Prólogo
Para
no dejar que los muertos, los combates, la injusticia y los recuerdos
se disolvieran en la nieve de la memoria.
François
Masperó.
Sigo
leyendo. Leo como forma de combate frente a la barbarie neoliberal.
Leo para aislarme de un mundo que me ignora y que no entiendo (ni
quiero). Leo para ser infeliz, conscientemente infeliz, amargamente
infeliz. Leo para expresar mi rabia. Leo contra el orden y sus
acólitos.
Manuel
Fernández-Cuesta
En
junio de 2013, Manuel Fernández-Cuesta, en un artículo en el aborda
la figura, el pensamiento y la actualidad política de Gramsci,
escribe: <<Es
difícil entender la actual agitación social sin comprender la
historia reciente y las frustraciones individuales y colectivas que
acarrea. Sin comprender que “fuerza y consentimiento” son las
armas del capitalismo. La nueva hegemonía cultural (y política) que
propone una parte del cuerpo social, vestida de multitud creativa,
está indicando la necesidad de un cambio de modelo, otra
constitución, otro marco general de relaciones. Las presiones del
mercado y, por extensión, de la tecnocracia europea, están
laminando las posibilidades de crecimiento y desarrollo de muchos
países, especialmente en el sur de Europa. Gramsci con un candil,
quizá una vela, encerrado, escribe sin tregua notas dispersas>>.
Parece conveniente recordar que por esas fechas todavía ni la
organización de Podemos ni el concepto de Régimen del 78 ni la
denuncia del bipartidismo como bestia negra de la Transición están
presentes, que Izquierda Unida mantiene fuertes expectativas de
crecimiento electoral y que prosigue el deterioro socio económico
con sus inevitables efectos directos y colaterales: precariedad
laboral, paro, recortes sociales, desconcierto general en el
pensamiento crítico de las izquierdas. No se trata de señalar la
clarividencia del autor en el juicio sobre <<la necesidad de un
cambio de modelo>> sino de señalar cómo en el párrafo citado
se encuentran algunas de las principales coordenadas intelectuales y
políticas de su manera de pensar la realidad que le rodea: atención
a la actualidad y a la historia, atención a lo individual y a lo
colectivo, atención y delimitación de los conceptos desde los que
se aborda la interpretación, atención y explicitación de los
argumentos concretos que fundamentan esa interpretación y, last
but not least,
utilización del estilo alto como expresión de la síntesis o la
hipótesis.
Entre 1992 y 2013, Manuel
Fernández-Cuesta va a desarrollar una intensa labor de reflexión,
interpretación y expresión sobre un conjunto integral de temas de
corte diverso –cultura, política, información – que, más allá
de la aparente dispersión de intereses, se entrelazan y aúnan
fuertemente alrededor de un eje que tiene en la revolución su objeto
y objetivo preferencial. Reflexión, expresión y escritura, es
decir, una mirada crítica que tiene la realidad como punto de
partida, como contacto con lo concreto, y la revolución como
horizonte y punto de llegada. Para llevar a cabo esa tarea, el autor
va a aprovechar y utilizar distintos cauces o publicaciones como la
desparecida revista Ni
hablar, los periódicos
digitales Cuartopoder.es, Rebelión.org o Diario.es; o la prensa en
papel como El Mundo,
El País
o Público.
Pero es en las páginas de Mundo
Obrero, medio en el
que ejerció como Redactor jefe entre 1992-1997, donde se encuentra,
al menos cuantitativamente, la mayor parte de su producción. Como
bien se señala en la nota aclaratoria a esta edición, los textos
que en este libro se ofrecen sólo representan una parte
significativa de toda su amplia labor en prensa. Además, su trabajo
como editor, tanto en Debate como en Península, supone un capítulo
con especial relieve dentro del conjunto de la que debería ser
considerada su obra total, pues al fin y al cabo un catálogo
editorial, máxime si se realiza desde un criterio reconocible y
autónomo, no deja de ser, a su modo, una forma de expresión y
comunicación de una visión personal de la sociedad.
Como no deja de ser significativo
que, además de estos muy distintos cauces de publicación, el autor
haya utilizado, con oportunidad y buen entendimiento, el juego de las
identidades y autorías para situarse y ocupar perspectivas
diferenciadas desde las que abordar la complejidad de lo real. A ese
respecto, entre los varios heterónimos utilizados por
Fernández-Cuesta, el libro se centra en aquel que fue más duradero
y completo, el de María Toledano (Memoria
roja), al que se una
buena parte por las razones que se explican a continuación. La firma
de María Toledano y la del propio Manuel Fernández-Cuesta (En
tierra extraña)
ofrecen dos puntos de vista diferentes que permitieron al autor, aun
manteniendo una mirada ideológicamente única y reconocible, afinar,
hilar y entrecruzar observaciones y, al tiempo, ampliar
posibilidades, credibilidad y verosimilitudes.
El recurso a la creación de
María Toledano como rúbrica ficticia resultó ser un artificio de
alta eficacia narrativa hasta el punto de que su personalidad como
autora se dio como existente en muchos ámbitos de la izquierda.
Construcción de un personaje y de una voz que el autor realizó con
especial cuidado y talento al dosificar, con sagaz ritmo, la
aparición de las convenientes señas de identidad personales que
irían conformando el cuerpo biográfico de esa máscara desde la que
esconderse y, a la vez, mostrarse. Sobre esa “persona” – per
sonare – en donde la
ficción y el discurso, columna a columna, se hacen sociedad y
compañía, los lectores y lectoras iremos conociendo, texto a texto,
sus cumplidas intenciones de <<explicar el estado de las cosas
y sus relaciones>>.
Me
llamo María Toledano, nací en Madrid en 1929 y, como tantos, pasé
hambre en la posguerra. Pasar hambre –aviso para malintencionados
– no es ningún mérito. Nadie concede medallas por eso. Durante
bastantes años fui estalinista […] Cuando llegó la República
tenía dos años. 1939: victoria de Franco. Tras el periplo de mi
padre y tíos por diferentes cárceles, nos instalamos a las afueras
de París. Era diciembre de 1949. Hacía frío. Siempre hace frío.
Mi tío Antonio, una larga temporada en Ocaña, dormía en el salón
en unas sillas. La casa era pequeña. Mi padre era tornero-fresador.
Años después recorrí varios países socialistas. Pasé largas
temporadas en la DDR. Viví en Moscú y Leningrado. Cuando volví a
París, seguían dándome libros y artículos franceses e italianos
sobre el socialismo real que leía con atención, señalaba sus
virtudes y criticaba la manera en que eran presentados los hechos.
Aprendí que los hechos, aislados de su contexto, no son hechos, son
imágenes fijas, impresiones […] Era hija de rojos. La maestra,
Sección Femenina, llevaba unos relucientes correajes. Con el paso
del tiempo y para corroborar esta afirmación sobre la inexistencia
de los hechos aislados, recurrí a una interpretación sui generis
del argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, a la economía
política de Marx, a los trabajos de antropología de Engels. Y a
Lenin. Más tarde llegaron Freud y Braudel, Polanyi y Wallerstein y
tantos otros. […] Será por haber nacido en España y haber pasado
hambre. Con la edad, y tras haber superado diferentes sarampiones, he
vuelto a ser estalinista. Mi padre, en la cárcel, leía novelas,
recibía un trato humillante, sufría del estómago y comía
bicarbonato. En ocasiones, tras recorrer cuatrocientos kilómetros
–la distancia entre Madrid y El Dueso – mi madre y yo no podíamos
entrar en el penal. Las visitas, sin previo aviso, se habían
suspendido por orden del director. Corría el año 1944 o 1945.
Todavía recuerdo el ruido de la verja y la mirada lasciva de los
cancerberos.
El
personaje de María Toledano representa y supone a la vez, la mejor
muestra del talento del autor para mantenerse con singular acierto en
las fronteras entre la ficción y el ensayo, y su muy particular
sabiduría para fusionar las exigencias del periodismo con el carisma
y estilo de una escritura que encuentra en el espacio literario sus
credenciales. Desde esa doble posición autorial, a modo de un
heterónimo del gran Pessoa, el autor se permite entrar con astucia y
descaro en las realidades que la actualidad va poniendo en el
calendario: los problemas de la emigración, los poderes de la
Iglesia, las tensiones dentro de la izquierda, los nuevos lenguajes
del capitalismo, los rasgos de la nueva clase obrera, la memoria
histórica de la revolución. Temas y cuestiones que también el
autor va abordando en aquellos otros textos que llevan su rúbrica
civil pero que, al situarlos en la perspectiva de una voz femenina,
de edad más que respetable y con una historia revolucionaria a sus
espaldas, le otorgan una inteligencia que, más allá de lo
individual como talante o talento, incorpora una conciencia y
sabiduría generacional y comunista sin caer por ello en la tentación
de la nostalgia: <<Parecerá que a mi edad, ochenta cumplidos,
añoro el pasado.
No es cierto. Añoro los restos de realidad –expresados bajo la
forma de solidaridad de clase y conciencia de la necesidad – que
existían antes de que el capitalismo acelerado, este modelo que hace
de la falta de tiempo histórico su razón de ser, invadiera la vida
diaria de las personas, su discurso propio, las relaciones afectivas
y sentimientos>>.
La
memoria como arma cargada de futuro y como experiencia desde la que
el presente cuaja y se descubre.
Con la
invención de este personaje que acaba por tener vida propia y, por
consiguiente, alcanza credibilidad y empatía, el autor mira y nos
hace mirar el mundo y sus circunstancias. Desde esa credibilidad que
le facilita intervenir con tono de amistosa y cercana camaradería,
María Toledano, despliega una ironía afable, astuta y siempre en
punta que le permite, entre otras cosas, realizar tareas de ánimo y
acicate dentro del <<espacio de revolución>> en el que
se mueve, pero también y sobre todo, de crítica y autocrítica
difícilmente rechazables dado ese tono de <<una de las
nuestras>> que el artificio retórico le proporciona. <<Con
una pluma exquisita
–observa
Marcos Roitman
– diseccionaba
los nuevos movimientos sociales y criticaba el quehacer del que era
su partido, el comunista, y su coalición, Izquierda Unida>>.
Y Pascual Serrano señala como: <<nos
recordaba nuestra historia trágica, nuestros sueños comunistas,
nuestros caídos, nuestra dignidad. Así estábamos obligados a estar
a la altura>>.
Nos hemos
detenido en la figura y voz de María Toledano como instrumento
retórico elegido por Fernández-Cuesta para dar expresión a buena
parte de su entendimiento del juego dialéctico a que dan lugar las
relaciones entre la realidad y las ideas sobre esa realidad, es
decir, entre el sistema y el entorno cultural e ideológico donde
tiene lugar su expresión y circulación. Si como decía Godard –un
claro referente cultural para Fernández-Cuesta –, todo plano
cinematográfico es una elección moral, cabe señalar que toda
elección del punto de vista, del narrador o de la voz discursiva es
una elección eminentemente política. La elección de María
Toledano como lugar desde donde realizar la intervención supone una
actitud que pone de manifiesto el valor que se concede a la tradición
de lucha de los comunistas, a la experiencia de la historia como
patrimonio y compromiso y a la necesidad de asumir las propios
errores y contradicciones como instrumentos irrenunciables de una
<<memoria roja>> desde la que proponer y construir los
futuros. El logro de la legitimidad como piedra clave sobre el que se
levanta el gesto político que supone escribir en un medio público
que, como Mundo
Obrero,
es el lugar de expresión de una fuerza revolucionaria, representa la
asunción de una responsabilidad que transparenta el animus
operandi
del autor; es decir, el lugar donde se sitúa respeto al mundo que lo
rodea y desde donde va a dar cuenta de sus pareceres, juicios e
intenciones. María Toledano como lugar político desde donde ver y
hacer ver. María Toledano como esa elección ideológica donde la
separación entre forma y contenido muestra y demuestra, a
sensu contrario,
la falacia epistemológica que supone dar por existente tal
diferencia.
Al hablar
de diferencias, parece conveniente señalar que la conquista retórica
de la elección de María Toledano introduce en los textos una
diferencia específica presente de manera manifiesta en el conjunto
de la escritura de Fernández-Cuesta y que singulariza la tonalidad y
textura de su voz con respecto a otras voces con las que sin duda
comparte rangos y rasgos de interés. Entendemos que en su actividad
como escritor político mantiene determinadas características y
actitudes que hacen que su obra se integre dentro de la constelación
política y literaria que tiene en autores como Vázquez Montalbán,
Haro Tecglen o Leonardo Sciascia sus representantes más preclaros.
Con ellos comparte de manera especial una cualidad esencial: la no
confusión entre la actualidad y la realidad, esa tentación por la
que tantos y tantos autores que utilizan los soportes y momentos del
periodismo se despeñan hacia la superficialidad y la servidumbre.
Esta cualidad le permite adentrarse en lo actual para, despejando el
camino, desviar la atención hacia lo concreto, donde la complejidad
de lo real se hace materia ya como señal, ya como presencia. Saber
tomar el pulso al cada día sin confundir la fiebre con la
enfermedad, la sangre con la herida. La actualidad no como
representación de la realidad sino como síntoma de lo que esa
realidad no deja ver como realidad: la lucha de clases, la impostura
y la impostación cultural, la opresión como paisaje natural. La
actualidad como esa mesa encima de cual se esconde a las claras la
carta robada de las plusvalías sobre las que nuestras vidas se
construyen y destruyen. Un periodismo crítico en la estirpe de
Larra.
Esa es la
familia de autores y escrituras donde la obra de Fernández-Cuesta
tiene su lugar y contexto y nada tiene de extraño que estos autores
y escrituras hayan sido objeto de su atención, análisis e
interpretación o, por decirlo de otra manera: esa constelación de
escritores que se hicieron oír desde las fronteras del periodismo y
el ensayo constituyen, sin duda, uno de los espacios en los que su
propia escritura encontraba y encuentra la interlocución adecuada.
Porque su escritura, tanto en clave personal o en clave María
Toledano, tiene mucho de conversación, de amplia y sosegada
conversación con el presente y desde el presente –<<El
presente es el lugar de combate, el escenario, la cuarta pared, donde
ocurre todo aquello que no debería suceder>>
–, pero con la participación de todas aquellas autorías que
componen lo que bien podríamos llamar la gran conversación
revolucionaria que Fernández-Cuesta convoca y conjura. Una
conversación permanente que da lugar a que, a lo largo del proceso
de lectura de sus textos, al tiempo que permanece la identidad de su
yo autorial, ese yo se vaya preñando de todas las voces y ecos del
conjunto de interlocutores que hacen su aparición y con las que el
yo del autor entra en diálogo apasionado hasta el punto de que aquel
yo se va transformando en un nosotros y nosotras que certifica, si
falta hiciera, que estamos ante una escritura en común, es decir,
ante una escritura comunista. Valga para tratar de explicitar tal
característica con remitir a los lectores al tercer momento
–‘Selección
de nombres’
– del tercer artículo de la excepcional serie que, bajo el rótulo
de “La
España cañí”
esta
antología nos ofrece.
Una
selección de nombres que nos permitiría hablar de este libro como
un libro de conjurados, un libro plural, un libro que es recuento,
agrupación, células en reproducción: <<Anaximandro
y Anaxímenes, Milton, Juan Rulfo, Agustín de Hipona, Tomás, el
Aquinate; Baudelaire, Copérnico, Demócrito de Abdera, Kant, Azuela,
Hegel, Quevedo y Hume; Descartes, Leibniz; Lutero, Séneca,
Maquiavelo y Moro; Ockham, Platón, Locke, Cicerón, Sartre,
Althusser; Hobbes, Gide, Anselmo, Aristóteles, Fichte, Tales,
Shakespeare, Cervantes, García Márquez y Cortázar; Felisberto
Hernández, Saer, Zola, Hölderlin, Dickens; Goya, siempre Goya, y
Picasso, Lenin, Vélez de Guevara, Kautsky, Lukács, Anselmo Lorenzo,
Hugo, Goethe y Robespierre; Kafka, Pessoa, Deleuze, García Hortelano
[…]>>.
Ese tono de
conversación, esa aparente renuncia a la autoritas,
ese dejarle sitio a los lectores y lectoras en un espacio plural en
el que su voz comparece como una más, constituyen la pertinencia de
su estilo, la diferencia específica que hace tan singular la
escritura y la inteligencia política de Manuel Fernández-Cuesta.
Siguiendo a Maquiavelo sabe hacer del estilo estrategia, del tema
táctica y de la actualidad ágora. Apoyándose en Spinoza –<<
la
mayor parte de los errores consisten simplemente en que no aplicamos
con corrección los nombres de las cosas>> –
busca el lado oculto de la semántica que el capitalismo impone
cuando nos habla de democracia, derechos, trabajo, terrorismo o
bienestar. Una
lectura inteligente –‘entrelagente’– del leninismo
le
lleva a entender que: <<Las
constantes luchas actuales están demostrando que se imponen formas
de organización adaptables al terreno. Formas sensibles, moldeables,
organizaciones líquidas que cuestionen, desde la raíz, la
primacía del surfeo permanente que nos impone el consumo y
la precariedad. Ante el enemigo fijo del pasado, las organizaciones
férreas cumplieron su misión de ariete. En la actualidad, cuando el
poder se ha diluido en la esfera de lo intangible, los mercados, las
organizaciones tienen que limar sus formas clásicas hasta
convertirse en reflejo de esa misma intangibilidad. Si la lucha
política actual tiene un fuerte componente de descontento social y
emocional, la estructura combatiente tiene que albergar también lo
emocional. Emoción y política ya no pueden separarse>>.
Escuchando
a Marx señala que si la verdad siempre es revolucionaria, también
la revolución lo es: <<Leer
a Marx no es leer a Aristóteles. Marx es acción, movimiento
transformador, crítica del estado y de sus aparatos de coerción, la
teoría del valor y la plusvalía; Marx formulará también el
instante revolucionario, el tempo revolucionario, partiendo de que el
carácter de la sociedad está determinado por su modo de
producción>>.
Releyendo a Lacan recomienda la autocrítica como momento propicio
para que <<reflexionemos
sobre nuestros pecados antes de abandonarnos a la lujuria del
pensamiento>>.
Asumiendo el valor de un Sciascia, es capaz de enfrentarse al
oportunismo y asumir como comunista las piedras que la propia
historia del comunismo ha tirado contra su tejado: <<Tener
que explicar ahora, en 2005, que el estalinismo es –al margen de
los indudables excesos– una forma moral y política de organización
social y económica desarrollada en un contexto concreto, debería
resultar innecesario. Y lo es […] Durante muchos años fui
estalinista. Alguna buena razón tendría>>.
Como ya se
ha recordado, el abanico de temas e intereses que Fernández-Cuesta
aborda es amplio, múltiple y diverso pero, a la vez, conforma un
espacio coherente, sólido y bien entramado. Desde el análisis de la
situación internacional –<<Estamos
en una nueva forma de edad media y el imperio, para defender los
sacrosantos lugares –cualquier sitio es hoy lugar sagrado para la
expansión de la democracia de mercado– lanza bombas y telediarios
con la aquiescencia de la comunidad internacional>>–
hasta
el conflicto palestino, pasando por Cuba y sus avatares –
<<Existen
países pequeños con ideas, empeños y esperanzas. Existen países
alineados con el capital internacional y otros, como Cuba, que
eligieron hace tiempo la escabrosa senda de la soledad. Y en el
camino siguen. Como recordó Alejo Carpentier: “Hombre de mi
tiempo, soy de mi tiempo y mi tiempo trascendental es el de la
Revolución Cubana”>>–,
ningún
conflicto, cuestión o tema parece resultar ajeno a su interés o a
su mirada. Sin embargo, es posible considerar dos campos de atención
sobre los que se detuvo con especial preocupación: la situación de
la izquierda y el lenguaje como ideología. Sobre esto último su
recelo era evidente.
[…]
palabras
imposibles, torturadas e inutilizadas como casi todas las que usamos
para conservar la ilusión de la comunicación. Pero las palabras, en
el sentido convencional de signos dotados de significación
reconocible por el conjunto de los hablantes, no existen fuera del
cacareo ideológico –un bombardeo constante– de los medios de
difusión del pensamiento liberal. Son, en estos tiempos donde reinan
los asesinos vestidos de púrpura multinacional, sonidos vacíos,
gestos del paladar y la lengua, de las cavidades de la boca por las
cuales circula el aire. Sonidos con cierto valor de uso en contextos
preestablecidos. Fórmulas impuestas por el poder para que el capital
exprese deseos y necesidades, sus sentimientos de clase, sus gustos:
la distinción que les caracteriza. Han conseguido que hablemos con
sus palabras. Si repetimos sus términos sin advertir la carencia de
significado, reproducimos su visión del mundo. La lengua del poder
encierra una trampa mortal. Impide que recordemos cuál es el punto
de vista, es decir, desde dónde miramos la realidad
[…]
El significado está vedado ya que carecemos de su propiedad.
[…]
Habitamos el territorio de las
castas
políticas y económicas, los crecepelos y la democracia formal: la
mentira con marchamo oficial.
Consciente
de la <<delicadeza ideológica>> del instrumental
lingüístico y de su facilidad para lo que algunos malos, aunque
abundantes, criterios llaman escribir <<brillante>> –sus
artículos sobre Millás o Lenin son prueba de ello–, supo vigilar
para no caer en la tentación de una prosa con campaneo de
yuxtapuestas, apostando por una escritura clara, transitiva, en la
que el rigor y la precisión se anteponen a la vanidad de aquellas
escrituras que parecen escucharse a sí mismas. Siempre atento al
lector implícito y explícito que el medio de expresión en uso
implicaba, se esforzó con éxito en conseguir una escritura sin
servidumbres espurias y al servicio del mayor grado de
comunicabilidad, tratando de evitar la inevitable opacidad con que la
hegemonía semántica del capitalismo nos infecta la expresión. Una
escritura de vocación demostrativa que ha de luchar contra la
dominación de clase que convierte en refractarios los acercamientos
demasiados transparentes porque impiden ver las resistencias que
muchas veces el pensamiento encuentra cuando pretende lo espontáneo.
Escritura en meandros que amplían la cuenca en la que el tema o
cuestión crece, pero con un cauce profundo por donde discurre el
caudal cargado de ideas, sugerencias, atisbos, apuntes, pequeños
ensayos y reflexiones. Un cauce hondo, profundo, que deja ver un
lecho de conocimientos sobre Filosofía o teoría Política. Un
caudal agitado pero sereno en su compostura a pesar de las
turbulencias interiores que la escritura deja adivinar. Sin
aspavientos pero sin reservas o recelos, escritura comprometida, es
decir, sin miedo a comprometerse, a molestar, cuestionar, discrepar,
pero también con miedo a coincidir, a apoyar, a sostener o defender.
El lenguaje propio de quien se muestra interesado más en conversar
que en imponer y que, al tiempo que escucha y habla, se pregunta
sobre el significado de las palabras colectivas pues teme, con razón,
que el lenguaje muestre su capacidad provocar engaño o confusión.
Evidentemente,
su preocupación por el lenguaje, la lucha por las palabras, no es
cuestión que el autor plantee desde un mero ángulo teórico. Sabe
bien que el lenguaje puede ser utilizado como un arma de destrucción
masiva, un arma de especial relieve en la lucha por la revolución y
que, por consiguiente, constituye un elemento fundamental en la
acción revolucionaria. Y ese es, sin duda, el tema que atraviesa el
pensamiento y las intenciones sobre las que se levanta la mayoría de
los textos de este libro. Para Fernández-Cuesta, el ser y el
quehacer de la izquierda tienen una respuesta única: la revolución.
En este sentido, el autor no marea la perdiz preguntándose sobre las
esencias del comunismo. Se atreve a saber desde ahí, desde la
conciencia de quien se presenta como revolucionario comunista que no
renuncia a ninguna pregunta pero tampoco a ninguna respuesta: <<El
comunismo –escribe al reseñar el libro Cuba 2005–, por tanto, en
su aspiración a la igualdad, negando toda forma de explotación, es
la verdadera y real democracia. Muchos –incluso los escasos
socialdemócratas de buena fe– se sorprenderán con afirmaciones de
esta naturaleza. La igualdad (en un sentido amplio del término) debe
ser el cimiento de la sociedad democrática. El estado de derecho
–una conquista burguesa frente a los poderes de la aristocracia,
una forma compleja y sutil de regulación de la injusticia cotidiana–
es sólo un capítulo, un paso (pequeño y, a veces, tramposo) hacia
el socialismo. No es un fin, no es el destino final del tren de la
historia. Es el arranque del viaje. Es la condición necesaria –hoy
por hoy y teniendo en cuenta las circunstancias objetivas– para
ahondar en la senda (perdida) del socialismo transformador>>.
Esta falta
de reservas en su aceptación del comunismo como ideología y como
meta no deja de ser sorprendente en un campo en que las reservas
ideológicas explícitas son lo usual y adecuado si se quiere militar
en las filas de la intelectualidad abierta. Una vez más su lenguaje
se muestra franco y, más allá de la ironía impertinente, se
adentra en el sarcasmo como herramienta de denuncia: <<Hemos
leído tanto a Marx que ya no sabemos interpretar sus textos. Hemos
citado tanto a Marx, en cualquier situación, con cualquier excusa,
que hemos olvidado de dónde provienen las citas y su utilidad
práctica>>.
Pero
se
equivocará
quien piense que la capacidad de encontrar o aceptar respuestas le
impide enfrentarse a las preguntas que los nuevos tiempos obligan a
incorporar. Todo lo contrario, en su equipaje teórico no faltan las
últimas aportaciones de la literatura crítica de la izquierda
revolucionaria, del <<pensamiento débil>> de Vattimo a
la <<modernidad líquida>> de Baugman pasando por
Derrida, Deleuze, Laclau o Negri. Fernández-Cuesta lee, sopesa y
toma buena nota de las preguntas que los escritos de los nuevos
teóricos plantean. Lo que no concede es patente de corso a lo nuevo
por lo nuevo –<<la verdad hay que saber situarla>>,
solía repetir citando a Saussure–, ni está dispuesto a
instalarse, como otros muchos que acaban por hacer de la heterodoxia,
religión, en la contradicción como espacio intelectual confortable
e inamovible:
<<Si
no fuera injusto diría que la izquierda se sentó una tarde en un
diván de terciopelo rojo y le gustó la textura, la suavidad, la
caricia. En realidad sería una injusticia histórica. Por eso es
mejor no pensarlo>>.
Su
pensamiento y actitud frente al ser, el estar y el quehacer de la
izquierda revolucionaria vienen determinados, a mi entender, por su
biografía. Manuel Fernández-Cuesta pertenece a la generación de
militantes comunistas que, sin haber protagonizado la llamada
Transición democrática, se incorporaron a la vida militante del PCE
e Izquierda Unida cuando el escenario político estaba dominado por
el reparto entre PP y PSOE, partidos que ocupaban el tablero de la
democracia representativa que la Constitución del 78 representaba
con general aceptación, un escenario donde el papel de fuerza de
transformación social que el PCE e Izquierda Unida pretendían
desempeñar apenas encontraba eco y territorio. Desde esta situación
de partida, el autor opta por intervenir analizando tanto las causas
como los efectos que el estado de correlación de fuerzas parece
determinar. De ahí su insistencia en dar cuenta de las
características concretas del capitalismo que se está sufriendo y
en especular utilizando conceptos como <<capitalismo
espectacular>> o <<turbo-capitalismo>>. De ahí
también su insistencia en que fuerzas como Izquierda Unida deben
saber incorporar las condiciones objetivas y subjetivas que su
victoriosa instalación provoca, al menos desde la caída de la URSS.
Insistencia en ese doble campo que citas como las que siguen
ilustraría de manera suficiente:
El
mundo construido por el capitalismo espectacular es un permanente
anuncio que expone y repite con insistencia las ventajas de vivir en
(dentro de) un anuncio. En el acogedor salón de la acogedora clase
media (que vive, a tenor de su inexistente contestación social,
negando su propio empobrecimiento) los obuses caen en remotos
paisajes filtrados por el brillo y el contraste de la televisión.
[…]
Es
práctica usual remontarse a la transición democrática para
explicar las simpáticas ocurrencias que constituyen la estructura
ideológica de la izquierda actual. Al aceptar (alentar) la
forma-estado surgida de la Constitución de 1978 se claudicó. Fue
una rendición y se entregaron las armas. Las élites políticas lo
sabían (desde la pizarra de Suresnnes al eurocomunismo como práctica
posibilista) y generaron un estado de opinión favorable a la
democracia de mercado. En este clima, la mayoría asumió la
monarquía y sus deportes de invierno/verano, la economía social de
mercado con sus desregulaciones y su desempleo estructural y el
parlamento como único escenario de la práctica política con sus
diputaditos –tan flamantes y verbeneros –, sus corbatitas y sus
mediáticas comisiones de investigación. ¿Cómo pretende alguien
que en esta feliz reserva natural, creada para solaz de las familias
y su atolondrado consumo pueda prosperar un pensamiento
anticapitalista?
Con
ocasión de la elecciones municipales y autonómicas de 2003, después
de poner de relieve la incomodidad de lo real –
<<IU,
que nació como movimiento de amplia base social, no ha conseguido
conectar con la natural
dispersión del
electorado crítico>>–
realizó un diagnóstico premonitorio que muchos en su entorno se
negaban a aceptar: <<Es
conocido que existe una bolsa crítica que, elección tras elección,
se sumerge en las filas de la abstención. Mujeres y hombres que
consideran, quizá con cierta dosis de razón, que las formaciones de
la izquierda clásica no representan sus intereses de clase. Ahí, en
ese conjunto dispar aunque rico en ideas y alternativas, se encuentra
una parte de la izquierda real. Quizá sea una pequeña parte,
disgregada, pero es muy difícil concebir una organización
comunista, hacer política alternativa para tiempos de capitalismo
salvaje, constituir un nuevo sujeto histórico, sin tener en cuenta
ese variado universo de contestación que adquiere cada día más
fuerza y presencia>>.
Podemos,
por tanto, hablar de la presencia en sus escritos, al menos hasta
2008, de un pensamiento político <<transicionado>>,
determinado por las características de una Transición en cuya
gestación no se ha participado y que obliga a actuar políticamente
dentro de los límites marcados por unas coordenadas que no se
comparten –<<El
dilema reforma o ruptura (una falsa elección, ya que en ningún caso
se planteó la ruptura en términos revolucionarios) se resolvió con
una ley de punto final nunca escrita, pactos con olor a silencio>>–
por
más que desde la responsabilidad militante se arrope la línea
política que las organizaciones correspondientes señalen. Entiendo
que esta <<incomodidad>> política no sólo define en
parte su pensamiento, sino que es generalizable a otros muchos
militantes y luchadores y luchadoras de su generación.
De
ahí que el estallido de la crisis y la onda larga de sus efectos
sobre el 15M den lugar a que su mirada atenta se obligue a comprender
la geología de la revuelta social que dará origen a hechos, como el
surgimiento de Podemos, a los que, por desgracia, el autor no pudo
asistir. Desde esta perspectiva, bien podríamos haber repartido los
textos de esta antología en dos apartados dedicados a los textos
pre-crisis y a los textos de la crisis. Habría tenido sentido desde
un punto de vista cronológico pero es, precisamente, la
discontinuidad cronológica que hemos elegido la que pone de relieve
la sorprendente continuidad de su visión de la realidad, hasta el
punto de que pueden detectarse en sus escritos interpretaciones y
propuestas precursoras de la nueva política en que hoy nos movemos,
en tiempos muy anteriores a la crisis:
El
sujeto histórico transformador, que urge reconstruir desde las señas
de identidad de la izquierda –propiedad de los medios de
producción, libertad, igualdad, fraternidad, justicia– y no desde
los nuevos valores sociales herederos de la caridad tales como la
solidaridad y sus aledaños, tiene que ser capaz de desarrollar una
nueva conciencia de clase. Esta conciencia de clase sólo puede ser
conciencia de la clase explotada: de los explotados, cualquiera que
sea su situación laboral –activa o inactiva– o económica. De la
misma forma que el pensamiento dominante es el pensamiento de la
clase dominante, la respuesta colectiva sólo puede ser la respuesta
articulada, ideológica, de la clase explotada. Para una formación
que se reclama parte de la izquierda –al margen de que lo sea o no
en realidad y de que represente o no a toda la izquierda real– el
referente tiene que ser el mundo del trabajo, la explotación
universal y la carencia de derechos colectivos. Esta conciencia es el
pueblo de Porto Alegre, una colectividad que demanda referentes
claros e ideas nuevas para combatir esta perversa y avanzada forma de
capitalismo tecnológico-espectacular.
No estamos
hablando de ningún mágico rasgo profético ni de nada semejante,
sino de la reunión en la figura de Manuel Fernández-Cuesta de unas
circunstancias <<biopolíticas>> que le permitieron
<<escuchar>> con acierto los cambios y movimientos que
estaban teniendo lugar. Sin duda, su interpretación del
<<qué-está-pasando>> responde a esa posición
generacional ya mencionada que, a la vez, se ve reforzada por su
frecuentación de aquellas propuestas teóricas y prácticas que
incidían en la misma dirección. Por
un lado, su especial atención a Gramsci y a su concepto de
hegemonía; por otro, su lectura crítica pero interesada de las
obras de Negri, Lakoff, Boltanski o Badiou. Este bagaje biográfico y
crítico es, sin duda, el que le permite ver y sentir lo que más
allá de la obviedad se está produciendo:
Los
partidos políticos progresistas intentan apropiarse –sin
lograrlo, su desconcierto es profundo– de la espontaneidad que
emana de la calle. El 15M, con todas sus contradicciones, ha abierto,
quizá sin saberlo, la puerta a una versión radical y sorprendente
de la idea de hegemonía, de bloque hegemónico. Las margaritas que
rodean la sobria lápida de Gramsci en Roma estiran atentas su tallo
y se agitan –en Italia– ante el denostado y confuso movimiento 5
Estrellas del cómico Beppe Grillo y, aquí, por el impulso de los
diferentes movimientos y asociaciones contestatarias. Frente al verso
de Leopardi, <<conmigo morirás cuando me apague>>, el
pensamiento de Gramsci reaparece libre, indómito, ajeno a la tensión
de la vida cotidiana del desaparecido PCI.
Es
su capacidad para conjugar la memoria roja –entrelazando
las lecciones de la revolución francesa, de la Comuna y la evolución
soviética con las experiencias más directamente asimiladas del
gobierno de Salvador Allende, la Revolución de Abril en Portugal y
el auge y caída del Partido Comunista italiano– con la necesidad,
que los tiempos actuales exigen, de desentrañar las claves de esa
realidad dialéctica que al tiempo que se muestra se esconde, lo que
caracteriza su aportación política. Es la coexistencia en su
inteligencia narrativa –y por tanto, en su imaginario político–
de la mirada de la mejor tradición comunista –María Toledano–
con aquella que observa lo nuevo que emerge –a
lo que da vida Lola, la nieta de María–;
es la
convivencia
de dos sensibilidades comunistas que se complementan.
Hace
días que no veo a mi nieta Lola. Anda enfrascada en eso que se está
llamando Movimiento 15M. Duerme en la Puerta del Sol, asiste e
interviene en las asambleas, colabora en la organización, redacta
documentos, hace bocadillos, traduce, graba vídeos: vive. Mi nieta,
como los acampados y simpatizantes, está viviendo su política real
en tiempo real. Aunque solo fuera por ese soplo de instante
asociativo que recorre, aparente fantasma anticapitalista, una parte
de la juventud, esta curiosa insurrección popular merecía la pena.
Miles de personas apoyan esta protesta, algunas organizaciones
políticas (minoritarias) respaldan a los indignados: monopolizaron
la campaña electoral y la rancia voz de los analistas. El 15M tiene
entidad propia y espontaneidad creativa, resuena en las asambleas, y
camina. Lo interesante sería saber hacia dónde.
Alessandro
Manzoni entendía que un buen libro de ensayo debe cumplir al menos
con tres presupuestos: la utilidad como objetivo, la verdad como tema
y el interés como medio. A nuestro entender este libro cumple con
todas esas condiciones y algunas más. Estamos atravesando momentos
de cambio y por tanto de incertidumbre y desconcierto. En momentos
así, la necesidad de orientación, de miradas que nos permitan hacer
una lectura correcta de las tensiones y posibles peligros políticos
que están teniendo lugar es absolutamente conveniente. Hay algo de
libro de viajes en Memoria
roja. En tierra extraña,
de experiencia personal de quien vivió en <<estado de
revolución>> una parte decisiva de la historia contemporánea.
Desde la duda a la esperanza. No la duda como buen lugar donde
habitar cínicamente. No la esperanza como un tirarse las orejas uno
mismo por ver de salir del hoyo. La duda como momento hacia la
acción; la esperanza como meta a construir y proponer. Hemos tratado
de dar cuenta de las razones que hacen de este libro una buena
brújula para estos momentos en que el tiempo se nos echa encima, con
los cambios que provoca la aparición de Podemos como la izquierda
que no es de izquierdas ni de derechas. Entendemos que en el libro se
recoge la trayectoria de un intelectual que quiso no sólo
<<comprender el mundo sino transformarlo>>. Por eso,
antes de dar por finalizado este prólogo vemos la necesidad de
prestar oído y atención a la vivencia revolucionaria que Manuel
Fernández-Cuesta propone y representa. Un ser y estar que vive la
revolución como urgencia y como violencia. Que habla con mesura y
medida pero con contundencia. No en vano en este libro se
transparenta una especial admiración y respeto por dos
revolucionarios a los que el autor remite con especial trato y
querencia: Robespierre y Saint-Just. No es casualidad, sino elección.
La apuesta de un comunista que nos quiere hacer conscientes de que,
más allá de las palabras certeras, la historia que está por
escribirse requiere verdad, imaginación y fortaleza. Un libro para
este hoy que es un ayer y es un mañana. Para un hoy en el que bien
podríamos decir de
Manuel Fernández-Cuesta lo mismo que en una ocasión él escribió
sobre Malraux: Los muertos nunca pierden el tiempo. Y nos siguen
hablando.
Constantino
Bértolo
Madrid
a julio de 2015
En tierra extraña. Memoria roja. M. Fernández-Cuesta. Editorial Atrapasueños.
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