miércoles, 10 de octubre de 2018

Aquellas entrevistas de antaño (VIII)


C. Bértolo: una trayectoria privilegiada.

1) Para que los lectores brasileños te conozcan como un lector: puedes hablar un poco acerca de tu historia lectora, sobre algunos de los momentos más significativos de tu itinerario y de los “grandes encuentros” que tuviste?

Mis padres provenían de un entorno rural de status medio en el que los libros no formaban parte del paisaje cotidiano pero en el que había un respeto hacia los estudios como forma de mejorar social y personalmente. Ese respeto se podía concretar en la presencia en casa de una buena enciclopedia y en la costumbre por parte de mis padres de regalar libros por el cumpleaños o navidades. Recuerdo en concreto dos de ellos: A través del desierto, de Henri Sienkiewicz y el Robinsón Crusoe de De Foe. Leí esos libros hacia mis ocho años y son lecturas que se me quedaron muy grabadas, es decir, que ocuparon un lugar importante en mi imaginación de niño y supongo que contribuyeron a aficionarme a la lectura. Son lo que llamaría mis libros fundacionales. Más tarde seguí leyendo libros y autores más o menos clásicos como Julio Verne, el Dumas del Conde Montecristo y Los tres mosqueteros o sagas como Sandokán. Ya en la adolescencia seguí siendo un lector casi compulsivo que leía “sin orden ni concierto ni criterio”, mezclando lecturas como el Scaramouche de Sabatini con novelas de Pio Baroja, el Corazón, de Edmundo de Amicis, con Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari o El filo de la navaja de Somerset H. Maugham y El poder y la gloria de Graham Greene. Leía en las bibliotecas públicas y ya compraba libros en las librerías de viejo o de segunda mano. Unos libros me llevaban a otros y más que leer devoraba. Una etapa que podríamos denominar como de “lectura inocente”, de hambre lectora y rápida digestión pero que me puso en contacto con todo un amplio y desprejuiciado fondo de lecturas que sin duda me sirvieron para conocer mucha mala literatura y siento hoy que ese conocimiento fue algo bueno para mi trayectoria posterior como crítico literario. En cualquier caso leer fue una forma de relacionarme con el mundo en aquellos tiempos de adolescente retraído. Sería un poco más tarde, antes de entrar en la Universidad, cuando el encuentro con el existencialismo de Sartre o Camús, con la poesía de Garcilaso, Rilke o Rimbaud y con las lecturas de novelas de Steinbeck, Virginia Wolf, Andre Gide, Scott Fitzgerald, Balzac o Faulkner, me haría perder ”la inocencia” y cobrar conciencia lectora, es decir, conciencia de estar tomando contacto con “la cultura” y descubrir así que la actividad de leer tenía además de un valor de uso que me servía entre otras cosas para entretenerme y conocer el mundo, un valor de cambio muy adecuado para forjarme una identidad atractiva en el entorno social universitario en el que había entrado para estudiar Filología Hispánica. De aquellos años recuerdo las “noches de pasión” leyendo La educación sentimental de Flaubert, El gran Gasby de Fitzgeral, el Ulises de Joyce o Rayuela de Cortazar.
2) Tu itinerario por el mundo de los libros y de la lectura se da desde diversos lugares: del editor, del crítico literario, del autor. ¿Podrías hablar un poco de las características de cada uno de ellos. Y de cómo, seguramente, se complementan entre sí para formar un pensamiento y una discusión más amplia sobre libros y lectura?

Cuando inicié mis estudios universitarios en la España de finales de los años sesenta, el espacio cultural y el espacio de la política estaban profundamente entrelazados. La cultura de la resistencia antifranquista favorecía las actitudes críticas y estimulaba el esfuerzo por dotarse de un bagaje teórico necesario para analizar la realidad. En ese contexto crítica y lectura eran actividades que caminaban al unísono. Más que los estudios reglados de la Universidad era el ambiente general el que favorecía el debate y el intercambio de opiniones. Recuerdo por ejemplo grandes discusiones sobre lo que supuso la llegada de los autores del “boom” latinoaméricano: Vargas Llosa, Sábato, Garcia Márquez, Rulfo, Guimaráes Rosa, con respecto a la novela crítica y social de autores españoles como López Salinas, López Pacheco o Garcia Hortelano. Leer a Borges, por ejemplo, daba lugar a mil discusiones o reuniones casi eternas tratando de dilucidar el sentido estético o político de su literatura. En ese ambiente de inquietud, curiosidad y aprendizaje se despertó mi interés hacia la polémica como forma de conocimiento y hacia la crítica literaria como actividad creativa. Empecé a escribir y publicar pequeñas reseñas en un periódico de provincias, luego pasé a colaborar en distintos medios y revistas, y a finales de los años ochenta entré como colaborador en las páginas de libros del diario El País. Por ese tiempo, y en compañía de autores como Alejandro Gándara, Juan José Millás o José María Guelbenzu, cofundé la Escuela de Letras de Madrid que fue acaso la primera escuela de escritura creativa de España y donde tuve la oportunidad de desarrollar como enseñante tareas de acercamiento a la lectura. Fue también por entonces cuando comenzaron mis primeros contactos con el mundo editorial, realizando, por ejemplo, trabajos diversos para acompañar la publicación de clásicos de la literatura juvenil. Una etapa que me permitió adentrarme tanto en el mundo de la edición como en la práctica de los textos de ensayo y divulgación. A principios de los años noventa me ofrecieron trabajar como director literario en la editorial Debate de Madrid y aunque ello significaba abandonar el mundo de la crítica, acepté pensando, ingenuamente, que trabajar en una editorial sería algo así como ejercer de crítico pero con poder ejecutivo. Digo ingenuamente porque pronto hube de comprender que “la lectura editorial” introducía un nuevo parámetro -la rentabilidad económica- que intervenía en los criterios de publicación y que no siempre era compatible o coincidente con lo que llamaríamos puros criterios de calidad literaria aun cuando tuve la suerte de que aquella editorial buscaba más el mantener o incrementar sus señas de identidad literarias que la rentabilidad corto plazo. En esas circunstancias puse en marcha colecciones de narrativa y ensayo que tenían como objetivos tanto la búsqueda y apoyo de nuevos autores españoles -como Ray Loriga,Luis Magrinyà, Rafael Chirbes o Marta Sanz- como la puesta en circulación de escritores emergentes provenientes de otras lenguas como V. S. Naipaul, Alice Munro, Cormac McCarthy, o W. G. Sebald. Afortunadamente siempre he trabajado en proyectos editoriales que no tenían como objetivo único la rentabilidad a corto plazo y eso me permitió “leer editorialmente” sin tener que renegar de la calidad como criterio a la hora de construir el catálogo. Algo que pude mantener también durante mi última etapa como editor del sello Caballo de Troya por cuanto, aun dentro del grupo Random House en el que la editorial se integra, la línea del catálogo estaba encaminada al descubrimiento y apoyo de nuevos autores tanto españoles como hispanohablantes. Puedo decir por consiguiente que al menos en mi caso el papel y las funciones de lector, crítico y editor no resultaron incompatibles sino complementarias y en ese sentido podría afirmar que he tenido editorialmente una trayectoria privilegiada.

3) Por otra parte, es importante señalar que este aspecto general, que este cuidado con la totalidad y la inclusión de la lectura dentro de una complejidad que es la realidad histórico-social, debe de ser el resultado de tu afiliación con el pensamiento de Marx. En la contramano de la contemporaneidad, te mantienes, valientemente, como defensor de esta tradición. Podemos imaginar los males que resultan de esta posición. Y las dificultades de moverse en la industria editorial cada vez más rehén de la lógica del mercado. En tu libro quedan claros algunos aspectos que no sobreviven a esta contradicción. ¿Puedes hablar un poco mas de ellos?

Como señalé anteriormente mi formación como lector y crítico se corresponde con una circunstancias políticas marcadas por la resistencia cultural antifranquista realizada en mi caso desde una óptica teórica influida por el marxismo y por tanto por una concepción de la cultura en cuanto expresión del momento histórico. A ese respeto mis referencias más claras son autores como Lukacs, Bertold Brecht o Juan Carlos Mariátegui. En mi etapa como crítico literario en medios de comunicación como el diario El País, -ahora señaladamente de corte neoliberal pero que en los años ochenta todavía se movía en los espacios ideológicos de un progresismo de centro izquierda-, traté de mantener una estrategia de intervención crítica en la que aun sin explicitar las categorías críticas del marxismo, pudiera sin embargo utilizar y manifestar criterios literarios poco complacientes con las estéticas existencial-elitistas entonces dominantes y contra las sensibilidades sentimental-mercantilistas que estaban emergiendo en una literatura española que estaba descubriendo los cantos de sirena del mercado. Supongo que el final de mi etapa como crítico literario vino en buena parte determinado por el desencuentro que esto suponía con respecto al momento de autocelebración que la literatura española de los años noventa y primera década del XXI atravesó en estos últimos tiempos al menos hasta la llegada de la crisis económica. Y como editor también he tratado de apoyar, sin buscar pertenencias partidistas o ideológicamente rígidas, un tipo de literatura con vocación de intervenir en la formación de los imaginarios colectivos y que desde criterios de calidad tratasen de cuestionar la autosatisfacción general que se respiraba un tanto irresponsablemente tanto en España como en Europa. Como entiendo que forma y contenidos son inseparables esto significaba editorialmente la apuesta por un tipo de discursos narrativos poco convencionales y que, aun no cayendo en el experimentalismo por el experimentalismo, si ofreciesen escrituras osadas y arriesgadas desde el punto de vista comercial. Para que esa línea de trabajo editorial fuera posible traté de situarme en un posición fronteriza entre los valores estrictamente mercantiles y los valores más reconocidos como literarios. Una posición posibilista que indudablemente tenía sus ventajas:la libertad de catálogo, y sus inconvenientes: la escasa visibilidad comercial.


4) Considero tu libro1 una de las mejores contribuciones en el campo de la reflexión sobre el libro y la lectura. Abres una discusión que ayuda a superar un punto ciego. Una de las cuestiones clave, me parece es la desmitificación de una visión romántica de la lectura. No es que esto sea nuevo, por diferentes caminos existen reflexiones decisivas en esa misma dirección. El tema es que a partir de ahí avanzas es una reflexión sobre la lectura y el lector que me parece decisiva. Creo que retomar el significado de la lectura colectiva es crucial en este itinerario y con ella el concepto de responsabilidad. ¿Podrías profundizar un poco este tema?

Lo que traté de dilucidar al escribir La cena de los notables eran los mecanismos y facultades que la actividad de leer pone en marcha, es decir, se trataba de intentar saber qué leemos cuando leemos. Para eso me pareció necesario tener claro en lo posible el distinto papel que el acto de leer ha venido desempeñando al largo de la historia. Hoy puede parecer algo remoto pero la lectura era un actividad cuantitativamente minoritaria y cualitativamente elitista hasta hace muy poco tiempo. Yo mismo he convivido con gentes que no sabían leer y he convivido con rechazos o reservas a la hora de enjuiciar los posibles perjuicios de las lecturas. La consideración de la lectura como un peligro o como una pérdida de tiempo no es prehistórico. Creo que bien podría afirmarse que para buena parte de mi generación la lectura representó, entre otras muchas cosas, un medio de desclasamiento, de modo de entrar en la cultura dominante y por tanto una manera de asumir, muchas veces inconciente y acríticamente, los valores “humanistas” de las clases socialmente acomodadas. Leer incorpora a nuestra visión delmundo lecturas de la realidad entre otras razones porque lo que llamamos realidad no deja de ser a su vez una lectura que tiene su propia dinámica y que depende en buena parte de las condiciones socioeconómicas de las distintas sociedades en cada momento histórico concreto. Es evidente que la sociedades postrománticas leen a un autor como Shakespere con unos ojos radicalmente distintos a como lo pudieron leer los ilustrados del siglo XVIII. Aun cuando la división en clases no permite decir que el constructo que llamamos realidad es el resultado de una lectura colectiva y democrática no deja de ser cierto que en parte responde a la suma de lecturas individuales que los componentes de una sociedad realizan en determinado momento. Y en ese sentido cabe hablar de responsabilidad, es decir, de aquellas lecturas que estamos dispuestos a compartir y de aquellas lecturas que estamos dispuestos a combatir. Responsabilidad que implica tanto a aquellos que elaboran los textos y discursos colectivos como a aquellos que los publican (los editores), publicitan (los educadores, comentaristas y críticos) o consumen (lectores y lectoras).

5) Hablas de la literatura como un pacto de responsabilidades y argumentas que "la realidad es la que nos lee, mientras dialécticamente, esta realidad se deriva de la lectura que hacemos de lo que existe." Uno de los objetivos de tu libro es exactamente este: ver como las relaciones sociales, así como están presentes en toda comunicación, también intervienen en el proceso personal y colectivo del acto de la lectura. Esta interrelación es crucial ¿puedes explicar un poco mejor esto?

Creo haber abordado la cuestión en la respuesta a la pregunta anterior, pero quizá sea conveniente para aclararla más acercarse al tema desde el ángulo de la lengua. Porque nadie podrá negar que la lengua, el lenguaje es un fenómeno que implica, exige y ejemplifica la condición social de la condición humana. El lenguaje responde a un mismo y único constituyente: el nosotros y su propia existencia evidencia que trazar las fronteras entre el yo y los otros es una ilusión egoísta e idiota en sentido etimológico del término. Lo curioso es que si bien desde el punto de vista lingüístico aceptamos la imposibilidad de ser “idiotas” - nadie habla solo- en cuanto aparece la literatura por medio no siempre se acepta tal condición sino que se reivindica esa presunta soledad defendiendo que como lector “yo soy el que soy”, frase sobre la que descansa la soberbia de lo divino. Por supuesto que cada uno es cada uno y todos somos diferentes, pero al afirmar tal hecho conviene no olvidar que cada uno es también los otros y que si el otro o la otra no sabríamos ni quien ni que ni cómo somos. Es “lo otro” lo que nos hace hombre o mujer, alto o bajo, rubio o moreno. Leer es un acto individual que a través del lenguaje no solo nos pone en contacto con nuestra condición de ser individual y social sino que “nos hace” parte de ese nosotros en el que reside más allá de la simple animalidad nuestra constitución como personas. Esa es la paradoja que quise contar en el libro: que la lectura en solitario nos aparta pero inevitablemente el lenguaje nos reúne, nos hace comunidad, precisamente porque es propiedad privada y propiedad colectiva, bien común.

6) La lectura como espacio común, en mi opinión, es la clave para el establecimiento de los diferentes perfiles lectores que estableces a la luz de algunos rasgos que van más allá del mundo de los libros y de la lectura. Y eso te lleva a concebir “la urdidura lectora" aquí traducida como " trama lectora". Urdidura que caracteriza algunos perfiles lectores y que determina, en última instancia, la calidad de la lectura. ¿Puede explicar esto?

Al leer un texto al menos en teoría podríamos decir que todos leemos lo mismo y sin embargo cada lectura es diferente. Un texto es por una parte expresión de una individualidad y por otra comunicación ,es decir, voluntad de compartir. En sociedades donde se privilegia el individualismo egoísta se olvida esa dualidad y se prestigia lo diferencial haciendo que vivamos “la diferencia” como valor superior. No parece que nadie que afirme que “mi lectura es diferente a la tuya” esté dispuesto a aceptar que es diferente porque es peor. Como mucho, y bastante hipócritamente, quizá aceptemos que puede haber lecturas diferentes igualmente válidas. Pero si se nos ocurre introducir la pregunta consiguiente de ¿validas para qué? sin duda empezarían los líos, las disputas, los posibles agravios y los inevitables quebrantos y combates ya incruentos o incruentos. No olvidemos que seguramente la lecturas de determinados libros han dado origen a más masacres y calamidades que la violenta disputa del oro y las riquezas.
Para intentar comprender más allá de psicologías y coeficientes de inteligencia las diferentes lecturas a que puede dar lugar un mismo texto creo que es necesario introducir el concepto de situación procurando que además del “soy lo que soy” aceptemos que también somos un “estar con y entre los otros”, es decir, una situación social, y que de igual modo que una situación geográfica determina una distancia y por consiguiente una forma de ver un objeto concreto, el conjunto de situaciones que actúan sobre el “ser” interviene en nuestra forma de relacionarnos con los textos. Si esto por ejemplo se afirma en relación con la edad nadie parece molestarse pero si eso se dice en relación al estatus social o a la ideología política pronto aparecen voces discrepantes que defiende una omnicomprensiva condición humana que estaría por encima de las diferentes situaciones desde las que se lleva a cabo la actividad de leer.
De ahí que a la hora de intervenir desde ámbitos como la educación sobre la lectura, me parezca más conveniente es a cada lector o lectora a descubrir que leer es aprender a leerse a uno mismo, aprender a preguntarse y analizar la situación personal de cada uno dentro de la sociedad global e histórica en la que se mueve. Aprender a leer permite conocer los mecanismo sociales de relación y realización, pero entiendo que de manera muy particular lo que la lectura facilita es precisamente ese aprender a descubrir los mecanismos con que hemos y nos han construido nuestra identidad. Leer representa la oportunidad de leerse a uno mismo, de aprender a considerar el como se construyen por tanto las identidades ajenas. Ahí reside la relevancia de la lectura como indispensable instrumento de educación.

7) Afirmar la naturaleza personal de la lectura sin perder de vista la unicidad del texto es quizás uno de los temas más complejos de entender. ¿Cómo explicar esta dialéctica que entrelaza lector y lectura en una relación intrínseca, pero sin perder la identidad y objetividad de cada uno? ¿En otras palabras, como superar, por un lado, el relativismo a que el texto está sometido hoy en día en nombre del papel del sujeto lector, o el “objetivismo” en nombre de la negación del sujeto?

Como he tratado de exponer con anterioridad la relación entre lo común y lo personal es una relación dialéctica que supone la imposibilidad de separar un ámbito del otro. Hay en efecto una frontera pero es una frontera que une y uno de esos lugares en los que la frontera toma cuerpo es precisamente en los textos literarios. Un texto expresa una subjetividad pero al tiempo comunica mediante el lenguaje compartido una subjetividad colectiva. La urdimbre o trama del lector determina en parte su interpretación de cada texto concreto en función de su biografía y hábitos culturales, de lo que Bourdieu llama el capital simbólico pero eso no significa que los textos no mantengan criterios de objetividad. Tampoco se ve igual una estatua desde uno u otro punto de vista pero no por eso cabe deducir que hay tantas estatuas como puntos de vista. Lo que habrá que concluir es en la necesidad para conocer ese texto o esa estatua de utilizar todas las perspectivas posibles. A mayor capacidad de movimiento de los sujetos mayor comprensión, mejor entendimiento.

8) Tu desmitificación de la lectura, tiene en el Fedro y en algunos perfiles lectores (Madame Bovary, Martin Eden..) su punto más alto. Y muestra los males que la lectura puede causar, las enfermedades de la lectura como te refieres en el libro. ¿Podrías hablarnos un poco más sobre las implicaciones de esto cuando se trata de reflexionar sobre lectura y lectores?
La actividad de leer es un acto mental que se realiza de manera solitaria y habitualmente en silencio. Este hecho que en apariencia solo afectaría a las circunstancias exteriores en las que tiene lugar la lectura, entiendo que puede provocar fuertes distorsiones porque puede inducirnos a pensar que leer es un mero encuentro de intimidades, entendiendo por intimidad esa idea tan presente en el humanismo elitista de que hay una parte del yo que es inefable e incomunicable y que esa parte es precisamente lo más auténtico de nuestro ser. Una idea que además se popularizó por culpa de una mala interpretación de la freudiana teoría del inconsciente. Leer en soledad propicia la ruptura de aquella dialéctica entre el yo y los otros que nos constituye y esa ruptura facilita, en psicologías poco autocríticas, una visión del mundo en que todo gira alrededor de ese misterioso yo íntimo. Al romperse esa dialéctica se produce un desequilibrio y ese desequilibrio es lo que está patente en personajes como Don Quijote o Emma Bovary.

9) No existe solo “una lectura,” no es univoca, haces la critica al "diálogo de intimidades" tal como se ha caracterizado la lectura a partir de la modernidad, y te refieres a la lectura “como un adulterio sin peligros", a "la lectura como la caja negra." ¿Qué quieres decir con esto?

Leer es entrar en otro tiempo y en otro espacio, supone abandonar de manera imaginaria un espacio y un tiempo reales para “viajar” dentro de esa nave semántica que es una narración. No creo que el “pacto de ficción” suponga dejarnos llevar por la incredulidad sino en simular que lo hacemos. En ese sentido hablo de la lectura de narraciones como una especie de “simulador de vuelo” en el que se entra a través de la lectura y en el que sufrimos las experiencias que el argumento narrativo contiene: el amor, el abandono, el extravío, la felicidad. Leyendo Ana Karenina podemos “experimentar” el deseo y los arrepentimientos de la pareja protagonista, leyendo El Quijote nos metemos en la piel de ese hidalgo fantasioso, leyendo Crimen y castigo podemos comprender los motivos o causas que dan lugar a un crimen. Ese es el poder de la literatura, su magia. Pero esas experiencias no dejan de ser experiencias simuladas, no reales y por eso representa un peligro el creer que a partir de ellas ya conocemos la realidad. Al leer no dejamos de contrastar los datos que nos proporciona la ficción con los datos que, por ejemplo, nos ofrece nuestra experiencia biográfica pero si esta experiencia es escasa o débil corremos el peligro de pensar que la ficción es más real que la vida. O puede ocurrir que la vida que vemos en los libros nos parezca más auténtica que la propia y real. La tentación de “vivir otras vidas” a través de la lectura, de “cometer adulterio” al engañarse sobre la realidad y el tiempo propio, está presente en el proceso de lectura que indudablemente puede crear tanto gozo que, como una droga autodestructiva, nos enganche y cree adicción. Si pudiésemos observar qué ocurre en la cabeza de Madame Bovary cuando leía las novelas románticas como quien analiza “la caja negra” de un avión, podríamos entender las causas de ese “accidente mental” que la llevó a creer que la pasión amorosa era el valor supremo con el que se podía vivir y a olvidar que “la vida interior” no sirve para pagar las facturas que “la vida anterior” genera.

10) ¿Cómo defines el papel de la crítica literaria y cual la posibilidad de ser crítico en la actualidad. En un determinado momento del libro te refieres a la imposibilidad de una verdadera crítica en la actualidad. ¿Qué quieres decir con esto?

Bueno, mi idea de la crítica parte de la idea de que la crítica es una instancia a través de la cual una sociedad vigila que las narraciones públicas que la literatura proporciona no sean dañinas para lo que podemos llamar “la salud semántica de la sociedad”, al igual que la inspección sanitaria de un país procura analizar que los alimentos que llegan al mercado no contengan altos niveles de aquellas grasas que propician o fomenten la obesidad. Prosiguiendo con esta metáfora alimenticia creo que estaríamos de acuerdo en señalar que, para que esa inspección tenga existencia, sería necesario que la sociedad en su conjunto asuma la conveniencia de luchar contra las malas prácticas alimenticias. Si en una sociedad tal exigencia no tiene lugar “lo normal” será que la información sobre los alimentos provenga casi en exclusiva del marketing y la publicidad que directa o indirectamente generan los propios productores de alimentos. Pues bien, en lo que atañe a la alimentación literaria tengo la impresión de que, al menos en España y hasta hace muy poco tiempo, nadie pensaba que la obesidad – léase autosatisfacción- era peligrosa ni a la sociedad parecía aceptable a que alguien asumiese la tarea de atreverse a decir qué es bueno o malo para la salud semántica general. Y nadie se atrevía porque entre otras razones vivíamos en pleno relativismo estético, ético y moral en el interior de una postmodernidad que, en aras de un pretendido antidogmatismo, se caracterizaba por el “todo vale” y el “nadie tiene derecho en hablar en nombre de los otros”. Creo sin embargo que en estos momentos, como resultado de la crisis económica, en la sociedad española la autosatisfacción se ha desmoronada, ha emergido un movimiento significativo de oposición “al régimen alimenticio” hasta ahora dominante, y quizá ahora sí se estén empezando a dar las condiciones adecuadas para que emerja una crítica que no consista simplemente en anunciar que la multinacional X acaba de poner en el mercado una estupenda y sabrosa comida basura hecha a base de cursilería existencial y palabras precocinadas. La crisis ha deslegitimado los relativismos y aunque el prejuicio contra la crítica de intervención en la configuración de los discursos públicos del arte o la literatura sigue siendo muy alta, quizá la crítica fuerte, independiente y arriesgada vuelva a tener sentido y lugar.
11) ¿Cuál es el contexto actual que hace que todos los responsables de la cadena del libro olviden sus responsabilidades? Claro está que no son los únicos, pero es de ellos que estamos tratando aquí…

Hasta hace muy poco hemos estado viviendo bajo la consigna ética y económica del “sálvese quien pueda” y bajo el paradigma neoliberal en el que el “yo soy el que soy” simplemente significaba “yo soy lo que puedo comprar, yo soy lo que puedo vender”. Todo esto bajo el paraguas ideológico implícito de que bien común era el simple resultado de la suma de intereses personales y todo eso dentro de una sociedad en la que propagaba la idea de que la igualdad de oportunidades era algo ya alcanzado y que por tanto todos éramos individual e igualmente responsables de nuestros destinos. En esa atmósfera en la que hemos estado viviendo la única responsabilidad
que se nos demandaba era la de saber comprar bien y saber, sobre todo, vendernos bien. Los dos únicos y verdaderos mandamientos del capitalismo. Si lo sabías hacer eras un ganador, sino no lo sabías eras un perdedor. Este paisaje moral y ético que, a través de la expansión de sus medios de cultura e incultura, con tanto éxito ha sabido exportar e imponer la metrópoli de ese imperialismo capitalista que ahora llaman globalización, ha hecho que una idea de bien común fundamentada en una elaboración en condiciones de igualdad económica y jurídica sea irrealizable. Afortunadamente, repito, el capitalismo vuelve a estar en cuestión y por tanto el concepto de bien común está de nuevo en entredicho y esto al menos me hace pensar que la exigencia de responsabilidades vuelva a ser algo natural. Un pensamiento quizá algo optimismo pero necesario porque entiendo que el pesimismo es una forma masiva de desarme.

  1. Literatura y mercado es una ecuación posible? ¿En qué términos?

Evidentemente es una ecuación posible como la Historia ha venido demostrando. Creo que lo está en duda es lo contrario: si es posible una literatura fuera del mercado. Para el pensamiento hegemónico de hoy eso es lo imposible como bien se encargan al inculcarnos una y otra vez que el mercado es libertad, que no hay libertad fuera del mercado y que las literaturas que han querido existir fuera de “esa libertad” son mera y despreciable propaganda panfletaria.
Dicho esto lo que habría que preguntarse antes de responder en un sentido u otra a la pregunta es qué debemos entender por mercado y qué debemos entender por literatura. Si por mercado entendemos lo que los liberales han venido defendiendo, es decir, el mercado como lugar de encuentro entre iguales, entre compradores y vendedores que llegan al mercados en iguales condiciones económicas y jurídicas ,y si por Literatura entendemos lo que ese mercado a través del juego de oferta y demanda, ha venido homologando como literatura, pues evidentemente solo esa literatura es posible y real. Pero si entendemos que ese mercado capitalista, dominado por la propiedad privada de los medios de producción - y muy especialmente de los medios de producción de necesidades que entre otras cosas imponen el qué leer y qué sentir-, es un mercado fraudulento, clasista y totalitario, deberíamos empezar a pensar que la literatura, en cuanto que es sistema de creación y circulación de los imaginarios colectivos, debería integrar de manera prioritaria precisamente aquellos discursos que pusieran en evidencia los engaños que ese mercado propicia. Diríamos entonces que el mercado actual está monopolizando una idea de lo literario que obstaculiza la creación e impide la circulación de otras posibles literaturas.


13)¿Qué estás leyendo en este momento y que libros te sorprendieron últimamente?

He disfrutado de una semana de vacaciones y durante este tiempo leí dos libros con la fortuna, poco habitual, de que los dos me han interesado y gustado. Gusto e interés son dos conceptos que no siempre van juntos ni están obligados a hacerlo, pero que cuando se produce esa conjunción se agradece. El primero es una novela, Nuevas amistades de un autor español, Juan García Hortelano, de la generación de los cincuenta. Es una novela publicada en 1959, el año en que en España se inicia la apertura económica de cara a la integración en Europa. En realidad más que de una lectura se trata de una relectura pues había leído ea novela por primera vez hacia 1970. Si ahora la vuelvo a leer es porque me he comprometido a escribir un comentario en ocasión de una futura publicación en homenaje al autor fallecido ya hace muchos años. De aquella primera lectura no recuerdo ni mi juicio ni una impresión que fuera más allá de que me había gustado lectura. Al releer incluso que ha sorprendido que la novela no trata exactamente de aquello que yo pensaba que trataba. En mi memoria la novela estaba relacionada con el desclasamiento social de la generación que había pasado la guerra civil durante su infancia. Algo de esto hay pero lo que esta lectura me ha hecho ver es el acierto con que la novela retrata ese momento en la “biografía colectiva” de una capa significativa de la burguesía tradicional española. Me interesó mucho porque creo que la narrativa en sus relaciones con la historia efectúa una lectura que introduce una tonalidad distinta pero absolutamente necesario para comprender el “qué estaba pasando” (pregunta y respuesta de la narrativa) cuando “aquello pasó” (pregunta y respuesta de la Historia). La novela muestra con suma inteligencia narrativa como aquella generación de la burguesía que quince años más tarde protagonizaría la llamada Transición democrática, más que reprimida políticamente – que también- se encontraba “represada”, taponada por un muro de valores y costumbres más propio del siglo XIX que del XX. Es como si se hubiera novelado “ la represión de un impulso generacional” mostrando las consecuencias morales de ocluir los horizontes vitales. Algo también latente en una novela muy actual como es La trabajadora de Elvira Navarro una joven novelista española. El otro lecturas de estos día también ha sido apasionante aunque en otra tonalidad. Se trata de un libro de ensayo de Giorgio Agamben titulado Altísima pobreza. Reglas monásticas y forma de vida que es una reflexión que parte de las propuestas religiosas de Francisco de Asís para comentar la imposibilidad de separar forma y fondo al hacernos ver como toda regla o norma realmente asumida hace referencia a una “forma de vida”, ese espacio donde ”la forma” es y solo puede ser, hecho de vida.
Por otro lado y con mi viaje a Brasil en el horizonte, tengo la intención de internarme en los próximos días en una lectura que me han recomendado fuertemente y que desde las lecturas de Gran Sertao de Guimaraes o La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa tenía pendiente: Os Sertoes de Euclides da Cunha.

J. Castil. Revista Emilia. Sao Paulo 2015
1 Bértolo, Constantino. O banquete dos notáveis. Livros da Matriz. Sao Paulo 2014.

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