jueves, 23 de abril de 2020

UN ESCRITOR POCO SIMPÁTICO


La pasión de la inteligencia



Algunas veces, pocas, muy pocas, la justicia, la justicia literaria, vía Academia Sueca, nos deja ver su mejor cara. V. S. Naipaul lleva años jugando, fuera de su voluntad, y perdiendo en las quinielas del Nobel. Y sin embargo era un Nobel inevitable porque parecía inaudito que el mejor escritor actual en lengua inglesa, y no son palabras mías, no obtuviera tal reconocimiento.

El viernes pasado, en las páginas de «Le Monde des Livres», apareció una entrevista con el secretario permanente de la Academia Sueca, institución en la que se cuece el galardón. Hablando de la necesidad de que el premio se abriera y reconociera las nuevas formas literarias en las que la ficción se entremezcla con el testimonio y lo autobiográfico, el entrevistado citaba el nombre de V. S. Naipaul y su cita era una señal o aviso de este fallo. En mi opinión, sin embargo, con V.S. Naipaul no se premia tan solo una forma de abordar la creación literaria sino un talante y un talento que se asienta sobre los cimientos sobre los que se levanta toda gran literatura: rigor, honestidad narrativa, la palabra justa, imaginación para hacer ver lo que aún estando delante de los ojos no se ve, voluntad de construir, obra a obra, libro a libro, una mirada inteligente y, a la vez, entre la gente. En tiempos como estos, en los que la «literatura simpática» triunfa por doquier, el reconocimiento a la literatura de Naipaul no deja de ser un gesto significativo. Un grano de arena en medio de tanta banalidad y cursilería disfrazada de buenos y sublimes sentimientos.

V.S. Naipaul no es un autor «simpático» con los lectores. Respeta al lector y rechaza el halago. Ese mismo respeto lo pide hacia su obra. Desde ese mutuo respeto el lector se encontrará con una obra, ya sea «Una casa para el señor Biswas», ya sea «Un camino en el mundo» o «La pérdida de El Dorado», en la que su esfuerzo se verá recompensado. Leer a Naipaul conlleva «la alegría del esfuerzo». Requiere lo mejor de nosotros mismos como lectores: paciencia, memoria, concentración, capacidad asociativa, inteligencia.

Hace años, con motivo de su última visita a Madrid, le preguntaron cuántos lectores necesitaba un escritor para sentirse un escritor. Lo pensó un momento, breve, sonrió y dijo: trescientos. Siempre tuvo más y ahora este premio Nobel sin duda los multiplicará. Un escritor para una inmensa minoría. Para todos aquellos lectores que no hayan renunciado a la pasión de la inteligencia.
                                                              
                                                                       12/10/2001

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