sábado, 19 de octubre de 2019

DESCLASAMIENTOS


De los desclasamientos y otras traiciones.

Retrato del futbolista adolescente. Valentín Roma. Editorial Periférica, 2019

Constantino Bértolo

Valentín Roma (Mataró 1970), que durante algunas temporadas fue una gran promesa futbolística (el ubérrimo Jesús Gil lo fichó para los juveniles del Atlético), es doctor en Historia del Arte y en la actualidad dirige La Virreina Centro de la Imagen de Barcelona, publicó hace dos años la novela, El enfermero de Lenín (Edit Periférica), donde, en clave de relaciones paterno filiales o viceversa, se abordaban de manera tangencial pero sumamente reveladora algunas de las claves del franquismo de lo cotidiano: la fábrica como opresión y como espacio de rebelión, los suburbios como horizonte de lo cutre, el silencioso trabajo de las madres, la militancia en el comunismo como salvaguarda de la dignidad. A modo de diálogo y memoria entre el padre enfermo que se imaginaba ser Lenín y el hijo que veía apagarse con él todo un tiempo de resistencia y lucha de clases, aquella novela, de lectura absolutamente recomendable, era sin duda uno de los mejores retratos narrativos del antifranquismo de la clase obrera en Cataluña.
Aparece ahora su segunda y muy singular novela, Retrato del futbolista adolescente, que, acogida al comprometedor título joyciano, se adentra en el mundo moral de un protagonista que es además el narrador ha elegido para irnos contando “aquello que nos quiere contar al contarnos lo que nos cuenta”. Y entrecomillo la frase porque no se trata de ningún galimatías teórico sino de subrayar su relevancia pues no en vano todas las narraciones consisten en alguien que nos cuenta una historia porque algo, además de que le escuchemos, quiere de nosotros, sus presuntos lectores y lectoras.
En lo que atañe a esta novela ese alguien es un narrador en primera persona y valga señalar que esta circunstancia constituye un aspecto formal que predomina en nuestra narrativa actual hasta el punto de que se habla mucho de la autoficción como moda o tendencia dominante. Sin embargo, como trataremos de mostrar, esta novela de Valentín Roma nada le debe a este género de moda aunque a primera vista podría parecerlo pues en su entramado podrían señalarse aspectos autobiográficos.
La historia de este futbolista adolescente está escrita en primera persona “Cada cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un futbolista adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de vestuarios, nervioso y con frío, palpándome los tobillos” pero esa primera persona no juega a identificar o a que identifiquemos el yo narrador con la persona del autor. En su novela, al contrario de lo que sucede con tantas novelas que ofrecen el yo del narrador-autor o de la narradora-autora como mercancía, la voz que nos habla y reclama nuestra atención no es una voz exhibicionista que bajo el pretexto de la autenticidad o la sinceridad nos vende sus entretelas más individualistas (muchas veces cargada de un tono sentimental y tremendista que se hace pasar por “crítica social de izquierdas”) sino una voz que se asume como representación de una situación social y cultural concreta: un yo social frente al yo narcisista y comercial del yo de la autoficción: “Cada cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un futbolista adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de los vestuarios, nervioso o con frío, palpándome los tobillos”. Estamos lejos de la inflación del yo tan presente en la narrativa postmoderna.
Por eso, quizá, la novela defraudará a quienes crean que esta es una novela “de fútbol”. Claro que hay fútbol, pero no como escenario o argumento único sino como situación moral y estética, como espacio para el encuentro entre la memoria del narrador y sus reflexiones y derivas sobre la escala de valores en la que el adolescente crece y vive. Y claro que también defraudará a quienes entren en ella buscando la pincelada que nos de cuenta emocionada del momento en que el futbolista marca un gol o estrepitosamente lo falla. Pero a cambio, lo que sí hay es la historia, inteligente y entretenida, de un protagonista que inmerso en el postfranquismo de la Transición no deja de preguntarse sobre aquel dilema que Sartre planteó – “Una cosa es lo que han hecho con nosotros y otra es lo que hacemos con lo que han hecho con nosotros- y que sigue siendo hoy el nudo donde las vidas personales se entrecruzan y comprometen con la ética, con lo común y con lo político. Es decir, con las posibilidades de “hacer Revolución”.
Quien nos cuenta la historia no es un yo mercantil que lo que pretende es venderse como mercancía cultural sino un yo moral que se plantea y nos ofrece el retrato de las condiciones objetivas en donde una subjetividad, la del adolescente futbolista en este caso, se ve obligado a actuar, es decir a elegir y elegirse. Porque lo que al adolescente que protagoniza la novela se le ofrece es en definitiva una encrucijada con dos caminos, dos estrategias en realidad, para “un llegar a ser” en el contexto de aquel escenario postfranquista del final de la década de los ochenta donde, recordemos, los gobierno del PSOE, Solchaga en ristre, proclamaban que España era un buen sitio para enriquecerse: En aquellos tiempos el decorado histórico era muy confuso para quienes , por edad, salario y tradición, aún buscábamos en qué casilla poner el pié. La lucha de clases fue sustituida por un limbo lleno de aspiraciones, que abarcaba desde tener tele en color hasta tener el don de la palabra. La disidencia antifranquista se transformó en un asunto de sobremesa, nuestros padres nos la narraban con fuertes dosis de sentimentalismo humanitario, aunque con muy pocas ganas de que sus hijos la actualizasen o la retomasen.”
La novela como historia de un encrucijada moral, política, social y estética. Por un lado la promesa, presumiblemente alcanzable en su caso, del fútbol profesional como mecanismo de desclasamiento: fichajes, primas, competitividad a tope, y por otro la desconfianza hacia ese porvenir que acaso le viene ya dado y, por otro, el descubrimiento y encuentro gustoso con el arte y la cultura como espacios de prestigio y deseo donde poder construirse y avanzar socialmente desde la inteligencia como pasión y el esfuerzo intelectual como trayecto para la emancipación personal.
Retrato del futbolista adolescente es la historia de un desclasamiento. El narrador y protagonista, que no es tanto el adolescente sino el hombre ya maduro que recuerda aquel tiempo de encrucijadas, es consciente de que su destino estaba marcado por ese desclasamiento que en las sociedades del capitalismo se presenta como “destino natural” para las clases subalternas y desde esa “conciencia de desclasado” nos cuenta las vacilaciones de aquel adolescente a la hora de plantearse los posibles caminos de ascenso social, un tema que sin duda, y al menos del El rojo y el negro de Stendhal, constituye en sí todo un genero narrativo.
Dos proyectos, el fútbol y la cultura, que chocan entre si y se enfrentan y que, al menos en principio, pertenecen y conducen a dos mundos diferentes aunque para el protagonista, crecido a la sombras del franquismo que ha marcado el espacio familiar donde se crió, se presenten como dos vías posibles de desclasamiento social: por un lado el fútbol profesional con sus efectos colaterales de dinero y éxito popular, por otro la cultura como prestigio y garantía de “sensibilidad estética”: Los caminos del desclasamiento son múltiples, quebradizos y nada inescrutables, el mío fue rechazar la vulgaridad que conllevan ciertos triunfos: un desclasamiento del desclasarse”. Asistimos así a un proceso atravesado de dudas e inquietudes durante el cual el adolescente, que encontra en la lectura y en los avatares amorosos refugio y tiempo de reflexión para poder enfrentarse al agobio y la presión con que malvive las urgencias del fútbol, mantiene una posición crítica y el conjunto de reservas morales -”Me alejo de mi clase social porque triunfo jugando al fútbol y porque gano el triple de dinero que mi padre»- que desde su infancia de hijo de obrero politizado ha venido asimilando. Será esa subterránea conciencia heredada a la que no quiere renunciar la que le procura una sensación de malestar que le llevará a sentirse disconforme con la promesa de ascenso que desde el mundo del fútbol se le propone.
Lentamente esas urgencias y desencuentros con el modo de vida al que ese camino parece conducirle le llevaran a darse cuenta, tomar conciencia decíamos antes, de que lo que realmente se le está pidiendo, la aduana que esta obligado a pasar, es una renuncia a unos valores basados en la solidaridad de clase para aceptar otros que se le son presentados como parte de la nueva normalidad: el triunfo personal, el dinero, la casa con piscina, el éxito varonil y sus prebendas machistas. Valores que además forman parte de la realidad de aquella sociedad que parece haber descubierto, vía Mercado Común europeo, los placeres de aquello que apresuradamente pasó a llamarse la sociedad del bienestar. Novela por tanto que más allá de una historia personal da cuenta del desclasamiento colectivo que la Transición política legitimó e impuso como cultura dominante. La Transición como una traición colectiva: “Sea como fuera. Con dieciocho años, mientras los herederos del franquismo afianzaban la posguerra civil mediante un rey, un mercado y un periódico comunes, entré en un bucle desazonador
Finalmente el “héroe” abandonará la senda épica hacia el presunto triunfo como futbolista, defraudando las expectativas familiares y de su entorno, para, retomando su gusto y afición por la literatura y la historia del Arte, iniciar una nueva trayectoria en ese otro mundo – la Universidad, la alta cultura, el Arte- donde logrará instalarse. Algo semejante a lo que autores como Landero, Muñoz Molina, Cercas o Rafael Chirbes nos han contado en sus novelas de corte más autobiográfico al narrar sus pasos, siempre adelante, desde un origen social modesto hasta el logro y cumplimiento de sus ambiciones literarias y, consecuentemente, sociales.
Lo que diferencia la novela de Valentín Roma de esas otras, tan propias de la narrativa de la Transición, es que si en aquellas el desclasado asume los valores de la cultura a través de la cual ha instrumentalizado su escalada social, en el caso de El retrato del futbolista adolescente ese “triunfo” no deja de ser cuestionado al plantearse, por ejemplo, si es posible alcanzarlo “sin agraviar esa vida abnegada que los padres representan, sin traicionar nuestra posición económica y nuestra ideología del sufrimiento”. Su protagonista tampoco es alguien que desde la condición de ganador quiera además usurpar, vía literatura, el aura moral, estética y simbólica de los perdedores. Aquel futbolista adolescente de antaño sabe bien, y eso es lo que en definitiva la novela nos cuenta, que no se puede estar en misa en repicando por mucho que eso sea el sueño dorado de las clases medias surgidas al amparo del franquismo y el postfranquismo bajo cuyas sombras todavía hoy nos movemos. Un sueño que la crisis económica ha hecho saltar por los aires pero que sigue presente en los imaginarios de una gran parte de nuestros conciudadanos. El desclasado de Valentín Roma no juega a autopresentarse como impostor, una imagen social que goza de buena aceptación literaria, sino que nos ofrece el fuerte entendimiento del desclasado como traidor, un concepto con bastante menos glamour literario. Por más, ese narrador que vuelca su mirada sobre aquel adolescente, sospecha también del lugar social que una vez abandonado el fútbol, presupone el hecho de instalarse en ese mundo de la cultura en tantos aspectos tan sospechoso y opresivo como aquel otro y en el que la desazón existencial y social no cesa de estar presente para un protagonista que va a continuar haciéndose, como Peter Weiss, “la pregunta políticamente improcedente por antonomasia: ¿Cuando miran ven lo mismo un burgués que un proletario? ¿Se emocionan de idéntica manera y ante una misma obra de arte opresores que oprimidos?
Y frente a estas preguntas esta novela responde: no. Esa respuesta es lo que la novela en verdad cuenta. En la Poética socialdemócrata, hoy dominante, predomina, a modo de fuerte prejuicio, el entendimiento de que las novelas deben solo plantear preguntas y nunca ofrecer respuestas. Esta novela sin embargo sí se atreve a darlas.. Algo casi absolutamente inusual por estos pagos y babelias literarias.




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