Hegemonía
e Historia
Constantino Bértolo
No
es el presente sino la propuesta de futuro lo que da nombre al pasado
Martín
López Navia
Desde respetables posiciones
anticapitalistas algunos estrategas de la revolución aconsejan
“renunciar a los significantes”, es decir: abandonar o al menos
ocultar el instrumental semántico tradicional de la teoría y praxis
marxista a fin de no asustar a aquellas capas de la población que,
aunque descontentas con la situación social, económica y política
actuales, rechazan todo aquello que les suene a comunismo. Se
trataría por consiguiente de no llamar condiciones objetivas a las
condiciones objetivas ni proletarios a los proletarios ni plusvalía
a la plusvalía. Mejor, proponen, hablar de circunstancias, de
ciudadanos y de economías extractivas. Al fin y al cabo, nos dicen,
estamos en la era de la seducción y de la publicidad y parece lógico
y eficiente el aceptar que hay que saber venderse, que la política
es también una mercancía y que el fin justifica el marketing, sobre
todo si se trata de un fin cuantitativo y electoral; nos dicen que
aquellas formaciones políticas que no se plieguen a estas exigencias
de revoco y maquillaje de fachadas corren el riesgo de quedarse
obsoletas, antiguas, decimonónicas, incapacitadas para incidir de
manera significativa en su entorno político. De ahí la seductora
tentación de vender el lenguaje de la revolución por un plato de
lentejas (electorales), y de ahí la necesidad de resistirse a caer
en esa tentación que los cantos de la sirenas de la postmodernidad
(los asesores de imagen) no dejan de entonar.
Y no es ni mucho menos que restemos
importancia a las batallas políticas que se materializan en las
urnas y en los votos, pero si entendemos que la actividad política
es algo más que el marketing y una campaña mediática, mejor seguir
llamando a las condiciones objetivas condiciones objetivas y a la
lucha de clases lucha de clases porque la renuncia a un determinado
lenguaje implica sometimiento a los dueños de los medios de
producción de los significados y sumisión a las reglas de juego que
el enemigo impone. Hacer lo contrario significaría aceptar como
arbitrario lo que es construcción histórica que surge y se forja en
el enfrentamiento y en el combate.
Porque los comunistas y las comunistas
somos eso: historia, y no conviene olvidarlo por mucho que la sirenas
de la refundación o el marketing electoral nos acaricien el oído.
No es fácil ser historia en tiempos en los que la historia, la
nuestra incluida, la han escrito mayormente nuestros enemigos de
clase. Una consecuencia más de haber perdido la guerra fría. La
historia del comunismo que hoy circula de manera hegemónica es una
historia anticomunista que se cuenta y recuenta con la saña y
dedicación de quien hace leña del árbol caído. Y lo malo de esa
lectura dominante con que el enemigo, utilizando todos los recursos a
su alcance, ha bombardeado los imaginarios colectivos reside en que
inevitablemente invade, infecta y penetra hasta lo más hondo. No es
raro comprobar o descubrir cómo parte de ese anticomunismo nos
acecha, muerde y nos habita. De ahí que en la lucha por la hegemonía
que este tiempo nos reclama a los comunistas, la recuperación de
nuestra propia historia sea tarea urgente y necesaria. Volver a ser
árbol que crece.
En momentos como los actuales en los
que el escenario político se abre a posibilidades de transformación
y cambio, necesitamos más que nunca asumir nuestro pasado, la
historia del comunismo, con todas sus glorias y todas sus miserias,
sus pasos adelante y sus pasos atrás. Asumir es saber situar los
hechos –más importante que encontrar la verdad es saber situarla-
en el contexto político pertinente y concreto en el que se
desarrollaron y trazar tanto el mapa de las condiciones objetivas
como el de las condiciones subjetivas. No se trata de negar nada pero
tampoco de leer nuestra historia con la mirada ajena e interesada del
enemigo. Es tarea urgente que usemos nuestras propias herramientas
epistemológicas para evaluar, ponderar, encuadrar hechos y
actitudes. Solo desde el uso de nuestras herramientas estaremos en
condiciones de hacernos cargo de los aciertos y de los extravíos, de
los errores y de las contradicciones, de las derrotas y de los
esfuerzos, de la confusión y de la fortaleza. Sin necesidad de
renegar de ninguna herencia porque nuestra herencia, en definitiva,
se escribe en futuro y porque la hegemonía, camaradas, empieza en
nosotros mismos.
Publicado en el Nº 281 de la edición
impresa de Mundo Obrero febrero 2015
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