“Cemento”:
la revolución empieza
después de la revolución
Cemento, la novela
publicada en 1925 por Fiodor Gladnov,
reúne una doble y paradójica
condición: es una novela
referencial e inexistente.
Estamos
en 1921. La estrategia bolchevique planteada para garantizar la
transición al socialismo, basada en el control obrero de la
producción y distribución de los productos básicos se había
frustrado dadas las condiciones de una guerra civil que apenas podía
darse por finalizada en esas fechas. Después de años de lucha, la
política del ‘comunismo de guerra’, asentada en medidas de
confiscación y nacionalización apresuradas, no ha logrado evitar
hambrunas, descontentos y revueltas. Una situación de extremo
peligro que va a obligar a dar paso a una Nueva Política Económica
(NEP) que supone facilitar la entrada de capitales privados e
inversiones extranjeras y la desnacionalización de pequeñas y
medianas empresas.
Cemento,
la novela publicada en 1925 por Fiodor Gladnov (1883-1958) reúne una
doble y paradójica condición, pues si por un lado es una novela
referencial, por otro es una novela inexistente. Referencial porque
es el ejemplo que los inquisidores literarios traen a colación
cuando se trata de condenar el realismo social soviético. E
inexistente porque, amén de su ostracismo editorial y a la vista de
tal juicio, hay que deducir que sus inquisidores no la han leído ni
por asomo.
Glieb
Chumalov, uno de los protagonistas de esta novela, regresa de la
guerra a su ciudad de origen con el deseo de reencontrarse con los
espacios que la guerra le obligó a abandonar: el hogar y la fábrica.
Pero ni los años ni la Revolución han pasado en balde.
Dacha,
su mujer, ya no es la esposa dulce y entregada sino una mujer “nueva”
que se ha construido una identidad propia, independiente y activa,
mientras que la gran fábrica de cemento permanece abandonada y
convertida en un esqueleto estéril e inútil. Con esta obertura, y
como es de imaginar, Glieb, al modo de los héroes del Far-West o de
la filmografía bélica anglosajona (Salvar al soldado Ryan) asumirá
el papel de “héroe positivo” y acabará logrando que la derruida
fábrica vuelva a funcionar gracias al esfuerzo de los trabajadores y
trabajadoras que recuperarán así, mediante el trabajo, su dignidad
de clase perdida.
Resumida
así la novela no dejaría de ser una versión anticipada, a lo
soviético, de Un solo ante el peligro y acaso el tema explicaría en
parte que el canon literario la hubiera condenado a padecer el
anatema y el olvido en los infiernos del “realismo socialista”. Y
no. Y no porque la novela no pueda inscribirse en ese anatemizado
realismo socialista, sino porque, frente a lo que la inquisición
piensa, el realismo socialista, al menos en un primer momento, no
dejó de ser una propuesta de vanguardia que nació con la ambición
de representar “lo nuevo” que la revolución trajo consigo.
No
estamos tampoco ante el caso de ese típico y tópico realismo
capitalista al uso, Erin Brockovich por ejemplo, donde las fronteras
entre los buenos y los malos resultan claras y diáfanas. Cabe
señalar que, muy al contrario, la novela de Gladnov logra
desplegarse como un espacio narrativo con una sintaxis compleja donde
resuena la propia y vasta complejidad que esa revolución se va a
encontrar desde “el día después” a la toma del Palacio de
Invierno. Es decir, desde ese después en el que la revolución
realmente comienza.
A
este respecto parece conveniente centrarse en cuatro de los aspectos
o ejes narrativos que estructuran la novela de Gladnov: la amenaza de
burocratización y corrupción del poder soviético, las
contradicciones que las dificultades de carácter económico
introducen en el interior de la propia revolución, la separación
entre “los intelectuales” y los trabajadores y la emancipación
de la mujer.
La
burocratización y corrupción pespuntean sin reservas a todo lo
largo de la novela: “Sois comunistas y no sabéis nada de política
obrera. No habéis olfateado todavía ni la pólvora ni el sudor del
obrero. Me cisco en vuestra máquina. Tenéis tres regimientos de
empleados públicos que se han acostumbrado enseguida a comer,
ociosos, el pan de los Soviets”. No crea que el relato acabé dando
solución hollywoodiense al problema incluso cuando intervenga el
órgano, la Inspección Obrera, que el partido crea para luchar
contra esa tendencia.
En
el campo de la economía, la novela aborda las tensiones que el
establecimiento de la NEP provoca en la militancia comunista. No
oculta que tales tensiones serán en muchos casos el origen de las
primeras depuraciones que tienen lugar en el seno del partido
bolchevique: “No podemos traicionar a la revolución, sería peor
que la muerte. Pero la nueva política económica ¿no es en sí
misma la reacción la restauración del capitalismo?”.
Será
justamente la reaparición de la burguesía que la NEP propicia lo
hará denunciar a otra de las muchas mujeres que protagonizan la
historia que está viviendo algo inconcebible: “No sé dónde está
la pesadilla ¿Está en esos años de lucha, de sufrimiento, de
sangre derramada, de sacrificio o en esta fiesta de escaparates
lujosos y de cafés embriagadores? ¿Para que hemos acumulado
entonces montones de cadáveres? No, no puedo admitirlo no puedo
vivir con ese pensamiento... ¿Hemos de haber luchado, de haber
sufrido, de habernos hecho matar, para crucificarnos vergonzosamente
nosotros mismos?”.
El
tercer punto, la divergencia entre el partido y la intelligentia
se argumenta narrativamente también a lo largo de la novela, que no
omite el desencuentro entre el impulso revolucionario de los obreros
y el pesimismo cínico de unos profesionales que, bien instalados por
los avances de la revolución de febrero, en pocos casos querían ir
más allá.
Pero
quizá sea la emancipación de la mujer la cuestión que la novela
plantea con más fuerza y acierto narrativo sin que jamás en ningún
análisis sobre literatura y emancipación de la mujer se cite
Cemento como uno de los primeros ejemplos en los que se aborda de
manera clara y radical la cuestión. Basta para confirmarlo con citar
uno de los muchos momentos en los que el tema se desarrolla. Así,
cuando Glieb regresa de la guerra, Dacha, ha tomado conciencia de su
independencia: “Eres comunista, pero también eres un bruto que
necesitas una mujer sometida a ti como una hembra. Eres un buen
soldado, pero en la vida eres un mal comunista” [...]. “Todos los
vínculos se han roto y se han mezclado... En lo sucesivo es preciso
comprender el amor de otra forma de un modo nuevo. ¿Pero cómo?”
Se inicia así un eje argumental que tampoco se resolverá
“felizmente”.
Frente
a la versión dominante interesada en situar Cemento como parte de
una narrativa soviética que se descalifica por maniquea, esquemática
y meramente propagandística, sorprende en definitiva el papel, la
atención y el lugar que se concede a lo que debemos considerar
reflejo de los problemas, obstáculos, críticas , dudas y
planteamientos que la revolución soviética hubo de abordar en sus
primeros años en un contexto de guerra civil, acoso militar de las
potencia europeas y bloqueo económico.
Cierto
que en la novela se despliega también una visión épica de las
realizaciones que la revolución. Hay un elogio claro del
proletariado como protagonista colectivo, de sus conquistas, sus
esfuerzos y sus logros pero no deja de llamar la atención la
innegable empatía con se afronta a los personajes que se muestran
críticos con los caminos que la revolución está recorriendo.
La
novela no ahorra poner la mirada sobre los errores, perversiones y
golpes ciegos de una revolución que está buscándose a sí misma en
medio del desabastecimiento casi total y del caos revolucionario. Los
claroscuros, en definitiva, de un tiempo en donde lo viejo no acaba
de finalizar y lo nuevo tantea sus primeros pasos. Porque ese es “el
argumento” de esta novela de fuerte y extraña densidad narrativa:
la tragedia que el nacimiento de lo nuevo presupone.
Publicado
en EL Salto, Noviembre de 2017
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