Una
historia de terror.
Uno,
que ha trabajado de editor muchos años, sabe que en el mundo
editorial pueden pasar muchas cosas desagradables: que se escriba mal
en la portada el título del libro o el nombre del autor, que
aparezcan páginas en blanco, que en la contraportada salten
vergonzosas faltas de ortografía, inluso que un capítulo entero de
una novela desparezca por arte de los “duendes de imprenta”. De
algún caso semejante me he sentido y asumido como responsable.
También ahora me siento en buena parte responsable de la historia de
terror editorial en la que he sido protagonista. Hace unos meses
Mario Campaña, director literario de la editorial Paso de Barca, me
llamó para proponerme la edición de un libro donde se recogieran
algunos de los artículos que a lo largo de mis tareas como crítico
había ido publicando en diversos medios. Él mismo se ofreció
generosamente para elaborar y editar la selección. Al cabo de un
tiempo la editorial me envió un juego de pruebas y unas notas sobre
dudas que les habían surgido. Confieso, mea culpa, que me centré
únicamente en las dudas y, aparte de mirar el Índice de los
trabajos seleccionados, no llegué a leer aquellas pruebas. Salió
finalmente el libro y con disgusto comprobé que en la dedicatoria al
colectivo Pedro Rojas y Viban los compañeros faltaba
precisamente el nombre de uno de mis apreciados compañeros. Doloroso
error. De la salida a librerías del libro, con el título de
Viceversa. La literatura latinoamericana como espejo, hace
apenas un mes. Todo dentro de la normalidad editorial duendes
incluídos.
Pero
hace pocos días me comentan con extrañeza y cierta perplejidad las
opiniones que en uno de esos artículos seleccionados, Memorias
peruanas, escribo acerca de la literatura de Vargas Llosa en
relación con sus actitudes políticas. No le dí mucha importancia
creyendo que se trataba de un problema de mala lectura pues aunque no
había vuelto a leer aquel texto sí recordaba su línea argumental y
su tesis. De todas formas la pasado noche me puse, ahora sí, a
releer el artículo, con el que además se cierra la recopilación
del libro y según iba avanzando en el final me quedé horrorizado
porque vertía opiniones con las que me resultaba imposible
identificarme y reconocerme. Me parecía imposible que yo hubiera
podido escribir por ejemplo sobre “el estalinismo de Neruda o
Alberti”, sobre “la estrecha amistad de García Márquez con un
dictador” o afirmar que la propuesta liberal de Vargas era “ la
única que en los últimos tiempos ha tenido resultados en América
Latina”. Un final de texto en el que bajo el titulillo de de Tirant
“el blanco” contra la padre-patria, se ensalzaba en
definitiva al liberal Vargas Llosa como víctima del la cerrazón
mental y el dogmatismo de “la intelligentsia hispana”. No me
reconocía pero allí estaban escritas, negro sobre blanco, aquellas
frases y palabras para las que no encontraba explicación o
justificación. Pero ¿cómo podía yo haber escrito algo así que
además rompía con la línea argumental del artículo? No encontraba
respuesta y un mal cuerpo terrible se me desmoronaba encima
aplastándome. El horror, el horror.
Tratando
de orientarme sobre el contexto temporal en donde su escritura había
tenido lugar busqué la fecha de publicación en el suplemento
literario del desaparecido diario El Observador que se publicaba a
finales del siglo pasado en Barcelona. Logré encontrar, ventajas de
Internet, el pdf de aquel número correspondiente al 15 Abril de
1993. Fue mirándolo que encontré la respuesta: todo aquel final no
era parte de mi texto sino de una pieza escrita por Mihali Dès,
director por entonces de aquel suplemento, más tarde director de la
revista Lateral y fallecido hace unos pocos meses. Pude entonces
quitarme el mal cuerpo de encima. Había pasado horas pensando que
era yo quien había escrito aquel Tierra trágame, dando vueltas y
vueltas intentando encontrar explicación a lo que me parecía
inexplicable y en todo caso injustificable.
Comunicado
todo esto a la editorial sus responsables, seriamente dolidos, me
comunican que aquel texto fue picado directamente del ejemplar del
periódico solicitado en la hemeroteca y lamentaban que tal error se
hubiera producido. Entiendo sin embargo que gran parte de esa
responsabilidad recae sobre mi persona en cuanto que como autor debí
en su momento leer con mayor aplicación y atención la pruebas que
la editorial en su momento me envió. Un caso de terror editorial, de
regador regado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario