El
caso del lector Cesar Antonio de Molina.
Genealogía
de la soberbia intelectual
Hace un año, un
señor español llamado César Antonio Molina escribe en ABCcultura
una muy grosera "crítica" a Genealogía de la soberbia
intelectual de Enrique Serna. El editor en España de este ensayo,
solicitó la publicación de la respuesta del escritor mexicano en el
ABC, pero el director del suplemento le negó el derecho de réplica.
Aquí la respuesta del escritor mexicano, Enrique Serna
Respuesta a César
Antonio Molina
El domingo 3 de
noviembre, César Antonio Molina, exministro de Cultura en el
gobierno que llevó a España a la bancarrota, publicó en el ABC
Cultural un colérico escupitajo contra mi ensayo Genealogía de la
soberbia intelectual. Escrito con jugos biliares, el libelo del
exministro Molina falsea el contenido de mi libro, pues me atribuye
barbaridades que solo existen en su afiebrada cabeza, para hacerle
creer a los lectores españoles que mi ensayo es una diatriba neonazi
contra la cultura. Según Molina, yo sostengo que “desde Egipto
hasta nuestros días, gran parte de los filósofos, escritores,
pensadores, intelectuales y artistas han sido unos terroristas”. No
hay ninguna cita de mi libro que avale semejante sandez, por la
simple razón de que Molina no pudo encontrarla en el texto. Tampoco
escribí que Gutenberg haya inventado “un aparato opresor”. De
hecho, afirmo justamente lo contrario: “La invención de la
imprenta asestó un duro golpe a los grandes señores del
Renacimiento que habían coleccionado copias manuscritas de los
clásicos grecolatinos. Las traducciones popularizaron más aún la
lectura de los clásicos, las obras en lenguas vivas alcanzaron
grandes tirajes y los plebeyos entraron a saco en los lujosos
palacios de las letras que antes les habían sido vedados” (p. 34).
El reseñista miente con más descaro cuando afirma que en mi ensayo
hago “una defensa del espíritu gregario contra el individuo”. Yo
sostengo una opinión diametralmente opuesta: “Solo un individuo
apartado del rebaño puede tener independencia de criterio y valor
para disentir de la mayoría, cualidades que el hombre moderno
necesita más que nunca para oponerse a las tendencias masificadoras
del poder global” (p.182). Ni taché a Flaubert de reaccionario,
como inventa Molina, ni recurro jamás en mi ensayo a etiquetas
ramplonas. De hecho, a propósito de Bouvard y Pecuchet escribí: “En
Flaubert, la necesidad de escapar de sí mismo era tan fuerte, que a
pesar de haber intentado escribir una sátira contra la divulgación
cultural, convirtió a dos imbéciles en interlocutores con espíritu
crítico. Moraleja: las grandes hazañas intelectuales no consisten
en alejarse del prójimo, sino en bajar el cielo a la tierra para
poder conversar con él” (p.40).
Esta es solo una
breve muestra de las múltiples artimañas que Molina utiliza con la
intención de demoler mi ensayo, por su manifiesta incapacidad para
polemizar en buena lid. Lo que natura non da, las carteras
ministeriales non lo prestan. Si quería refutarme, por lo menos
debió tener la honestidad de exponer mis argumentos. Es una palmaria
incongruencia tildarme de “filibustero contra la cultura” y al
mismo tiempo reproducir frases en las que expreso admiración por
Baudelaire, Quevedo, Rousseau, Wilde y Ortega y Gasset. Como lo
demuestran esas citas de mi libro, ni siquiera soy un enemigo de las
bellas letras que Molina pretende representar. Desde su delirio de
grandeza, enfermedad muy común entre los burócratas de la cultura,
el exministro cree que yo padezco un “complejo de inferioridad
intelectual”, pero si mi ensayo no tiene poder persuasivo, si es
tan deleznable como él dice ¿por qué se molestó en escribir esa
carretada de injurias? Tal vez porque Molina, adalid del peor tipo de
soberbia culterana, la que encubre una imaginación famélica, sintió
que este ensayo sobre las principales metamorfosis de la pedantería
literaria a través de los siglos lo retrataba de cuerpo entero. Me
colma de gozo haberle provocado diarrea a un representante de la
erudición fraudulenta que mi libro ridiculiza. Por lo visto, el
traje le vino a la medida. Mi ensayo es un alegato contra el uso del
argumento de autoridad para inhibir el espíritu crítico, y este
dómine engreído no hace otra cosa que invocarlo en todo momento.
Posdata:
Mi editor en España
solicitó la publicación de esta respuesta en el ABC Cultural, pero
el director del suplemento me negó el derecho de réplica. Puesto
que el ataque de Molina, como he demostrado, no es una crítica
literaria sino una difamación marrullera, donde me imputa falsamente
muchas atrocidades que ningún lector encontrará en mi ensayo, la
mordaza que me impuso el suplemento es un atentado contra las reglas
más elementales de la ética periodística. Como es bien sabido, el
ABC fue un bastión de la dictadura franquista, y en la actualidad
sigue siendo un fiel defensor del fascismo enquistado en el gobierno
de Mariano Rajoy. Los fascistas no dialogan, solo apuñalan por la
espalda, como lo hizo Molina, cuya falta de valor civil ha quedado en
evidencia, pues en vez de aceptar un debate se oculta cobardemente
detrás de sus guardaespaldas.
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13 de septiembre
de 2015
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