ENTREVISTA EN FILBA
Patricio Zanini
06-08-2015
"Cuanto
más pobre es un editor, mayor es su independencia"
Profesor y crítico
literario, Constantino Bértolo (Navia de Suarna,Lugo, 1946) se
destaca, sobre todo, por su rol como editor. Con más de tres décadas
en la tarea —fue, por ejemplo, el director de Debate entre 1990 y
2003—, su labor alcanzó una dimensión de excelencia durante los
diez años que estuvo a cargo del sello Caballo de Troya, puesto que
abandonó en 2014, al momento de jubilarse. Caballo de Troya era una
perla del collar del grupo Random House que se movía, sin embargo,
como una editorial independiente. Bértolo mantuvo siempre la
vocación de descubrir nuevos autores y publicó apenas 80 títulos
—a razón de 8 por año—: él es el responsable de que los
lectores españoles hayan leído, entre otros, a Mario Levrero,
Sergio Bizzio, Mercedes Alvarez, Aurora Venturini, Iosi Havilio,
Elvira Navarro. Marxista exquisitamente recalcitrante, no dejó de
pensar el rol del crítico, del editor, la circulación y el mercado
del libro, la literatura como proceso. Todo eso está puesto de
manifiesto en el recomendable ensayo La cena de los notables
(publicado por Periférica en España, el mes próximo saldrá en
Argentina por Mardulce).
Constantino Bértolo
es uno de los invitados más atrayentes del festival Filba
Internacional, que se realizará a fines de septiembre. Antes de su
llegada, mantuvimos una entrevista vía correo electrónico. Son
respuestas extensas, complejas, meditadas: recomendamos leerlas con
detenimiento.
—En el prólogo de
La cena de los notables dice: «El llamado ciberespacio se presenta
con vocación de espacio público o nueva ágora, sin que a mi
entender pueda todavía afirmarse si esto llegará a ser un hecho».
Quería poner esta afirmación en consonancia con un concepto de
Boris Groys, que señala que, a partir de internet (Youtube,
Instagram, Twitter, etc.), la relación con el arte parecería ser ya
no la de consumirlo sino la de producirlo. Si bien son dos ideas
diferentes, pueden yuxtaponerse. A siete años de la publicación de
La cena de los notables, ¿cómo cree que la web afectó la relación
con el arte y la literatura?
—Resulta
complicado, a pesar del tiempo que ha transcurrido, poder determinar
hasta donde el ciberespacio ha alterado las relaciones con el arte y
la literatura. Entiendo que la idea de que gracias a internet todos
somos a la vez productores y consumidores no deja de ser una utopía
no confirmada, aunque parece evidente que nunca antes de la
ampliación del espacio público que ha supuesto, al menos desde un
punto de vista cuantitativo, se habían expuesto públicamente tantos
textos con voluntad de ser considerados literatura. Sin embargo, el
sistema de homologación de qué es arte o qué es literatura sigue
actuando con parámetros pre-digitales. Cierto que el propio peso de
lo cuantitativo ha producido que tanto el arte como la literatura
hayan visto acelerarse el fuerte proceso de desacralización que
venían sufriendo y esto, que es algo que me parece positivo,
indudablemente ha contribuido a difuminar en parte las fronteras
entre el arte y el no-arte, entre la literatura y la no-literatura.
Lo inesperado, al menos para mí, es que esta desacralización ha ido
acompañada de una resacralización laica por vía estadística:
cuántos me gusta, cuántos amigos, cuántas visitas, cuántas
ventas, cuántos retweets, dando lugar a la pretensión, exitosa, de
hacer de la estadística la única fuente de homologación y
legitimación.
—¿Cuánto de
“ágora” es dable ver hoy en día?
—Si partimos de la
idea de que el ágora es un espacio que implica y exige
responsabilidad en las intervenciones por su condición de lugar
donde la polis construye su idea de bien común, creo que sería más
adecuado hablar de internet como patio o corral de vecinos que como
ágora. Incluso aquellas web creadas y programadas con clara voluntad
de intervenir en lo político —estoy pensando en una web como la de
Yoani Sánchez en Cuba— no han alcanzado ese rango de identidad,
quedándose en un registro cercano al del cotilleo compartido. Por
otra parte experiencias de claro carácter político como el
movimiento 15M en las plazas españolas o el surgimiento de Podemos
sin duda han encontrado en las redes sociales un importante
instrumento de llamada, participación y consulta, por más que a la
larga esos movimientos hayan concluido por retornar a modelos y
cauces de organización tradicionales y jerárquicos. Sospecho, y
mucho me temo, que internet, más que a espacio público horizontal y
democrático, esté dando lugar a la configuración de un enorme y
vigilante panóptico donde nuestras conductas son datificadas,
nuestros gustos etiquetados y nuestras expectativas comercializadas.
Pero tampoco sería justo olvidar que internet es todavía un recién
llegado a nuestras vidas y habrá que esperar más tiempo para
ponderar sus virtudes y defectos.
—Tanto en el
prólogo como en varios pasajes de La cena de los notables, la
literatura se presenta como una lucha (a través de metáforas o el
uso de palabras como “poder”, “conquista”, “combate”), en
donde el crítico ocupa un lugar imprescindible. ¿Cuál es el rol
del editor? ¿Es oponible la figura del crítico a la del editor?
—Partiendo de la
hipótesis que sostengo según la cual la literatura es un proceso,
una actividad que incluye diversos momentos y en la que participan
distintos agentes, la crítica cumpliría un papel imprescindible por
cuanto su función interviene de manera muy relevante en uno de los
momentos, la homologación, en los que un texto logra o no logra ser
considerado como texto literario. En ese proceso de homologación —y
estamos hablando de una situación anterior a la aparición de
internet— el crítico no es el primero que interviene pues, en
realidad, es la selección que la editorial realiza quien previamente
le otorga o niega la condición de literario. Hablando con precisión,
habría que entender que el primer agente que interviene en la
homologación de un texto como literatura es en realidad el Capital
sobre el que se levanta la editorial ya que, en definitiva, es el
propietario de la producción de la mercancía el que a su vez
selecciona al editor en el que delega esa capacidad. Ahora bien,
aunque la edición constituye el primer momento en ese proceso por
mucho que sea su peso —dependiente del capital simbólico que la
editorial posea— se requiere, además, que la crítica refrende esa
decisión editorial. Por eso sostengo que lo que el crítico
realmente critica es esa decisión, aunque aparentemente esté
criticando el hecho anterior a la edición, es decir, el texto.
Ambos, editor y crítico, participan en ese proceso de homologación
en el que sus posturas pueden coincidir o no. En razón de esto ha
podido hablarse del editor como una especie de crítico con capacidad
ejecutiva, calificación que no comparto porque, entre otras razones,
ambos responden a capitales distintos, aunque vemos y hemos visto
situaciones en los que ambos son pagados por un mismo capital cuando
medio de comunicación y editorial pertenecen a una misma propiedad.
—En relación a lo
anterior, hay un apartado en el que dice que un escritor recién es
autor de una novela cuando firma el contrato con una editorial.
¿Podría desarrollar un poco esta afirmación? ¿Debe entenderse que
la novela es un producto de cambio?
—Creo haberme
explicado en la respuesta anterior pero trataré de ampliar la
situación introduciendo la presencia ya real de la “edición
digital”. Como he dicho, lo que el señor o la señora X escriben
en su casa son textos privados que en muchos casos se han escrito con
la pretensión y deseo de ser considerados como textos literarios.
Para que esta pretensión se cumpla necesita ser refrendada por
aquellos entes en los que la sociedad ha delegado esa función. Hasta
la aparición de internet ese camino se iniciaba con la decisión de
una editorial literaria que, al publicarlo, le imprimía ese
carácter, pasando el texto de ser un texto privado a ser un texto
literario si bien el proceso se prolongaría con la posterior
intervención de la crítica y la recepción por parte del público.
Ciertamente, y aun antes de la aparición de internet, el autor o
autora de textos privados podía saltarse la decisión editorial
aportando el capital necesario para que el texto fuese impreso
siguiendo un proceso de autoedición y posterior distribución y
venta. Es decir, el texto privado adquiría por esta vía la
apariencia de los textos literarios e incluso y muy excepcionalmente
podía ser atendido y homologado por la crítica y por la recepción.
Pero aún así el campo literario tendía a rechazar y anatemizar
como no literatura esta intrusión fraudulenta sobre todo cuando la
obra propuesta era una novela pues, curiosamente, con los textos de
poesía se aceptaba más fácilmente la autoedición. La aparición
de internet va a permitir la ruptura de ese protocolo que encuentra
en la edición y en la crítica dos momentos de clara homologación.
El autor de los textos que califica, por ejemplo, como una novela,
bien porque su pretensión no ha sido aceptada por el aparato
editorial o bien porque rechaza esa vía para su publicación, puede
ahora decidir colgar, hacer público, su texto a través de alguno de
los espacios de gestión directa —blog, web— o indirecta —Amazon
y otros portales— que Internet le permite.
¿Un texto que su
autor llama novela y hace público a través de su página web es una
novela? ¿Sería más novela si en lugar de en su página web o blog
la colgara en Amazon? ¿Podría decirse en uno u otro caso que la
novela se ha publicado? Mi opinión es negativa en cualquiera de
estos casos por una razón muy sencilla aunque políticamente sea
deplorable: porque en las sociedades capitalistas como las nuestras
solo el capital retiene la capacidad para legitimar los espacios
públicos como espacios públicos y en consecuencia el uso de las
palabras colectivas. En sociedades capitalistas, el capital y la
clase dominante que ese capital configura han usurpado y monopolizado
tanto la definición de que sea el bien común como sus medios de
elaboración (los parlamentos) y expresión (medios de comunicación).
Solo la creación de espacios no sometidos a la lógica y poderes del
capital podría dar lugar a una actividad literaria no obligada a
aceptar el proceso de constitución de la literatura como tal
literatura que hemos descrito.
—Hay una serie de
categorizaciones acerca de la lectura y la escritura en La cena de
los notables, una suerte de taxonomía literaria. ¿Eso tiene la
intención de dotar de cierta objetividad al crítico?
—Más que trabajar
con escalas como la taxonomía mi intención ha sido utilizar la
comparación como método pues, aunque se diga que las comparaciones
son odiosas, entiendo que son útiles y convenientes cuando se
reflexiona sobre objetos imposible de someter a medición. Y no se
trata tanto de dotar de objetividad a la crítica como de procurar
que la crítica no deje de cuestionarse la validez de aquellos
recursos, instrumentos, categorías, juicios y prejuicios desde los
que realiza su tarea como representante de esa comunidad que le ha
concedido el privilegio de que su palabra sea palabra pública, de
hablar, en definitiva, en voz alta.
—Todavía al
frente de Caballo de Troya, en alguna entrevista dijo que “las
editoriales independientes o pobres exploran para las grandes”.
Primero, quería preguntarle por ese vínculo entre independencia y
pobreza. Y luego, ¿con qué autonomía se movía Caballo de Troya en
el universo Random House? ¿Se debe leer que en la idea de explorar
para las grandes subyace un cierto pesimismo?
—Bueno, la cosa no
tiene mucho misterio: el Capital, llevado por su propia lógica,
trata de monopolizar el mercado en el que se mueve y para ello
necesita incrementar su tasa de ganancia por encima de sus
competidores. Las llamadas editoriales independientes responden
también a esa lógica del capital pero lo hacen a tenor de su
escala. Si las circunstancias le permiten mantenerse con tasas de
ganancia inferiores a los de sus grandes competidores es evidente que
sus exigencias económicas no serán las mismas que la de los grandes
grupos y eso les va a permitir “leer” el campo literario con
menor presión. Si trabajas en una editorial que necesita vender cien
mil ejemplares de las novelas que publica, tu lectura de manuscritos
o posibles traducciones no va a coincidir con la de la editorial que
solo requiere tres mil para su mantenimiento y reproducción. Con
presiones económicas distintas se lee con expectativas comerciales
distintas y por consiguiente con criterios de selección distintos.
En ese sentido cuanto más pobre, es decir cuanto menor beneficio
requieras para sobrevivir como editor, mayor será tu independencia
y, por tanto, tu capacidad para apostar por lo nuevo, por lo todavía
no homologado por el éxito comercial, por lo arriesgado. Las grandes
editoriales, obligadas, como toda empresa capitalista, a
reproducirse, están interesadas por lo nuevo que haya tenido éxito,
pero dada su escala de producción difícilmente su tarea va
adentrarse en el terreno de máxima incertidumbre que es un elemento
que caracteriza a lo nuevo. Editar lo inédito o no homologado no
conlleva además un desembolso monetario importante por lo que
debería ser el terreno más apropiado para esas editoriales
independientes. Moverse en la escala de la pobreza no te permite
tener mucha fuerza vía marketing o publicidad pero te permite
explorar y experimentar nuevas vías.
Caballo de Troya en
ese sentido fue y sigue siendo una iniciativa muy singular que se
produce por la conjunción de determinadas circunstancias
empresariales y personales. Y se plantea desde esa lógica y
estrategia: mínimos gastos de infraestructura, línea editorial
enfocada a lo nuevo y emergente, escasa exigencia en los resultados
económicos, espacio de cantera y laboratorio al servicio del gran
grupo. Personalmente esta dependencia de trabajar para y dentro de un
gran grupo nunca la he entendido de manera pesimista sino todo lo
contrario: ojalá el Capital invirtiera en I+D editorial creando
sellos “independientes”. Lo paradójico es que en las editoriales
españolas independientes los autores y autoras nuevos e inéditos
parecen no tener oportunidad de incorporarse a sus catálogos como,
afortunadamente, sucede en la mayoría de las editoriales
independientes latinoamericanas, y argentinas muy especialmente. El
toque pesimista, si existe, vendría provocado por el hecho de que el
tamaño económico es un factor que determina la atención que dentro
de un gran grupo, donde coexisten muchos sellos, se le concede al
hermano pobre. Y, dado que uno no es Francisco de Asís, no se
resigna a que la pobreza impida que los autores y autoras reciban el
apoyo que los que empiezan necesitan más que nadie.
—Usted es muy
crítico con el estado del periodismo cultural: ¿cuál debería ser
su rol?
—Peligrosa
pregunta. Diré con toda la humildad posible (que no es mucha) que
mientras el periodismo tiene y debe tener como objeto la actualidad,
la cultura, si por algo debe definirse, es por la vocación de
permanencia, por el cultivo de lo que debe permanecer. En ese sentido
me parece un paradigma contradictorio eso del periodismo cultural
que, además, y para peor suele favorecer la tendencia a identificar
la realidad con la actualidad, algo peligroso sobre todo en estos
tiempos donde la presencia del futuro a la hora de evaluar el
presente resulta poco usual. Creo que el periodismo cultural, que en
muchos casos funciona como prensa del corazón cultural o como
crónica roja del mundo literario, está contribuyendo a que lo
noticiable pase a formar parte de la poética de la narrativa
contemporánea.
—¿Por qué el
crítico literario dejó de ser relevante en los medios?
—Sin duda
intervienen muchos factores pero acaso el más importante haya sido
la sobreabundancia de críticas de corte impresionista en plan de me
gusta o no me gusta. Una crítica así se asimila mucho a la
publicidad y el crédito que se le concede a la publicidad es muy
escaso. De todas formas, la crítica en los medios sigue influyendo
en la construcción del campo literario y por supuesto es muy
relevante para la madre o el padre de los autores que al leer las
críticas ya pueden decir que su hijo o hija es un escritor
importante.
—A riesgo de caer
en un lugar común y parafraseando la famosísima frase de Borges:
¿de qué libros se jacta de haber editado?
—Jactarme sería
algo excesivo porque en la construcción de un catálogo también
intervienen factores azarosos. Me gusta haber publicado algunos
libros que quizá no hubieran encontrado hospitalidad en otros sellos
independientes o no. Y si se trata de dar títulos tendría que
hablar de La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonors
Sanders, que publiqué cuando dirigía la editorial Debate por ser
representativo del tipo de ensayo que estaba buscando, y Mercado
Común, un poemario excelente de Mercedes Cebrián editado en Caballo
de Troya que me permitió, aunque tan solo fuera por una vez,
satisfacer mi frustrado deseo de publicar poesía.
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