Sentido
común y buen sentido.
Escribo en defensa del reino/ del hombre y su justicia. Pido/ la paz/ y la palabra.
Blas de Otero
En
principio las
palabras son de todos y
ese
en común
por
el que
todos las constituimos y a
todos
nos
constituyen es el fundamento de su valor.
Pero ya se sabe que en
las sociedades divididas en clases, estamentos y privilegios existe
una estructura social que obliga y genera codicia
y necesidad
de adueñarse de ellas.
Esa aparente contradicción entre lo colectivo y lo privado se
resuelve en la práctica social de manera dialéctica: las palabras
ni son de todos ni son
propiedad privada de nadie
porque siempre
están
y “son en lucha” y en esa lucha se
hacen significado común
por más que los medios de
socialización,
comunicación
y expresión (mayoritariamente
de propiedad privada) sean
el lugar donde
el
Capital trata de usurpar,
infeccionar
e
imponer
o secuestrar
su sentido.
si he perdido la
voz en la maleza, / me queda la palabra.
Partiendo
de este hecho podría pensarse que en cierto modo, y metafóricamente
hablando, la lucha de clases vendría a ser la historia del combate
por las palabras. Esta interpretación nos llevaría a creer que la
realidad se construye con palabras y a pensar que la política
consiste de modo principal en enfrentamientos entre ellas aunque ese
combate no deja de ser también el reflejo de otras luchas y
enfrentamientos de naturaleza más material y económica. Porque el
lenguaje es herramienta y no condena y no es cierto que los límites
de tu lenguaje sean los límites de tu mundo pues, como recordaba
recientemente Eva Illouz: “dependemos más de las estructuras de
poder que de nuestra psicología: si cobras una miseria, la
autoayuda es un sarcasmo”.
si
he segado las sombras en silencio, / me queda la palabra.
El
lenguaje expresa, elabora realidad e interviene en la producción del
sistema de valores, juicios y entendimientos presentes en el interior
de una comunidad históricamente determinada. Sin olvidar de nuevo
que no solo ni mucho menos es el lenguaje el único vector social que
“construye” realidad. Como podría haber dicho Marx: un sueldo
dice más que mil palabras. Ni la conciencia ni la ideología ni el
pensamiento están construidas solamente con palabras – un despido
o una huelga puede crear tanta o más conciencia de clase que la
lectura de los tres tomos del Capital- , pero un partido como el
nuestro que se quiere revolucionario necesita palabras para producir
agitación y propaganda (que es propagación de ideas y no
publicidad) del mismo modo que su intervención en la realidad
política requiere alianzas, confluencias y programas electorales. De
ahí que no puedan ser las mismas palabras las del momento de
construir partido que las del momento de construir alianzas. Y de
ahí también y sobre todo el peligro de confundirse y crear
confusión si la necesidad de esa distinción se desvanece.
si
abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra.
Cada
situación verbal requiere sus palabras, la condición de cada
destinatario determina en buena parte su elección. Sin embargo este
hecho no legitima el uso de un doble o triple o múltiple lenguaje,
es decir, no permite o no debería permitir que aquello que en una
situación se diga en otra se desdiga o contradiga. Con distintas
palabras se dicen cosas diferentes pero esa diferencia no tiene ni
debe por que implicar contradicción salvo que de manera expresa se
busque la confusión o la mentira. En la práctica política sin
embargo la cosa no siempre es de fácil discernimiento.
Hace
bien poco por ejemplo un reconocido intelectual que claramente y sin
reservas bien podemos definir como anticapitalista exponía
públicamente que “A mi personalmente la palabra
comunismo me sigue emocionando por dentro y hasta las entrañas, pero
hay que admitir que a mucha gente la palabra comunista la echa para
atrás y si queremos que políticamente una mayoría
nos apoye hay que dejar de utilizarla”. Este tipo de
argumentación es hoy aceptado de manera expresa o implícita por
buena parte de los militantes y votantes que se mueven ej los nuevos
espacios y organizaciones que se manifiestan a favor del “cambio y
la transformación social”. Para nosotras y nosotros, los
comunistas, tal argumentación, que parece de “sentido común”,
nos llevaría a concluir en la conveniencia de retornar a los tiempos
de la clandestinidad: seamos comunistas pero sin que nadie se entere.
Porque
vivir se ha puesto al rojo vivo.
Frente
al sentido común que viene
a ser
como señala Gramsci una
especie de seudofilosofía formada
por un revoltijo heterogéneo
de
concepciones del mundo
acríticas,
incoherentes, confusas e
históricamente
sedimentadas, el
mismo autor
de Los
intelectuales y la organización de la cultura,
proponía
acudir al “buen sentido”, es decir, a aquel sentido que nos
oriente hacia el logro de los propósitos planteados que, en su caso
y en el nuestro, eran y son hacer
revolución. Es evidente que si nuestra estrategia para
actuar
en la lucha política supone nuestra participación en espacios de
confluencia y unidad popular con fuerzas que no se reconocen como
comunistas, los
comunistas
estaremos obligados, como
participantes en esos espacios de unidad, a
acordar
y utilizar
un lenguaje común, de confluencia y
entendimiento con
todas las fuerzas sociales que integren esa posible organización de
unidad popular. Ahora
bien esa adecuación verbal en ningún caso debe entrar
en contradicción
con el propio lenguaje que nos construye como comunistas porque,
si así fuera, estaríamos creando engaño en aquellos trabajadores y
ciudadanos hacia los que esa organización haya
decidido dirigir sus palabras y confusión entre los propios
militantes que
son los que en primera y última instancia construyen y custodian la
conciencia comunista. Durante
demasiado tiempo los comunistas hemos venido aceptando ser
clandestinos en el interior de organizaciones
que en su momento propiciamos y apoyamos. Es tiempo de volver a salir
de la clandestinidad.
Publicado en Mundo Obrero. Abril 2016
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