martes, 23 de abril de 2019

El futuro del libro o qué futuro quieren los libros



Los libros del futuro o qué futuro quieren los libros.
Constantino Bértolo.


Debe de ser cosa de la edad porque enfrentado al tema que aquí nos reúne, Los libros del futuro, siento que me estoy volviendo un ignorante. A estas alturas de mi vida cuando, el pasado ocupa muchísimo más espacio que el futuro en el libro de mi vida y cuando he trabajado profesionalmente como editor publicando cientos de libros, he de confesarles que tengo muchas dificultades si quisiera delimitar de una forma clara qué es un libro y muchísimas más si intento definir qué debemos entender por futuro. Por libro según la Ley del Libro española de 2007, hemos venido entendiendo hasta hace poco toda obra científica, artística, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura.
Se entienden incluidos en la definición de libro, a los efectos de esta Ley, los libros electrónicos y los libros que se publiquen o se difundan por Internet o en otro soporte que pueda aparecer en el futuro, los materiales complementarios de carácter impreso, visual, audiovisual o sonoro que sean editados conjuntamente con el libro y que participen del carácter unitario del mismo, así como cualquier otra manifestación editorial.
Esta definición asume ya que la digitalización del universo bibliográfico es una realidad. A través de Internet se ofrece el acceso a millones de libros de una manera que antes jamás habríamos podido imaginar. El derecho a la biobliodiversidad universal está al alcance de la mano con un solo clic. En la era de la información, los avances tecnológicos que han causado un gran impacto social se tienen lugar a ritmo impresionante; “el ritmo del cambio deja sin aliento, - dice Darkton-, de la escritura hasta los códices pasaron, 4300 años; del códice a los tipos móviles, 1150 años; de los tipos móviles a Internet, 524 años; de Internet a los motores de búsqueda, 19 años; de los motores de búsqueda a la clasificación por relevancia mediante algoritmos, siete año”.
La aparición de los libros digitales, de los ebook, de las nubes digitales, de los portales digitales como Amazon han ampliado el concepto de libro introduciendo bajo su rótulo aquellos textos que pueden ser leídos en soportes digitales a través de ordenadores, ebooks, tablets o teléfonos móviles. Ocurre sin embargo que en general cuando se habla del libro y de lectura se tiende a centrar la cuestión en los libros de literatura dejando fuera áreas tan tan irrelevantes como los libros de texto, los libros de ciencias o libros-documento tan importantes para todos como aquel donde se publican los presupuestos generales del Estado. No sería mala idea que en los planes de estudio entrase la lectura y análisis de esos presupuestos, la de los presupuestos municipales o, más simplemente, los programas electorales de los partidos políticos que pretenden nuestros votos. En otras ocasiones se habla del Libro de la vida, de ”leer al Otro” o de la Naturaleza como un libro que hay que saber leer e interpretar. El libro, como vemos, es, en principio, algo de carácter material pero tiene también aspectos intangibles que no conviene olvidar.
Por futuro podríamos entender todo ese tiempo que está por delante del ahora, del presente. El tiempo que todavía no ha llegado. El futuro como un tiempo que todavía no existe y aunque me temo que hablar de lo que no existe es una pretensión humana francamente peligrosa. Lo curioso es que es tiempo que no existe pero tiene realidad e interviene en la construcción de la realidad, en la construcción del presente e incluso del pasado. Desde que oímos o leímos aquella fábula sobre la hormiga y la cigarra sabemos que el futuro es algo que puede y debe ser planificado y que esa necesidad forma parte del presente. Incluso el futuro tiene componentes que lo convierten en una mercancía susceptible de ser comprada o vendida. Se habla por ejemplo del mercado de futuribles donde se especula con el precio futuro de bienes como el petróleo, el café o la soja, y todos somos testigos de como muchos políticos nos venden, algunos con rigor, otros con demagogia, sus ideas de futuro. Cuando votamos de alguna forma elegimos futuro. Un futuro que no existe pero que, paradójicamente, puede ser planificado, construido, elegido. Y hasta puede ser escrito y por lo tanto leído. Bien o mal escrito; bien o mal leído.
Pero es necesario tener en cuenta que el futuro es un concepto que no siempre tiene el mismo contenido para todas la personas. No es lo mismo el futuro para una persona de 68 años que para una persona de veinte. No se entiende el futuro de manera igual en todos los países y culturas. No es lo mismo hablar del futuro en España que en Brasil, en China, en Cuba o en Suecia. Ni siquiera sabemos muy bien cuando empieza el futuro y cuando acaba. A esas preguntas cada sociedad concreta responde de manera particular según sean sus circunstancias sociales, económicas o políticas. Les puedo contar por ejemplo que en España, y yo diría que en en Europa y los países más desarrollados, hasta hace poco, hasta la crisis económica que empieza en el 2008, el futuro apenas existía, apenas tenía espacio, porque se vivía en plena fiebre de la postmodernidad, de manera narcisista y autosatisfecha donde todo se había convertido en una especie de presente perpetuo, bastante frívolo y bastante estúpido, despreocupado. Con las crisis volvieron las preocupaciones. Y futuro y preocupación son de nuevo conceptos estrechamente unidos.
En mi opinión solo una sociedad que se pregunta sobre su futuro es una sociedad sana, inteligente, responsable y prometedora y, desde ese convencimiento, hay que agradecer toda reflexión y debate sobre el futuro del libro.


Para abordar esta cuestión, El libro del futuro, me voy a permitir realizar una especie de truco dialéctico dando la vuelta a una de las preguntas desde las que se suelen abordar las cuestiones que atañen al libro, pues si normalmente nos preguntamos qué es lo que queremos de los libros, qué les pedimos, para qué los necesitamos, quisiera abordar esta reflexión desde la pregunta contraria: ¿Qué quieren los libros de nosotros?
Quizá todos estaríamos de acuerdo si respondemos afirmando que lo primero y principal que los libros quieren de nosotros sería el que los leamos pues, para sentir que son libros, necesitan sin duda ser leídos. Un libro que no es leído aparte de deprimirse – nadie me quiere- sin duda tiene problemas de identidad ¿quién soy? ¿para que sirvo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Y lo suyo no lo curan los psicoanalistas. Solo si alguien lo saca del almacén, la biblioteca o la librería esa depresión se convertirá en una sonrisa de felicidad: al fin alguien me quiere, me mira, me toca, me acaricia, me lee.
Pero como bien saben, ahora sí, los psicoanalistas, un deseo implica muchos deseos. Por ejemplo, los libros, para poder ser leídos, son conscientes de que antes deben salir al mercado, ser comprados, ser vendidos ya que vivimos en sociedades donde la resolución e incluso creación de necesidades se concretan en ese lugar imaginario pero real, abstracto pero concreto, que llamamos el mercado. Y el mercado es el principal lugar de intermediación entre el deseo y la satisfacción, entre la búsqueda y el encuentro. Pues bien, en mi opinión los libros del futuro serán libros que querrán ser leídos por todos aquellos o aquellas que quieren a necesiten leerlos sin que el precio u otras circunstancias económicas o sociales se lo impidan y eso no es ni será nada fácil de conseguir en sociedades donde el principal motor del mercado - de la vida- es el logro del mayor beneficio posible, de la más alta tasa de ganancia y donde una gran parte de la población ha de vivir con unos ingresos que difícilmente les permiten pagar el precio de los libros. Por eso los libros de futuro quieren de nosotros, nos reclaman, que consigamos hacer más justas e iguales las condiciones económicas de toda la población, que el coste de los libros se abarate lo más posible y que, aún cuando no fuera posible la deseable nacionalización de una parte importante de la edición de esos libros, que incitemos y empujemos a nuestros gobiernos para desarrollar y cumplir con los necesarios planes de creación de bibliotecas a nivel nacional, municipal y escolar. Diría incluso a este respecto que los libros del futuro desean más estar en muchas y buenas bibliotecas de acceso común que en pocas y acomodadas casas privadas o particulares.
Los libros, como las medicinas, como las personas humanas, podrían no ser unas meras mercancías pero bajo el dominio de la lógica del capital libros, medicinas y personas sólo somos mercancía. Los libros por un lado son el soporte del pensamiento humano pero por otro son meras mercancías que se producen, circulan y consumen. En cuanto producto del trabajo, escribe Castro, el libro contiene trabajo objetivado, materializado, convertido en un tipo de mercancía caracterizada por satisfacer necesidades humanas culturales y esto le confiere valor de uso aunque como tal mercancía en el mercado su valor depende de su valor de cambio. En ese sentido el libro es un objeto singular en cuanto que establece una relación simultánea entre lo material y lo intangible. Como señala Adorno el libro es un mercancía perecedera desde un punto de vista material pero imperecedera y no-consumible en esencia y, por tanto, capaz de superar sus características mercantiles. Como objeto intangible e inmaterial el libro es pieza básica en la sociedad del conocimiento que caracteriza nuestra época pero es también mercancía que satisface las necesidades de entretenimiento. El juego entre conocimiento y entretenimiento es una tensión que atraviesa el mundo del libro. La lectura es una actividad que satisface necesidades. Una sociedad que quiere ser responsable de su propia historia busca en las lecturas conocimiento. Una sociedad que se aburre buscará en la lectura tan solo entretenimiento.
Los libros no son tontos y saben que su producción, logística y circulación tienen unos costes que no siempre ni mucho menos los países pueden costear. Por eso quizá los libros del futuro quieran hacer algo al respecto y aunque por estética y tradición les gustaría ser como son la mayoría de los libros del presente, es decir, impresos en papel, aguardar su destino en grandes y caros almacenes y ser transportados hasta los punto de venta por medios de locomoción también costosos, estarán encantados de abandonar en muchos casos el soporte de papel tradicional para vestirse en formato digital que abarate todos esos costes a fin de facilitar el acceso común a ellos. En ese sentido entiendo que los libros del futuro serán en un alto por ciento muy alto libros digitales y por tanto van a pedirnos que seamos capaces de alcanzar que la mayoría de la población tengan acceso gratuito a los medios tecnológicos necesarios para su lectura y disfrute, y ahí de nuevo las bibliotecas públicas - muy especialmente las escolares- deberán cumplir un papel clave en la salud lectora de cada nación. Pensando en su mejor futuro los libros querrán por tanto que procuremos crear formas de vida y convivencia donde el valor de lo público y común se fomente y donde las condiciones económicas sean lo menos desiguales posibles, donde los libros y la lectura sean parte importante del patrimonio público, de la riqueza común. Vemos por tanto que el libro del futuro, como todo libro, quiere ser leído y por consiguiente quiere que el acceso mutuo entre lectores y lectoras y los libros tenga el menor número de obstáculos posibles.
Como, repito, los libros no son tontos saben bien que ese deseo de ser leídos implica un problema en el que el tiempo, el uso del tiempo, es factor primordial. Leer ocupa tiempo. Leer significa poder disponer de un tiempo personal para la lectura. Los libros quieren nuestro tiempo. Leer es un intercambio de tiempo. Decimos de un mal libro que leerlo fue una pérdida de tiempo, de una bueno que mereció la pena. A cambio de lo que los libros nos ofrecen nosotros les cedemos el coste de nuestro tiempo. Leer es gastar tiempo de nuestro tiempo y el tiempo, como los recursos económicos, no es poseído por todos de igual manera. Gran parte de la población en la mayoría de los países del mundo no goza ni dispone del tiempo necesario para poder leer, mientras que otra parte minoritaria disfruta de un tiempo excedente, tiempo de ocio, más allá del que necesita para garantizar su supervivencia y reproducción. La desigualdad económica implica desigualdad en la posesión y uso del tiempo. Y por eso hay que pensar que el libro del futuro quiere de nosotros que construyamos sociedades donde el tiempo esté distribuido con igualdad y solidaridad y donde nadie sea dueño del tiempo ajeno. Encontrar las estrategias necesarias para fomentar la lectura en sociedades donde la mayoría de la población tiene poco tiempo para el ocio o la formación y al mismo tiempo hay problemas urgentes que solucionar, como el acceso al trabajo, a la vivienda, a la salud o a la educación, es una cuestión política que los libros y su futuro nos plantean y que cada gobierno está obligado a responder.
Año a año y en cada país se publican grandes cantidades de libros, miles de títulos nuevos o reediciones, ya en lengua original o traducidos. Son libros que - cabe suponer- nacen con la vocación de interesar a los lectores y lectoras. No voy a entrar a distinguir sus niveles de calidad. Todos sabemos que frente a libros de alto interés hay libros de poco o nulo. Lo que ahora me preocupa es el qué hacer con esa cantidad de libros que nacen, se editan, pero que para ser leídos, para existir, necesitan ser conocidos por sus posibles lectores y lectoras. Los libros quieren que conozcamos su existencia, su perfil, su contenido. Necesitan poder despertar nuestro interés, nuestros deseos y que no conozcamos tan solo su existencia a través de la publicidad, acaso siempre engañosa y que responde a criterios de desigualdad económica de las editoriales ni a través de una selección siempre minoritaria en los medios de comunicación. Los libros del futuro saben que para poder ser elegidos es necesario crear un sistema de convivencia donde exista el más amplio conocimiento cultural, es decir, una sociedad del conocimiento, del conocimiento como un derecho humano y universal.
Y no podemos olvidar, los libros no quieren que olvidemos, que hay aspectos materiales que más allá de metafísicas y buenas intenciones conforman la biografía, el destino y el espacio de los libros. El sistema de distribución por ejemplo es en buena parte el responsable de que los libros lpuedan llegar a todas partes, a todas las geografías. A los barrios ricos pero también a los barrios pobres, a los punto de venta del entramado urbano pero también a las pequeñas librerías del pequeño pueblo rural o a la biblioteca municipal de las periferias nacionales. Una buena distribución da vida a todos los libros, una mala distribución solo garantiza la vida de aquellos libros que tengan buenas expectativas de venta. La distribución, como la crítica, como el sistema educativo, actúa sobre el canon, favorece tendencias y modas y provoca olvidos y ausencias.
Insisto de nuevo en la idea principal: Los libros quieren existir para poder llegar a los lectores y lectoras y para que estos y estas los abran y lean. Y los libros del futuro, como todos los libros del pasado y del presente quieren ser leídos con tiempo, paciencia, concentración, libertad, responsabilidad e imaginación. Sin censuras políticas o económicas, sin censuras estatales o propias, sin amenazas ni anatemas ni índices de libros prohibidos. Los libros del futuro no quieren ni ser censurados ni que los lectores nos censuremos a nosotros mismos. Los libros quieren ser interpelados, quieren que dialoguemos con ellos y eso exige capacidad crítica y libertad de expresión en la ida -el libro- y en la vuelta: el lector.
Ser leído con y desde la responsabilidad, siendo conscientes de que las palabras de los libros son palabras públicas, palabras colectivas y por consiguiente los libros son uno de los lugares donde una sociedad se juega el significado de las palabras, y su capacidad para pensar y meditar, su capacidad de invención e innovación, sus saberes, sus miedos, sus horizontes. Quieren lectores responsables, que respondan a ese carácter de bien común que deben tener la palabras publicadas ya sea en papel, en digital o en internet. Responsabilidad no significa seriedad aburrida pero tampoco diversión estúpida. Significa por parte de los libros respetar la inteligencia de las lectoras y lectores y que estos y estas respeten su propia inteligencia cuando eligen el qué y para qué leer, pues cada tiempo y libro tienen su ocasión y su momento.
Los libros quieren y necesitan nuestra imaginación porque conocer la realidad exige capacidad para construir, para deducir, para asociar, para interpelar. Imaginar es una forma de preguntarse y responder. Leer es imaginar, reconstruir el espacio y tiempo que los libros proponen, meterse en la cabeza de los personajes, descubrir el sentido de un razonamiento, ponderar las reflexiones que se ofrecen, buscar la medida y peso de los datos o hechos que se nos cuentan o relacionan. Los libros necesitan y construyen imaginación. Se comenta al respecto que los libros digitales del futuro podrían planificar nuestra imaginación ofreciendo los hipertextos que relacionan la semántica del texto con los contextos convenientes. Habría que pensar seriamente si esa posibilidad sería un avance o un retroceso. Está el peligro de que los hipertextos programen y planifiquen una imaginación lectora que debe moverse con la mayor libertad y espontaneidad posible para que sirva de adiestramiento y formación crítica. Los libros no quieren una imaginación domesticada. También conviene meditar sobre el imperio de los metadatos que las nuevas tecnologías están favoreciendo. El Big Data como un Gran Hermano que nos datifica y etiqueta de modo permanente. Los big datos se fundamentan en el dime qué lees y te diré quién eres, dime que consumes y te diré que debes consumir. Frente a esto los libros reclaman nuestra mejores capacidades para explorar en lo nuevo, en lo desconocido y quieren lectores que busquen el saber y por tanto mantengan la alta capacidad de extraviarse, de buscar caminos no hollados, las terras incógnitas que forman parte de la vida.
La escritura y la lectura que un libro encarna son una tecnología que amplia y extiende nuestras facultades. Siempre he pensado que la famosa manzana del árbol del bien del mal que Adán y Eva comen rompiendo el mandato divino es una metáfora de la escritura porque la escritura nos vuelve comparables a Dios. Los libros permiten que nuestras palabras salten por encima de nuestros propios límites biológicos, por encima de nuestro tiempo de vida y por encima de nuestra geografía. La escritura nos hace inmortales y omnipresentes, cualidades que Dios parecía haberse reservado para si mismo. No es de extrañar que durante siglos y siglos la escritura y la lectura, los libros, hayan sido patrimonio de las élites del poder. Imaginemos lo mágico que para un analfabeto representa el hecho de que en un papel, en un papiro, viajen las palabras del poder, las ordenes del poder, las sentencias del poder. Los libros durante siglos y siglos han sido parte de las armas del poder y en buena parte lo siguen siendo. Los libros del futuro no quieren ser instrumento de las élites sino instrumento y herramienta para la igualdad y la solidaridad.
Y volvemos así a las preguntas del principio porque si los libros quieren ser leídos es fácil comprender que antes de nada los libros deben ser escritos. Tradicionalmente los han escrito - y leído- los miembros de las élites dominantes o “los escribas”, la alta servidumbre o burocracia al servicio del poder. Más tarde fue cosa de los “letrados”, de los depositarios de las culturas clásicas de Grecia y Roma que detentaban las claves de un humanismo abstracto que no cuestionaba lo concreto del poder. Hoy escribir parece cosa o bien de los artistas – los únicos que al parecer son capaces de expresar el más alto espíritu de la condición humana - o de los sabios que ponen su sabiduría al servicio de las necesidades que el mercado recomienda Todavía hay una enorme multitud de analfabetos en el mundo y más amplias todavía son las multitudes que se sienten incapaces de escribir ya no un libro sino una simple nota o comentario. La cultura del libro requiere un acceso democrático a la escritura y a la lectura para evitar caer en una idea elitista de la Cultura porque ese entendimiento puede dar lugar a la aceptación de la cultura como humillación, al desprecio por el inculto, a pensar a Cultura como aprendizaje de la servidumbre o como mero mecanismo de desclasamiento y arribismo social .
¿Quienes deben escribir los libros del futuro? Pienso que los libros del futuro quieren que su escritura deje de ser un privilegio, una habilidad minoritaria, para ser tarea de todos, tarea común y colectiva donde el yo sea expresión de un todos y el todos no impida la expresión del yo. La escritura de los libros como tarea común y por consiguiente necesidad de buscar sociedades donde la escritura vaya más allá de las élites. Necesidad de socializar la escritura acabando con eso que bien podríamos llamar la propiedad privada de los medios de producción de la escritura. La escritura como elemento mediador entre el libro y el lector.
Soy un profundo defensor de la idea de que la lectura es una aprendizaje que se refuerza cualitativamente de manera extraordinaria si se ve acompañada por el ejercicio de la escritura. Si cada uno de nosotros trata por su cuenta de escribir aunque solo sea un breve retrato de alguien cercano comprenderá el arte de crear un personaje; si cada uno de nosotros trata de describir un paisaje verá con sus propios ojos la dificultad de crear un espacio reconocible; si cada uno de nosotros trata de expresar un sentimiento vera lo difícil que resulta compartir una realidad. Como señala James Paul Gee, la lectura es entendimiento y la escritura es producción. La lectura es la descodificación de la escritura y, por lo tanto, juntas constituyen un par distintivo e inseparable. La alfabetización nos lleva a un entendimiento sobre lo que otras personas han hecho o descubierto. La escritura es una habilidad conveniente para manejar necesidades urgentes de expresión y explorar cosas aun desconocidas. Creo en los círculos de lectura y creo en los grupos de escritura y creo que su fomento – una labor que deberían centralizar las escuelas y bibliotecas- serán la base para que los libros del futuro amplíen su capacidad para que los lectores y lectoras incrementemos nuestra capacidad para intervenir en la construcción de ese futuro común.
Los libros son como un puente que nos une con otras voces, con otras palabras, con otras vidas, con otros conocimientos. Un puente por debajo del cual corren los ríos de la ignorancia, la superstición y el fanatismo. Los libros del futuro tendrán que tender puentes que permitan saltar por encima de los abismos que las generaciones futuras encontrarán en su camino y por eso reclaman, quieren, piden, que los que hoy tenemos responsabilidades en la formación de los futuros lectores y lectoras y de los futuros escritores y escritoras, ayudemos a formarlos para que estén dotados de conciencia crítica y capacidad e inteligencia para saltar obstáculos y detectar daños y evitarlos.
En mi opinión el ser y estar de ese libro del futuro va a depender del futuro que entre todos seamos capaces de construir. Es evidente que los avances tecnológicos tienen un papel fundamental en los posibles futuribles sociales y culturales, pero no debemos olvidar que al final somos nosotros, es decir, los ciudadanos del presente quienes tenemos capacidad para imaginar, planificar y construir futuro. El libro del futuro dependerá de todas y cada una de las elecciones que la humanidad elija o a la humanidad se le imponga. Por eso la primera cuestión sería dilucidar si queremos un futuro consensuado entre todos o un futuro impuesto por unos pocos a unos muchos. El futuro es un libro que no está escrito y que debemos escribir entre todos. El libro del futuro lo estamos escribiendo día a día, elección tras elección, ley tras ley, gobierno tras gobierno. Los libros, por su propia inmanencia, por su propia naturaleza, reclaman para que su destino de ser leídos se cumpla de la mejor manera posible un futuro en el que existan lo que el pragmático lingüista J. L Austin llamó “las condiciones de felicidad”, es decir, el conjunto de circunstancias que permite que algo se realice de la mejor manera posible así como la botadura feliz de un barco hace necesario la existencia de un buen astillero y de un mar en calma.
A modo de resumen y conclusión quisiera nombrar algunas de esa condiciones de felicidad que como a tareas, tangibles e intangibles, a realizar, nos reclaman hoy los libros del futuro:
1.-Acceso a la lectura y escritura como un Derecho Humano Universal.
2.-Entendimiento del libro como “lugar de encuentro” entre lo individual y lo colectivo.
3.- Entendimiento del libro y la lectura como inversión y no como consumo.
4.-Entendimiento de la Cultura Lectora como Pacto de responsabilidad compartida entre autores, editores y lectores.
5.-La lectura como núcleo duro de Sociedad del Conocimiento
6.-La edición como economía pública. Intervención de las Instituciones públicas en la producción, distribución, circulación y acceso al libro y la lectura.
7.-Máxima accesibilidad geográfica y económica. Acceso abierto a la literatura científica en la red.
8.- Intervención de las Instituciones públicas en la producción, distribución, circulación y acceso al libro y la lectura.
9.- Centralidad de la Red de bibliotecas nacionales, municipales y escolares como medio de comunicación, promoción y difusión del libro y la lectura y la escritura.
10.- Acceso universal y gratuito a las nuevas tecnologías de edición, circulación y uso de textos y programas de lectura.
El logro de esa condiciones tangibles o materiales o intangibles o culturales requiere en definitiva una política cultural que implica las necesarias asignaciones presupuestarias en los distintos niveles de las administraciones públicas. Como escribe el brasileño Jose Castilho: Tal vez tudo isso possa ser sintetizado no Direito à Leitura, de toda leitura, de toda literatura, sem censuras e peias, num país de homens e mulheres alfabetizados, cidadãos plenos em seus direitos democráticos. Estes objetivos são permanentes, valores intrínsecos à democracia, aos direitos fundamentais da pessoa, à liberdade. El libro del futuro es un imaginario que para hacerse realidad exige reflexión, participación, planificación, inversión, paciencia y voluntad política.

Texto leído en las Jornadas para la Lectura de la Revista brasileña Emilia

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