El
regimen del 78 y la izquierda
Desde
el punto de vista de la ciencia política el concepto de régimen
puede asimilarse, en sentido restringido, al conjunto de las
instituciones pertenecientes al Estado y al modo como se relacionan
entre sí y con la sociedad, mientras que en un sentido más amplio
habría que añadir a lo enunciado, los partidos políticos, la
opinión pública, el sistema electoral así como los valores que
animan la vida de tales instituciones que en definitiva constituyen
la estructura organizativa que selecciona a la clase dirigente y
asigna su rol y desempeño a los diversos individuos comprometidos en
la lucha política.
En
un registro más cotidiano, el uso del término régimen se ha venido
caracterizando por su inmediata y peyorativa aplicación a fórmulas
de gobierno de carácter dictatorial o autoritario, siendo habitual
en nuestro ámbito político, por ejemplo, hablar o referirse al
régimen franquista. Y es con esa carga semántica negativa y como
arma de denuncia que últimamente ha vuelto a reaparecer, con
especial éxito, entre la nómina de ideas fuerza puestas en
circulación al amparo de la estrategia político-mediática llevada
a cabo por el grupo de intervención electoral presentado bajo la
denominación Podemos. Grupo cuya aparición ha alterado un paisaje
político que si bien la crisis y el surgimiento de fuertes
movimientos sociales habían venido alterando en los últimos tres
años, es ahora cuando a través de la visibilidad real, virtual,
electoral y semántica de grupo, partido o movimiento parece haber
encontrado su más cabal expresión y representación.
El
concepto de “régimen del 78” puesto en circulación supone el
entendimiento de que es por esas fechas cuando, tras la muerte del
general que le da nombre, al régimen dictatorial franquista le
sucede un régimen al que se va a calificar de seudodemocrático en
cuanto que habría estado detentado por unas élites o “castas”
políticas encuadradas en el bipartidismo de PP y PSOE. A partir de
ahí propaga la idea de su desmoronamiento a consecuencia de un
proceso de deslegitimación que tendría como puntos de inflexión
política los movimientos sociales que tienen lugar alrededor del 15M
y se hacen presentes en los resultados de estas últimas elecciones
europeas.
Aún no
compartiendo ese instrumental semántico propuesto por el discurso de
Podemos parece sin embargo innegable que el conjunto de instituciones
y valores que surgieron alrededor del año en que se aprueba nuestra
actual Constitución, se está viendo cuestionado con relevancia
ciudadana, y mediática, al menos desde el 15M y convendría por
tanto atender a su naturaleza, es decir a la geología y tectónica
que la correlación de fuerzas establece.
Opinamos que en el 78 lo que tiene realmente lugar es la
resolución final de la guerra civil pues es en esas fechas cuando,
en el marco del proceso constituyente que abre la Ley de Reforma
Política propiciada por el primer gobierno Suárez, los derrotados
del 36 aceptan y asumen definitivamente la derrota: a nivel político,
acatamiento de la monarquía; a nivel simbólico, acatamiento de la
bandera franquista; a nivel socioeconómico, los pactos de la
Moncloa. Lo que entonces sí va a suceder es un cambio de forma en la
gestión de las plusvalías que el sistema capitalista produce: desde
una gestión dictatorial se transita hacia una gestión propia del
parlamentarismo representativo de corte europeo en el que la nueva
situación se inserta. En ningún caso a partir de esos momentos se
cuestiona, en los ámbitos institucionales que constituyen el ser y
el estar de lo que tradicionalmente llamamos régimen político, el
origen y el funcionamiento del sistema de extracción de plusvalías,
es decir, la propiedad privada de los medios de producción, aun
cuando los partidos presentes en el arco parlamentario propongan
diferentes matices o ritmos reformistas a la hora del cómo
gestionar el reparto de esas plusvalías. Ni se cuestionan esos
fundamentos ni se elaboran y difunden valores cívicos o culturales
que pongan en cuestión la escala de valores que acompaña a las
democracias representativas europeas: el interés personal como
fundamento del bien común, la política como espacio autónomo, la
acción electoral como herramienta fundamental y expresión básica
de la democracia, el Estado como estructura al servicio de la
iniciativa privada, el salario social como “generosa y no
consolidada paga de beneficios”, función subsidiaria y caritativa
de las políticas de bienestar social, la educación como competencia
de los departamentos de recursos humanos, la cultura como ocio y
negocio, el consumo como identidad, etc.. Entendido así y sin
tener que recurrir a Carlos Marx cuando define régimen política
como el campo de batalla en el que tiene lugar la lucha de clases,
parece difícil aceptar que ”el régimen del 78” haya entrado en
crisis pues más allá de la proclamaciones electoralistas de
reformas más o menos radicales esa base del régimen político hoy
actuante - que podría definirse como dictadura
democrático-parlamentaria- no parece haber entrado en cuestión por
más que la forma de la Jefatura del Estado, la Monarquía, haya
visto tambalearse su aceptación.
Es
obligado sin embargo reconocer que al menos desde el estallido de la
crisis y el surgimiento del 15M, si no un cambio de régimen lo que
puede constatarse es el inicio de un proceso social emergente que
denuncia, con fuerza más significativa que social por el momento, no
el sistema de producción de plusvalías y excedentes pero sí la
actual estructuración del reparto de divisas. Aun así más que de
cambio de régimen habría que hablar de cambios en una escena
política donde se sigue representando la misma función – la
dominación del capital – pero donde ha entrado en cuestión el
reparto de papeles, han irrumpido nuevos intérpretes y
organizaciones, personalidades y siglas nuevas aspiran a estrenar o
incrementar su protagonismo mientras los nacionalismos periféricos
agrietan el espacio escénico y la aceptación implícita del
principio de “quien parte y reparte se lleva la mejor parte”
sobre el que descansan las prácticas de corrupción está siendo,
después de años de indiferencia o aceptación, rechazada con
intensidad creciente.
Parece
claro que la crisis del capitalismo, que a mi entender tienen su
origen en una sobreproducción de dinero circulante, ha
desequilibrado todavía más a favor del capital aquel reparto más o
menos socialdemócrata de plusvalías vigente desde mediados del
siglo XX, dando paso, de manera lenta desde la crisis de los 70 y
acelerada desde la del 2008, a una nueva onda larga de acumulación
de capital a través de un doble mecanismo económico: la destrucción
de la masa monetaria necesaria para aproximar las tasas de beneficio
del capital financiero a las del no financiero, y una profunda
desaceleración del vector “velocidad del dinero”. Esto ha
deteriorado el consenso implícito y explícito entre el capital y el
trabajo que estábamos padeciendo de manera resignada y ahora, por
decirlo con terminología en clave marxista, una buena mayoría de
trabajadores que en la práctica política han estado comportándose
durante largo tiempo como “clase contra sí”, empiezan a no
aceptar su condición de “maltratados” y en consecuencia
deslegitiman y rechazan el sistema de representación política
actual.
Como
consecuencia de todo esto aquellas zonas de la sociedad profundamente
afectadas por la bajada del salario social reivindican no tanto el
cambio de juego del capitalismo en sí como las reglas del ese juego
y, solo en ese sentido, podría hablarse de una crisis del régimen
del 78 que en mi opinión donde mejor y con mayor fuerza se detecta
no sería tanto en los resultados del reciente proceso electoral sino
en revueltas como las del Gamonal o C'an Vies, porque es allí donde
se hizo evidente que la política bajo el capitalismo sigue siendo
expresión de la violencia estructural, de la lucha de clases.
Cabe pues
aceptar que hay señales esperanzadas de que los derrotados del 36
podrían estar volviendo a no aceptar su derrota, emergiendo una
renovada secuencia política en la que pasado, presente y futuro
recobran su unidad dialéctica.
En
ese esperanza reside sin duda buena parte del optimismo que la
izquierda parece haber retomado tanto por los resultados positivos en
la elecciones europeas de formaciones tradicionales como IU como, y
sobre todo, por “el acontecimiento” que ha supuesto el éxito de
Podemos. Ahora bien para que ese optimismo cuaje en expectativa de
cambios de transformación radicales creo que sería necesario no
solo que una parte amplia de la sociedad cuestione el reparto de
plusvalías sino su propiedad. Solo entonces el “acuerdo de clase”
que encarna el bipartidismo actual se vería realmente amenazado y
solo entonces podría considerarse que los derrotados vuelven a
entrar en el campo de batalla y que las esperanzas de transformación
pueden convertirse en realidades. Solo entonces “el régimen del
78” habrá entrado en crisis.
Creo que ―desde que el ser humano se asentó― ninguna sociedad desarrollada* ha conseguido el régimen perfecto (o aceptable), y dudo que se consiga antes del 2222, pero es imprescindible hablar de él ―de esa utopía― para que vaya tomando forma. Sin duda, la clave es el bien común, que se consigue cercenando los bienes personales (desproporcionados). Creo.
ResponderEliminar* Al decir «desarrollada» me refiero al aspecto puramente industrial.
ok: cercenando
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