miércoles, 8 de agosto de 2018

UNA HISTORIA DE TERROR... EDITORIAL




Una historia de terror.

Uno, que ha trabajado de editor muchos años, sabe que en el mundo editorial pueden pasar muchas cosas desagradables: que se escriba mal en la portada el título del libro o el nombre del autor, que aparezcan páginas en blanco, que en la contraportada salten vergonzosas faltas de ortografía, inluso que un capítulo entero de una novela desparezca por arte de los “duendes de imprenta”. De algún caso semejante me he sentido y asumido como responsable. También ahora me siento en buena parte responsable de la historia de terror editorial en la que he sido protagonista. Hace unos meses Mario Campaña, director literario de la editorial Paso de Barca, me llamó para proponerme la edición de un libro donde se recogieran algunos de los artículos que a lo largo de mis tareas como crítico había ido publicando en diversos medios. Él mismo se ofreció generosamente para elaborar y editar la selección. Al cabo de un tiempo la editorial me envió un juego de pruebas y unas notas sobre dudas que les habían surgido. Confieso, mea culpa, que me centré únicamente en las dudas y, aparte de mirar el Índice de los trabajos seleccionados, no llegué a leer aquellas pruebas. Salió finalmente el libro y con disgusto comprobé que en la dedicatoria al colectivo Pedro Rojas y Viban los compañeros faltaba precisamente el nombre de uno de mis apreciados compañeros. Doloroso error. De la salida a librerías del libro, con el título de Viceversa. La literatura latinoamericana como espejo, hace apenas un mes. Todo dentro de la normalidad editorial duendes incluídos.
Pero hace pocos días me comentan con extrañeza y cierta perplejidad las opiniones que en uno de esos artículos seleccionados, Memorias peruanas, escribo acerca de la literatura de Vargas Llosa en relación con sus actitudes políticas. No le dí mucha importancia creyendo que se trataba de un problema de mala lectura pues aunque no había vuelto a leer aquel texto sí recordaba su línea argumental y su tesis. De todas formas la pasado noche me puse, ahora sí, a releer el artículo, con el que además se cierra la recopilación del libro y según iba avanzando en el final me quedé horrorizado porque vertía opiniones con las que me resultaba imposible identificarme y reconocerme. Me parecía imposible que yo hubiera podido escribir por ejemplo sobre “el estalinismo de Neruda o Alberti”, sobre “la estrecha amistad de García Márquez con un dictador” o afirmar que la propuesta liberal de Vargas era “ la única que en los últimos tiempos ha tenido resultados en América Latina”. Un final de texto en el que bajo el titulillo de de Tirant “el blanco” contra la padre-patria, se ensalzaba en definitiva al liberal Vargas Llosa como víctima del la cerrazón mental y el dogmatismo de “la intelligentsia hispana”. No me reconocía pero allí estaban escritas, negro sobre blanco, aquellas frases y palabras para las que no encontraba explicación o justificación. Pero ¿cómo podía yo haber escrito algo así que además rompía con la línea argumental del artículo? No encontraba respuesta y un mal cuerpo terrible se me desmoronaba encima aplastándome. El horror, el horror.
Tratando de orientarme sobre el contexto temporal en donde su escritura había tenido lugar busqué la fecha de publicación en el suplemento literario del desaparecido diario El Observador que se publicaba a finales del siglo pasado en Barcelona. Logré encontrar, ventajas de Internet, el pdf de aquel número correspondiente al 15 Abril de 1993. Fue mirándolo que encontré la respuesta: todo aquel final no era parte de mi texto sino de una pieza escrita por Mihali Dès, director por entonces de aquel suplemento, más tarde director de la revista Lateral y fallecido hace unos pocos meses. Pude entonces quitarme el mal cuerpo de encima. Había pasado horas pensando que era yo quien había escrito aquel Tierra trágame, dando vueltas y vueltas intentando encontrar explicación a lo que me parecía inexplicable y en todo caso injustificable.
Comunicado todo esto a la editorial sus responsables, seriamente dolidos, me comunican que aquel texto fue picado directamente del ejemplar del periódico solicitado en la hemeroteca y lamentaban que tal error se hubiera producido. Entiendo sin embargo que gran parte de esa responsabilidad recae sobre mi persona en cuanto que como autor debí en su momento leer con mayor aplicación y atención la pruebas que la editorial en su momento me envió. Un caso de terror editorial, de regador regado.






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