domingo, 2 de mayo de 2021

Los escritores en el mercado


Los autores ante el mercado del libro


Hablar de los autores ante el mercado del libro puede hacernos pensar que por un lado están los autores y por otro el mercado, pero en un país capitalista como España esto no es así. Es el mercado quien construye al autor, y por mercado no entiendo sólo la lista de libros más vendidos sino una red de medios de comunicación, editoriales, distribuidoras e instituciones puestas al servicio de los grupos económicos más fuertes que son quienes en verdad crean y regulan el mercado.

El autor necesita ganarse económicamente la vida y necesita tener también cierta legitimidad cultural. Ambas necesidades no están separadas, sin la legitimidad no encontrará el modo de ganarse la vida, y si no se la gana, se muere. Hay algunos autores que tienen otra profesión y además escriben, pero aún en este caso necesitan la legitimidad cultural para existir como autores, es decir, necesitan que se hable de ellos, que se les distribuya, que se les cite y se les invite, de lo contrario tampoco existirían como autores.

La palabra legitimidad, aunque es precisa, es al mismo tiempo confusa puesto que estoy hablando de la legitimidad que proporciona un circuito, el mercado capitalista dominado por el vector rentabilidad, al cual algunos podríamos considerar ilegítimo. De manera que para evitar confusiones diré que el autor necesita una marca cultural, que su propio nombre se convierta en marca.

Ganarse la vida, obtener la marca y servir a los intereses de esos grupos termina siendo la misma cosa. Y no me refiero ahora a que a los autores se les pidan grandes declaraciones de intenciones, cosa que también ocurre, sino a cómo actúa el mercado a través de exigencias en apariencia intrascendentes. Es frecuente que un autor de venta media sea invitado a dar charlas y a participar en mesas redondas. Y es frecuente que le digan: habla de lo que quieras. El autor se extrañará un poco y hasta puede que tenga la tentación de ir a la conferencia y leer una guía de teléfonos. Pero en vez de hacer eso, preparará su intervención tratando de situar, por ejemplo, el sentido de su obra dentro del contexto cultural que le es contemporáneo. Después, al terminar, es muy probable que los organizadores le den algunas indicaciones, consejos y considerandos: un poco largo, algo un poco riguroso de más, interesante para gente muy formada. En fin que el público se ha aburrido. La próxima vez que al autor le digan habla de lo que tú quieras, el autor sabrá que de lo que tiene que hablar es de sí mismo, tiene que construirse a sí mismo como personaje, contar que escribe de cinco a siete de la mañana, que necesita hacerlo con un rotulador verde, que cuando era pequeño le obsesionaban los submarinos... Y el autor, que siempre ha detestado la imagen retórica del escritor como un ser maniático, diferente, genialoide, tendrá que elegir entre contribuir a difundir esa imagen del escritor como alguien ocurrente, empático y con algo, al menos, de genial, o a verse condenado a que cada vez le llamen de menos sitios.

Los intereses del mercado de las charlas son los mismos que los de los grandes grupos. Ofrecer una imagen del autor como alguien genialoide cumple en efecto dos objetivos claros. El primero, transmitir la idea consoladora de que cualquiera puede despertarse un buen día siendo un genio, pues de lo que se trata es de ser, o parecer, diferente. El segundo objetivo es exacerbar la vanidad del autor, quien se acaba creyendo que de verdad es un genio, mecanismo ideológico éste de gran efectividad y que aplana en poco tiempo cualquier atisbo de conciencia política. Por último, la banalización de las charlas conviene a su paulatina transformación en artículos de consumo, esto es, artículos que cuya utilidad principal radica en que sean consumidos, esto es, destruidos, por lo tanto cuánto más banales sean, mejor porque más sencillo resultará el proceso.

Lo que vale para las charlas vale también para las colaboraciones periodísticas, los talleres literarios, el ser jurado de premios y demás actividades con que el autor se vende, es decir, se gana la vida.

Para llegar a tener una marca el autor necesita no sólo ofrecerse a sí mismo como un producto vendible sino ofrecer, claro está, textos que se vendan, que sean publicados por ciertas editoriales, de los cuales se hable en los medios, que aparezcan en los recuentos, etcétera. De modo que el autor soñará con escribir su gran obra pero, acaso sin quererlo a veces, y otras queriendo, se preguntará cómo vender mucho. En ocasiones, el autor ni siquiera deseará vender mucho para ganar mucho dinero. Habrá veces en que el autor sólo desee vender no tanto por mera avaricia monetaria, aunque a quien no le gusta un dulce- sino para evitar un miedo del que nunca se habla y que consiste en caerse del catálogo: ¿Qué pasaría si el editor no publica mi próxima novela? Y esta pregunta hoy sólo quiere decir: ¿qué pasaría si el editor considera que esa novela no va a vender lo suficiente?

No creo que haya en España más de un uno por mil de autores, y tal vez exagero, que escriban sin ese miedo a no vender. No es un miedo separado, que aterrice en la imaginación del autor cuando ésta ya se ha producido. Es un miedo que forma parte de esa misma imaginación. No creo que el autor piense: voy a escribir la historia de un militante de Izquierda Unida que va a las reuniones, discute, se cansa, y a continuación diga, pero es que esta historia no se vendería. Cuando el autor piensa, cuando el autor empieza a imaginar, los elementos de su imaginación están ya hechos con lo que se lleva, con lo que está bien visto, con lo que se vende. No estoy hablando de vender doscientos mil ejemplares ni de que todos los autores quieran ser Ken Follet. También en la venta media de la llamada literatura de calidad existe lo que se lleva y lo que está bien visto, que a veces pasa por la metaliteratura, otras por la novela negra, otra en la reivindicación radical del cuerpo femenino, etcétera. Y existe, desde luego, una clara conciencia de lo que no está bien visto, de lo que en absoluto se debe pretender, un sólo ejemplo: jamás se le deberá ocurrir al autor decir que él quiere dar respuestas con lo que escribe, eso es de muy mal gusto: que las respuestas las den los editorialistas de los periódicos y sobre todo sus dueños, en cuanto a él, sólo le está permitido plantear preguntas.

¿Qué posibilidades tienen el autor de construirse fuera de estas exigencias impuestas por esos grupos a quienes no respeta ni admira? Su única posibilidad radica en dirigirse a una comunidad diferente. Una comunidad que hoy por hoy existe si bien de forma borrosa y desarticulada. Algunas editoriales, como Hiru o Tránsito o Pepitas de  calabaza y algunos medios alternativos, como Rebelión, La Marea o El Salto intentan trabajar para esa comunidad. En el terreno de la ficción es más difícil porque ahí la apropiación de la capacidad de construir autores por parte del mercado es casi absoluta. Llama en efecto la atención cómo esa comunidad borrosa, en cuestiones de ficción, a menudo acaba recurriendo a los autores con marca. Y llama también la atención que sean muchos los autores que aun trabajando, diríamos, para el otro bando, busquen y reclamen el reconocimiento de esos grupos mediáticos que les confiere, nos confiere, existencia. Este mecanismo por el cual el autor de ficción trata de ganarse el respeto y de buscar la estima de aquellos a quienes no admira y a menudo condena, me parece una trampa casi mortal.

¿Cómo escapar de la trampa? No conozco grandes trucos mágicos sino sólo un largo camino por hacer. Trabajar en la creación de circuitos mediáticos e institucionales distintos y capaces de conferir, ellos sí, legitimidad. Construir circuitos de distribución, y esto es algo que apenas se ha empezado, que permitan que otras obras de ficción lleguen a determinados lugares. Cuestionar de forma activa las legitimidades propuestas por el mercado. Y trabajar políticamente en la construcción de un espacio económico y cultural distin que al extenderse haría menos fatigosa la lucha contra el chantaje y la presión de los grandes grupos.


4 comentarios:

  1. Incluso yo, que vendo muy poco, tengo miedo de vender menos. Porque, en efecto, la editorial quiere resultados. Si acabo de publicar por tercer año consecutivo con la misma editorial, es porque mantengo un mínimo rentable. De nada vale que al editor le guste como escribes si no vendes. De nada valen las buenas críticas si no vendes. El mercado es cruel y hay que partirse la cara todos los días para vender una cantidad que mejor no especifico.

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  2. Pues, la verdad, espero el siguiente artículo. Pero, en el caso de que no haya siguiente artículo, regresaré a los viejos.

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