martes, 12 de mayo de 2015

UNA NOVELA LENINISTA (2)



5.-.¿Qué argumenta el argumento?

La lectura de este esquema argumental confirma que la novela de Arderíus, tal y como reflejan numerosos estudios sobre la novela española anterior a la guerra civil y como bien analiza el trabajo ya citado de José Calvo, se encuadra dentro de la estirpe de novelas cuya materia narrativa tiene como eje los movimientos – la cuestión agraria- de rebeldía, rebelión y revolución que tienen lugar en la España rural de finales del siglo XIX y principios del XX: “Esta literatura tampoco olvidó la realidad agraria y enfocando la mísera vida del jornalero impugnó en clave de romanticismo socializante o en fórmula marxista la degradante explotación del bracero en el sistema liberal pequeño-burgués de propiedad, como también la insuficiencia de las medidas reformadoras emprendidas por primeros los gobiernos republicanos. Así, en la novela de “revolución social” Los Campesinos (1931) , de Ardreríus, donde la verdadera “revolución social” se postula como gobierno comunista de obreros y campesinos, o en dos de Arconada, la titulada Los pobres contra los ricos (1933) , por explícita denuncia reivindicativa de las aspiraciones del campesinado en espera del día en que “amanecerá sobre la cabeza victoriosa de los pobres una triunfante y clara luz de justicia” , y Reparto de tierras (1934) , concretando la acción directa de ocupación de una dehesa extremeña en Robledillo de Tietar y asumiendo la subsiguiente violenta represión por las fuerzas del orden burgués”1
Pero si en la mayoría de estas novelas lo que se plantea es “la injusticia” generada por la desequilibrada composición latifundista de la propiedad agraria y, en consecuencia, los conflictos narrados recogen aquellos hechos encaminados a resolver esta injusticia mediante los justos “reajustes” necesarios – la reforma agraria como horizonte- en Campesinos lo que se plantea es el más allá – el más acá diríamos desde una óptica materialista-, de la injusticia que se desprende de tal composición de la propiedad de la tierra al plantearse no la reforma de esa distribución injusta de la propiedad sino su desaparición. Cierto que “el expolio de la dignidad, el abuso de autoridad y la radical desigualdad” sobre el que se hallaba construido y estructurado el modelo social agrario, van constituir materia narrativa en Campesinos pero sin que lleguen a sustituir o desalojar al verdadero motor de la acción narrativa que la novela “produce” como valor de uso y como ideología: la lucha de clases. La novela, por boca de Venancio y los que reciben su “propaganda”, no argumenta sobre la justicia o injusticia ni sobre la indignidad de la situación de los campesinos sino sobre el absurdo mantenimiento de su raíz: la propiedad privada. La indignidad aparece y se representa por cuanto que sus manifestaciones: la falta de trabajo, el hambre, la corrupción de los administradores, la impotencia frente a la brutalidad del poder, la carencia de lo fundamental, la indiferencia moral y la crueldad económica de los amos, forman parte del “paisaje humano” narrado, pero no es una novela dirigida a denunciar la indignidad o la injusticia sino aquella causa última de la existencia de ambas. De ahí que la novela se incruste en la tradición narrativa que Calvo señala pero al mismo tiempo se separa de ella, pues su foco no se centra en la injusticia sino en la Revolución como posibilidad. Es precisamente esa “posibilidad” la que se constituye como eje de la novela puesto que su “argumento”, es decir, aquella materia o tema sobre la que la narración argumenta, reside en desentrañar si los campesinos pueden o no pueden librarse de las condiciones de miserabilidad en las que transcurren sus vidas., o dicho de otro modo, lo que Campesinos argumenta y expone con el lenguaje narrativo que le es propio es la posibilidad o no de cambio social, pudiendo distinguirse en su composición aquellos elementos narrativos que inclinan “argumentalmente” la resolución hacia una u otra salida.. La novela por tanto se limita – y esa limitación es otro de los rasgos de su diferencia específica con el grueso de la novela social- a plantear un problema: ¿pueden los campesinos acabar por ellos mismos con su miseria? presentando las circunstancias concretas en que ese problema tiene lugar. En el hecho narrativo de que la novela se limite a ofrecer ese planteamiento sin entrar a proponer respuesta alguna, reside la singularidad que la transforma en una inusual novela política” por cuanto que recrea de modo narrativo un dilema que pertenece propiamente al ámbito de la estrategia política revolucionaria y en consecuencia, y este es otro rasgo radicalmente singular de la novela, la respuesta que no ofrece pero transporta está obligada a ser una respuesta política - sí es posible, no es posible- y no una mera y absurda respuesta estética o literaria – me gusta o no me gusta, es buena o mala literatura2- ,que debe efectuar el lector que – a través de su acto de lectura- al finalizar la historia se encuentra desalojado de aquel territorio literario en el que usualmente la lectura de novelas lo ubica para encontrarse, quiera a o no, en el espacio político al que la pregunta lo aboca. Estaríamos por tanto ante una novela política en sentido estricto: aquella que obliga a una lectura política, y no sólo ante una novela ideológica: aquella cuya meta prioritaria es ofrecer una representación del quehacer social e individual coincidente con los valores de una determinada ideología. De hecho Campesinos al no estar construida para recabar ni asentimiento ni convencimiento ideológico alguno, trasciende, sin negarla, la novela ideológica que contiene, que usufructa literariamente y utiliza como medio de intervención en lo político.

6.- Una novela leninista

Ahora bien, el dilema estratégico que la novela pone delante del lector: ¿pueden los campesinos acabar por ellos mismos con su miseria? es planteado no de una forma abstracta o ahistórica3 sino de una manera narrativa concreta al introducir datos circunstancias y contexto suficientes para que la pregunta tenga sentido y la respuesta sea posible y argumentable. Lo que se pone a juicio en la novela no es la posibilidad histórica de la revoluciones agrarias sino la posibilidad de que en una coyuntura como la que en la novela se representa y que es fácilmente trasladable a la coyuntura histórica que se está produciendo en el “afuera” de la novela, una insurrección popular campesina pueda no estar condenada al fracaso. Es su cualidad de representación de un escenario político “que se está produciendo al mismo tiempo en ese “afuera” de la narración literaria”, lo que hace que la novela rompa – sin diluirlas- las fronteras que separan las lindes entre realidad y ficción. A ese respecto es fundamental atender al hecho de que Arderíus no elija construir un escenario “real” – elección por la que sin embargo va a optar al escribir en colaboración con Díaz Fernandez Vida de Fermín Galán y por la que pocos años después Ramón J. Sender también optará cuando novelice la tragedia de Casas Viejas- sino que, aun utilizando coordenadas temporales e históricas reconocibles4, sitúe la acción en una geografía ficcionalizada. No hay por tanto ánimo documentalista alguno aunque en la propia novela aparezca ecos de otros levantamientos de campesinos que , se nos dice con cierta insistencia, terminaron siendo “barridos”, expresión con la que justamente finaliza la novela.
Precisamente por haber rehuido la utilización del “efecto de lo real” la novela puede ofrecerse como una representación a un tiempo arquetípica y concreta, dos cualidades que no siempre cabalgan juntas, de una insurrección que responde casi paso por paso al modelo propio de las estrategias y tácticas del comunismo leninista: propaganda, organización, agitación, relación con el movimiento obrero, insurrección armada. Y en ese sentido podría hablarse de Campesinos como una novela que se levanta sobre una “poética” leninista. Una novela leninista, es decir: una novela concreta para una situación concreta.
Para tratar de abarcar lo que supuso la aparición en 1931 de esta novela de Arderíus es inevitable perfilar al menos los rasgos generales del contexto en el que su producción y circulación tuvo lugar5, atendiendo, en el entorno temporal de la proclamación de la II República, a tres espacios concretos: la situación social en el sector agrario; la acción política de los partidos de izquierdas y el estado de la cuestión literaria. A modo casi telegráfico siluetaremos las líneas de nivel de cada una de estos territorios.
La famosa cuestión agraria está atravesando uno de sus momentos históricos más conflictivos en función del altamente concentrado régimen de tenencia y propiedad de las tierras y de la alta demografía que viene produciéndose desde la segunda mitad del siglo XVIII, dando lugar a una masa de jornaleros sin tierra en una situación de miseria y precariedad, con salarios bajos y alto paro estructural y estacional sobre todo en las zonas tradicionales del latifundio: Andalucía, Extremadura, las dos Castillas6.
Los partidos de izquierda se van a mover entre el apoyo a las formaciones republicanas de centro y el rechazo de una República que entienden como instrumento al servicio de los intereses de clase de los grandes propietarios de la tierra. Ejemplo de esas tensiones sería la propia trayectoria de Arderíus que si en 1929 milita en el PRRS (Partido Radical Revolucionario Socialista) que encabeza Marcelino Domingo (futuro ministro de Agricultura en el primer gobierno republicano) desde 1931 y mientras redacta Campesinos, se ha afiliado a un Partido Comunista que, siguiendo una estrategia de Frente Único, buscaba alianzas con parte del socialismo y el anarquismo para enfrentarse a la Republica.
El campo literario estaría caracterizado por la emergencia de lo que se vendrá a llamar Generación de la República y en la que Díaz Fernandez en El nuevo Romanticismo (Zeus. 1930) , imprescindible libro para conocer la época, resalta el enfrentamiento entre dos tendencias narrativas que aún compartiendo influencias de las vanguardias caminan hacia objetivos dispares: una “literatura de avanzada”, “la que nace de revolución rusa y trata de organizar la vida, volviendo a lo humano… vinculando la literatura y toda la obra intelectual a los problemas que inquietan a las multitudes”, y donde el artista y el intelectual no pueden permanecer indiferentes a los conflictos de la lucha individual o colectiva…, ni a las reacciones de la vida social”, frente a la literatura interesada preferentemente por aspectos estéticos, “deshumanizada”, de raíz esteticista. Representantes de este último grupo serían entre otros Francisco Ayala, Benjamín Jarnés o Ramón Gómez de la Serna, mientras que el propio Arderíus, Ramón J. Sender, Cesar Arconada, José Díaz Fernandez, José Antonio Balbotín o Luisa Carnés serían quienes encarnaría esa literatura cuyas características quedan bien reflejadas en las palabras con que Arderíus responde a dos entrevistas: “Nada de literatura pequeño-burguesa. Es ya momento de que los escritores que sientan la conciencia de clase empiecen a escribir en forma y defensa proletaria.7
A mi juicio, en España no ha comenzado a publicarse la auténtica novela social. Pero esto, para mí tiene una explicación rotunda: la de que en España no se ha hecho aún la revolución social, ni siquiera la política. La verdadera novela social es la novela que surge de una revolución. No la que se hace en la gestación de una revolución [...] De este tipo de novelas, con las diferencias de sensibilidad y jerarquía intelectual que media entre los artistas, se hacen hoy en España algunas. Muy pocas. Con los cinco dedos de la mano sobran dedos para enumerar a los escritores que las hacen [...] Creo que esto es lo más que puede hacer hoy en España el hombre que siente la angustia social que nos envuelve y que trabaja con la pluma [...] ¡A ver cuándo podemos hacerla!8

1 Ob cit.
2 Respuestas que en realidad no harán sino transportar un juicio de corte existencial relacionado con el movimiento de comprensión que la novela haya desencadenado: comprendo o no porque la novela “me comprende” o “me expulsa”
3 Entendiendo el término tanto en su relación con la Historia como por su relación con la “historia” que la novela cuenta.
4 Las continuas referencias al período constituyente de la República o a la persistencia de la crisis económica del 29, encuadran temporalmente la acción si bien tampoco se efectúa de manera rígida lo que permite que se describa un carnaval celebrado en clave republicana en un mes de febrero que todavía históricamente se vivió bajo la monarquía.
5 Requisito también necesario hoy si quisiéramos ponderar las posibles significaciones de su actual recepción.
6 A pesar de los Decretos agrarios de Largo Caballero que entre otras medidas obligaban a contratar para el trabajo de las tierras a jornaleros del propio municipio, el campo comenzó a agitarse desde el verano de 1931
7 Nosotros, agosto de 1931
8 La Libertad. Los novelistas y la vida nueva. Julio 1931.


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