lunes, 30 de enero de 2023

Bisutería crítica

Elllmann. El monaguillo entre dioses


Cuatro dublineses

Richard Ellmann, traducción de Antonio-Prometeo Moya, Tusquets, Barcelona, 1990. 177 páginas. 800 pesetas



El crítico británico Terry Eagleton señalaba en su libro Una introducción a la teoría literaria que la literatura está ocupando el espacio que en otros tiempos detentaba la religión y se presenta, cada vez con mayor intensidad, como la única esfera posible de mediación entre el hombre y el sentido de la vida. Si eso es así, y hay datos que parecen confirmarlo, los escritores, retomando el viejo rol que el romanticismo les había otorgado, asumen —creo que con su beneplácito— el papel de los nuevos dioses, pues ya solo quedan ellos —muerto Lenin— para poder legitimar los destinos y las biografías.

La nueva situación favorece a los críticos, pues por el simple juego del escalafón pueden reclamar su imprescindible función sacerdotal: interpretar las voces de los dioses. Richard Ellmann es uno de esos sacerdotes. Nacido en el estado estadounidense de Michigan en 1918, fue el primer yanqui que accedió a una cátedra de literatura inglesa en la prestigiosa Universidad de Oxford. Con sus estudios sobre Yeats, Joyce y Oscar Wilde logró alcanzar esa posición de sumo sacerdote que pocos críticos alcanzan: Eliot, Steiner, Girard, Barthes, Maurice Blanchot. En Cuatro dublineses, Richard Ellmann, sin embargo, ejerce más de monaguillo que de sacerdote. Son cuatro breves ensayos sobre cuatro autores nacidos en la capital irlandesa: Wilde, William Butler Yeats, Joyce y Samuel Beckett. Pero el acercamiento que se realiza a sus vidas y obras no está en este caso a la altura ni de unas ni de otras.

En realidad, no cabría hablar de ensayos. Los cuatro textos que componen el volumen provienen de cuatro conferencias que el autor pronunció en 1986 en la Biblioteca del Congreso de Washington. Se trasluce demasiado la presencia del auditorio, culto sin duda, con ganas de disfrutar sin mucho esfuerzo y con el deseo latente de reconocer y satisfacer más su imagen de público cultivado que de esforzarse en entender el sentido de obras y autores. Y Ellmann se muestra absolutamente dispuesto a dar lo que el oyente quiere recibir: comadreos literarios de qualité. Una actitud que no hay por qué calificar de acertada o desacertada —en cualquier caso, la primera obligación de un conferenciante es no dormir a los asistentes—, pero que al trasladarse a un libro deja ver con exceso su condición de bisutería fina.

La bisutería se anuncia pronto en el regusto con que se plantean las tentaciones de Oscar Wilde. Sus coqueteos entre la religión católica y la masonería, entre su homosexualidad y su sífilis. Con el pretexto de siluetear su literatura, se mete de contrabando demasiado material propio de lo que hoy llamaríamos «prensa del corazón». Otro tanto ocurre con Yeats. El autor parte de una anécdota escabrosa: la impotencia sexual del poeta y una operación de vasectomía a la que se somete para recuperar su vigor, y ya despertada con rigurosa técnica la inteligencia y sensibilidad del lector u oyente, se pasa a hablar del espíritu del autor. Por el mismo camino se atrapa la curiosidad intelectual cuando se trata de Joyce. La historia de sus adulterios o posibles infidelidades se cuenta con detalle, con crudeza incluso, máxime si nos imaginamos al respetable en los salones de la Biblioteca del Congreso, para luego meterse en honduras literarias. Con Samuel Beckett la cosa cambia un poco. Al fin y al cabo, el autor de Esperando a Godot todavía estaba vivo por aquellas fechas y su vida no parece contener mucho material escabroso. Se aprovecha, eso sí, la parte más maldita del autor, su obsesión por el deterioro de la vejez, sus personajes marginales y cutres, su dolor de vivir.

No es este, a pesar de todo, el mayor reproche que se le puede hacer a este libro. No es ese uso de materiales baratos para ganar la complacencia, la complicidad o la simpatía del personal lo que convierte estos estudios en textos oportunos, sino la parte que corresponde al análisis literario. El discurso literario de Ellmann está lleno de los peores tópicos de la crítica liberal-existencialista. La insistencia en las contradicciones como prueba de la complejidad de la escritura de los cuatro autores, con juicios perfectamente intercambiables. La utilización constante de frases de apariencia transcendental pero carentes de contenido real —«a diferencia de la mayoría de las revelaciones, esta no se la ofreció ni un paraíso nuevo ni una nueva tierra. En todo caso, algo parecido a un infierno presente»; «pero si lo consideramos sucesor suyo por unos instantes, aunque, como todo gran escritor no procede de ninguna parte»— y una concepción general del artista y la literatura que vuelve a poner sobre el tapete los huecos lugares comunes el romanticismo idealista hacen de estos ensayos un ejemplo claro de cómo un buen crítico pierde su sentido de la orientación cuando se coloca en el papel de un monaguillo que busca el aplauso fácil —la limosna— de sus feligreses.


[El País, domingo 21 de enero de 1990.]


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