De
los desclasamientos y otras traiciones.
Retrato del futbolista
adolescente. Valentín Roma. Editorial Periférica, 2019
Constantino
Bértolo
Valentín
Roma (Mataró 1970), que durante algunas temporadas fue una gran
promesa futbolística (el ubérrimo Jesús Gil lo fichó para los
juveniles del Atlético), es doctor en Historia del Arte y en la
actualidad dirige La Virreina Centro de la Imagen de Barcelona,
publicó hace dos años la novela, El enfermero de Lenín (Edit
Periférica), donde, en clave de relaciones
paterno filiales o viceversa, se abordaban de manera tangencial pero
sumamente reveladora algunas de las claves del franquismo de lo
cotidiano: la fábrica como opresión y como espacio de rebelión,
los suburbios como horizonte de lo cutre, el silencioso trabajo de
las madres, la militancia en el comunismo como salvaguarda de la
dignidad. A modo de diálogo y memoria entre el padre enfermo que se
imaginaba ser Lenín y el hijo que veía apagarse con él todo un
tiempo de resistencia y lucha de clases, aquella novela, de lectura
absolutamente recomendable, era sin duda uno de los mejores retratos
narrativos del antifranquismo de la clase obrera en Cataluña.
Aparece
ahora su segunda y muy singular novela, Retrato del futbolista
adolescente, que, acogida al comprometedor título joyciano, se
adentra en el mundo moral de un protagonista que es además el
narrador ha elegido para irnos contando “aquello que nos quiere
contar al contarnos lo que nos cuenta”. Y entrecomillo la frase
porque no se trata de ningún galimatías teórico sino de subrayar
su relevancia pues no en vano todas las narraciones consisten en
alguien que nos cuenta una historia porque algo, además de que le
escuchemos, quiere de nosotros, sus presuntos lectores y lectoras.
En
lo que atañe a esta novela ese alguien es un narrador en primera
persona y valga señalar que esta circunstancia constituye un aspecto
formal que predomina en nuestra narrativa actual hasta el punto de
que se habla mucho de la autoficción como moda o tendencia
dominante. Sin embargo, como trataremos de mostrar, esta novela de
Valentín Roma nada le debe a este género de moda aunque a primera
vista podría parecerlo pues en su entramado podrían señalarse
aspectos autobiográficos.
La
historia de este futbolista adolescente está escrita en primera
persona “Cada cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un
futbolista adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de vestuarios,
nervioso y con frío, palpándome los tobillos” pero
esa primera persona no juega
a identificar o
a que identifiquemos el yo narrador
con la persona del autor. En su novela, al contrario de lo que sucede
con tantas novelas que ofrecen el yo del narrador-autor o de
la narradora-autora como
mercancía, la voz que
nos habla y reclama nuestra atención
no es una voz exhibicionista que bajo el pretexto de la autenticidad
o la sinceridad nos vende sus entretelas más individualistas (muchas
veces cargada de un tono sentimental y tremendista que se hace pasar
por “crítica social
de izquierdas”)
sino una voz que se asume como representación
de una situación social y cultural concreta: un yo social frente al
yo narcisista y comercial del yo de la autoficción: “Cada
cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un futbolista
adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de los vestuarios,
nervioso o con frío, palpándome los tobillos”.
Estamos lejos de la inflación
del yo tan presente en la narrativa postmoderna.
Por
eso, quizá,
la novela defraudará a quienes crean que esta es una novela “de
fútbol”. Claro que hay fútbol, pero no como escenario o
argumento único sino como
situación moral y estética, como espacio
para el encuentro entre la
memoria del narrador y sus
reflexiones y derivas
sobre la escala de valores en
la que el adolescente crece y
vive. Y
claro que también defraudará
a quienes entren en ella buscando la pincelada que nos de cuenta
emocionada del momento en que el futbolista marca un gol o
estrepitosamente lo falla. Pero a
cambio, lo que sí
hay es la historia, inteligente y entretenida, de un protagonista que
inmerso
en el postfranquismo de la Transición no deja de preguntarse sobre
aquel dilema que Sartre
planteó – “Una cosa es lo que han hecho con
nosotros y otra es lo que hacemos con lo
que han hecho con nosotros”-
y que
sigue siendo hoy el
nudo donde las vidas personales se entrecruzan y comprometen con la
ética, con lo común y con
lo
político.
Es decir, con las posibilidades de “hacer Revolución”.
Quien
nos cuenta la historia no es un yo mercantil que lo que pretende es
venderse como mercancía cultural sino un yo moral que se plantea y
nos ofrece el retrato de las condiciones objetivas en donde una
subjetividad, la del
adolescente futbolista en
este caso, se ve obligado a actuar, es decir a elegir y elegirse.
Porque lo que al adolescente
que protagoniza la novela se le ofrece es
en definitiva una encrucijada
con dos caminos, dos
estrategias en realidad, para
“un llegar a ser” en el
contexto de aquel escenario
postfranquista del final de la década de los ochenta donde,
recordemos, los gobierno del PSOE, Solchaga en ristre, proclamaban
que España era un buen sitio para enriquecerse:
“En aquellos
tiempos el decorado histórico era muy confuso para quienes , por
edad, salario y tradición, aún buscábamos en qué
casilla poner el pié. La lucha de clases fue sustituida por un limbo
lleno de aspiraciones, que abarcaba desde tener tele en color hasta
tener el don de la palabra. La disidencia antifranquista se
transformó en un asunto de sobremesa, nuestros padres nos la
narraban con fuertes dosis de sentimentalismo humanitario,
aunque con muy pocas ganas de que sus hijos la actualizasen o la
retomasen.”
La
novela como historia de un encrucijada moral, política, social y
estética. Por un lado la
promesa, presumiblemente
alcanzable en su caso, del
fútbol profesional como
mecanismo de desclasamiento: fichajes,
primas, competitividad a tope, y por otro la
desconfianza hacia ese porvenir que acaso
le viene ya
dado y, por otro, el
descubrimiento y encuentro gustoso
con el arte
y la cultura
como espacios de prestigio y
deseo donde poder
construirse y
avanzar socialmente desde la
inteligencia como pasión y
el esfuerzo intelectual como
trayecto para la emancipación personal.
Retrato
del futbolista adolescente es la
historia de un desclasamiento. El narrador
y protagonista,
que no es tanto el
adolescente sino el hombre ya maduro que recuerda aquel
tiempo de encrucijadas, es
consciente de que su destino estaba
marcado por ese desclasamiento que en las sociedades del capitalismo
se presenta como “destino natural”
para las clases subalternas y
desde esa “conciencia de
desclasado” nos cuenta las
vacilaciones de aquel
adolescente a la hora de
plantearse los posibles
caminos
de ascenso social, un tema que sin duda, y al menos del El
rojo y el negro de Stendhal,
constituye en sí todo un genero narrativo.
Dos
proyectos, el fútbol y la
cultura, que chocan entre
si y se enfrentan
y
que, al menos en principio,
pertenecen y
conducen a dos mundos
diferentes aunque para
el protagonista, crecido a la sombras del franquismo que ha marcado
el espacio familiar donde se
crió, se presenten
como dos vías posibles de
desclasamiento social: por un lado el fútbol profesional
con sus efectos colaterales
de dinero y éxito popular,
por otro la cultura como prestigio y
garantía de “sensibilidad
estética”:
“Los
caminos del desclasamiento son múltiples, quebradizos y nada
inescrutables, el mío fue rechazar la vulgaridad que conllevan
ciertos triunfos: un desclasamiento del desclasarse”. Asistimos
así a un
proceso atravesado de dudas e
inquietudes durante
el cual el
adolescente, que encontrará
en la lectura
y en los avatares amorosos
refugio y
tiempo de reflexión para poder enfrentarse
al agobio y la
presión con que malvive
las urgencias del
fútbol, mantiene una posición crítica y el
conjunto de
reservas morales -”Me alejo de mi clase social porque
triunfo jugando al fútbol y porque gano el triple de dinero que mi
padre»- que desde su infancia
de hijo de obrero politizado ha venido asimilando. Será
esa subterránea conciencia
heredada a la que no quiere
renunciar la que le
procura una sensación de
malestar que le llevará a
sentirse disconforme con la
promesa de ascenso que desde el mundo del fútbol se le propone.
Lentamente
esas urgencias y desencuentros con el modo de vida al que ese camino
parece conducirle le llevaran
a darse cuenta, tomar conciencia decíamos antes, de
que lo que realmente se
le está
pidiendo, la aduana que esta
obligado a pasar, es una
renuncia a unos valores basados
en la solidaridad de clase para
aceptar otros que se le son
presentados como parte
de la nueva normalidad: el
triunfo personal,
el dinero, la casa con piscina, el
éxito varonil y sus prebendas machistas.
Valores que además forman parte de la realidad de aquella sociedad
que parece haber descubierto, vía Mercado
Común europeo, los placeres de
aquello
que apresuradamente
pasó a llamarse la sociedad del bienestar.
Novela por tanto que más allá de una historia personal da cuenta
del desclasamiento colectivo que la Transición política legitimó
e impuso como cultura
dominante. La Transición
como una traición colectiva: “Sea como fuera. Con
dieciocho años, mientras los herederos del franquismo afianzaban la
posguerra civil mediante un rey, un mercado y un periódico comunes,
entré en un bucle desazonador”
Finalmente el “héroe”
abandonará la senda épica hacia el presunto triunfo como
futbolista, defraudando las expectativas familiares y de su entorno,
para, retomando su gusto y afición por la literatura y la historia
del Arte, iniciar una nueva trayectoria en ese otro mundo – la
Universidad, la alta cultura, el Arte- donde logrará instalarse.
Algo semejante a lo que autores como Landero, Muñoz Molina, Cercas o
Rafael Chirbes nos han contado en sus novelas de corte más
autobiográfico al narrar sus pasos, siempre adelante, desde un
origen social modesto hasta el logro y cumplimiento de sus ambiciones
literarias y, consecuentemente, sociales.
Lo que diferencia la
novela de Valentín Roma de esas otras, tan propias de la narrativa
de la Transición, es que si en aquellas el desclasado asume los
valores de la cultura a través de la cual ha instrumentalizado su
escalada social, en el caso de El retrato del futbolista
adolescente ese “triunfo” no deja de ser cuestionado al
plantearse, por ejemplo, si es posible alcanzarlo “sin agraviar
esa vida abnegada que los padres representan, sin traicionar nuestra
posición económica y nuestra ideología del sufrimiento”. Su
protagonista tampoco es alguien que desde la condición de ganador
quiera además usurpar, vía literatura, el aura moral, estética y
simbólica de los perdedores. Aquel futbolista adolescente de antaño
sabe bien, y eso es lo que en definitiva la novela nos cuenta, que no
se puede estar en misa en repicando por mucho que eso sea el sueño
dorado de las clases medias surgidas al amparo del franquismo y el
postfranquismo bajo cuyas sombras todavía hoy nos movemos. Un sueño
que la crisis económica ha hecho saltar por los aires pero que sigue
presente en los imaginarios de una gran parte de nuestros
conciudadanos. El desclasado de Valentín Roma no juega a
autopresentarse como impostor, una imagen social que goza de buena
aceptación literaria, sino que nos ofrece el fuerte entendimiento
del desclasado como traidor, un concepto con bastante menos glamour
literario. Por más, ese narrador que vuelca su mirada sobre aquel
adolescente, sospecha también del lugar social que una vez
abandonado el fútbol, presupone el hecho de instalarse en ese mundo
de la cultura en tantos aspectos tan sospechoso y opresivo como aquel
otro y en el que la desazón existencial y social no cesa de estar
presente para un protagonista que va a continuar haciéndose, como
Peter Weiss, “la pregunta políticamente improcedente por
antonomasia: ¿Cuando miran ven lo mismo un burgués que un
proletario? ¿Se emocionan de idéntica manera y ante una misma obra
de arte opresores que oprimidos?
Y frente a estas preguntas
esta novela responde: no. Esa respuesta es lo que la novela en
verdad cuenta. En la Poética socialdemócrata, hoy dominante,
predomina, a modo de fuerte prejuicio, el entendimiento de que las
novelas deben solo plantear preguntas y nunca ofrecer respuestas.
Esta novela sin embargo sí se atreve a darlas.. Algo casi
absolutamente inusual por estos pagos y babelias literarias.
Muy interesante. Me la apunto.
ResponderEliminarMuy interesante. Me la apunto.
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