martes, 24 de enero de 2023

Carta de adios de Lothar Baier

 En 1996  la editorial Debate publicó un libro ¿Qué va a ser de la Literatura? en la que autor alemán Lothar Baier proseguía de manera lúcida y consecuente con aquella pregunta de Sartre sobre el  ser de Litertura. Su recepción fue escasa y el ensayo pasó con iniferencia por nuestro campo literario. Tres años más tarde el autor se suicidó. Dejó una carta de despedida. La reproducimos ahora.

 

 

 

 

 

En cualquier caso

Que no parezca

Que uno

esperaba demasiado de sí mismo


                                            Bertolt Brecht. Epístola sobre el suicidio



 

                                                                      Invierno de 1999.

 

 

       Queridos todos:

Emplear muchas palabras cuando uno ha tomado la decisión de irse tiene algo ridículamente patético. Día tras día, mucha gente se despide de una forma más o menos voluntaria. Muchos ni siquiera tienen la ocasión de dejar un par de líneas de despedida. Casi supone un privilegio poder escribir una carta con serenidad. Y sin embargo no hay por qué aprovechar todos los privilegios. ¿Por qué dejar esta carta? ¿Porque es algo habitual? No, sencillamente tengo la necesidad de darle algún indicio a la gente que está a mi lado, a la gente que me ha ayudado, con la que me siento unido y en la que pienso con sentimientos de amor y de amistad, para que no busque razonamientos equivocados.


Para decirlo en pocas palabras: he llegado a un punto en el que no me veo capaz de soportar la permanente lucha tanto en contra del mundo exterior como de mí mismo que la vida me exige según se ha ido enrevesando. No es la primera vez que atravieso una época de abatimiento absoluto. Hace algunos años, después de que hubiera concluido un periodo de tinieblas constantes, me dije que no podría volver a soportar la tortura de caer en un estado similar, de modo que ha llegado la hora de acabar con una existencia que se ha vuelto insoportable.


Es el momento. Ante mí se extiende de nuevo el desierto, terrible, gris, que se repite desde el principio de los años ochenta y que he tenido delante de los ojos durante largos meses. Hace año y medio volví a sentir por primera vez que debajo de mí se abre un agujero, cuya tapa no encaja bien. Lo que Jean Amery llama la experiencia del “échec“ en Levantar la mano sobre uno mismo, esa acumulación de derrotas, de humillaciones y de fracasos, cuyas huellas ya no pueden volver a borrarse a partir de cierto momento, me han invadido primero levemente, luego de una forma cada vez más brutal. Las medicinas no han surtido ningún efecto. No transcurre un minuto sin que se me pase por la cabeza el mismo pensamiento. La esperanza de que todo pueda cambiar algún día me ha abandonado.

A ello se le añade que a mi edad difícilmente puede entregarse uno a la ilusión de poder volver a empezar cualquier cosa desde el principio. Además del hecho físico de envejecer existe un envejecimiento social y cultural que en estos momentos me parece estar acelerándose a la misma velocidad a la que me esfuerzo por no perder el contacto con el resto del mundo y ser capaz de seguir una evolución nueva de las cosas. También en este sentido todo ha sido inútil; ya no puedo seguir el ritmo del mundo y he perdido la esperanza de poder recuperarlo algún día.

También cobran un peso mucho mayor las barreras con las que se topa una persona de mediano talento, como yo. Cuando uno ya no ve un futuro razonable para el trabajo y para la vida, los esfuerzos limitados pierden todo sentido. El consuelo de escribir para guardar el manuscrito en un cajón o siquiera para la posteridad le es negado al escritor de mediano talento, al mismo tiempo no lo suficientemente tonto como para sobreestimarse a sí mismo y a sus posibilidades. Y si con sus posibilidades no es capaz de transmitir nada al presente es que no es capaz de transmitir nada. ¿Qué queda entonces?

Una persona en estado de abatimiento depresivo no ha perdido la razón. Muy al contrario, su razón trabaja y trabaja con una claridad meridiana. Pero reconoce que ya no hay nada que le empuje a seguir adelante. Acabo de leer la biografía de Niklaus Meienberg que escribió Marianne Fehr, y me he topado con aquellas frases en las que el redactor zuriqués Christoph Kühn reproduce juicios de Meienberg poco antes de su suicidio: “me dijo que tenía que averiguar sobre qué quería escribir, y también me dijo que para eso necesitaba un lenguaje nuevo. Le afligía el hecho de no saber cuál. Escribir era para él una cuestión existencial y esencial. Cuando esta cuestión comenzó a tambalearse ya no concordaba nada, todo su sistema de coordenadas comenzó a dar tumbos. Así fue cómo el mundo se le hacía cada vez más extraño”. Poco más tarde, el 22 de septiembre de 1993, Niklaus Meienberg puso fin a su vida.


Ahora tengo más años de los que él llegó a cumplir: ¿qué razones iba a tener precisamente yo para aferrarme a la vida? La vida no me quiere tampoco, todas las mañanas me recibe con las mismas imágenes de siempre de un desierto gris y borra todas las diferencias entre ayer, hoy y mañana. Cada día es un único dolor albo que no quiere terminar nunca, no puedo soportarlo más. Es preferible pararse a no tener la opción de dar marcha atrás.

El único fracaso, el único “échec” que todavía puedo hacer que desaparezca es el fracaso de un deseado final.


Me despido y os digo adiós con el ruego de que me perdonéis todas las molestias que os causo por esta retirada en desorden. Me ha gustado estar con vosotros. Pero ahora tengo que irme. Lo que todavía no habrá desaparecido, mi cuerpo, deberá ser quemado y enterrado en el panteón familiar de Karlsruhe-Rüppurr. Todo lo demás lo dejo a vuestro parecer, benévolo o no, y a las decisiones que toméis.


Lo que ocurra con mis manuscritos me es indiferente. Que Ángela, mi mujer, sobre quien recaerán los derechos, se ponga en contacto con Antje Kunstmann, mi editora, y quizá también con Heinrich von Berenberg, mi lector. En el caso de que Olivier Corpet, director del Archivo de Literatura Francesa IMEC, tenga interés en mis escritos, que los lleven al archivo. Pronto estarían en un lugar, en la Abbaye d’Ardenne, en Caen, donde he pasado días muy agradables. Pero si no es así no importa.



Traducción: Carmen Gómez García


1 comentario:

  1. La verdad, no creo que ser una persona de mediano talento sea motivo para deprimirse. Supongo que las tristezas del alma tienen raíces tan profundas como desconocidas. A merced de ellas estamos. Si pudiéramos elegir entre el vaso medio lleno o medio vacío, por supuesto que nos quedaríamos con el medio lleno.

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