La narrativa tiene la
palabra.
La
responsabilidad reside en responder. Martín López Navia
La narración es una
de las formas de construcción de la identidad. Lo que llamamos el yo
es una narración, lo que llamamos nación es una narración, el
deseo es una narración y el miedo también. El pasado es una
narración que una y otra vez se reescribe y el futuro es una
propuesta narrativa todavía no publicada. Y la narrativa, en cuanto
a género literario, como un conjunto de narraciones que se inserta
en esa narración global que llamamos Historia y nos inscribe en un
tiempo determinado y en un espacio concreto.
En cada momento, la
sociedad se está narrando a sí misma. En cada momento histórico,
la sociedad parece privilegiar a determinados narradores en
detrimento de otros, ayer fueron los rapsodas o los sacerdotes o los
dramaturgos o los psicoanalístas o los filósofos, hoy parecen serlo
los guionistas de teleseries, los economistas, los expertos en
marketing, los tertulianos o los jefes y jefas de Recursos Humanos.
Los novelistas, los grandes narradores, fueron los dueños del siglo
XIX, de gran parte del Siglo XX y todavía hoy algunos novelas y
bestsellers siguen empeñándose en tratar de contarnos nuestra
propia historia.Los poetas sin embargo, salvo dos o tres excepciones, parecen resignados a hablar en voz baja
Cada narración
presenta un punto de vista desde el que ser narrada: el social, el
económico, el estético, el religioso, el deportivo, el de la cuenta
de resultados o el de la prensa del corazón, y en cada momento, esa
narración ofrece sus héroes o protagonistas, sus apropiados materiales
narrativos y hasta los soportes narrativos a través de los cuales la
narración se hace pública. El resultado es una narración dinámica
pero reconocible, autosatisfecha y gratificante Dentro de ella compiten los posibles narradores,
los posibles puntos de vista y los posibles héroes narrativos: Messi
contra Pablo Iglesias, Obama contra las pateras del Mediterráneo, Letizia contra Las cincuenta sombras de Grey
Hay soportes
narrativos que ocuparon en su momento lugar de relieve y
preferencia: el púlpito, el teatro, la escuela, y que hoy ceden su
preeminencia a la televisión, a las redes sociales, a Internet. La
narración literaria, que es un elemento más dentro de ese sistema
narrativo global, puede ser definida como la secuencia semántica que
da cuenta y cuenta un conflicto en un tiempo. Un conflicto que da
paso a un argumento que se argumenta a través de la trama y entramado de
personajes y acciones que lo muestra, plantea y desarrolla. Se trata
de hacer vivir y comprender, desde dentro,
una experiencia. La novela como espacio de convivencia. Leer como tentativa de comprensión.
Compresión en el
doble sentido del término: como acto cognitivo y como acto moral al
modo en que alguien nos solicita -"sólo pido comprensión"
- empatía más allá del juicio. Esa comprensión que hubiera hecho
conveniente el que en los diferentes parlamentos de esta nación de
naciones donde habitamos estuviera sentado, al menos como asesor,
algún narratólogo profesional, pues, al fin y al cabo, debajo de
los conflictos nacionalistas subyace siempre un conflicto entre
narraciones que se viven como diferentes, como contrarias o como
complementarias.
Pues el modo de
conocimiento propio que caracteriza a la narrativa reside, para bien
o para mal, en su capacidad para transferir experiencia y, por
tanto, para actuar sobre las biografías, ya sean éstas personales o
colectivas, y así, del mismo modo que decimos que la lectura alteró
la vida de Don Quijote, también hemos de tener en cuenta que el
poeta lord Byron señaló que la lectura de Don Quijote modificó la
biografía de los españoles. Sobre esa capacidad descansa el
prestigio cultural de la narrativa y sobre esa misma capacidad de
intervención se levanta su responsabilidad.
En una situación
histórica como la actual, en la que la narración global de la
sociedad se ve dominada por un único valor dominante: la
rentabilidad a corto plazo y su correlato ideológico: "sólo es
real lo que es rentable a corto plazo”, a la narrativa se le
presentan básicamente dos opciones: seguir los senderos que marca
aquel pensamiento único -instalándose en una narrativa de suspense,
misterio, narcisismos y espectáculo, con unas gotas de
metaliteratura- o enfrentarse a la narración única que nos invade
con propuestas que pongan al descubierto los fallos de esa narración
hoy dominante -paro, angustia, mediocridad, usura, arbitrariedad,
codicia, soledad- y nos ofrezcan, con inteligencia y verosimilitud,
horizontes narrativos que no descansen en la convención ideológica
que la mera rentabilidad representa y encarna. Una narrativa que
responda a las preguntas que los tiempos actuales argumentan y
reclaman con urgencia.
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