ENTREVISTA EN MUNDO OBRERO
"Agrupémonos
todos en la lectura
final"
Constantino Bértolo
es crítico literario y editor. Autor de libros como La cena de los
notables (Periférica, 2008) o Lenin, el revolucionario que no sabía
demasiado (Catarata, 2012), ha sido en los últimos años el director
literario de Caballo de Troya, una “editorial independiente”
creada en el interior de una la multinacional como Random House.
Antes fue editor en Debate y ejerció la crítica literaria en
distintos medios. Hace unos meses, tras la fusión entre Random House
y Penguin, la empresa le mostró la puerta de salida, le invitó a
jubilarse.
«Si el capital
funciona como un gestor de la ficción, deberíamos reflexionar, a
través del comentario de distintas narraciones, sobre las
posibilidades de hacer una lectura emancipatoria de la red de esas
narrativas dominantes en las que viajan y se construyen nuestros
imaginarios personales y colectivos».
Mundo Obrero: En la
contracubierta de una de las últimas novelas que has publicado como
director de Caballo de Troya, la “novela postestalinista,
posmoaísta y postcapitalista” Canje de Víctor Sombra Macarrón,
defines la jubilación como “ese paraíso que el capitalismo oferta
entre la muerte laboral y la muerte física”. ¿Cómo invitan a
Constantino Bértolo a poblar el paraíso, una vez se produce la
fusión entre Random House y Penguin?
Constantino
Bértolo:Una vez que has pasado la frontera de los sesenta y cinco
años desde el departamento de Recursos Humanos del grupo es bastante
normal “la biológica invitación” para el cese de la relación
laboral y más en unos momentos en que las empresas están
reajustando a la baja los costes estructurales. Cuando la fusión con
Penguin se produce, digamos que esa invitación se intensifica, y
cuando la compra de Alfaguara aparece en el horizonte, la muerte
laboral resulta unilateralmente inevitable. Parece evidente que a las
empresas les interesa la reducción de puestos de trabajo, bien para
amortizarlos con salarios más bajos o simplemente para suprimirlos
de manera absoluta cuando no se ven como necesarios. En definitiva:
una historia laboral como otras muchas en las que al trabajador le
quedan pocos espacios de negociación, si bien es conveniente señalar
que la decisión empresarial coincide con un final de ciclo
profesional y personal que está relacionado con el predecible y
barato relevo generacional. Que el nuevo proyecto para Caballo de
Troya haya recaído en la escritora Elvira Navarro entiendo que
responde también a esa necesidad de introducir nuevos horizontes,
costes y criterios en el espacio editorial.
M.O: ¿Qué hace
Constantino Bértolo en ese paraíso cuando le jubilan de Caballo de
Troya? ¿Se plantea, como hicieron otros editores expulsados del
oficio tras una transacción similar, iniciar una nueva aventura
editorial en solitario, sin el apoyo de un gran grupo detrás?
C.B.: Con
anterioridad a la jubilación y cuando veía que el final de mi
trabajo como director literario dentro del grupo Random House estaba
próximo, pensé en algún momento en la posibilidad de crear un
sello digital propio centrado en la poesía que es un género que
siempre me ha atraído de manera especial pero en que, por desgracia,
casi nunca había podido abordar en mi trayectoria como editor, salvo
en el caso muy excepcional del libro Mercado Común, excelente y
profético desde mi punto de vista, de Mercedes Cebrián. Me
apetecía, por decirlo así, poner el capital simbólico del que
pudiera disponer al servicio de una iniciativa de edición digital
haciéndola identificable con un rostro y un criterio literario.
Porque pienso que es necesario que la edición
digital deje de ser
una especie de saco revuelto y sin apenas identidad y me gustaba la
idea de trabajar en esa nueva dirección. No he descartado del todo
esa posibilidad pero de momento y en todo caso la he retrasado hasta
no sé cuándo. La verdad es que de pronto volví a ver mi mesa llena
de manuscritos esperando contestación y me entró el desánimo. Como
editor lo que peor he llevado es no tanto el trabajo de lectura y
selección como esa perturbadora experiencia de saber que alguien
está esperando una contestación y uno no logra poder hacerlo en un
tiempo prudente. Esto siempre me ha creado angustia y me daba pavor
volverme a encontrarme en esa situación. De momento mis expectativas
han aparcado ese deseo.
M.O.: Cada vez más
–y la compra de Alfaguara por parte de Penguin es un nuevo elemento
de análisis– se encuentra en menos manos la decisión de lo
podemos y no podemos leer. ¿Cómo afecta la concentración del
capital editorial en lo que en alguna ocasión has denominado “la
salud semántica” de este país
C.B.: Entiendo que
en general la concentración de capitales en cualquier sector
económico, y por tanto en el mundo editorial, a lo que da lugar es a
la mayor fuerza de oligopolios en ese singular espacio industrial,
del que apenas se habla, que tiene como objetivo la producción de
necesidades. Porque nadie llega al mercado en “estado de
espontaneidad”. Antes incluso de que concurran vendedores y
compradores, los productores de necesidades han hecho su trabajo,
pues son ellos los que en gran parte determinan las carencias con que
nos allegamos “libremente” a ese mercado. En el negocio
editorial, como en tantos otros desde la aparición de las llamadas
sociedades de consumo de masas, se han intensificado las
características de la economía de oferta propia de aquellas
actividades que, más que dedicarse a la satisfacción de necesidades
reales, tienen como objetivo crear la necesidad de aquellas
mercancías que están produciendo y van a ofertar a través del
marketing, la publicidad o la promoción de determinados valores,
deseos y sensibilidades. Se trata por tanto de ofrecer e impulsar el
consumo de aquellas mercancías –libros, lecturas– que las
propias editoriales de manera directa o indirecta presentan como
necesarias para satisfacer la domesticada demanda, bien del conjunto
mayoritario de la sociedad a través del lanzamiento de productos
editoriales de amplio espectro, bien de grupos de consumo más
minoritarios a través de productos más restringidos, “cultos”,
“distinguidos”. Aquellos momentos históricos –no tan lejanos–
en los que instancias no directamente mercantiles intervenían en la
construcción del “qué leer”, vía sistema educativo,
instrumentos de distinción de élites o, incluso, intervención
política, creaban sus propias demandas de cultura, parecen haberse
desvanecido. En consecuencia, creo que a lo que estamos asistiendo en
el campo editorial es a una creciente uniformidad en esa creación de
necesidades que atañen a la lectura que, a su vez, da lugar a la
concentración de las ventas en un número cada vez más reducido de
novedades que, por añadidura, y dado el dominio imperialista made in
usa sobre las subjetividades colectivas, provoca que esa uniformidad
tenga cada vez más un claro acento anglo e imperial gustosamente
compartido por los colonizados. Si uno se asoma a las listas de los
libros más vendidos de España, USA, Inglaterra, Alemania o Japón
puede observar que, más allá de la presencia discreta de los
“factores de producción locales”, las coincidencias son
inquietantes de cara a la conservación de la “biodiversidad
cultural” que a muchos nos sigue pareciendo, a costa de cargar con
el san benito de provincianos (las provincias del Imperio), algo
conveniente y necesario.
M.O.: Sin embargo,
en tiempos de concentración de capital editorial, se está dando un
curioso fenómeno: han surgido también interesantes proyectos
editoriales independientes de pensamiento crítico. ¿Podrán dar
batalla o en el momento en que despunten, comercialmente hablando,
serán asimismo absorbidas por los grandes grupos?
C.B.: Este fenómeno,
aparentemente paradójico, creo que debe abordarse con empatía pero
evitando caer en lo que suelo llamar “el entusiasmo metonímico”
que consiste en, llevados por el deseo, confundir o identificar la
parte por el todo. Convendría señalar que la aparición de pequeñas
editoriales no supone de por sí ningún gesto o señal de
confrontación entre el gran capital y los pequeños capitales. En
cierto sentido y de forma general incluso podemos pensar que el papel
de los pequeños capitales dentro de un sector económico concreto
cumple el papel de exploradores del mercado a modo de externalizada y
autónoma avanzadilla que por su ligereza –su escaso capital–
permite tener información sobre la bondad o inconveniencia de
adentrarse en nuevos territorios. En realidad este es un papel que
inevitablemente cumplió la editorial Caballo de Troya dentro de la
multinacional Random House. Por otra parte el fenómeno de las
llamadas editoriales independientes –convendría determinar el
independientes de qué–, y sigo hablando en general, es un producto
indirecto de los bajos costes de producción y de los altos márgenes
de beneficio que actualmente el comercio del libro disfruta. Esta
doble condición explica la facilidad relativa con que se puede
entrar (y salir) en el sector. Tampoco conviene dejarse llevar por el
marketing ajeno y olvidar que la mayoría de las pequeñas
editoriales independientes no se caracterizan, en España al menos,
por su especial carácter crítico, ya en referencia a lo político,
ya en referencia a lo literario, y sus criterios hegemónicos. Más
bien podría hablarse de un aire conservador en uno y otro aspecto
ejemplarizado en el escaso número de nuevos autores que acogen y en
su claro enfoque hacia la introducción o reedición de autores y
literaturas ya homologadas. Dicho esto, es sin embargo evidente que
en los últimos años algunas pequeñas editoriales que habían
surgido en las últimas décadas con clara vocación política
–política de resistencia y combate frente al sistema capitalista
actuante– han obtenido una visualización destacada de la que hasta
hace poco no gozaban, es el caso de editoriales como Hiru, Virus,
Barataria, Melusina, Laiovento, Xordica y otras, y es también
evidente que al socaire de la crisis y de los movimientos que en ese
escenario aparecen iniciativas editoriales como Capitán Swing,
Tierra de nadie, Errata Naturae o La Oveja Roja que, entre otras, y
sobre todo en el género del ensayo, retoman, arriesgan y propician
catálogos más críticos y combativos.
Ahora bien, una nube
no hace veranos por más que su presencia nos permita pensarla como
señal de que la climatología puede estar cambiando y, más allá
del necesario optimismo de la voluntad, parece necesario, para
ponderar su real dimensión, que debemos aceptar la evidencia de que
la contribución de las editoriales independientes, en general, y el
de las editoriales críticas en concreto, a lo que llamaríamos “la
lectura nacional bruta” es relativamente pobre y escasa, aunque
esto no quiera decir que su peso cualitativo carezca de relevancia.
La tiene sin duda, pero dentro de un sector reducido de la población,
aun cuando las circunstancias políticas recientes nos puedan hacer
pensar que ese hecho puede estar transformándose. De momento lo que
la sociedad española está leyenda por desgracia no es a tal y tal y
tal, sino a Kent Follet, Paulo Coelho, Patrick Rothfuss, etc. Es
decir: la contribución a la salud semántica general de nuestra
sociedad de esas editoriales es escaso a pesar de que su
participación en la acumulación de capital simbólico y cultural en
las minorías ilustradas sea alto.
M.O.: Cuando en los
años noventa ejerces como director literario de Debate, tu objetivo
era encontrar voces narrativas críticas en un momento en el que la
tendencia literaria era justamente la contraria, donde la novela se
definía por su aideologismo y la ausencia de conflicto político y
social. Difícil tarea que sin embargo resolviste descubriendo
autores como Ray Loriga o Marta Sanz, novelistas que, si bien estaban
muy lejos de la novela crítica y social, sí rompían el consenso de
que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, construyendo una
literatura a partir del malestar. La literatura –lo dice Juan
Carlos Rodríguez– satura y sutura, y en estos casos parece
evidente: suturaban la ideología dominante, mostrando un malestar
que era individual, existencial, y no buscaba su subsanación en lo
colectivo sino en su interior, pero a la vez saturaba la ideología
dominante, la desbordaban, al hacer visible un malestar que, si no
era contenido, terminaría estallando. ¿El encuentro con esa
literatura, su descubrimiento, supuso el cumplimento del objetivo que
te habías marcado?
C.B.: La editorial
Debate era una de las pequeñas editoriales que surgen al final del
franquismo proponiendo un catálogo comprometido con la cultura
democrática que el país venía reclamando. Sus colecciones de
psicología, derecho o pedagogía cumplían con especial acierto con
la necesidad de poner al día la bibliografía más actual y rigurosa
en esos campos. Al tiempo, había mantenido una división literaria
en la que se habían estrenado autores como Jorge Reverte, Emma Cohen
o Rosa Montero pero que desde la desaparición del mentor literario,
había perdido presencia en ese campo. Cuando me incorporo a la
Debate lo hago precisamente con el objetivo de recuperar para la
editorial unas señas de identidad literarias fuertes, tarea para la
que contaría con el respaldo y comprensión de Ángel Lucía, su
propietario, que me va a conceder total autonomía dentro, eso sí,
de los estrechos límites económicos permitidos por la delicada
situación económica por la que atravesaba la empresa. Eran años en
los que efectivamente la literatura española, y en concreto la
narrativa, vivía autosatisfecha crítica y comercialmente el
fenómeno de la llamada nueva narrativa económica aplaudida por
cuanto suponía “la normalización” de las relaciones entre
literatura y mercado que la cultura del antifranquismo había venido
rechazando. En ese contexto estético y en las condiciones económicas
citadas, se trataba, inevitablemente, de ser diferente y desde la
diferencia tratamos de proponer un catálogo capaz de intervenir y
hacerse sentir en el campo literario buscando un cambio de propuesta
estética y por consiguiente unas “lecturas” no obvias de la
realidad. Y el trabajo de exploración y selección resultó bastante
satisfactorio. Con la primera novela de Ray Loriga, por ejemplo,
aparece una voz narrativa muy singular e inesperada que da cuenta de
un nuevo paisaje vital que ya nada tenía que ver con el espacio
abierto por las ondas del 68. La primera novela de Francisco Solano
parecía apostar claramente por un adiós a la narratividad de
fórmulas y clichés. La primera novela de Marta Sanz rompía los
códigos y expectativas de “las novelas de amor y desencuentro” y
el primer libro de relatos de Luis Magrinyà ponía sobre el tapete
una escritura que exigía algo más que un lector con ganas de
distraerse o pasar el tiempo. Cierto que ninguna de estas obras
recogía o retomaba lecturas manifiestamente políticas o
directamente críticas sobre el momento dulce en el que la España
socialdemócrata estaba encantada de conocerse, pero que, como bien
indicas, tampoco se sumaban al festejo del ya somos europeos, guapos
y cosmopolitas. El pulso crítico se reflejaría en la edición, sin
éxito, de nuevos libros de Antonio Ferres o López Pacheco y en la
puesta en marcha de una colección de ensayo literarios donde se
publicaron textos tan significativos como El escritor que compró su
propia obra de Juan Carlos Rodríguez, La guerra fría cultural de
Francis Stonors o Decadencia y caída de la ciudad letrada de Jean
Franco. Pero una editorial no es solo un catálogo y desde el momento
en que pasó a ser propiedad del Grupo Berstelman Random House, la
necesaria confluencia de objetivos y estrategias entre la dirección
editorial y el departamento comercial nunca tuvo lugar y este
desencuentro, que sin duda no supe reconvertir o templar, no permitió
asentar aquellas andaduras editoriales.
M.O.: Después de
Debate, pones en marcha una editorial “independiente” como
Caballo de Troya dentro de un gran grupo. ¿Cómo se explica esta
contradicción?
C.B.: Bueno, en el
mientras tanto se produce una nueva fusión entre el grupo Random y
el grupo Mondadori que hizo razonable un reajuste de líneas dejando
Debate de publicar literatura. En esa situación vi conveniente –para
mi salud laboral– proponer al grupo la creación de un nuevo sello
que recogiese en parte la estrategia desarrollada en la antigua
colección de Punto de partida a fin de publicar sin demasiados
riesgos económicos nuevas voces, nuevos autores o nuevas
literaturas. Y la proposición fue aceptada así como el nombre de
Caballo de Troya con el que a modo de declaración de intenciones
bautizamos la iniciativa. Se creó así un sello con perfil de
editorial independiente, es decir, de bajo coste y escaso
presupuesto, con el objetivo de explorar “lo nuevo”, a modo de un
invernadero, un laboratorio o un club de cantera. Los bajos costes y
el propio objetivo experimental del sello editorial le concedía a la
tarea unos márgenes de libertad muy altos a la hora de confeccionar
el catálogo; libertad que de manera casi inevitable llevaba como
penitencia el escaso peso de la editorial dentro de la actividad
total del Grupo Editorial: poca o nula promoción, poco o nulo
marketing, poco o nulo apoyo logístico. La libertad que conllevaba
la ausencia de exigencias económicas directas tenía esa contracara:
el discreto apoyo comercial. En cualquier caso, y dado que no se
contaba con una exigencia de rentabilidad directa, se planteaba
claramente la posibilidad de propiciar no ya una literatura no
volcada al mercado sino enfrentada a sus tendencias. Ese hecho le
otorgó el rasgo pertinente que, más allá de otras valoraciones,
hizo de Caballo de Troya una editorial con las señas propias de una
editorial de referencia. De ahí la presencia en el catálogo de
narrativas que se oponían claramente al relato de satisfacción
general con el que la sociedad española estrenaba el nuevo siglo. No
se trata de reclamar ánimos proféticos alguno pero entiendo que
títulos como, Palestina. El hilo de la memoria, El malestar al
alcance de todos, Una vacaciones baratas en la miseria de los demás,
El año que tampoco hicimos la revolución, La paz social, Los
mercaderes en el templo de la literatura, La frontera Oeste. Diario
de un inmigrante, Una puta recorre Europa, Komatsu PC-340, Nada
sucedía como había imaginado o Materia prima, señalan de manera
suficiente la actitud crítica y la intención civil de la literatura
que el catálogo recoge.
M.O.: ¿La
literatura debe trabajar siguiendo la estrategia del caballo de Troya
o debe, más que asaltar la ciudad sitiada, construir una ciudad
nueva fuera de sus muros?
C.B.: Creo que debe
de procurar, dialécticamente, realizar ambas tareas en un mismo
gesto: asaltar para construir. No asaltar para apoderarse y asentarse
en la ciudad conquistada sino para romper murallas, limpiar sótanos,
enterrar la propiedad privada de los medios de producción, abrir y
socializar las calles y las lecturas, tomar el control de la
producción de necesidades y atreverse a imaginar unas formas de
convivencia y producción que en las actuales condiciones son
imposibles de imaginar. Asaltar, destruir lo que haya que destruir,
recuperar lo que haya que recuperar, reconstruir lo que nunca llegó
a construirse: un futuro en el que la humillación física o mental
no sea necesaria.
M.O.: En Caballo de
Troya te propones encontrar nuevas voces, autores jóvenes que a su
vez produzcan una literatura que se proponga intervenir en la
realidad. Desde que estalló la crisis parece un momento idóneo para
ello, ya que escritores que antes rehuían toda forma de compromiso
en la literatura, reivindicando su autonomía respecto a lo político
y lo social, ahora están escribiendo “novelas de la crisis”.
¿Cómo distinguir el grano de la paja? ¿Cómo distinguir entre las
narraciones sobre la crisis escritas desde la pérdida (una clase
media que lamenta la precariedad redescubierta) y las novelas que sí
ponen al descubierto la contradicción capital/trabajo?
C.B.: Creo que en la
propia pregunta cabalga la respuesta. La tentación narrativa que se
ha hecho presente a partir de la crisis es la de halagar “la rabia”
para vender la “nueva conciencia”: sentirse con derecho a “ser
de los buenos”, de los “nuevos buenos”. La clave no está en
los sustantivos ni en los adjetivos sino en el verbo: vender y para
vender seducir: una gotas de miserabilismo, unas gotas de rebeldía,
frases sentenciosas en plan de héroes desengañados, unas gotas de
exotismo social, una gotas de lo políticamente incorrecto que se ha
vuelto correcto, un chorro de tremendismo, otro chorro de
sentimentalismo, mucha y acogedora estética del fracaso, mucha
“condición humana desgarrada”, mucho existencialismo cursi y
ausencia total de política concreta. Y aquello del refrán pero al
revés: se dicen los pecadores: malos banqueros, malos jefes,
maltratadores a mogollón, corruptos mil, violentos por doquier, pero
no el pecado: la propiedad privada de los medios de producción. No
deja de ser curioso que las novelas que más triunfan sobre entre el
público progre siempre tratan de perdedores. Tantos novelistas
triunfadores bien podrían contarnos los peldaños que los llevaron
al éxito. Creo que los tiempos no están pidiendo novelas sociales
sino novelas políticas: aquellas que dan cuenta de las relaciones
sociales con que esa propiedad privada nos escribe haciéndonos creer
sin embargo que nuestras vidas las escribimos nosotros.
M.O.: La crítica
literaria, ¿sigue asistiendo a la cena de los notables o, con la
irrupción de medios alternativos en internet, se ha distanciado del
objeto que reseña mirándolo desde los postigos abiertos?
C.B.: Sigue habiendo
clases. Aquella vieja crítica que se sigue publicando en los
suplementos culturales de los medios de comunicación que mantienen
algo de la influencia que en otros tiempos tuvieron, todavía tiene
derecho de admisión y asiento en la sala donde tiene lugar el
banquete, pero cada vez las autoridades pertinentes les conceden peor
sitio y los sientan en mesas estrechas y alejadas, en sillas
incómodas y rincones con poca visibilidad. Desde ahí ya apenas
alzan la voz y si lo hacen es para el aplauso y el halago. El sitio
donde antes se asentaban está ahora ocupado por los jefes de compra
de las grandes cadenas, o por los diseñadores del Nielsen y
controladores de las listas de libros más vendidos. Para la nueva
crítica, la que tiene lugar en los blogs y revistas y revistillas
digitales, se ha adecuado un espacio exterior, más allá de los
postigos pero en primera línea, con mejor acceso que el público en
general a lo que dentro se habla, y a esa crítica se les hace llegar
el briefing del evento y en ocasiones hasta reciben sobras y platos
fríos del banquete. La crítica tradicional sigue diciendo lo de
siempre al ritmo que marca la batuta de los departamentos de
marketing de las editoriales y esa nueva crítica digital, en la que
tantas ilusiones se depositaron, al menos de momento remite en su
conjunto a una especie de jaula de grillos que funciona como fondo
acústico que crea más confusión que sonido. Las últimas
estrategias de los departamentos de marketing consisten en ningunear
todavía más la mesa de los críticos para dar más realce a la de
los libreros y en halagar a la clientela creando, bajo el rótulo de
talleres de lectura, seudocenas de notables en el exterior siguiendo
la estela de esa nueva estrategia de negocio que se oferta como
“consumo creativo”, que es lo último de lo último en marketing.
Con todo cabe esperar que la aparición en la escena de la
publicación digital pueda originar un tipo de crítica que asuma la
responsabilidad propia de quien osa tomar la palabra en público
aunque no sepamos bien cómo serán esos posibles nuevos caminos si
la crítica reaparece.
M.O.: Has publicado
recientemente un libro sobre Lenin (Lenin, el revolucionario que no
sabía demasiado, Catarata, 2012). ¿Para qué nos sirve Lenin hoy?
Lenin, que escribió páginas muy lúcidas sobre literatura, ¿qué
diría sobre nuestra narrativa actual?
C.B.: Voy a intentar
decirlo muy brevemente: Lenin nos debería servir para no olvidar que
si bien el combate por la revolución tiene y puede tener lugar en
escenarios diferentes que exigen y exigirán estrategias y tácticas
diferentes, siempre y en cualquier caso lo que no se puede olvidar
que ese combate despertará en algún momento fuertes, inevitables y
cruentas resistencias por parte de la burguesía y, por tanto, es
necesario e imprescindible que las fuerzas de la revolución estén
preparadas desde el primer momento para afrontar con las mejores
armas posibles ese enfrentamiento. Lenin además nos recuerda que
como consecuencia de ese enfrentamiento la revolución debe organizar
su dominación o dictadura con las características a que den lugar
las propias condiciones del enfrentamiento. No sé qué pensaría
Lenin de la narrativa española actual. Son elucubraciones que me
parecen estériles, pero confieso que sí me gustaría poder leer la
lectura que Lenin haría de una novela tan fértil como es El homóvil
de Jesús López Pacheco.
M.O.: ¿Narrativa,
que algo queda?
C.B.: Así he
titulado un posible libro sobre el que estoy trabajando. Se trata de
hacer una reflexión sobre las relaciones imaginarias entre la figura
del narrador y la figura del autor partiendo de un presupuesto
marxista: el narrador como ese trabajador que vende su fuerza del
trabajo, esa empresa que llamamos autor. A partir de ahí, y
entendiendo la lectura como una actividad de intercambio comercial,
se trata de replantear las hipótesis o imaginaciones consiguientes:
dónde y cómo se genera y distribuye el beneficio narrativo, cuál
es el salario que recibe el narrador, qué relaciones sociales se
establecen entre el narrador, el autor y el capital, cómo son las
relaciones entre autoría y propiedad de la narración, análisis del
estatus sociocultural del narrador, actitudes posibles del
narrador-trabajador respecto su trabajo: narración y sabotaje, la
toma del palacio de la narración, Agrupémonos todos en la lectura
final, etc... Son ideas que tienen su origen en la reflexiones
generadas por ese texto tan singular que es el Bartleby el
escribiente y sobre el que se han escrito muchas interpretaciones
simbolistas sin apenas advertir que el narrador de esa narración es
el mismo dueño de la escribanía en la que Bartleby trabaja y que,
como buen capitalista, es capaz de capitalizar – al usufructuar el
rol de narrador– la historia de ese empleado rebelde, demostrando
así que el capital tiene en sus manos la posibilidad de extraer
plusvalía de actitudes de rebeldía o rechazo individual en cuanto
que es el capital el real propietario de los medios de producción de
la narración, de la narración de la historia de Bartleby y de la
historia de todos nosotros. El capital como gestor de la ficción. Se
trataría por tanto de reflexionar, a través del comentario de
distintas narraciones, sobre las posibilidades de hacer una lectura
emancipatoria de la red de esas narrativas dominantes en las que
viajan y se construyen nuestros imaginarios personales y colectivos.
No deja de ser un proyecto de exploración sin que en estos momentos
pueda atisbar sus resultados.
M.O.: ¿Cuáles
crees que tendrían que ser los ejes sobre los que giraría una
política cultural de izquierdas, con un horizonte transformador y
emancipador?
C.B. Creo que en
general la izquierda ha sido víctima de un entendimiento de la
cultura como un paquete de actividades conceptual e instrumentalmente
ya dado que, en función de los presupuestos disponibles y posibles
en cada momento o circunstancia, se ofrece a la sociedad. Es decir,
la cultura como parte del paquete electoral y casi siempre con una
función ornamental y complaciente. Entiendo que esa visión es más
propia de un gerente de contenidos que de una instancia política
encaminada a intervenir en la transformación de los sistemas de auto
y heteroobservación en los que la dinámica cultural se expresa.
Creo necesario asumir que la cultura no es un conjunto cuantitativo
de elementos cuya valorización está ya definida y delimitada sino
que, desde posiciones de izquierda, es imprescindible entender la
cultura como proceso, como un sistema dinámico de comunicación del
que ciertamente se habrán de derivar tanto las escalas de valores,
los medios de formación e información y los servicios y las
industrias culturales, pero no como meta o balance sino como
herramientas de transformación e identidad.
La izquierda tiene
que proponer la cultura como un proceso continuo de redefinición,
reelaboración y evaluación de ese complejo sistema de observación
y orientación, construido con elementos tangibles e intangibles, del
que nos servimos a la hora de relacionarnos tanto con nosotros mismos
como con los otros, tanto con nuestro presente como con nuestro
pasado o nuestro futuro. Se trataría para la izquierda de seguir, al
modo dialéctico en que se produce eso que llamamos la vida, un doble
pero único proceso de destrucción y construcción: destruir
aquellos elementos de la cultura hoy existente que son elementos de
dominación de clase, y al tiempo, y sin renegar de la oportuna
reutilización de materiales y recursos que forman parte de lo
existente, propiciar el marco y las herramientas posibles para la
emergencia de una cultura que contenga el gesto emancipatorio,
necesario para romper con la “naturalidad” desde la que hoy lo
cultural nos presenta, vende e inocula las relaciones entre el
capital y el trabajo. No se trataría por tanto de ofrecerse como
productores de la “mercancía Cultura” ni como defensores de un
Estado que asuma como tarea básica el ejercer una labor subsidiaria
y benéfica que supla las carencias que el sistema de mercado
produce, sino como agente movilizador con la misión de facilitar las
condiciones materiales e inmateriales, los marcos y las herramientas
necesarios para que las distintas unidades de convivencia, desde los
barrios al Estado faciliten la emergencia de esa “cultura en clave
de ofensiva” que la sociedad, en cada una de esas instancias o
comunidades donde se reparte, reclame y organice como instrumento
para la identidad, la orientación, el recuento y el combate.
Entiendo que una gestación y gestión de lo cultural en la onda de
los presupuestos participativos de Porto Alegre, es decir, la
deliberación y elaboración del mapa de necesidades en ese y otros
campos desde las instancias donde la convivencia tiene lugar, podría
ser para la izquierda, allá donde alcance poder político y
económico, brújula para una cultura no dominada por los valores que
el dominio de clase nos ha venido imponiendo. Se trataría por tanto
de acabar con la propiedad privada de los medios de producción de
necesidades que hoy detenta el control de los imaginarios
hegemónicos; esa batalla en la que históricamente, y al menos hasta
el momento, los movimientos revolucionarios siempre han sido
derrotados.
David
Becerra Mayor. MUNDO OBRERO, 2014
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