miércoles, 13 de febrero de 2019

Leer a Panait Istrati


Panait Istrati. Prólogo a Los pescadores de esponjas.


El tiempo acaba poniendo a cada uno en su lugar”, dice un aforismo popular al que muchos en el mundo literario se acogen para pronosticar ya olvidos ya reconocimientos póstumos. Lo que el aforismo parece desconocer es que ese tiempo – literario en este caso- tiene también, como las palabras, sus dueños y gestores y estos tienen sus gustos, sus intereses estéticos y sus juicios y prejuicios literarios y desde ellos habilitan famas, posteridades y silencios. Durante años la literatura de Panait Istrati (Braila 1884- Bucarest 1935)ha vivido en el olvido editorial y académico. Su momento de gloria, el período de entreguerras en Europa parecía haberse extinguido sin apenas dejar huella ya no en canon de la literatura occidental sino en las historias de las literaturas al uso. Hace unos años la narrativa de Istrati, de la mano de la editorial Pre-Textos con la publicación de Kyra Kyralina y el Tión Anghel reapareció en las mesas de novedades con más, hay que decirlo, pena que gloria y poca o nula atención de la crítica. Quizá el tiempo de Panait Istrati todavía no haya llegado lo que, confieso, no me parece extraño porque su literatura se escapa – no entra dirían otros- en los parámetros literarios más dominantes en los que el estilo franco, directo, vital y vehemente propios de Istrati no goza de especial predicamento.
De ahí que haya que felicitar y congratularse de aquellas iniciativa editoriales, arriesgadas y poco complaciente con la doxa literaria, que ultimamente han puesto al alcance de los lectores algunas de sus novelas más significativas : Nerrantsula KRK Ediciones 2015, Codine Libros de la Ballena 2013, Los cardos del Baragan , Qualea 2014, Los Huiduci, Libros de la Ballena 2018 .
Publicar en estos tiemposa Istrati es todo un signo de valor y de rebeldía contra el gusto domesticado y hegemónico que llena hoy las mesas de novedades. Y ojalá estas publicaciones sean señal de que algo pude estar cambiando en unas aguas literarias en las que sobreabundan envases de muy distintas marcas de agua mineral pero entre las que resulta difícil encontrar la frescura y la transparencia de aquellas que brotan de un manantial, sin chapa ni cartón, en medio de un paisaje ajeno a cualquiera de las plantas embotelladoras que en el mundo editorial se encuentran. Editar hoy al rebelde Panait es un inesperado gesto editorial del que conviene congratularse.
Porque veces la literatura logra desasirse de las propias redes endogámicas que la Iglesia literaria trenza con sus dogmas y anatemas y saltando por encima de las trampas que la teoría literaria ofrece, se acerca a su última razón de ser: la vida, esa aventura donde el hombre y las palabras se encuentran o desencuentran, se ignoran o se reconocen. Ese es el caso de la literatura que el autor de El pescador de esponjas1 elaboró con un estilo tan personal que a no faltaron ni faltan quienes al referirse a su escritura hablan de falta de estilo olvidando que precisamente estilo hace referencia etimológica – punzón que deja huellas- a lo que la escritura Istrati posee en extremo: la capacidad de penetrar hasta los tejidos más hondos de la concreta condición humana: la carne y el hambre. Su escritura hiere y quizá por eso algunos sacerdotes de la Diosa Literatura prefieran ignorarlo. No faltan tampoco lo que quieren hacer de sus obras simples reliquias de un momento literario que pertenece tan solo al pasado. Son los que encuentran en su abigarrada biografía motivo para resaltar la leyenda de un escritor autodidacta, dotado sin duda de vitalismo pero carente de lecturas formales y méritos estrictamente literarios. Una especie de milagro literario al que se condena con halagos. Valga como ejemplo lo que de él escribió su amigo Victor Serge: “Escribía sin tener la menor idea de la gramática ni del estilo, pero como poeta nato, enamorado con toda su alma de varias cosas simples”. “Poeta nato”, hay elogios que matan. Y la verdad: no es de extrañar que la historia literaria de Panait Istrati tenga su punto de arranque justamente en esa forma de asesinato social que conocemos con el nombre de suicidio. Una historia que Romain Rolland, el autor de Jean Cristhophe y hoy otro de esos escritores olvidados, narró en el prologo a la primera edición de Kyra Kyralina, el primer libro de Istrati publicado: «En los primeros días de enero de 1921 me fue trasmitida una carta del Hospital de Niza. Había sido encontrada sobre el cuerpo de un desesperado que acababa de cortarse la garganta. Se tenía poca esperanza de que sobreviviese a su herida. Yo la leí y fui impresionado por el tumulto del genio. Un viento ardiente sobre la llanura. Era la confesión de un nuevo Gorki de los países balcánicos. Se acertó a salvarlo. Yo quise conocerlo. Una correspondencia se anudó. Nos hicimos amigos.
Se llama Istrati. Nació en Braila, en 1884, de un contrabandista griego a quien no conoció nunca, y de una campesina rumana, una admirable mujer que le consagró su vida. Malogrado su afecto por ella, la dejó a los doce años, empujado por la necesidad devorante de conocer y de amar. Veinte años de vida errante, de extraordinarias aventuras, de trabajos extenuantes, de andanzas y de penas, quemado por el sol, calado por la lluvia, sin albergue, acosado por los guardias de noche, hambriento, enfermo, poseído de pasiones, presa de la miseria. Hace todos los oficios: mozo de bar, pastelero, cerrajero, mecánico, jornalero, cargador, pintor de carteles, periodista, fotógrafo. Se mezcla durante un tiempo a los movimientos revolucionarios. Recorre el Egipto, la Siria, Jaffa, Beyruth, Damasco y el Líbano, el Oriente, Grecia, Italia, frecuentemente sin un centavo, escondiéndose una vez en un barco, donde se le descubre en el camino y de donde se le arroja a la costa en la primera escala. Vive despojado de todo, pero almacena un mundo de recuerdos y engaña muchas veces su alma leyendo vorazmente, sobre todo a los maestros rusos y a los escritores de Occidente...».
En 1923, dos años después de aquel suicidio fallido, la publicación Kyra Kyralina, va a suponer todo un acontecimiento literario que habrá de verse confirmado con la aparición de sus libros siguientes: Codine, Los relatos de Adrien Zografif, El tío Ánghel, Los cardos del Baragán. Pero no se trata de ningún milagro ni puede seriamente decirse que Istrati es un escritor que escribe “sin tener la menor idea de la gramática ni del estilo”. De origen humilde, como Jack London o Mohamed Chukri con quienes su obra y vida mantienen relaciones singulares, la literatura es una afición que cultiva muy tempranamente. Ya en 1907 publica sus primeros artículos y cuentos en la prensa de izquierdas rumanas y conoce y trata a algunos de los escritores rumanos inclinados hacia el socialismo revolucionario. Quien crea que Istrati es “un ingenuo” literariamente hablando se engaña. Creo que con sólo asomarse al inicio del primero de los relatos que la edición de Los pescadores de esponjas recoge cualquier lector podrá percibir los ecos cervantinos que en ese comienzo quijotesco se constatan: “En los alrededores de la Acrópolis había, hacia 1907, una calleja a las afueras de Atenas cuyo nombre no recuerdo en este momento. Puede ser que esta calle conserve su nombre de aquella época, o puede que haya cambiado, como también pueden haber desaparecido ambas cosas sin dejar rastro, porque calles y nombres son apenas menos efímeros que los hombres; esto, además, no tiene ninguna importancia para el caso.” Y no es este el único eco cervantino que encontraremos en unos relatos en los que el uso del doble perspectivismo es uso frecuente, ni dejaran de llamar la atención la presencia especular de la literatura de Gorki o Dostoiwski. Que la aparente espontaneidad de su escritura es el resultado de una voluntad de estilo muy concreta no pasaría inadvertida para un crítico como el peruano Juan Carlos Mariátegui, sin duda uno de los intelectuales más estimables que la literatura y el pensamiento en lengua española han tenido, que observa en Istrati: Yo no conozco en la literatura novísima una obra tan noble, tan humana, tan fuerte como la de Istrati. Este hombre nos acerca a veces al miste­rio. Pero es entonces cuando nos acerca también a la realidad. No hay sombras, no hay fantas­mas, no hay duendes, no hay silencios ni mutis teatrales en sus novelas. Hay un soplo de fata­lidad y de tragedia que nace de la vida misma. El hombre, en estas novelas, cumple su destino. Pero su destino no tiene una trayectoria inexo­rable ordenada por los dioses. El hombre es res­ponsable en parte de su vida.. Istrati se rebela contra la justicia de los hombres. Y se rebela también contra la justicia de Dios. Su prosa tiene a veces acentos bíblicos. Con razón uno de sus críticos ha dicho que Istrati ha escrito de nuevo el libro de Job”, al tiempo que ya parece advertir que su literatura rompe con cualquier entendimiento elitista y conservador del arte de las palabras: En sus libros hay la menor dosis posible de literatura. Y esto no impide cla­sificarlos entre las más altas creaciones artísti­cas de su tiempo. Por el contrario, los coloca por encima de toda la manufactura decadente que, con un débil esmalte de novedad, pretende pasar por arte nuevo. Como Jean Genet, como London, como Celine, Istrati es, para nuestra fortuna, un “maleducado” que no guarda “los buenos modales” que los mayordomos literarios vigilan, alguien que se niega a plegarse a “lo correcto”, a lo cursi, a lo académico. Su literatura viene de la vida y nos devuelve a ella y si ese vaivén funciona es porque sabe utilizar con precisión y eficacia el lenguaje y el instrumental sintáctico que sus conocimientos literarios han puesto a su alcance. Para un lector español la lectura de sus historias no dejará de evocarle la figura de Lázaro de Tormes y poco le costará entender que sus obras parecen proseguir los pasos de la novela picaresca.
Cinco son los relatos que agrupa El pescador de esponjas y cabe decir que ellos componen una muestra significativa del conjunto de su obra. Material sin duda arrancado de los avatares de una vida agitada, febril e inclasificable como fu e la de su autor. Una vida llena de experiencias personales que transcurren en un paisaje humano, temporal y geográfico, ajeno sin duda al que hoy vivimos sus lectores pero que – y esto es la magia de la literatura- su talento literario nos permite compartir. La narrativa, decía Adam Schaff es la historia de un destino humano que se ve obligado a atravesar un tiempo, un espacio y una conciencia moral. “El destino no es otra cosa que nuestro corazón” escribe Istrati y en efecto, sus personajes que tienen en la autobiográfica figura de Adrien Zograffi su referente y voz narrativa es la historia de un corazón roto, entre las ansias de vivir en libertad y las cadenas y condenas de un mundo que parece proponer todo lo contrario: “¿Para qué sirven tierras tan vastas y atractivas, para qué los inmensos anhelos de nuestro corazón si uno se ve obligado a dar vueltas toda la vida dentro del mismo kilómetro cuadrado?”.
La narrativa de Panait Istrati que en El pescador de esponjas está tan claramente representada, contiene raíces que anuncian el existencialismo: “No hay nada comparable, para la salud del alma, a lanzarse así, confiadamente, al abismo de lo desconocido, ese desconocido que nos llama con gritos irresistibles.”, la existencia nos llena para poder vaciarnos mejor”, pero responde a una visión más existencial que existencialista no faltando nunca, sea cual sea la radical dureza del vivir que se nos presente, la celebración del vivir: “traté de conservar el mayor tiempo posible aquel sentimiento de gratitud difusa hacia la vida, que me colmaba de alegrías; porque no hay dicha comparable a la que se arranca a la existencia a costa de riesgos y de esfuerzos crueles.”. Apunta en los relatos la mirada, más rebelde que revolucionaria, sobre las injusticias, la explotación y las tragedias que recaen sobre quienes sólo son dueños de su fuerza de trabajo: “Como animales prisioneros, proseguimos nuestra tarea de gusanillos submarinos: sacar esponjas, respirar un poco, volver con las manos vacías y recibir golpes.”,Cerré los ojos para protegerlos del sol y, también, para no ver la crudeza de la vida. Ahora lo comprendía: aquel trabajo era un verdadero crimen. Matar para vivir. Morir para vivir.” pero su visión del mundo se aparte de la propia de un realismo social plano o predecible. La filosofía que sus historia pone de manifiesto se mueve en la contradicción y reúne conflictivamente la soledad y la solidaridad: “Soy eso: soledad y solidaridad”, felicidad y desgracia: “Si el hombre es demasiado feliz, se queda sólo; y si se queda sólo también, si es demasiado desgraciado”, la amistad y el egoísmo: “la amistad es algo muy raro, pero negarla sería negar la evidencia. Sin embargo, no es bueno creer que hemos venido al mundo con un amigo pegado a la espina dorsal, igual que hemos nacido con pulmones, con unos pulmones propios, con los que respiramos. El esclavo de la amistad no sabe respirar más que con los pulmones de su dueña.”, el heroísmo y la cobardía: “porque todo es heroísmo en la vida del hombre que afronta la vida con sus dos manos vacías por único capital y solo un corazón generoso para defenderse contra la quietud envilecedora.” “El hombre es cobarde: cuando no es él el que aprecia la vida, es la vida la que le ha tomado aprecio a él, y ello parece cosa del mismo diablo.” No podía ser menos porque, recordemos, si una narración es la historia de un personaje que atraviesa el paisaje de una conciencia moral, los personajes de Istrati se van a ver obligados por su condición primigenia de “desposeídos”, a moverse en los límites de una ética individual que poco tiene que ver con la moral establecida. Sin duda uno de los rasgos más originales de su escritura es el espacio singular, entre la picaresca y el lumpen, siempre en el filo de la degradación - “le quité a mi madre los cien francos ahorrados que ella tenía” y el delito: “era profesor de atletismo en paro constante… y ratero de oficio.”- que el hecho de vivir, de sobrevivir, ofrece a los personajes. No se trata de acumular aventuras o anécdotas o paisajes sino de construir una dignidad propia en medio de la intemperie, la injusticia, el hambre o el dolor. Sin moraleja alguna pero con una profunda carga moral en la que ni la bondad ni el mal aparecen como construcciones dadas e inamovibles: «La bondad desmedida —decía— es más dañina que el egoísmo
Si un eje temático concreto estructura no solo los cinco relatos que en El pescador de esponjas se reúnen sino todo el conjunto de la obra de Istrati, habría que hablar de “la errancia”, concepto nuclear y aglutinador sobre el que se asientan todas las historias. La errancia, “el andar de un sitio a otro sin tener asiento fijo.” Que su obra se “asiente” precisamente sobre la ausencia de un asiento fijo, entiendo que define de manera expresiva y clara el mundo narrativo de un autor que, nuevo síntoma de esa movilidad vital y literaria, pasa de escribir sus primeros relatos en rumano para luego y definitivamente instalarse en el francés como lengua literaria. Panait aparece así como un adelantado del “nomadismo” que la postmodernidad ha venido reivindicando como condición del hombre contemporáneo: global, apátrida, lábil, flexible, siempre en proceso de adaptación. La condición humana como condición que se encarna en el vagabundo y el vagabundo como núcleo de la literatura de Istrati: “El signo del vagabundo es totalmente contrario al que la Creación otorga a los demás mortales. En estos, parece que una ley misteriosa se encarga de desarrollar su instinto de conservación, hasta el punto de hacerlos renunciar a todo lo que sea contemplación de la existencia: no viven más que derrochando vida, dispuestos siempre a sacrificar el presente por el mañana.”, “Sotir exhalaba ese perfume de las alturas que emanan —como los grupos alegres que bajan de las montañas los domingos por la tarde— esa especie de hombres inestables que no conocen fronteras, para quienes la tierra entera es su patria y a quienes el deseo de marchar y el de volver sirve de alimento.”
Soy pobre y espero morir pobre, porque marcho en mi vida de- hoy acompañado de la inmensa familia de los vagabundos encontrados en mis rutas. Estoy en la mitad de mi obra, tal como la he concebido durante mis largos años de vagabundo. Cuando haya doblado el cabo de esta jornada, dejaré la pluma, tornaré a los caminos de ayer y reviviré, con mis compañeros recuperados, horas obscuras y alegres, exentas tal vez de las pesadas responsabilidades que me oprimen. Así, habré dado mi más bello ejemplo: liberarse de lo que se lleva en sí de mejor, sin hacer de esta liberación un hábito ni un oficio».

1 Istrati, Panait. Los pescadores de esponjas. Editorial Libros de La Ballena, UAM. Tradución de Ernesto de los Reyes. 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario