C.
Bértolo:
una trayectoria privilegiada.
1) Para que los lectores brasileños te conozcan como un lector: puedes hablar un poco acerca de tu historia lectora, sobre algunos de los momentos más significativos de tu itinerario y de los “grandes encuentros” que tuviste?
1) Para que los lectores brasileños te conozcan como un lector: puedes hablar un poco acerca de tu historia lectora, sobre algunos de los momentos más significativos de tu itinerario y de los “grandes encuentros” que tuviste?
Mis
padres provenían de un entorno rural de status medio en el que los
libros no formaban parte del paisaje cotidiano pero en el que había
un respeto hacia los estudios como forma de mejorar social y
personalmente. Ese respeto se podía concretar en la presencia en
casa de una buena enciclopedia y en la costumbre por parte de mis
padres de regalar libros por el cumpleaños o navidades. Recuerdo en
concreto dos de ellos: A
través del desierto,
de Henri Sienkiewicz y el Robinsón
Crusoe de
De Foe. Leí esos libros hacia mis ocho años y son lecturas que se
me quedaron muy grabadas, es decir, que ocuparon un lugar importante
en mi imaginación de niño y supongo que contribuyeron a aficionarme
a la lectura. Son lo que llamaría mis libros fundacionales. Más
tarde seguí leyendo libros y autores más o menos clásicos como
Julio Verne, el Dumas del Conde
Montecristo y Los tres mosqueteros
o sagas como
Sandokán.
Ya en la adolescencia seguí siendo un lector casi compulsivo que
leía “sin orden ni concierto ni criterio”, mezclando lecturas
como el Scaramouche
de
Sabatini con novelas de Pio Baroja, el Corazón,
de Edmundo de Amicis, con Sinuhé
el egipcio,
de Mika Waltari o El
filo de la navaja de
Somerset H. Maugham y El
poder y la gloria de
Graham Greene. Leía en las bibliotecas públicas y ya compraba
libros en las librerías de viejo o de segunda mano. Unos libros me
llevaban a otros y más que leer devoraba. Una etapa que podríamos
denominar como de “lectura inocente”, de hambre lectora y rápida
digestión pero que me puso en contacto con todo un amplio y
desprejuiciado fondo de lecturas que sin duda me sirvieron para
conocer mucha mala literatura y siento hoy que ese conocimiento fue
algo bueno para mi trayectoria posterior como crítico literario. En
cualquier caso leer fue una forma de relacionarme con el mundo en
aquellos tiempos de adolescente retraído. Sería un poco más tarde,
antes de entrar en la Universidad, cuando el encuentro con el
existencialismo de Sartre o Camús, con la poesía de Garcilaso,
Rilke o Rimbaud y con las lecturas de novelas de Steinbeck, Virginia
Wolf, Andre Gide, Scott Fitzgerald, Balzac o Faulkner, me haría
perder ”la inocencia” y cobrar conciencia lectora, es decir,
conciencia de estar tomando contacto con “la cultura” y descubrir
así que la actividad de leer tenía además de un valor de uso que
me servía entre otras cosas para entretenerme y conocer el mundo,
un valor de cambio muy adecuado para forjarme una identidad atractiva
en el entorno social universitario en el que había entrado para
estudiar Filología Hispánica. De aquellos años recuerdo las
“noches de pasión” leyendo La
educación sentimental de
Flaubert, El
gran Gasby
de Fitzgeral, el Ulises de Joyce o Rayuela
de Cortazar.
2)
Tu itinerario
por el
mundo
de los libros
y
de la lectura
se
da desde
diversos
lugares:
del editor,
del crítico literario, del autor.
¿Podrías
hablar
un
poco
de
las características de
cada
uno de
ellos.
Y
de cómo,
seguramente, se
complementan
entre
sí para formar
un
pensamiento y
una
discusión más
amplia
sobre
libros
y
lectura?
Cuando
inicié mis estudios universitarios en la España de finales de los
años sesenta, el espacio cultural y el espacio de la política
estaban profundamente entrelazados. La cultura de la resistencia
antifranquista favorecía las actitudes críticas y estimulaba el
esfuerzo por dotarse de un bagaje teórico necesario para analizar la
realidad. En ese contexto crítica y lectura eran actividades que
caminaban al unísono. Más que los estudios reglados de la
Universidad era el ambiente general el que favorecía el debate y el
intercambio de opiniones. Recuerdo por ejemplo grandes discusiones
sobre lo que supuso la llegada de los autores del “boom”
latinoaméricano: Vargas Llosa, Sábato, Garcia Márquez, Rulfo,
Guimaráes Rosa, con respecto a la novela crítica y social de
autores españoles como López Salinas, López Pacheco o Garcia
Hortelano. Leer a Borges, por ejemplo, daba lugar a mil discusiones o
reuniones casi eternas tratando de dilucidar el sentido estético o
político de su literatura. En ese ambiente de inquietud, curiosidad
y aprendizaje se despertó mi interés hacia la polémica como forma
de conocimiento y hacia la crítica literaria como actividad
creativa. Empecé a escribir y publicar pequeñas reseñas en un
periódico de provincias, luego pasé a colaborar en distintos medios
y revistas, y a finales de los años ochenta entré como colaborador
en las páginas de libros del diario El País. Por ese tiempo, y en
compañía de autores como Alejandro Gándara, Juan José Millás o
José María Guelbenzu, cofundé la Escuela de Letras de Madrid que
fue acaso la primera escuela de escritura creativa de España y donde
tuve la oportunidad de desarrollar como enseñante tareas de
acercamiento a la lectura. Fue también por entonces cuando
comenzaron mis primeros contactos con el mundo editorial, realizando,
por ejemplo, trabajos diversos para acompañar la publicación de
clásicos de la literatura juvenil. Una etapa que me permitió
adentrarme tanto en el mundo de la edición como en la práctica de
los textos de ensayo y divulgación. A principios de los años
noventa me ofrecieron trabajar como director literario en la
editorial Debate de Madrid y aunque ello significaba abandonar el
mundo de la crítica, acepté pensando, ingenuamente, que trabajar en
una editorial sería algo así como ejercer de crítico pero con
poder ejecutivo. Digo ingenuamente porque pronto hube de comprender
que “la lectura editorial” introducía un nuevo parámetro -la
rentabilidad económica- que intervenía en los criterios de
publicación y que no siempre era compatible o coincidente con lo que
llamaríamos puros criterios de calidad literaria aun cuando tuve la
suerte de que aquella editorial buscaba más el mantener o
incrementar sus señas de identidad literarias que la rentabilidad
corto plazo. En esas circunstancias puse en marcha colecciones de
narrativa y ensayo que tenían como objetivos tanto la búsqueda y
apoyo de nuevos autores españoles -como Ray Loriga,Luis Magrinyà,
Rafael Chirbes o Marta Sanz- como la puesta en circulación de
escritores emergentes provenientes de otras lenguas como V. S.
Naipaul, Alice Munro, Cormac McCarthy, o W. G. Sebald.
Afortunadamente siempre he trabajado en proyectos editoriales que no
tenían como objetivo único la rentabilidad a corto plazo y eso me
permitió “leer editorialmente” sin tener que renegar de la
calidad como criterio a la hora de construir el catálogo. Algo que
pude mantener también durante mi última etapa como editor del sello
Caballo de Troya por cuanto, aun dentro del grupo Random House en el
que la editorial se integra, la línea del catálogo estaba
encaminada al descubrimiento y apoyo de nuevos autores tanto
españoles como hispanohablantes. Puedo decir por consiguiente que al
menos en mi caso el papel y las funciones de lector, crítico y
editor no resultaron incompatibles sino complementarias y en ese
sentido podría afirmar que he tenido editorialmente una trayectoria
privilegiada.
3)
Por
otra parte,
es
importante
señalar
que
este
aspecto
general,
que este
cuidado
con la totalidad y
la
inclusión de
la
lectura
dentro
de una
complejidad
que es
la
realidad
histórico-social,
debe
de ser el
resultado
de tu
afiliación
con
el
pensamiento de
Marx.
En
la contramano de la contemporaneidad,
te
mantienes, valientemente, como defensor de esta
tradición.
Podemos
imaginar
los
males
que
resultan de
esta
posición.
Y
las
dificultades de
moverse
en la industria editorial
cada
vez más
rehén
de
la
lógica del mercado.
En tu libro quedan claros algunos aspectos que no sobreviven a esta
contradicción. ¿Puedes
hablar un poco mas de ellos?
Como
señalé anteriormente mi formación como lector y crítico se
corresponde con una circunstancias políticas marcadas por la
resistencia cultural antifranquista realizada en mi caso desde una
óptica teórica influida por el marxismo y por tanto por una
concepción de la cultura en cuanto expresión del momento histórico.
A ese respeto mis referencias más claras son autores como Lukacs,
Bertold Brecht o Juan Carlos Mariátegui. En mi etapa como crítico
literario en medios de comunicación como el diario El País, -ahora
señaladamente de corte neoliberal pero que en los años ochenta
todavía se movía en los espacios ideológicos de un progresismo de
centro izquierda-, traté de mantener una estrategia de intervención
crítica en la que aun sin explicitar las categorías críticas del
marxismo, pudiera sin embargo utilizar y manifestar criterios
literarios poco complacientes con las estéticas
existencial-elitistas entonces dominantes y contra las sensibilidades
sentimental-mercantilistas que estaban emergiendo en una literatura
española que estaba descubriendo los cantos de sirena del mercado.
Supongo que el final de mi etapa como crítico literario vino en
buena parte determinado por el desencuentro que esto suponía con
respecto al momento de autocelebración que la literatura española
de los años noventa y primera década del XXI atravesó en estos
últimos tiempos al menos hasta la llegada de la crisis económica. Y
como editor también he tratado de apoyar, sin buscar pertenencias
partidistas o ideológicamente rígidas, un tipo de literatura con
vocación de intervenir en la formación de los imaginarios
colectivos y que desde criterios de calidad tratasen de cuestionar la
autosatisfacción general que se respiraba un tanto
irresponsablemente tanto en España como en Europa. Como entiendo que
forma y contenidos son inseparables esto significaba editorialmente
la apuesta por un tipo de discursos narrativos poco convencionales y
que, aun no cayendo en el experimentalismo por el experimentalismo,
si ofreciesen escrituras osadas y arriesgadas desde el punto de vista
comercial. Para que esa línea de trabajo editorial fuera posible
traté de situarme en un posición fronteriza entre los valores
estrictamente mercantiles y los valores más reconocidos como
literarios. Una posición posibilista que indudablemente tenía sus
ventajas:la libertad de catálogo, y sus inconvenientes: la escasa
visibilidad comercial.
4)
Considero
tu libro1
una de las mejores contribuciones en
el
campo de la
reflexión
sobre
el
libro
y
la lectura.
Abres
una
discusión
que
ayuda
a superar
un
punto
ciego.
Una
de las
cuestiones
clave,
me parece es
la
desmitificación
de
una
visión romántica
de
la lectura.
No
es que esto
sea
nuevo,
por diferentes
caminos
existen
reflexiones
decisivas
en
esa
misma dirección.
El
tema es que
a
partir de ahí avanzas
es
una
reflexión sobre
la
lectura
y
el lector
que me
parece
decisiva.
Creo
que retomar el
significado
de
la
lectura
colectiva
es
crucial en este
itinerario
y
con
ella
el
concepto de responsabilidad.
¿Podrías
profundizar
un poco este tema?
Lo
que traté de dilucidar al escribir
La cena de los notables eran
los mecanismos y facultades que la actividad de leer pone en marcha,
es decir, se trataba de intentar saber qué leemos cuando leemos.
Para eso me pareció necesario tener claro en lo posible el distinto
papel que el acto de leer ha venido desempeñando al largo de la
historia. Hoy puede parecer algo remoto pero la lectura era un
actividad cuantitativamente minoritaria y cualitativamente elitista
hasta hace muy poco tiempo. Yo mismo he convivido con gentes que no
sabían leer y he convivido con rechazos o reservas a la hora de
enjuiciar los posibles
perjuicios de las lecturas. La consideración de la lectura como un
peligro o como una pérdida de tiempo no es prehistórico. Creo que
bien podría afirmarse que para buena parte de mi generación la
lectura representó, entre otras muchas cosas, un medio de
desclasamiento, de modo de entrar en la cultura dominante y por tanto
una manera de asumir, muchas veces inconciente y acríticamente, los
valores “humanistas” de las clases socialmente acomodadas. Leer
incorpora a nuestra visión delmundo lecturas de la realidad entre
otras razones porque lo que llamamos realidad no deja de ser a su vez
una lectura que tiene su propia dinámica y que depende en buena
parte de las condiciones socioeconómicas de las distintas sociedades
en cada momento histórico concreto. Es evidente que la sociedades
postrománticas leen a un autor como Shakespere con unos ojos
radicalmente distintos a como lo pudieron leer los ilustrados del
siglo XVIII. Aun cuando la división en clases no permite decir que
el constructo que llamamos realidad es el resultado de una lectura
colectiva y democrática no deja de ser cierto que en parte responde
a la suma de lecturas individuales que los componentes de una
sociedad realizan en determinado momento. Y en ese sentido cabe
hablar de responsabilidad, es decir, de aquellas lecturas que estamos
dispuestos a compartir y de aquellas lecturas que estamos dispuestos
a combatir. Responsabilidad que implica tanto a aquellos que
elaboran los textos y discursos colectivos como a aquellos que los
publican (los editores), publicitan (los educadores, comentaristas y
críticos) o consumen (lectores y lectoras).
5)
Hablas
de
la literatura como
un pacto de responsabilidades
y argumentas que
"la
realidad es la que nos
lee,
mientras
dialécticamente,
esta
realidad
se
deriva de
la
lectura
que
hacemos de
lo
que existe."
Uno
de los objetivos
de
tu libro es
exactamente
este:
ver
como las
relaciones
sociales,
así
como están presentes en
toda
comunicación,
también
intervienen en
el
proceso personal
y
colectivo
del
acto
de
la lectura.
Esta
interrelación
es
crucial
¿puedes
explicar
un
poco mejor
esto?
Creo
haber abordado la cuestión en la respuesta a la pregunta anterior,
pero quizá sea conveniente para aclararla más acercarse al tema
desde el ángulo de la lengua. Porque nadie podrá negar que la
lengua, el lenguaje es un fenómeno que implica, exige y ejemplifica
la condición social de la condición humana. El lenguaje responde a
un mismo y único constituyente: el nosotros y su propia existencia
evidencia que trazar las fronteras entre el yo y los otros es una
ilusión egoísta e idiota en sentido etimológico del término. Lo
curioso es que si bien desde el punto de vista lingüístico
aceptamos la imposibilidad de ser “idiotas” - nadie habla solo-
en cuanto aparece la literatura por medio no siempre se acepta tal
condición sino que se reivindica esa presunta soledad defendiendo
que como lector “yo soy el que soy”, frase sobre la que descansa
la soberbia de lo divino. Por supuesto que cada uno es cada uno y
todos somos diferentes, pero al afirmar tal hecho conviene no
olvidar que cada uno es también los otros y que si el otro o la otra
no sabríamos ni quien ni que ni cómo somos. Es “lo otro” lo que
nos hace hombre o mujer, alto o bajo, rubio o moreno. Leer es un acto
individual que a través del lenguaje no solo nos pone en contacto
con nuestra condición de ser individual y social sino que “nos
hace” parte de ese nosotros en el que reside más allá de la
simple animalidad nuestra constitución como personas. Esa es la
paradoja que quise contar en el libro: que la lectura en solitario
nos aparta pero inevitablemente el lenguaje nos reúne, nos hace
comunidad, precisamente porque es propiedad privada y propiedad
colectiva, bien común.
6)
La
lectura
como
espacio
común,
en
mi opinión,
es
la clave para
el
establecimiento de los diferentes
perfiles
lectores que estableces
a
la luz de
algunos
rasgos que
van
más allá del
mundo
de los libros
y
de la lectura.
Y
eso te lleva
a
concebir
“la
urdidura lectora"
aquí
traducida
como "
trama
lectora".
Urdidura
que caracteriza algunos perfiles
lectores
y
que determina,
en
última instancia,
la
calidad
de
la lectura.
¿Puede
explicar
esto?
Al
leer un texto al menos en teoría podríamos decir que todos leemos
lo mismo y sin embargo cada lectura es diferente. Un texto es por una
parte expresión de una individualidad y por otra comunicación ,es
decir, voluntad de compartir. En sociedades donde se privilegia el
individualismo egoísta se olvida esa dualidad y se prestigia lo
diferencial haciendo que vivamos “la diferencia” como valor
superior. No parece que nadie que afirme que “mi lectura es
diferente a la tuya” esté dispuesto a aceptar que es diferente
porque es peor. Como mucho, y bastante hipócritamente, quizá
aceptemos que puede haber lecturas diferentes igualmente válidas.
Pero si se nos ocurre introducir la pregunta consiguiente de ¿validas
para qué? sin duda empezarían los líos, las disputas, los posibles
agravios y los inevitables quebrantos y combates ya incruentos o
incruentos. No olvidemos que seguramente la lecturas de determinados
libros han dado origen a más masacres y calamidades que la violenta
disputa del oro y las riquezas.
Para
intentar comprender más allá de psicologías y coeficientes de
inteligencia las diferentes lecturas a que puede dar lugar un mismo
texto creo que es necesario introducir el concepto de situación
procurando que además del “soy lo que soy” aceptemos que también
somos un “estar con y entre los otros”, es decir, una situación
social, y que de igual modo que una situación geográfica determina
una distancia y por consiguiente una forma de ver un objeto concreto,
el conjunto de situaciones que actúan sobre el “ser” interviene
en nuestra forma de relacionarnos con los textos. Si esto por ejemplo
se afirma en relación con la edad nadie parece molestarse pero si
eso se dice en relación al estatus social o a la ideología política
pronto aparecen voces discrepantes que defiende una omnicomprensiva
condición humana que estaría por encima de las diferentes
situaciones desde las que se lleva a cabo la actividad de leer.
De
ahí que a la hora de intervenir desde ámbitos como la educación
sobre la lectura, me parezca más conveniente es a cada lector o
lectora a descubrir que leer es aprender a leerse a uno mismo,
aprender a preguntarse y analizar la situación personal de cada uno
dentro de la sociedad global e histórica en la que se mueve.
Aprender a leer permite conocer los mecanismo sociales de relación y
realización, pero entiendo que de manera muy particular lo que la
lectura facilita es precisamente ese aprender a descubrir los
mecanismos con que hemos y nos han construido nuestra identidad. Leer
representa la oportunidad de leerse a uno mismo, de aprender a
considerar el como se construyen por tanto las identidades ajenas.
Ahí reside la relevancia de la lectura como indispensable
instrumento de educación.
7)
Afirmar
la
naturaleza
personal de
la
lectura
sin
perder de vista
la
unicidad
del
texto es
quizás
uno de
los
temas más complejos
de
entender.
¿Cómo
explicar esta
dialéctica
que
entrelaza
lector
y
lectura en
una
relación intrínseca, pero sin perder la identidad y objetividad de
cada uno?
¿En
otras palabras, como superar, por un lado, el relativismo a que el
texto está sometido hoy en día en nombre del papel del sujeto
lector, o el “objetivismo” en nombre de la negación del sujeto?
Como
he tratado de exponer con anterioridad la relación entre lo común y
lo personal es una relación dialéctica que supone la imposibilidad
de separar un ámbito del otro. Hay en efecto una frontera pero es
una frontera que une y uno de esos lugares en los que la frontera
toma cuerpo es precisamente en los textos literarios. Un texto
expresa una subjetividad pero al tiempo comunica mediante el lenguaje
compartido una subjetividad colectiva. La urdimbre o trama del lector
determina en parte su interpretación de cada texto concreto en
función de su biografía y hábitos culturales, de lo que Bourdieu
llama el capital simbólico pero eso no significa que los textos no
mantengan criterios de objetividad. Tampoco se ve igual una estatua
desde uno u otro punto de vista pero no por eso cabe deducir que hay
tantas estatuas como puntos de vista. Lo que habrá que concluir es
en la necesidad para conocer ese texto o esa estatua de utilizar
todas las perspectivas posibles. A mayor capacidad de movimiento de
los sujetos mayor comprensión, mejor entendimiento.
8)
Tu
desmitificación
de
la lectura,
tiene
en
el
Fedro
y
en algunos
perfiles
lectores (Madame Bovary, Martin Eden..) su
punto más alto.
Y
muestra
los
males
que
la lectura puede
causar,
las
enfermedades
de
la lectura como te refieres en el libro.
¿Podrías
hablarnos
un
poco más sobre
las
implicaciones de esto cuando se trata de reflexionar sobre lectura y
lectores?
La
actividad de leer es un acto mental que se realiza de manera
solitaria y habitualmente en silencio. Este hecho que en apariencia
solo afectaría a las circunstancias exteriores en las que tiene
lugar la lectura, entiendo que puede provocar fuertes distorsiones
porque puede inducirnos a pensar que leer es un mero encuentro de
intimidades, entendiendo por intimidad esa idea tan presente en el
humanismo elitista de que hay una parte del yo que es inefable e
incomunicable y que esa parte es precisamente lo más auténtico de
nuestro ser. Una idea que además se popularizó por culpa de una
mala interpretación de la freudiana teoría del inconsciente. Leer
en soledad propicia la ruptura de aquella dialéctica entre el yo y
los otros que nos constituye y esa ruptura facilita, en psicologías
poco autocríticas, una visión del mundo en que todo gira alrededor
de ese misterioso yo íntimo. Al romperse esa dialéctica se produce
un desequilibrio y ese desequilibrio es lo que está patente en
personajes como Don Quijote o Emma Bovary.
9)
No
existe solo “una lectura,” no es univoca, haces la
critica
al
"diálogo
de
intimidades"
tal como se ha caracterizado la lectura a partir de la modernidad, y
te refieres a la lectura “como
un
adulterio
sin
peligros",
a "la
lectura como la
caja
negra."
¿Qué
quieres decir con esto?
Leer
es entrar en otro tiempo y en otro espacio, supone abandonar de
manera imaginaria un espacio y un tiempo reales para “viajar”
dentro de esa nave semántica que es una narración. No creo que el
“pacto de ficción” suponga dejarnos llevar por la incredulidad
sino en simular que lo hacemos. En ese sentido hablo de la lectura de
narraciones como una especie de “simulador de vuelo” en el que se
entra a través de la lectura y en el que sufrimos las experiencias
que el argumento narrativo contiene: el amor, el abandono, el
extravío, la felicidad. Leyendo Ana
Karenina
podemos “experimentar” el deseo y los arrepentimientos de la
pareja protagonista, leyendo El
Quijote
nos metemos en la piel de ese hidalgo fantasioso, leyendo Crimen
y castigo
podemos comprender los motivos o causas que dan lugar a un crimen.
Ese es el poder de la literatura, su magia. Pero esas experiencias no
dejan de ser experiencias simuladas, no reales y por eso representa
un peligro el creer que a partir de ellas ya conocemos la realidad.
Al leer no dejamos de contrastar los datos que nos proporciona la
ficción con los datos que, por ejemplo, nos ofrece nuestra
experiencia biográfica pero si esta experiencia es escasa o débil
corremos el peligro de pensar que la ficción es más real que la
vida. O puede ocurrir que la vida que vemos en los libros nos parezca
más auténtica que la propia y real. La tentación de “vivir otras
vidas” a través de la lectura, de “cometer adulterio” al
engañarse sobre la realidad y el tiempo propio, está presente en el
proceso de lectura que indudablemente puede crear tanto gozo que,
como una droga autodestructiva, nos enganche y cree adicción. Si
pudiésemos observar qué ocurre en la cabeza de Madame Bovary cuando
leía las novelas románticas como quien analiza “la caja negra”
de un avión, podríamos entender las causas de ese “accidente
mental” que la llevó a creer que la pasión amorosa era el valor
supremo con el que se podía vivir y a olvidar que “la vida
interior” no sirve para pagar las facturas que “la vida anterior”
genera.
10)
¿Cómo
defines
el
papel de
la
crítica
literaria y
cual
la posibilidad de ser crítico en la actualidad.
En
un determinado momento
del libro te
refieres a la imposibilidad de una
verdadera
crítica en la actualidad. ¿Qué quieres decir con esto?
Bueno,
mi idea de la crítica parte de la idea de que la crítica es una
instancia a través de la cual una sociedad vigila que las
narraciones públicas que la literatura proporciona no sean dañinas
para lo que podemos llamar “la salud semántica de la sociedad”,
al igual que la inspección sanitaria de un país procura analizar
que los alimentos que llegan al mercado no contengan altos niveles de
aquellas grasas que propician o fomenten la obesidad. Prosiguiendo
con esta metáfora alimenticia creo que estaríamos de acuerdo en
señalar que, para que esa inspección tenga existencia, sería
necesario que la sociedad en su conjunto asuma la conveniencia de
luchar contra las malas prácticas alimenticias. Si en una sociedad
tal exigencia no tiene lugar “lo normal” será que la información
sobre los alimentos provenga casi en exclusiva del marketing y la
publicidad que directa o indirectamente generan los propios
productores de alimentos. Pues bien, en lo que atañe a la
alimentación literaria tengo la impresión de que, al menos en
España y hasta hace muy poco tiempo, nadie pensaba que la obesidad –
léase autosatisfacción- era peligrosa ni a la sociedad parecía
aceptable a que alguien asumiese la tarea de atreverse a decir qué
es bueno o malo para la salud semántica general. Y nadie se atrevía
porque entre otras razones vivíamos en pleno relativismo estético,
ético y moral en el interior de una postmodernidad que, en aras de
un pretendido antidogmatismo, se caracterizaba por el “todo vale”
y el “nadie tiene derecho en hablar en nombre de los otros”. Creo
sin embargo que en estos momentos, como resultado de la crisis
económica, en la sociedad española la autosatisfacción se ha
desmoronada, ha emergido un movimiento significativo de oposición
“al régimen alimenticio” hasta ahora dominante, y quizá ahora
sí se estén empezando a dar las condiciones adecuadas para que
emerja una crítica que no consista simplemente en anunciar que la
multinacional X acaba de poner en el mercado una estupenda y sabrosa
comida basura hecha a base de cursilería existencial y palabras
precocinadas. La crisis ha deslegitimado los relativismos y aunque el
prejuicio contra la crítica de intervención en la configuración de
los discursos públicos del arte o la literatura sigue siendo muy
alta, quizá la crítica fuerte, independiente y arriesgada vuelva a
tener sentido y lugar.
11)
¿Cuál es el
contexto actual
que
hace que
todos
los responsables de
la
cadena del libro
olviden
sus
responsabilidades?
Claro está que no son los únicos, pero es de ellos que estamos
tratando aquí…
Hasta hace muy poco hemos estado viviendo bajo la consigna ética y económica del “sálvese quien pueda” y bajo el paradigma neoliberal en el que el “yo soy el que soy” simplemente significaba “yo soy lo que puedo comprar, yo soy lo que puedo vender”. Todo esto bajo el paraguas ideológico implícito de que bien común era el simple resultado de la suma de intereses personales y todo eso dentro de una sociedad en la que propagaba la idea de que la igualdad de oportunidades era algo ya alcanzado y que por tanto todos éramos individual e igualmente responsables de nuestros destinos. En esa atmósfera en la que hemos estado viviendo la única responsabilidad que se nos demandaba era la de saber comprar bien y saber, sobre todo, vendernos bien. Los dos únicos y verdaderos mandamientos del capitalismo. Si lo sabías hacer eras un ganador, sino no lo sabías eras un perdedor. Este paisaje moral y ético que, a través de la expansión de sus medios de cultura e incultura, con tanto éxito ha sabido exportar e imponer la metrópoli de ese imperialismo capitalista que ahora llaman globalización, ha hecho que una idea de bien común fundamentada en una elaboración en condiciones de igualdad económica y jurídica sea irrealizable. Afortunadamente, repito, el capitalismo vuelve a estar en cuestión y por tanto el concepto de bien común está de nuevo en entredicho y esto al menos me hace pensar que la exigencia de responsabilidades vuelva a ser algo natural. Un pensamiento quizá algo optimismo pero necesario porque entiendo que el pesimismo es una forma masiva de desarme.
- Literatura y mercado es una ecuación posible? ¿En qué términos?
Evidentemente
es una ecuación posible como la Historia ha venido demostrando. Creo
que lo está en duda es lo contrario: si es posible una literatura
fuera del mercado. Para el pensamiento hegemónico de hoy eso es lo
imposible como bien se encargan al inculcarnos una y otra vez que el
mercado es libertad, que no hay libertad fuera del mercado y que las
literaturas que han querido existir fuera de “esa libertad” son
mera y despreciable propaganda panfletaria.
Dicho
esto lo que habría que preguntarse antes de responder en un sentido
u otra a la pregunta es qué debemos entender por mercado y qué
debemos entender por literatura. Si por mercado entendemos lo que los
liberales han venido defendiendo, es decir, el mercado como lugar de
encuentro entre iguales, entre compradores y vendedores que llegan al
mercados en iguales condiciones económicas y jurídicas ,y si por
Literatura entendemos lo que ese mercado a través del juego de
oferta y demanda, ha venido homologando como literatura, pues
evidentemente solo esa literatura es posible y real. Pero si
entendemos que ese mercado capitalista, dominado por la propiedad
privada de los medios de producción - y muy especialmente de los
medios de producción de necesidades que entre otras cosas imponen el
qué leer y qué sentir-, es un mercado fraudulento, clasista y
totalitario, deberíamos empezar a pensar que la literatura, en
cuanto que es sistema de creación y circulación de los imaginarios
colectivos, debería integrar de manera prioritaria precisamente
aquellos discursos que pusieran en evidencia los engaños que ese
mercado propicia. Diríamos entonces que el mercado actual está
monopolizando una idea de lo literario que obstaculiza la creación e
impide la circulación de otras posibles literaturas.
He
disfrutado de una semana de vacaciones y durante este tiempo leí dos
libros con la fortuna, poco habitual, de que los dos me han
interesado y gustado. Gusto e interés son dos conceptos que no
siempre van juntos ni están obligados a hacerlo, pero que cuando se
produce esa conjunción se agradece. El primero es una novela, Nuevas
amistades
de un autor español,
Juan García Hortelano, de la generación de los cincuenta. Es una
novela publicada en 1959, el año en que en España se inicia la
apertura económica de cara a la integración en Europa. En realidad
más que de una lectura se trata de una relectura pues había leído
ea novela por primera vez hacia 1970. Si ahora la vuelvo a leer es
porque me he comprometido a escribir un comentario en ocasión de una
futura publicación en homenaje al autor fallecido ya hace muchos
años. De aquella primera lectura no recuerdo ni mi juicio ni una
impresión que fuera más allá de que me había gustado lectura. Al
releer incluso que ha sorprendido que la novela no trata exactamente
de aquello que yo pensaba que trataba. En mi memoria la novela estaba
relacionada con el desclasamiento social de la generación que había
pasado la guerra civil durante su infancia. Algo de esto hay pero lo
que esta lectura me ha hecho ver es el acierto con que la novela
retrata ese momento en la “biografía colectiva” de una capa
significativa de la burguesía tradicional española. Me interesó
mucho porque creo que la narrativa en sus relaciones con la historia
efectúa una lectura que introduce una tonalidad distinta pero
absolutamente necesario para comprender el “qué estaba pasando”
(pregunta y respuesta de la narrativa) cuando “aquello pasó”
(pregunta y respuesta de la Historia). La novela muestra con suma
inteligencia narrativa como aquella generación de la burguesía
que quince años más tarde protagonizaría la llamada Transición
democrática, más que reprimida políticamente – que también- se
encontraba “represada”, taponada por un muro de valores y
costumbres más propio del siglo XIX que del XX. Es como si se
hubiera novelado “ la represión de un impulso generacional”
mostrando las consecuencias morales de ocluir los horizontes vitales.
Algo también latente en una novela muy actual como es La
trabajadora
de Elvira Navarro una joven novelista española. El otro lecturas de
estos día también ha sido apasionante aunque en otra tonalidad. Se
trata de un libro de ensayo de Giorgio Agamben titulado
Altísima pobreza. Reglas monásticas y forma de vida que
es
una reflexión que parte de las propuestas religiosas de Francisco de
Asís para comentar la imposibilidad de separar forma y fondo al
hacernos ver como toda regla o norma realmente asumida hace
referencia a una “forma de vida”, ese espacio donde ”la forma”
es y solo puede ser, hecho de vida.
Por
otro lado y con mi viaje a Brasil en el horizonte, tengo la intención
de internarme en los próximos días en una lectura que me han
recomendado
fuertemente y que desde las lecturas
de Gran Sertao
de Guimaraes o La
guerra del fin del mundo
de Vargas Llosa tenía pendiente: Os
Sertoes de
Euclides da Cunha.
J.
Castil. Revista Emilia. Sao Paulo 2015
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