Panait
Istrati. Prólogo a Los
pescadores de esponjas.
“El
tiempo acaba poniendo a cada uno en su lugar”, dice un aforismo
popular al que muchos en el mundo literario se acogen para
pronosticar ya olvidos ya reconocimientos póstumos. Lo que el
aforismo parece desconocer es que ese tiempo – literario en este
caso- tiene también, como las palabras, sus dueños y gestores y
estos tienen sus gustos, sus intereses estéticos y sus juicios y
prejuicios literarios y desde ellos habilitan famas, posteridades y
silencios. Durante años la literatura de Panait Istrati (Braila
1884- Bucarest 1935)ha vivido en el olvido editorial y académico. Su
momento de gloria, el período de entreguerras en Europa parecía
haberse extinguido sin apenas dejar huella ya no en canon de la
literatura occidental sino en las historias de las literaturas al
uso. Hace unos años la narrativa de Istrati, de la mano de la
editorial Pre-Textos con la publicación de Kyra Kyralina y el Tión
Anghel reapareció en las mesas de novedades con más, hay que
decirlo, pena que gloria y poca o nula atención de la crítica.
Quizá el tiempo de Panait Istrati todavía no haya llegado lo que,
confieso, no me parece extraño porque su literatura se escapa – no
entra dirían otros- en los parámetros literarios más dominantes en
los que el estilo franco, directo, vital y vehemente propios de
Istrati no goza de especial predicamento.
De
ahí que haya que felicitar y congratularse de aquellas iniciativa
editoriales, arriesgadas y poco complaciente con la doxa literaria,
que ultimamente han puesto al alcance de los lectores algunas de sus
novelas más significativas : Nerrantsula KRK Ediciones 2015,
Codine Libros de la Ballena 2013, Los cardos del Baragan
, Qualea 2014, Los Huiduci, Libros de la Ballena 2018 .
Publicar
en estos tiemposa Istrati es todo un signo de valor y de rebeldía
contra el gusto domesticado y hegemónico que llena hoy las mesas de
novedades. Y ojalá estas publicaciones sean señal de que algo pude
estar cambiando en unas aguas literarias en las que sobreabundan
envases de muy distintas marcas de agua mineral pero entre las que
resulta difícil encontrar la frescura y la transparencia de aquellas
que brotan de un manantial, sin chapa ni cartón, en medio de un
paisaje ajeno a cualquiera de las plantas embotelladoras que en el
mundo editorial se encuentran. Editar hoy al rebelde Panait es un
inesperado gesto editorial del que conviene congratularse.
Porque
veces la literatura logra desasirse de las propias redes endogámicas
que la Iglesia literaria trenza con sus dogmas y anatemas y saltando
por encima de las trampas que la teoría literaria ofrece, se acerca
a su última razón de ser: la vida, esa aventura donde el hombre y
las palabras se encuentran o desencuentran, se ignoran o se
reconocen. Ese es el caso de la literatura que el autor de El
pescador de esponjas1
elaboró con un estilo tan personal que a no faltaron ni faltan
quienes al referirse a su escritura hablan de falta de estilo
olvidando que precisamente estilo hace referencia etimológica –
punzón que deja huellas- a lo que la escritura Istrati posee en
extremo: la capacidad de penetrar hasta los tejidos más hondos de la
concreta condición humana: la carne y el hambre. Su escritura hiere
y quizá por eso algunos sacerdotes de la Diosa Literatura prefieran
ignorarlo. No faltan tampoco lo que quieren hacer de sus obras
simples reliquias de un momento literario que pertenece tan solo al
pasado. Son los que encuentran en su abigarrada biografía motivo
para resaltar la leyenda de un escritor autodidacta, dotado sin duda
de vitalismo pero carente de lecturas formales y méritos
estrictamente literarios. Una especie de milagro literario al que se
condena con halagos. Valga como ejemplo lo que de él escribió su
amigo Victor Serge: “Escribía sin tener la menor idea de la
gramática ni del estilo, pero como poeta nato, enamorado con toda su
alma de varias cosas simples”. “Poeta nato”, hay elogios que
matan. Y la verdad: no es de extrañar que la historia literaria de
Panait Istrati tenga su punto de arranque justamente en esa forma de
asesinato social que conocemos con el nombre de suicidio. Una
historia que Romain Rolland, el autor de Jean Cristhophe y hoy
otro de esos escritores olvidados, narró en el prologo a la primera
edición de Kyra Kyralina, el primer libro de Istrati
publicado: «En los primeros días de enero de 1921 me fue
trasmitida una carta del Hospital de Niza. Había sido encontrada
sobre el cuerpo de un desesperado que acababa de cortarse la
garganta. Se tenía poca esperanza de que sobreviviese a su herida.
Yo la leí y fui impresionado por el tumulto del genio. Un viento
ardiente sobre la llanura. Era la confesión de un nuevo Gorki de los
países balcánicos. Se acertó a salvarlo. Yo quise conocerlo. Una
correspondencia se anudó. Nos hicimos amigos.
Se
llama Istrati. Nació en Braila, en 1884, de un contrabandista griego
a quien no conoció nunca, y de una campesina rumana, una admirable
mujer que le consagró su vida. Malogrado su afecto por ella, la dejó
a los doce años, empujado por la necesidad devorante de conocer y de
amar. Veinte años de vida errante, de extraordinarias aventuras, de
trabajos extenuantes, de andanzas y de penas, quemado por el sol,
calado por la lluvia, sin albergue, acosado por los guardias de
noche, hambriento, enfermo, poseído de pasiones, presa de la
miseria. Hace todos los oficios: mozo de bar, pastelero, cerrajero,
mecánico, jornalero, cargador, pintor de carteles, periodista,
fotógrafo. Se mezcla durante un tiempo a los movimientos
revolucionarios. Recorre el Egipto, la Siria, Jaffa, Beyruth, Damasco
y el Líbano, el Oriente, Grecia, Italia, frecuentemente sin un
centavo, escondiéndose una vez en un barco, donde se le descubre en
el camino y de donde se le arroja a la costa en la primera escala.
Vive despojado de todo, pero almacena un mundo de recuerdos y engaña
muchas veces su alma leyendo vorazmente, sobre todo a los maestros
rusos y a los escritores de Occidente...».
En 1923, dos
años después de aquel suicidio fallido, la publicación Kyra
Kyralina, va a suponer todo un acontecimiento literario que habrá
de verse confirmado con la aparición de sus libros siguientes:
Codine, Los relatos de Adrien Zografif, El tío Ánghel, Los cardos
del Baragán. Pero no se trata de ningún milagro ni puede
seriamente decirse que Istrati es un escritor que escribe “sin
tener la menor idea de la gramática ni del estilo”. De origen
humilde, como Jack London o Mohamed Chukri con quienes su obra y vida
mantienen relaciones singulares, la literatura es una afición que
cultiva muy tempranamente. Ya en 1907 publica sus primeros artículos
y cuentos en la prensa de izquierdas rumanas y conoce y trata a
algunos de los escritores rumanos inclinados hacia el socialismo
revolucionario. Quien crea que Istrati es “un ingenuo”
literariamente hablando se engaña. Creo que con sólo asomarse al
inicio del primero de los relatos que la edición de Los
pescadores de esponjas recoge cualquier lector podrá percibir
los ecos cervantinos que en ese comienzo quijotesco se constatan: “En
los alrededores de la Acrópolis había, hacia 1907, una calleja a
las afueras de Atenas cuyo nombre no recuerdo en este momento. Puede
ser que esta calle conserve su nombre de aquella época, o puede que
haya cambiado, como también pueden haber desaparecido ambas cosas
sin dejar rastro, porque calles y nombres son apenas menos efímeros
que los hombres; esto, además, no tiene ninguna importancia para el
caso.” Y no es este el único eco cervantino que encontraremos
en unos relatos en los que el uso del doble perspectivismo es uso
frecuente, ni dejaran de llamar la atención la presencia especular
de la literatura de Gorki o Dostoiwski. Que la aparente espontaneidad
de su escritura es el resultado de una voluntad de estilo muy
concreta no pasaría inadvertida para un crítico como el peruano
Juan Carlos Mariátegui, sin duda uno de los intelectuales más
estimables que la literatura y el pensamiento en lengua española han
tenido, que observa en Istrati: “Yo
no conozco en la literatura novísima una obra tan noble, tan humana,
tan fuerte como la de Istrati. Este hombre nos acerca a veces al
misterio. Pero es entonces cuando nos acerca también a la
realidad. No hay sombras, no hay fantasmas, no hay duendes, no
hay silencios ni mutis teatrales en sus novelas. Hay un soplo de
fatalidad y de tragedia que nace de la vida misma. El hombre, en
estas novelas, cumple su destino. Pero su destino no tiene una
trayectoria inexorable ordenada por los dioses. El hombre es
responsable en parte de su vida.. Istrati se rebela contra la
justicia de los hombres. Y se rebela también contra la justicia de
Dios. Su prosa tiene a veces acentos bíblicos. Con razón uno de sus
críticos ha dicho que Istrati ha escrito de nuevo el libro de Job”,
al tiempo que ya parece advertir que su literatura rompe con
cualquier entendimiento elitista y conservador del arte de las
palabras: “En
sus libros hay la menor dosis posible de literatura. Y esto no impide
clasificarlos entre las más altas creaciones artísticas
de su tiempo. Por el contrario, los coloca por encima de toda la
manufactura decadente que, con un débil esmalte de novedad, pretende
pasar por arte nuevo.
Como Jean Genet, como London, como Celine, Istrati es, para nuestra
fortuna, un “maleducado” que no guarda “los buenos modales”
que los mayordomos literarios vigilan, alguien que se niega a
plegarse a “lo correcto”, a lo cursi, a lo académico. Su
literatura viene de la vida y nos devuelve a ella y si ese vaivén
funciona es porque sabe utilizar con precisión y eficacia el
lenguaje y el instrumental sintáctico que sus conocimientos
literarios han puesto a su alcance. Para un lector español la
lectura de sus historias no dejará de evocarle la figura de Lázaro
de Tormes y poco le costará entender que sus obras parecen
proseguir los pasos de la novela picaresca.
Cinco son los relatos que agrupa
El pescador de esponjas y cabe decir que ellos componen una
muestra significativa del conjunto de su obra. Material sin duda
arrancado de los avatares de una vida agitada, febril e
inclasificable como fu e la de su autor. Una vida llena de
experiencias personales que transcurren en un paisaje humano,
temporal y geográfico, ajeno sin duda al que hoy vivimos sus
lectores pero que – y esto es la magia de la literatura- su talento
literario nos permite compartir. La narrativa, decía Adam Schaff es
la historia de un destino humano que se ve obligado a atravesar un
tiempo, un espacio y una conciencia moral. “El destino no es
otra cosa que nuestro corazón” escribe Istrati y en efecto,
sus personajes que tienen en la autobiográfica figura de Adrien
Zograffi su referente y voz narrativa es la historia de un corazón
roto, entre las ansias de vivir en libertad y las cadenas y condenas
de un mundo que parece proponer todo lo contrario: “¿Para qué
sirven tierras tan vastas y atractivas, para qué los inmensos
anhelos de nuestro corazón si uno se ve obligado a dar vueltas toda
la vida dentro del mismo kilómetro cuadrado?”.
La narrativa de Panait Istrati
que en El pescador de esponjas está tan claramente
representada, contiene raíces que anuncian el existencialismo:
“No hay nada comparable, para la salud del alma, a lanzarse así,
confiadamente, al abismo de lo desconocido, ese desconocido que nos
llama con gritos irresistibles.”, la existencia nos llena
para poder vaciarnos mejor”, pero responde a una visión
más existencial que existencialista no faltando nunca, sea cual sea
la radical dureza del vivir que se nos presente, la celebración del
vivir: “traté de conservar el mayor tiempo posible aquel
sentimiento de gratitud difusa hacia la vida, que me colmaba de
alegrías; porque no hay dicha comparable a la que se arranca a la
existencia a costa de riesgos y de esfuerzos crueles.”. Apunta
en los relatos la mirada, más rebelde que revolucionaria, sobre las
injusticias, la explotación y las tragedias que recaen sobre quienes
sólo son dueños de su fuerza de trabajo: “Como animales
prisioneros, proseguimos nuestra tarea de gusanillos submarinos:
sacar esponjas, respirar un poco, volver con las manos vacías y
recibir golpes.”, “Cerré los ojos para protegerlos del
sol y, también, para no ver la crudeza de la vida. Ahora lo
comprendía: aquel trabajo era un verdadero crimen. Matar para vivir.
Morir para vivir.” pero su visión del mundo se aparte de la
propia de un realismo social plano o predecible. La filosofía que
sus historia pone de manifiesto se mueve en la contradicción y reúne
conflictivamente la soledad y la solidaridad: “Soy eso: soledad
y solidaridad”, felicidad y desgracia: “Si el hombre es
demasiado feliz, se queda sólo; y si se queda sólo también, si es
demasiado desgraciado”, la amistad y el egoísmo: “la
amistad es algo muy raro, pero negarla sería negar la evidencia. Sin
embargo, no es bueno creer que hemos venido al mundo con un amigo
pegado a la espina dorsal, igual que hemos nacido con pulmones, con
unos pulmones propios, con los que respiramos. El esclavo de la
amistad no sabe respirar más que con los pulmones de su dueña.”,
el heroísmo y la cobardía: “porque todo es heroísmo en la
vida del hombre que afronta la vida con sus dos manos vacías por
único capital y solo un corazón generoso para defenderse contra la
quietud envilecedora.” “El hombre es cobarde: cuando no es
él el que aprecia la vida, es la vida la que le ha tomado aprecio a
él, y ello parece cosa del mismo diablo.” No podía ser menos
porque, recordemos, si una narración es la historia de un personaje
que atraviesa el paisaje de una conciencia moral, los personajes de
Istrati se van a ver obligados por su condición primigenia de
“desposeídos”, a moverse en los límites de una ética
individual que poco tiene que ver con la moral establecida. Sin duda
uno de los rasgos más originales de su escritura es el espacio
singular, entre la picaresca y el lumpen, siempre en el filo de la
degradación - “le quité a mi madre los cien francos ahorrados
que ella tenía” y el delito: “era profesor de atletismo
en paro constante… y ratero de oficio.”- que el hecho de
vivir, de sobrevivir, ofrece a los personajes. No se trata de
acumular aventuras o anécdotas o paisajes sino de construir una
dignidad propia en medio de la intemperie, la injusticia, el hambre o
el dolor. Sin moraleja alguna pero con una profunda carga moral en la
que ni la bondad ni el mal aparecen como construcciones dadas e
inamovibles: «La bondad desmedida —decía— es más dañina
que el egoísmo”
Si un eje temático concreto
estructura no solo los cinco relatos que en El pescador de esponjas
se reúnen sino todo el conjunto de la obra de Istrati, habría que
hablar de “la errancia”, concepto nuclear y aglutinador sobre el
que se asientan todas las historias. La errancia, “el andar de un
sitio a otro sin tener asiento fijo.” Que su obra se “asiente”
precisamente sobre la ausencia de un asiento fijo, entiendo que
define de manera expresiva y clara el mundo narrativo de un autor
que, nuevo síntoma de esa movilidad vital y literaria, pasa de
escribir sus primeros relatos en rumano para luego y definitivamente
instalarse en el francés como lengua literaria. Panait aparece así
como un adelantado del “nomadismo” que la postmodernidad ha
venido reivindicando como condición del hombre contemporáneo:
global, apátrida, lábil, flexible, siempre en proceso de
adaptación. La condición humana como condición que se encarna en
el vagabundo y el vagabundo como núcleo de la literatura de Istrati:
“El signo del vagabundo es totalmente contrario al que la
Creación otorga a los demás mortales. En estos, parece que una ley
misteriosa se encarga de desarrollar su instinto de conservación,
hasta el punto de hacerlos renunciar a todo lo que sea contemplación
de la existencia: no viven más que derrochando vida, dispuestos
siempre a sacrificar el presente por el mañana.”, “Sotir
exhalaba ese perfume de las alturas que emanan —como los grupos
alegres que bajan de las montañas los domingos por la tarde— esa
especie de hombres inestables que no conocen fronteras, para quienes
la tierra entera es su patria y a quienes el deseo de marchar y el de
volver sirve de alimento.”
Soy
pobre y espero morir pobre, porque marcho en mi vida de- hoy
acompañado de la inmensa familia de los vagabundos encontrados en
mis rutas. Estoy en la mitad de mi obra, tal como la he concebido
durante mis largos años de vagabundo. Cuando haya doblado el cabo de
esta jornada, dejaré la pluma, tornaré a los caminos de ayer y
reviviré, con mis compañeros recuperados, horas obscuras y alegres,
exentas tal vez de las pesadas responsabilidades que me oprimen. Así,
habré dado mi más bello ejemplo: liberarse de lo que se lleva en sí
de mejor, sin hacer de esta liberación un hábito ni un oficio».
1 Istrati,
Panait. Los pescadores de esponjas. Editorial Libros de La Ballena,
UAM. Tradución de Ernesto de los Reyes. 2011.
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