Constantino Bértolo.
Debe
de ser cosa de la edad porque enfrentado al tema que aquí nos
reúne, Los libros del futuro, siento que me estoy volviendo un
ignorante. A estas alturas de mi vida cuando, el pasado ocupa
muchísimo más espacio que el futuro en el libro de mi vida y
cuando he trabajado profesionalmente como editor publicando cientos
de libros, he de confesarles que tengo muchas dificultades si
quisiera delimitar de una forma clara qué es un libro y muchísimas
más si intento definir qué debemos entender por futuro. Por libro
según la Ley del Libro española de 2007, hemos venido entendiendo
hasta hace poco toda obra
científica, artística, literaria o de cualquier otra índole que
constituye una publicación unitaria en uno o varios volúmenes y que
puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de
lectura.
Se
entienden incluidos en la definición de libro, a los efectos de esta
Ley, los libros electrónicos y los libros que se publiquen o se
difundan por Internet o en otro soporte que pueda aparecer en el
futuro, los materiales complementarios de carácter impreso, visual,
audiovisual o sonoro que sean editados conjuntamente con el libro y
que participen del carácter unitario del mismo, así como cualquier
otra manifestación editorial.
Esta
definición asume ya que la
digitalización del universo
bibliográfico es una realidad. A través de Internet se ofrece el
acceso a millones de libros de una manera que antes jamás habríamos
podido imaginar. El derecho a la biobliodiversidad universal está al
alcance de la mano con un solo clic. En la era de la información,
los avances tecnológicos que han causado un gran impacto social se
tienen lugar a ritmo impresionante; “el
ritmo del cambio deja sin aliento, -
dice Darkton-,
de la escritura hasta los códices pasaron, 4300 años; del códice a
los tipos móviles, 1150 años; de los tipos móviles a Internet, 524
años; de Internet a los motores de búsqueda, 19 años; de los
motores de búsqueda a la clasificación por relevancia mediante
algoritmos, siete año”.
La aparición de los libros digitales, de los ebook, de las nubes
digitales, de los portales digitales como Amazon han ampliado el
concepto de libro introduciendo bajo su rótulo aquellos textos que
pueden ser leídos en soportes digitales a través de ordenadores,
ebooks, tablets o teléfonos móviles. Ocurre sin embargo que en
general cuando se habla del libro y de lectura se tiende a centrar
la cuestión en los libros de literatura dejando fuera áreas tan tan
irrelevantes como los libros de texto, los libros de ciencias o
libros-documento tan importantes para todos como aquel donde se
publican los presupuestos generales del Estado. No sería mala idea
que en los planes de estudio entrase la lectura y análisis de esos
presupuestos, la de los presupuestos municipales o, más simplemente,
los programas electorales de los partidos políticos que pretenden
nuestros votos. En otras ocasiones se habla del Libro de la vida, de
”leer al Otro” o de la Naturaleza como un libro que hay que saber
leer e interpretar. El libro, como vemos, es, en principio, algo de
carácter material pero tiene también aspectos intangibles que no
conviene olvidar.
Por futuro podríamos entender todo ese tiempo que está por delante
del ahora, del presente. El tiempo que todavía no ha llegado. El
futuro como un tiempo que todavía no existe y aunque me temo que
hablar de lo que no existe es una pretensión humana francamente
peligrosa. Lo curioso es que es tiempo que no existe pero tiene
realidad e interviene en la construcción de la realidad, en la
construcción del presente e incluso del pasado. Desde que oímos o
leímos aquella fábula sobre la hormiga y la cigarra sabemos que el
futuro es algo que puede y debe ser planificado y que esa necesidad
forma parte del presente. Incluso el futuro tiene componentes que lo
convierten en una mercancía susceptible de ser comprada o vendida.
Se habla por ejemplo del mercado de futuribles donde se especula con
el precio futuro de bienes como el petróleo, el café o la soja, y
todos somos testigos de como muchos políticos nos venden, algunos
con rigor, otros con demagogia, sus ideas de futuro. Cuando votamos
de alguna forma elegimos futuro. Un futuro que no existe pero que,
paradójicamente, puede ser planificado, construido, elegido. Y hasta
puede ser escrito y por lo tanto leído. Bien o mal escrito; bien o
mal leído.
Pero es necesario tener en cuenta
que el futuro es un concepto que no siempre tiene el mismo contenido
para todas la personas. No es lo mismo el futuro para una persona de
68 años que para una persona de veinte. No se entiende el futuro de
manera igual en todos los países y culturas. No es lo mismo hablar
del futuro en España que en Brasil, en China, en Cuba o en Suecia.
Ni siquiera sabemos muy bien cuando empieza el futuro y cuando acaba.
A esas preguntas cada sociedad concreta responde de manera
particular según sean sus circunstancias sociales, económicas o
políticas. Les puedo contar por ejemplo que en España, y yo diría
que en en Europa y los países más desarrollados, hasta hace poco,
hasta la crisis económica que empieza en el 2008, el futuro apenas
existía, apenas tenía espacio, porque se vivía en plena fiebre de
la postmodernidad, de manera narcisista y autosatisfecha donde todo
se había convertido en una especie de presente perpetuo, bastante
frívolo y bastante estúpido, despreocupado. Con las crisis
volvieron las preocupaciones. Y futuro y preocupación son de nuevo
conceptos estrechamente unidos.
En mi opinión solo una sociedad que se pregunta sobre su futuro es
una sociedad sana, inteligente, responsable y prometedora y, desde
ese convencimiento, hay que agradecer toda reflexión y debate sobre
el futuro del libro.
Para
abordar esta cuestión, El libro del futuro, me voy a permitir
realizar una especie de truco dialéctico dando la vuelta a una de
las preguntas desde las que se suelen abordar las cuestiones que
atañen al libro, pues si normalmente nos preguntamos qué es lo que
queremos de los libros, qué les pedimos, para qué los necesitamos,
quisiera abordar esta reflexión desde la pregunta contraria: ¿Qué
quieren los libros de nosotros?
Quizá todos estaríamos de acuerdo si respondemos afirmando que lo
primero y principal que los libros quieren de nosotros sería el que
los leamos pues, para sentir que son libros, necesitan sin duda ser
leídos. Un libro que no es leído aparte de deprimirse – nadie me
quiere- sin duda tiene problemas de identidad ¿quién soy? ¿para
que sirvo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Y lo suyo no lo curan
los psicoanalistas. Solo si alguien lo saca del almacén, la
biblioteca o la librería esa depresión se convertirá en una
sonrisa de felicidad: al fin alguien me quiere, me mira, me toca, me
acaricia, me lee.
Pero como bien saben, ahora sí, los psicoanalistas, un deseo implica
muchos deseos. Por ejemplo, los libros, para poder ser leídos, son
conscientes de que antes deben salir al mercado, ser comprados, ser
vendidos ya que vivimos en sociedades donde la resolución e incluso
creación de necesidades se concretan en ese lugar imaginario pero
real, abstracto pero concreto, que llamamos el mercado. Y el mercado
es el principal lugar de intermediación entre el deseo y la
satisfacción, entre la búsqueda y el encuentro. Pues bien, en mi
opinión los libros del futuro serán libros que querrán ser leídos
por todos aquellos o aquellas que quieren a necesiten leerlos sin que
el precio u otras circunstancias económicas o sociales se lo impidan
y eso no es ni será nada fácil de conseguir en sociedades donde el
principal motor del mercado - de la vida- es el logro del mayor
beneficio posible, de la más alta tasa de ganancia y donde una gran
parte de la población ha de vivir con unos ingresos que difícilmente
les permiten pagar el precio de los libros. Por eso los libros de
futuro quieren de nosotros, nos reclaman, que consigamos hacer más
justas e iguales las condiciones económicas de toda la población,
que el coste de los libros se abarate lo más posible y que, aún
cuando no fuera posible la deseable nacionalización de una parte
importante de la edición de esos libros, que incitemos y empujemos
a nuestros gobiernos para desarrollar y cumplir con los necesarios
planes de creación de bibliotecas a nivel nacional, municipal y
escolar. Diría incluso a este respecto que los libros del futuro
desean más estar en muchas y buenas bibliotecas de acceso común que
en pocas y acomodadas casas privadas o particulares.
Los libros, como las medicinas,
como las personas humanas, podrían no ser unas meras mercancías
pero bajo el dominio de la lógica del capital libros, medicinas y
personas sólo somos mercancía. Los libros por un lado son el
soporte del pensamiento humano pero por otro son meras mercancías
que se producen, circulan y consumen. En cuanto producto del trabajo,
escribe Castro, el libro contiene trabajo objetivado, materializado,
convertido en un tipo de mercancía caracterizada por satisfacer
necesidades humanas culturales y esto le confiere valor de uso
aunque como tal mercancía en el mercado su valor depende de su valor
de cambio. En ese sentido el libro es un objeto singular en cuanto
que establece una relación simultánea entre lo material y lo
intangible. Como señala Adorno el libro es un mercancía perecedera
desde un punto de vista material pero imperecedera y no-consumible en
esencia y, por tanto, capaz de superar sus características
mercantiles. Como objeto intangible e inmaterial el libro es pieza
básica en la sociedad del conocimiento que caracteriza nuestra
época pero es también mercancía que satisface las necesidades de
entretenimiento. El juego entre conocimiento y entretenimiento es una
tensión que atraviesa el mundo del libro. La
lectura es una actividad que satisface necesidades. Una sociedad que
quiere ser responsable de su propia historia busca en las lecturas
conocimiento. Una sociedad que se aburre buscará en la lectura tan
solo entretenimiento.
Los libros no son tontos y saben que su producción, logística y
circulación tienen unos costes que no siempre ni mucho menos los
países pueden costear. Por eso quizá los libros del futuro quieran
hacer algo al respecto y aunque por estética y tradición les
gustaría ser como son la mayoría de los libros del presente, es
decir, impresos en papel, aguardar su destino en grandes y caros
almacenes y ser transportados hasta los punto de venta por medios de
locomoción también costosos, estarán encantados de abandonar en
muchos casos el soporte de papel tradicional para vestirse en formato
digital que abarate todos esos costes a fin de facilitar el acceso
común a ellos. En ese sentido entiendo que los libros del futuro
serán en un alto por ciento muy alto libros digitales y por tanto
van a pedirnos que seamos capaces de alcanzar que la mayoría de la
población tengan acceso gratuito a los medios tecnológicos
necesarios para su lectura y disfrute, y ahí de nuevo las
bibliotecas públicas - muy especialmente las escolares- deberán
cumplir un papel clave en la salud lectora de cada nación. Pensando
en su mejor futuro los libros querrán por tanto que procuremos crear
formas de vida y convivencia donde el valor de lo público y común
se fomente y donde las condiciones económicas sean lo menos
desiguales posibles, donde los libros y la lectura sean parte
importante del patrimonio público, de la riqueza común. Vemos por
tanto que el libro del futuro, como todo libro, quiere ser leído y
por consiguiente quiere que el acceso mutuo entre lectores y lectoras
y los libros tenga el menor número de obstáculos posibles.
Como, repito, los libros no son tontos saben bien que ese deseo de
ser leídos implica un problema en el que el tiempo, el uso del
tiempo, es factor primordial. Leer ocupa tiempo. Leer significa
poder disponer de un tiempo personal para la lectura. Los libros
quieren nuestro tiempo. Leer es un intercambio de tiempo. Decimos de
un mal libro que leerlo fue una pérdida de tiempo, de una bueno que
mereció la pena. A cambio de lo que los libros nos ofrecen nosotros
les cedemos el coste de nuestro tiempo. Leer es gastar tiempo de
nuestro tiempo y el tiempo, como los recursos económicos, no es
poseído por todos de igual manera. Gran parte de la población en la
mayoría de los países del mundo no goza ni dispone del tiempo
necesario para poder leer, mientras que otra parte minoritaria
disfruta de un tiempo excedente, tiempo de ocio, más allá del que
necesita para garantizar su supervivencia y reproducción. La
desigualdad económica implica desigualdad en la posesión y uso del
tiempo. Y por eso hay que pensar que el libro del futuro quiere de
nosotros que construyamos sociedades donde el tiempo esté
distribuido con igualdad y solidaridad y donde nadie sea dueño del
tiempo ajeno. Encontrar las estrategias necesarias para fomentar la
lectura en sociedades donde la mayoría de la población tiene poco
tiempo para el ocio o la formación y al mismo tiempo hay problemas
urgentes que solucionar, como el acceso al trabajo, a la vivienda, a
la salud o a la educación, es una cuestión política que los libros
y su futuro nos plantean y que cada gobierno está obligado a
responder.
Año a año y en cada país se publican grandes cantidades de libros,
miles de títulos nuevos o reediciones, ya en lengua original o
traducidos. Son libros que - cabe suponer- nacen con la vocación de
interesar a los lectores y lectoras. No voy a entrar a distinguir sus
niveles de calidad. Todos sabemos que frente a libros de alto interés
hay libros de poco o nulo. Lo que ahora me preocupa es el qué hacer
con esa cantidad de libros que nacen, se editan, pero que para ser
leídos, para existir, necesitan ser conocidos por sus posibles
lectores y lectoras. Los libros quieren que conozcamos su existencia,
su perfil, su contenido. Necesitan poder despertar nuestro interés,
nuestros deseos y que no conozcamos tan solo su existencia a través
de la publicidad, acaso siempre engañosa y que responde a criterios
de desigualdad económica de las editoriales ni a través de una
selección siempre minoritaria en los medios de comunicación. Los
libros del futuro saben que para poder ser elegidos es necesario
crear un sistema de convivencia donde exista el más amplio
conocimiento cultural, es decir, una sociedad del conocimiento, del
conocimiento como un derecho humano y universal.
Y
no podemos olvidar, los libros no quieren que olvidemos, que hay
aspectos materiales que más allá de metafísicas y buenas
intenciones conforman la biografía, el destino y el espacio de los
libros. El sistema de distribución por ejemplo es en buena parte el
responsable de que los libros lpuedan llegar a todas partes, a todas
las geografías. A los barrios ricos pero también a los barrios
pobres, a los punto de venta del entramado urbano pero también a las
pequeñas librerías del pequeño pueblo rural o a la biblioteca
municipal de las periferias nacionales. Una buena distribución da
vida a todos los libros, una mala distribución solo garantiza la
vida de aquellos libros que tengan buenas expectativas de venta. La
distribución, como la crítica, como el sistema educativo, actúa
sobre el canon, favorece tendencias y modas y provoca olvidos y
ausencias.
Insisto de nuevo en la idea principal: Los libros quieren existir
para poder llegar a los lectores y lectoras y para que estos y estas
los abran y lean. Y los libros del futuro, como todos los libros del
pasado y del presente quieren ser leídos con tiempo, paciencia,
concentración, libertad, responsabilidad e imaginación. Sin
censuras políticas o económicas, sin censuras estatales o propias,
sin amenazas ni anatemas ni índices de libros prohibidos. Los libros
del futuro no quieren ni ser censurados ni que los lectores nos
censuremos a nosotros mismos. Los libros quieren ser interpelados,
quieren que dialoguemos con ellos y eso exige capacidad crítica y
libertad de expresión en la ida -el libro- y en la vuelta: el
lector.
Ser leído con y desde la responsabilidad, siendo conscientes de que
las palabras de los libros son palabras públicas, palabras
colectivas y por consiguiente los libros son uno de los lugares donde
una sociedad se juega el significado de las palabras, y su capacidad
para pensar y meditar, su capacidad de invención e innovación, sus
saberes, sus miedos, sus horizontes. Quieren lectores responsables,
que respondan a ese carácter de bien común que deben tener la
palabras publicadas ya sea en papel, en digital o en internet.
Responsabilidad no significa seriedad aburrida pero tampoco diversión
estúpida. Significa por parte de los libros respetar la inteligencia
de las lectoras y lectores y que estos y estas respeten su propia
inteligencia cuando eligen el qué y para qué leer, pues cada tiempo
y libro tienen su ocasión y su momento.
Los libros quieren y necesitan nuestra imaginación porque conocer la
realidad exige capacidad para construir, para deducir, para asociar,
para interpelar. Imaginar es una forma de preguntarse y responder.
Leer es imaginar, reconstruir el espacio y tiempo que los libros
proponen, meterse en la cabeza de los personajes, descubrir el
sentido de un razonamiento, ponderar las reflexiones que se ofrecen,
buscar la medida y peso de los datos o hechos que se nos cuentan o
relacionan. Los libros necesitan y construyen imaginación. Se
comenta al respecto que los libros digitales del futuro podrían
planificar nuestra imaginación ofreciendo los hipertextos que
relacionan la semántica del texto con los contextos convenientes.
Habría que pensar seriamente si esa posibilidad sería un avance o
un retroceso. Está el peligro de que los hipertextos programen y
planifiquen una imaginación lectora que debe moverse con la mayor
libertad y espontaneidad posible para que sirva de adiestramiento y
formación crítica. Los libros no quieren una imaginación
domesticada. También conviene meditar sobre el imperio de los
metadatos que las nuevas tecnologías están favoreciendo. El Big
Data como un Gran Hermano que nos datifica y etiqueta de modo
permanente. Los big datos se fundamentan en el dime qué lees y te
diré quién eres, dime que consumes y te diré que debes consumir.
Frente a esto los libros reclaman nuestra mejores capacidades para
explorar en lo nuevo, en lo desconocido y quieren lectores que
busquen el saber y por tanto mantengan la alta capacidad de
extraviarse, de buscar caminos no hollados, las terras incógnitas
que forman parte de la vida.
La escritura y la lectura que un libro encarna son una tecnología
que amplia y extiende nuestras facultades. Siempre he pensado que la
famosa manzana del árbol del bien del mal que Adán y Eva comen
rompiendo el mandato divino es una metáfora de la escritura porque
la escritura nos vuelve comparables a Dios. Los libros permiten que
nuestras palabras salten por encima de nuestros propios límites
biológicos, por encima de nuestro tiempo de vida y por encima de
nuestra geografía. La escritura nos hace inmortales y omnipresentes,
cualidades que Dios parecía haberse reservado para si mismo. No es
de extrañar que durante siglos y siglos la escritura y la lectura,
los libros, hayan sido patrimonio de las élites del poder.
Imaginemos lo mágico que para un analfabeto representa el hecho de
que en un papel, en un papiro, viajen las palabras del poder, las
ordenes del poder, las sentencias del poder. Los libros durante
siglos y siglos han sido parte de las armas del poder y en buena
parte lo siguen siendo. Los libros del futuro no quieren ser
instrumento de las élites sino instrumento y herramienta para la
igualdad y la solidaridad.
Y volvemos así a las preguntas del principio porque si los libros
quieren ser leídos es fácil comprender que antes de nada los libros
deben ser escritos. Tradicionalmente los han escrito - y leído-
los miembros de las élites dominantes o “los escribas”, la alta
servidumbre o burocracia al servicio del poder. Más tarde fue cosa
de los “letrados”, de los depositarios de las culturas clásicas
de Grecia y Roma que detentaban las claves de un humanismo abstracto
que no cuestionaba lo concreto del poder. Hoy escribir parece cosa o
bien de los artistas – los únicos que al parecer son capaces de
expresar el más alto espíritu de la condición humana - o de los
sabios que ponen su sabiduría al servicio de las necesidades que el
mercado recomienda Todavía hay una enorme multitud de analfabetos
en el mundo y más amplias todavía son las multitudes que se sienten
incapaces de escribir ya no un libro sino una simple nota o
comentario. La cultura del libro requiere un acceso democrático a
la escritura y a la lectura para evitar caer en una idea elitista de
la Cultura porque ese entendimiento puede dar lugar a la aceptación
de la cultura como humillación, al desprecio por el inculto, a
pensar a Cultura como aprendizaje de la servidumbre o como mero
mecanismo de desclasamiento y arribismo social .
¿Quienes deben escribir los libros del futuro? Pienso que los libros
del futuro quieren que su escritura deje de ser un privilegio, una
habilidad minoritaria, para ser tarea de todos, tarea común y
colectiva donde el yo sea expresión de un todos y el todos no impida
la expresión del yo. La escritura de los libros como tarea común y
por consiguiente necesidad de buscar sociedades donde la escritura
vaya más allá de las élites. Necesidad de socializar la escritura
acabando con eso que bien podríamos llamar la propiedad privada de
los medios de producción de la escritura. La escritura como elemento
mediador entre el libro y el lector.
Soy un profundo defensor de la idea de que la lectura es una
aprendizaje que se refuerza cualitativamente de manera extraordinaria
si se ve acompañada por el ejercicio de la escritura. Si cada uno de
nosotros trata por su cuenta de escribir aunque solo sea un breve
retrato de alguien cercano comprenderá el arte de crear un
personaje; si cada uno de nosotros trata de describir un paisaje verá
con sus propios ojos la dificultad de crear un espacio reconocible;
si cada uno de nosotros trata de expresar un sentimiento vera lo
difícil que resulta compartir una realidad. Como señala James Paul
Gee, la lectura es entendimiento y la escritura es producción. La
lectura es la descodificación de la escritura y, por lo tanto,
juntas constituyen un par distintivo e inseparable. La alfabetización
nos lleva a un entendimiento sobre lo que otras personas han hecho o
descubierto. La escritura es una habilidad
conveniente para manejar necesidades urgentes de expresión y
explorar cosas aun desconocidas. Creo en los círculos de
lectura y creo en los grupos de escritura y creo que su fomento –
una labor que deberían centralizar las escuelas y bibliotecas-
serán la base para que los libros del futuro amplíen su capacidad
para que los lectores y lectoras incrementemos nuestra capacidad para
intervenir en la construcción de ese futuro común.
Los libros son como un puente que nos une con otras voces, con
otras palabras, con otras vidas, con otros conocimientos. Un puente
por debajo del cual corren los ríos de la ignorancia, la
superstición y el fanatismo. Los libros del futuro tendrán que
tender puentes que permitan saltar por encima de los abismos que las
generaciones futuras encontrarán en su camino y por eso reclaman,
quieren, piden, que los que hoy tenemos responsabilidades en la
formación de los futuros lectores y lectoras y de los futuros
escritores y escritoras, ayudemos a formarlos para que estén
dotados de conciencia crítica y capacidad e inteligencia para saltar
obstáculos y detectar daños y evitarlos.
En mi opinión el ser y estar de ese libro del futuro va a depender
del futuro que entre todos seamos capaces de construir. Es evidente
que los avances tecnológicos tienen un papel fundamental en los
posibles futuribles sociales y culturales, pero no debemos olvidar
que al final somos nosotros, es decir, los ciudadanos del presente
quienes tenemos capacidad para imaginar, planificar y construir
futuro. El libro del futuro dependerá de todas y cada una de las
elecciones que la humanidad elija o a la humanidad se le imponga. Por
eso la primera cuestión sería dilucidar si queremos un futuro
consensuado entre todos o un futuro impuesto por unos pocos a unos
muchos. El futuro es un libro que no está escrito y que debemos
escribir entre todos. El libro del futuro lo estamos escribiendo día
a día, elección tras elección, ley tras ley, gobierno tras
gobierno. Los libros, por su propia inmanencia, por su propia
naturaleza, reclaman para que su destino de ser leídos se cumpla de
la mejor manera posible un futuro en el que existan lo que el
pragmático lingüista J. L Austin llamó “las condiciones de
felicidad”, es decir, el conjunto de circunstancias que permite que
algo se realice de la mejor manera posible así como la botadura
feliz de un barco hace necesario la existencia de un buen astillero y
de un mar en calma.
A modo de resumen
y conclusión quisiera nombrar algunas de esa condiciones de
felicidad que como a tareas, tangibles e intangibles, a realizar, nos
reclaman hoy los libros del futuro:
1.-Acceso
a la lectura y escritura como un Derecho Humano Universal.
2.-Entendimiento
del libro como “lugar de encuentro” entre lo individual y lo
colectivo.
3.-
Entendimiento del libro y la lectura como inversión y no como
consumo.
4.-Entendimiento
de la Cultura Lectora como Pacto de responsabilidad compartida entre
autores, editores y lectores.
5.-La
lectura como núcleo duro de Sociedad del Conocimiento
6.-La
edición como economía pública. Intervención de las Instituciones
públicas en la producción, distribución, circulación y acceso al
libro y la lectura.
7.-Máxima
accesibilidad geográfica y económica. Acceso abierto a la
literatura científica en la red.
8.-
Intervención de las Instituciones públicas en la producción,
distribución, circulación y acceso al libro y la lectura.
9.-
Centralidad de la Red de bibliotecas nacionales, municipales y
escolares como medio de comunicación, promoción y difusión del
libro y la lectura y la escritura.
10.-
Acceso universal y gratuito a las nuevas tecnologías de edición,
circulación y uso de textos y programas de lectura.
El logro de esa condiciones tangibles o materiales o intangibles o
culturales requiere en definitiva una política cultural que implica
las necesarias asignaciones presupuestarias en los distintos niveles
de las administraciones públicas. Como escribe el brasileño Jose
Castilho: Tal vez tudo
isso possa ser sintetizado no Direito à Leitura, de toda leitura, de
toda literatura, sem censuras e peias, num país de homens e mulheres
alfabetizados, cidadãos plenos em seus direitos democráticos. Estes
objetivos são permanentes, valores intrínsecos à democracia, aos
direitos fundamentais da pessoa, à liberdade. El libro
del futuro es un imaginario que para hacerse realidad exige
reflexión, participación, planificación, inversión, paciencia y
voluntad política.
Texto
leído en las Jornadas para la Lectura de la Revista brasileña
Emilia
No hay comentarios:
Publicar un comentario