miércoles, 2 de enero de 2019

Apostillas para un premio


Apostillas a un texto sobre la lectura que fue premiado.

Me gustaría apostillar algunas cuestiones que por diversas causas no pudieron encontrar su sitio en el artículo, un tanto cursi, sobre la lectura con el que este texto fue premiado en su momento.
En el mencionado escrito, Razones para la lectura*, se cruzan y entrecruzan muy distintas voces y ecos autoriales. Momento por tanto de agradecer su colaboración desinteresada a Paul Verlaine, Luis Cernuda, Vladimir Holan, Uxio Novoneira, Pablo Neruda, Jorge Manrique, Pere Gimferrer, Carmen Martín Gaite, Jorge Luis Borges, Armando López Salinas y, finalmente, aunque no por último, Vladimir Ulianov Lenin. Creo que en la aportación de todos ellos reside gran parte del mérito que el artículo pueda contener. Entiendo que el papel del autor se limitó a construir una entretela, un espacio, una letanía quizá, en las que sus palabras adquiriesen el relieve adecuado para esa celebración de la lectura que trataba de llevar a cabo. Su colaboración fue tan importante para la elaboración del texto que hay que confesar que en algún un momento dudamos sobre a quién habría que considerar como su verdadero autor. Fue entonces cuando la sombra alargada de Carlos Marx vino en nuestra ayuda y me dijo: “No le des más vueltas, no te hagas el inocente: el autor es el que se lleva el cheque”. Es lo bueno que, entre otras cosas, tiene el marxismo: siempre aclara quien es el responsable, o, el irresponsable.
Celebración de la lectura como acto colectivo, como acto en común, sin separación ni frontera posible entre lo individual y lo colectivo, entre lo íntimo y lo social. Acto que no hunde sus raíces en ninguna misteriosa transustanciación estética sino en la admiración como concepto que gustamos reivindicar por ser expresión clara de aquella virtud o potencia, presente en la condición de lo humano, capaz de sacarnos de nuestro propio y mezquino egoísmo narcisista al permitirnos reconocer con gozo y asombro en los otros la valía, estatura y aportación de sus trabajos: un libro, una historia, un canto, una mesa, una hoz, un algoritmo, un martillo, una lámpara. La admiración como prueba de que los otros no siempre son el infierno o el purgatorio, ni estamos condenados a la adoración de dioses que no pisen el mismo barro carnal y frágil que nos hace y nos deshace.
La lectura como celebración común y la literatura como ese lugar en el que cada sociedad respira semánticamente y narra y nombra sus miedos, sus deseos, sus fantasmas, sus fantasías, sus problemas, sus obstáculos, sus miserias. Su horizonte de expectativas.
De responsabilidad habrá que hablar ahora. De esa responsabilidad del que escribe y sobre todo de la responsabilidad del que lee. En el artículo premiado apenas se insinúa este encuadre pero si no entrase en él creo sinceramente que las razones para la lectura se quedarían cortas. Cortas y cojas. Acaso gentiles, pero cojas.
Si la escritura nace como salvaguarda y herencia de lo memorable, la lectura es la puesta al día de esa herencia y de ese patrimonio. Siglos y esfuerzos y luchas ha costado que ese patrimonio esté al alcance de la mayoría de la ciudadanos y ciudadanos. Y cada generación está obligada a responder de esa herencia. Porque la literatura nos interpela y espera de nosotros una respuesta. Y responsabilidad corresponde precisamente a aquel que ha de responder: al lector en tanto responsable de la memoria del pasado y de la memoria del presente.
Abrir un libro es abrir la puerta de nuestra casa para dejar pasar a alguien, generalmente desconocido, que nos viene a contar una historia. Hay quien dice que es bueno tener siempre la puerta abierta para todos porque no hay libro malo, pero sinceramente esa es una actitud irresponsable. No tanto por miedo a que se nos cuelen ladrones sino charlatanes. Hay libros que nos venden crecepelos y libros que nos prometen euros llovidos del cielo. También en la literatura existen vendedores de fondos de inversión que prometen altas rentabilidades y halagan nuestra avaricia. No, no hay que poner verjas y aduanas en nuestras puertas pero acaso sea conveniente no ser, como lectores, ni tan tontos ni tan calvos. Acaso sea prudente recordar que somos responsables de las palabras que leemos o escuchamos. Muchas gracias.

*Para ser inteligente, para creerse inteligente, para sentirse inteligente. Para no estar solo, para estar solo, porque más que solo vale estar mal acompañado aunque mucho se diga que no hay libro malo. Porque hace frío ahí fuera, porque llueve sobre el corazón y gusta ver la tinta sobre los campos de nieve. Para ser entrelagente. Para fumar sin sentirse culpable, para dejar de fumar y las manos no se escapen en busca del aire de nadie.
 Para tener un libro de bolsillo en el bolsillo y ocuparse de un mientras, un ya veremos y de un entretanto. Por vista, gusto, tacto, olfato y oído y para saber qué alumbra lo que tanto nos gusta. Por ego y por apego. Para esconderse, para mostrarse, para vestirte, para desnudarte. Porque sí, por si, porque no, para no. Para ser feliz, por no ser feliz, por infeliz. Para andar el camino, para encontrar el camino, para olvidar el camino, para construir un camino, para  hacer un alto en el camino. Para no perder el tren.  
Por sed, por hambre, por tierra, mar y aire. Para mirarse en el espejo, por reflejo incondicionado, para conocer quién nos habla desde el otro lado del espejo. Por ti, por mí y por ella. Porque queremos ver y que nos vean y sin embargo qué morbo da la “cita a ciegas” (el autor pone la alcoba, el editor la casa, el narrador es el que la luz apaga)
Para ver el humo que avisa donde está el fuego. Porque estar cansado tiene plumas, la avaricia comienza en el dar  y porque sólo entonces soy como te quiero. Para tener la libertad que no tiene el solitario. Para pedirte perdón por el daño que me hiciste,  echar sal en mis heridas e intentar saber cómo me llamo. Porque puedes estar en misa y repicando, nadar y guardar la ropa, ser Caín y el guardián de tu hermano. Porque si no se las lleva el viento, arden las palabras. Por pié quebrado y tan callado. Para conocer la voz de mi amo y para ver si de una vez alcanzo el silencio. Para ser el enfermo y el psiquiatra. Porque yo no soy como te amo.
Porque el poema es una copa de vino, y se fue, y el mañana no ha llegado. Por punto de partida y de hoja en hoja y leo porque me toca. Porque hay vida más allá del punto y aparte y es sano andar a pie de página. Porque si pierdo la memoria qué pereza. Para ni ser ciego en Granada ni nos obliguen a elegir entre la pena y la nada. Para jugar con fuego y no salir quemado. Porque la letra con letra entra, y sale y vuelve a entrar como beso que no quiere que te calles.
Porque entre todos lo libros que he leído nunca he leído aquel entre cuyas letras desfallecieron de amor Paolo y Francesca. Para tirar la mano, esconder la piedra y mojar el pan en sangre ajena. Para que me llames y me ames. Para acabar con la propiedad privada de mis palabras. Porque si echas cuentas te sale a cuento y hasta te sobran dos quijotes y medio sancho. Y por los libros de los libros, mal o bien, pero amén.
Escrito con premeditación y alevosía y publicado en el diario El Público en Mayo de 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario