciones, estaban influenciados por un espíritu
liberal burgués, reformista, o eran abiertamente
contrarrevolucionarios. Los obreros y campesinos vestidos de uniforme fueron el
alma de las insurrecciones; el movimiento se hizo popular. Por primera vez en
la historia de Rusia, abarcó a la mayoría de los explotados. Lo que a este
movimiento le faltó fue, de una parte, firmeza y resolución en las masas,
que adolecían de un exceso de confianza; de otra parte, faltó la organización de los obreros
revolucionarios socialdemócratas que se hallaban bajo las armas: no supieron
tomar la dirección en sus manos, ponerse a la cabeza del ejército
revolucionario y pasar a la ofensiva contra el poder gubernamental.
Señalaremos
de pasada que esos dos defectos serán eliminados –indefectiblemente, aunque
tal vez más despacio de lo que nosotros deseáramos–, no sólo por el desarrollo
general del capitalismo, sino también por la guerra actual...*
En todo
caso, la historia de la revolución rusa, lo mismo que la historia de la Comuna
de París de 1871, nos ofrece la enseñanza irrefutable de que el militarismo
jamás ni en caso alguno puede ser derrotado y eliminado por otro método que no
sea la lucha victoriosa de una parte del ejército nacional contra la otra
parte. No basta con fulminar, maldecir y "negar" el militarismo,
criticarlo y demostrar su nocividad; es estúpido negarse pacíficamente a
prestar el Servicio militar. La tarea consiste en mantener en tensión la
conciencia revolucionaria del proletariado, no sólo en general, sino preparar concretamente a sus mejores elementos para
que, llegado un momento de profundísima efervescencia del pueblo, se pongan al
frente del ejército revolucionario.
Así nos lo enseña también la experiencia
diaria de cualquier Estado capitalista. Cada una de sus "pequeñas"
crisis nos muestra en miniatura elementos y gérmenes de los combates que habrán
de repetirse ineluctablemente en gran escala en un período de gran crisis. ¿Y
qué es, por ejemplo, cualquier huelga, sino una pequeña crisis de la sociedad
capitalista? ¿No tenía acaso razón el ministro prusiano del Interior, señor von
Puttkammer, al pronunciar aquella conocida sentencia de que "en cada
huelga se oculta la hidra de la revolución"? ¿Es que la utilización de los
soldados durante las huelgas, incluso en los países capitalistas más pacíficos,
más "democráticos" –con perdón sea dicho–, no nos indica cómo van a
ser las cosas cuando se produzcan crisis verdaderamente grandes?
Pero volvamos a la historia de la
revolución rusa.
He tratado de mostrarles cómo las huelgas
obreras sacudieron el país entero y a las capas explotadas más amplias y más
atrasadas, cómo se inició el movimiento campesino y cómo fue acompañado de
insurrecciones militares.
El movimiento alcanzó su apogeo en el
otoño de 1905. El 19 (6) de agosto apareció el manifiesto del zar instituyendo
una asamblea representativa. ¡La llamada Duma de Bulyguin[5]
debía ser fruto de una ley que concedía derecho electoral a un número irrisorio
de personas y no reservaba a este original "parlamento" atribución
legislativa alguna, reconociéndole únicamente funciones consultivas!
La burguesía, los liberales, los
oportunistas estaban dispuestos a aferrarse con ambas manos a esta
"dádiva" del asustado zar. Nuestros reformistas de 1905 eran
incapaces de comprender –al igual que todos los reformistas– que hay
situaciones históricas en las cuales las reformas, y en particular las
promesas de reformas, persiguen exclusivamente un fin: contener la
efervescencia del pueblo, obligar a la clase revolucionaria a terminar o por lo
menos a debilitar la lucha.
La socialdemocracia revolucionaria de
Rusia comprendió muy bien el verdadero carácter de esta concesión, de esta
dádiva de una Constitución fantasma hecha en agosto de 1905. Por eso, sin
perder un instante, lanzó las consignas de Abajo la Duma consultiva! ¡Boicot a
la Duma! ¡Abajo el Gobierno zarista! ¡Continuación de la lucha revolucionaria
para derrocar al Gobierno! ¡No es el zar, sino un gobierno Provisional
revolucionario quien debe convocar la primera institución representativa
auténticamente popular de Rusia!
La historia demostró la razón que asistía
a los socialdemócratas revolucionarios, pues la Duma de Bulyguin nunca llegó a reunirse. Fue barrida por el vendaval revolucionario
antes de reunirse. Ese vendaval obligó al zar a decretar una nueva ley
electoral, que ampliaba considerablemente el censo, y a reconocer el carácter
legislativo de la Duma.*
Octubre
y diciembre de 1905 son los meses que marcan el
punto culminante en el ascenso de la revolución rusa. Todos los manantiales de
la energía revolucionaria del pueblo se abrieron mucho más ampliamente que
antes. El número de huelguistas, que como ya he dicho había alcanzado en enero
de 1905 la cifra de 440.000, en octubre de 1905 pasó del medio millón
(¡préstese atención, sólo en un mes!). Pero a ese número, que comprende únicamente a los obreros fabriles, hay que
agregar aún varios cientos de miles de obreros
ferroviarios, empleados de Correos y Telégrafos, etc.
La huelga general de ferroviarios
interrumpió en toda Rusia
el tráfico y paralizó del modo más rotundo las fuerzas
del Gobierno.
Abriéronse las puertas de las universidades, y las aulas –destinadas
exclusivamente en tiempos pacíficos a embrutecer a los jóvenes cerebros con la
sabiduría académica de doctos catedráticos y a
convertirlos en mansos criados de la burguesía y del zarismo– se transformaron
en lugar de reunión
de millares y millares de obreros, artesa-nos y empleados, que discutían
abierta y libremente los problemas políticos.
Se conquistó la libertad de prensa. La
censura fue simplemente eliminada. Ningún editor se atrevía a presentar a las
autoridades el ejemplar obligatorio, ni las autoridades se atrevían a adoptar
medida alguna contra ello. Por primera vez en la historia de Rusia aparecieron
libremente en Petersburgo
y en otras ciudades periódicos revolucionarios. Sólo
en Petersburgo se publicaban tres diarios socialdemócratas con una tirada de 50.000 a 100.000
ejemplares.
El proletariado marchaba a la cabeza del
movimiento. Su objetivo era conquistar la jornada de 8 horas por vía
revolucionaria. La consigna de lucha del proletariado de Petersburgo era: "¡Jornada de 8 horas y
armas!" Para una
masa cada vez mayor de obreros se hizo evidente que la suerte de la revolución sólo
podía decidirse, y que en efecto se decidiría, por la lucha armada.
En el
fragor de la lucha se formó una organización de masas original: los célebres Soviets
de diputados obreros o asambleas de delegados de todas las fábricas. Estos Soviets
de diputados obreros comenzaron a desempeñar, cada vez más, en algunas
ciudades de Rusia el papel de Gobierno Provisional revolucionario, el papel de
órganos y de dirigentes de las insurrecciones. Se hicieron tentativas de
organizar Soviets de diputados soldados y marineros y de unificarlos con los
Soviets de diputados obreros.
Ciertas
ciudades de Rusia vivieron en aquellos días un período de pequeñas
"repúblicas" locales, donde las autoridades habían sido destituidas
y el Soviet de diputados obreros desempeñó realmente la función del nuevo
poder público. Esos períodos fueron, por desgracia, demasiado breves, las
"victorias" fueron demasiado débiles, demasiado aisladas.
El
movimiento campesino alcanzó en otoño de 1905 proporciones aún mayores. Los
llamados "desórdenes campesinos" y verdaderas insurrecciones
campesinas afectaron entonces a más de un tercio de todos los distritos
del país. Los campesinos prendieron fuego a unas 2.000 fincas de terratenientes
y se repartieron los medios de subsistencia robados al pueblo por los rapaces
nobles.
¡Por desgracia,
esta labor se hizo demasiado poco a fondo! Desgraciadamente, los campesinos
sólo destruyeron entonces la quinzava parte del número total de fincas de los
nobles en el campo, sólo la quinzava parte de las que hubieran debido destruir
para barrer del suelo ruso, de una vez para siempre, esa vergüenza del
latifundio feudal. Por desgracia, los
campesinos actuaron demasiado dispersos, demasiado desorganizadamente y con
insuficiente brío en la ofensiva, siendo ésta una de las causas fundamentales
de la derrota de la revolución.
Entre los pueblos oprimidos de Rusia
estalló un movimiento de liberación nacional. Más de la mitad, casi las tres
quintas partes (exactamente el 57%) de la población de Rusia sufre opresión
nacional. Las minorías nacionales no gozan siquiera
de libertad para expresarse en su lengua materna y son rusificadas a la
fuerza. Los musulmanes, por ejemplo, que en Rusia son decenas de millones,
organizaron entonces, con una rapidez asombrosa –se vivía en general una época de crecimiento
gigantesco de las diferentes organizaciones–, una liga musulmana.
Para
dar a los aquí reunidos, y en particular a los jóvenes, una muestra de la
manera cómo, bajo la influencia del movimiento obrero, crecía el movimiento de
liberación nacional en la Rusia de aquel entonces, citaré un pequeño ejemplo.
En
diciembre de 1905, los muchachos polacos quemaron en centenares de escuelas
todos los libros y cuadros rusos y los retratos del zar, apalearon y
expulsaron de las escuelas a los maestros y a sus condiscípulos rusos al grito
de "¡Fuera de aquí, a Rusia!" Los alumnos de los centros de segunda
enseñanza presentaron, entre otras, las siguientes reivindicaciones: "1)
Todas las escuelas de enseñanza secundaria deben pasar a depender del Soviet
de diputados obreros; 2) celebración de reuniones conjuntas de estudiantes y
obreros en los edificios escolares; 3) autorización para llevar en los liceos
blusas rojas en señal de adhesión a la futura república proletaria", etc.
Cuanto
más ascendía la oleada del movimiento, tanto mayor era la energía y el ánimo
con que se armaban las fuerzas reaccionarias para luchar contra la revolución.
La revolución rusa de 1905 justificó las palabras escritas por Kautsky en 1902
(cuando, por cierto, todavía era marxista revolucionario, y no como ahora,
defensor de los socialpatriotas y oportunistas) en su libro La revolución social.
He aquí lo que decía Kautsky:
"... La futura revolución... se parecerá menos a una
insurrección por sorpresa contra el Gobierno que a una guerra civil prolongada".
¡Así
sucedió! ¡Indudablemente así sucederá también en la futura revolución europea!
El
zarismo descargó su odio sobre todo contra los hebreos. De una parte, éstos
daban un porcentaje especialmente elevado de
dirigentes del movimiento revolucionario (considerando el total de la población
hebrea). Hoy, por cierto, los hebreos tienen también el mérito de dar un porcentaje
relativamente elevado, en comparación con otros pueblos, de componentes de la
corriente internacionalista. De otro lado, el zarismo supo aprovechar muy bien
los abominables prejuicios de las capas más ignorantes de la población contra
los hebreos. Así se produjeron los pogromos apoyados en la mayoría de
los casos por la policía, cuando no dirigidos por ella de manera inmediata,
esos monstruosos apaleamientos de hebreos pacíficos, de sus esposas y sus hijos
–en 100 ciudades se registraron durante ese período más de 4.000 muertos y más
de 10.000 mutilados–, que han provocado la repulsa de todo el mundo civilizado.
Me refiero, naturalmente, a la repulsa de los verdaderos elementos
democráticos del mundo civilizado, que son exclusivamente los obreros
socialistas, los proletarios.
La
burguesía, incluso la burguesía de los países más libres, incluso de las
repúblicas de Europa Occidental, sabe combinar magníficamente sus frases
hipócritas acerca de las "ferocidades rusas" con los negocios más
desvergonzados, especialmente con el apoyo financiero al zarismo y con la
explotación imperialista de Rusia mediante la exportación de capitales, etc.
La
revolución de 1905 alcanzó su punto culminante con la insurrección de diciembre
en Moscú. Un pequeño número de insurrectos, obreros organizados y armados –no
serían más de ocho mil–, ofrecieron resistencia durante nueve días al
Gobierno zarista, que no sólo llegó a perder la confianza en la guarnición de
Moscú, sino que se vio obligado a mantenerla rigurosamente acuartelada; sólo
la llegada del regimiento de Semiónovski de Petersburgo permitió al Gobierno
aplastar la insurrección.
La burguesía es aficionada a escarnecer y
motejar de artificiosa
la insurrección de Moscú. Por ejemplo, el señor profesor Max Weber, en una
sediciente publicación "científica" alemana como es su voluminosa
obra sobre el desarrollo político de Rusia. la tildó de "putch".
"El grupo leninista –escribe este "archierudito" señor
profesor– y una parte de los eseristas hacía ya tiempo que venían preparando
esta descabellada insurrección."
Para apreciar en lo que vale esta
sabiduría académica de la cobarde burguesía, basta con refrescar en la memoria las concisas cifras de la
estadística de huelgas. Las huelgas puramente
políticas de enero de 1905 en Rusia abarcaron sólo a 123.000 hombres; en
octubre fueron 330.000; el número de participantes en huelgas puramente políticas
llegó al máximo
en diciembre, alcanzando
la cifra de 370.000 ¡en el curso de un solo mes! Recordemos el
incremento de la revolución, las insurrecciones de campesinos y soldados, y al
instante nos convenceremos de que el juicio de la "ciencia" burguesa
sobre la insurrección de diciembre, además de ser un absurdo, constituye un
subterfugio verbalista de los representantes de la cobarde burguesía, que ve
en el proletariado a su más peligroso enemigo de clase.
En
realidad, todo el desarrollo de la revolución rusa impulsaba de modo inevitable
a la lucha armada, al combate decisivo entre el Gobierno zarista y la
vanguardia del proletariado con conciencia de clase.
En las
consideraciones antes expuestas, he indicado ya en qué consistió la debilidad
de la revolución rusa, debilidad que condujo a su derrota temporal.
Al ser
aplastada la insurrección de diciembre se inicia la línea descendente de la
revolución. En este período hay también aspectos extraordinariamente
interesantes; basta recordar el doble intento de los elementos más combativos
de la clase obrera para poner fin al repliegue de la revolución y preparar una nueva ofensiva.
Pero he
agotado casi el tiempo de que dispongo, y no quiero abusar de la paciencia de
mis oyentes. Creo haber esbozado ya, en la medida en que es posible hacerlo
tratándose de un breve informe y de un tema tan amplio, lo más importante para
comprender la revolución rusa: su carácter de clase, sus fuerzas motrices y
sus medios de lucha.*
Me
limitaré a unas breves observaciones más en cuanto a la significación mundial
de la revolución rusa.
Desde
el punto de vista geográfico, económico e histórico,
Rusia no pertenece sólo a Europa, sino también al Asia. Por eso vemos que la revolución
rusa no se ha limitado a despertar definitivamente de su sueño al país más
grande y más atrasado de Europa y a forjar un pueblo
revolucionario dirigido por un proletariado revolucionario.
Ha conseguido más. La revolución rusa ha
puesto en movimiento a toda Asia. Las revoluciones de Turquía, Persia y China
demuestran que la potente insurrección de 1905 ha dejado huellas profundas y
que su influencia, puesta de manifiesto en el movimiento progresivo de cientos y cientos de millones de personas, es inextirpable.
La revolución rusa ha ejercido también
una influencia indirecta en los países de Occidente. No debemos olvidar que la
noticia del manifiesto constitucional del zar, llegada a Viena el 30 de
octubre de 1905, contribuyó decisivamente, nada más saberse, a la victoria
definitiva del sufragio universal en Austria.
Durante
una de las sesiones del Congreso de la socialdemocracia austriaca, cuando el
camarada Ellenbogen –que entonces no era todavía socialpatriota, entonces era
un camarada– hacía su informe sobre la huelga política, fue colocado en su mesa
ese telegrama. Los debates se suspendieron inmediatamente. ¡Nuestro puesto
está en la calle!, fue el grito que resonó en toda la
sala en que se hallaban reunidos los delegados de la socialdemocracia austriaca. En los días
inmediatos se vieron enormes manifestaciones en las calles de Viena y
barricadas en las de Praga. El triunfo del sufragio universal en Austria estaba
asegurado.
Muy a
menudo se encuentran europeos occidentales que hablan de la revolución rusa
como si los acontecimientos, relaciones y medios de lucha en este país atrasado
tuvieran muy poco de común con las relaciones de sus propios países, por lo
que difícilmente pueden tener la menor importancia práctica. Nada más erróneo
que semejante opinión.
Es
indudable que las formas y los motivos de los futuros combates de la futura
revolución europea se distinguirán en muchos aspectos de las formas de la
revolución rusa.
Mas, a
pesar de ello, la revolución rusa, gracias precisamente a su carácter
proletario, en la acepción especial de esta palabra a que ya me he referido,
sigue siendo el prólogo de la futura revolución europea. Es indudable
que ésta sólo puede ser una revolución proletaria, y en un sentido todavía más
profundo de la palabra: proletaria y socialista también por su contenido. Esa
revolución futura mostrará en mayor medida aún, por una parte, que sólo los
más duros combates, las guerras civiles, pueden
emancipar al género humano del yugo del capital; y por otra, que sólo los
proletarios con conciencia de clase pueden actuar y actuarán como jefes de la
inmensa mayoría de los explotados.
No nos debe engañar el silencio sepulcral
que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Los
horrores espantosos de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía
hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases
dominantes, la burguesía, sus mandatarios, los gobiernos, se adentran en un
callejón sin salida del cual no podrán escapar en modo alguno sino a costa de
las más grandes conmociones.
Lo mismo que en la Rusia de 1905 comenzó
bajo la dirección del proletariado la insurrección popular contra el Gobierno
zarista y por la conquista de la república democrática, así los años próximos
traerán en Europa, precisamente como consecuencia de esta guerra de pillaje,
insurrecciones populares dirigidas por el proletariado contra el poder del
capital financiero, contra los grandes bancos, contra los capitalistas. Y esas conmociones
no podrán terminar más que con la expropiación de la
burguesía, con el triunfo del socialismo.
Nosotros, los viejos, quizá no lleguemos
a ver las batallas decisivas de esa revolución futura. No obstante, yo creo
que puedo expresar con seguridad plena la esperanza de que jóvenes, que tan
magníficamente actúan en el movimiento socialista de Suiza y de todo el mundo,
no sólo tendrán la dicha de luchar, sino también la de triunfar en la futura
revolución proletaria.
Escrito en alemán antes del 9 (22)
de enero de 1917.
Publicado por vez primera el 22 de enero de
1925 en el número 18 de "Pravda".
'Firmado: N. Lenin
* Este párrafo está tachado en el
manuscrito. (N. de la Edit.)
* En el manuscrito están tachados los
cuatro párrafos precedentes. (N. de la Edit.)
* Los tres párrafos anteriores están tachados en el manuscrito. (N.
de la Edit.)
* Los cuatro párrafos anteriores están tachados en el manuscrito. (N.
de la Edit.)
* En el manuscrito está tachado desde las palabras "Creo
haber..." hasta el final del párrafo. (N. de la Ed¡t.)
[1] Lenin pronunció el Informe sobre la revolución de 1905, en
alemán, el 9 (22) de enero de 1917, en una reunión de jóvenes obreros suizos
celebrada en la Casa del Pueblo de Zurich.
[2] El 9 (22) de enero de 1905, más de 140.000 obreros de Petersburgo
se dirigieron en procesión pacífica al Palacio de Invierno, portando pendones e
íconos, para entregar una petición al zar. La procesión fue organizada por el
cura Gapón con motivo de la huelga que habían declarado los obreros de
Petersburgo el 3 (16) de enero de 1905 en la fábrica Putílov, transformada cuatro
días después en huelga general. Los bolcheviques advirtieron que el zar podría
organizar una sangrienta matanza de obreros. Sus advertencias se vieron
confirmadas. Por orden del zar, las tropas recibieron a la procesión inerme de
los obreros, a los que acompañaban sus esposas e hijos, con descargas de
fusilería, sablazos y latigazos. Resultaron más de mil muertos y cerca de cinco
mil heridos. El 9 de enero, denominado desde entonces Domingo Sangriento, dio
comienzo a la revolución de 1905.
[3] Se alude a la insurrección armada del 14 de diciembre de 1825,
organizada por revolucionarios de la nobleza rusa que luchaban contra el
régimen de la servidumbre y la autocracia.
[4] La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 terminó con la
derrota de la autocracia zarista. El 23 de agosto (5 de setiembre) de 1905,
Rusia y el Japón firmaron el tratado de paz en Portsmouth (EE.UU.). En él se
estipulaba que el Gobierno zarista transfería al Japón los derechos de arriendo
de Puerto Arturo y Dalni (Dairen) y le cedía el ferrocarril de Manchuria del
Sur y la parte meridional de Sajalín. Se reconocía al Japón el derecho de
influencia predominante en Corea. Además, Rusia se comprometía a entregar al
Japón concesiones pesqueras junto a las costas rusas de los mares del Japón, de
Ojotsk y de Behring. Con la firma del tratado de paz de Portsmouth, el Gobierno
zarista trataba de tener las manos libres para luchar contra la revolución, que
se desarrollaba en el país.
[5] El 6 (19) de agosto de 1905 se publicaron un manifiesto-ley del
zar por el que se instituía la Duma del Estado y reglamento de las elecciones a
la misma. Recibió la denominación de Duma de Bulyguin por haber
encargado el zar al ministro de Interior, A. Bulyguin, la confección del
proyecto de la Duma. De acuerdo con este proyecto, la Duma no tenía derecho a
aprobar ninguna ley y sólo podía discutir algunas cuestiones como organismo
consultivo del zar. Los bolcheviques llamaron a los obreros y campesinos a
boicotear activamente la Duma de Bulyguin, centrando toda la campaña de agitación
en las consignas siguientes: insurrección armada, ejército revolucionario y
Gobierno Provisional revolucionario. La campaña de boicot a la Duma de Bulyguin
fue aprovechada por los bolcheviques para movilizar a todas las fuerzas
revolucionarias, declarar huelgas políticas de masas y preparar la insurrección
armada. Las elecciones a la Duma de Bulyguin no llegaron a clebrarse y el
Gobierno no consiguió reunirla.
Volver a la página del Partido de los Trabajadores.
Es preocupante que un escrito centenario todavía tenga vigencia. Sin duda, las cosas han cambiado pero no. El Pueblo, en general, ya no pasa auténtica hambre pero sí carece de lo esencial. Se podría decir que los nuevos zares han conseguido solucionar ese problema estomacal que tanta furia desata. Pero las otras carencias también empiezan a punzar y considero probable esa “futura revolución que se parecerá menos a una insurrección por sorpresa contra el Gobierno que a una guerra civil prolongada". Si así sucedió, podríamos afirmar que, indudablemente, ¡así sucederá también en la futura revolución europea!
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