La corrupción
que no deja ver el bosque.
La
corrupción lleva infinitos disfraces. Frank Herbert
Estamos en tiempos
de indignación, de escándalo moral, de patio de Monipodio y de
pícaros mil y sinvergüenzas ni te digo. El paisaje se nos ha
llenado de cohechos, prevaricaciones, de mirar para otro lado, de
dineros opacos o de poner el cazo y otros gestos convenientes. España
parece estar en estado de procedimiento judicial y de un mundo feliz
de presuntos inocentes hemos pasado a una democracia de presuntos
culpables. Los teóricos del asunto discuten acerca de si la
corrupción es epidemia reciente, si el virus viene de atrás o si
ocurre simplemente que el trasvase de competencias urbanísticas a
los ayuntamientos puso a hervir el caldo de cultivo con el derrame
consiguiente. No faltan incluso cínicos que afirman que la
corrupción no deja de ser una forma positiva de distribución de la
riqueza y hay quien señala que si ahora se le da tanto aire y luz es
porque el Capital nuestro de cada día necesita “recortar”
también los altos niveles de corrupción para reapropiarse de esos
dos tres puntos de la tasa de ganancia que contabilizaba como gastos
de gestión y relaciones públicas. Sea por lo que sea lo que es
evidente que la corrupción es hoy el tema que más preocupa en
España. Nada de extraño pues que sobre ella volquemos nuestra
mirada.
Entiendo sin embargo que no sería bueno que la corrupción no nos
deje ver ni el bosque es decir, el capitalismo rampante y sus
matorrales ni la tierra sobre la que crece y asienta: la propiedad
privada de los medios de producción.
Porque
corromper al fin y al cabo y según el diccionario de la RAE consiste
en alterar y trastocar la forma de algo y eso en definitiva es lo
que hace el Capital: trastocarnos en mercancía sometiéndonos a las
leyes de un mercado que determina y fija nuestro valor de uso y vida
según sea nuestra capacidad para incrementar las plusvalías de los
que tienen el poder y la propiedad de decidir a quién sí y a quien
no se les concede el llamado derecho al trabajo. Y porque nosotros,
los comunistas y las comunistas, no debemos olvidar hoy ( ni ayer ni
mañana) es que ese sometimiento es el hecho económico y político
que nos corroe, marca, limita y corrompe. Sabemos que es necesario
acabar con esa masa de corrupciones ilegales que nos insultan y
atropellan, pero también sabemos que es necesario dar cuenta clara
de esas otras corrupciones legales que de manera natural y cotidiana
se desprenden del simple proceder del sistema.
Por ejemplo: según
fuentes fidedignas la productividad en España ha crecido desde 2009
alrededor de 8 puntos, mientras que los salarios han disminuido en
más de un 7% y sin embargo, ni la Fiscalía General del Estado ni
cualquier otra instancia semejante han abierto, que sepamos, causa
contra los estamentos políticos que han promulgado por activa o por
pasiva el marco legal que ha permitido tal trastocamiento ni se han
personado en procedimiento alguno que pueda explicar como el poder
adquisitivo de las familias españolas, ha bajado un 17 % desde 2006
hasta 2013. Hablamos de esa corrupción legal que tiene su guarida en
las páginas del Boletín Oficial del Estado o papeles similares y
para cuyo conocimiento llega con asomarse a las resoluciones
ministeriales, autonómicas o municipales en materia de subvención,
convenios o contratos.
La
indignación moral está justificada y sin duda rasgarse las
vestiduras es una táctica electoral eficiente, pero, aún en
coyunturas como la actual en la que el horizonte electoral cercano
ofrece una relevancia política que va más allá de lo cuantitativo,
la función de una fuerza revolucionaria no debería residir tanto en
condenar la catadura moral de corruptos y corruptores como en
entender y hacer entender las causas políticas que están detrás de
esas conductas o las relaciones sociales viciadas que hacen que la
corrupción sea parte constituyente del capitalismo. Y si bien el
momento político nos pide disponer energías y esfuerzos en la
construcción de un proceso constituyente de cambio y transformación
democrática, tampoco parece prudente olvidar que esa reclamación
implica también la exigencia de una combativa política destituyente
que acabe con toda forma posible, legal o ilegal, de corrupción y
sometimiento.
Publicado en Mundo Obrero 2015
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